Doce hermosas princesas, nacidas del amor más grande, han sido hechizadas por crueles demonios para danzar todas las noches hasta la muerte. Su madre, una duquesa de gran poder, prometió hacer del hombre que pudiera liberarlas, futuro duque, siempre y cuando pudiera salvar las vidas de todas ellas.
El valiente deberá hacerlo para antes de la última campanada de media noche, del último día de invierno. Scott, mejor amigo del esposo de la duquesa, intentará ayudarlos de modo que la familia no pierda su título nobiliario y para eso deberá empezar con la mayor de las princesas, la cual estaba enamorada de él, pero que, con la maldición, un demonio la reclamará como su propiedad.
¿Podrá salvar a la princesa que una vez estuvo enamorada de él?
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CAPÍTULO 2
15 AÑOS DESPUÉS...
Las lágrimas de una mujer desconsolada alcanzaban a ser escuchadas en el pasillo fuera de la habitación principal de una mansión. Por momentos, aquel sollozo se calmaba; sin embargo, solo era un intento en vano por evitar ser escuchada, antes de que la tristeza volviera a tomar el control.
Su esposo, también desconsolado, debía aguantar la tristeza para ser el soporte de la mujer que amaba. Pese a que debían estar alegres, puesto que mañana era el cumpleaños de sus hijas mayores.
—¿Y si las enviamos lejos?—preguntó la mujer—un lugar donde ellas...
—Ya escuchaste a la abuela Baba, aquellos demonios las encontrarán—interrumpió aguanto el quiebre en su voz.
Su problema era grande, ya que no solo sus hijas mayores estaban malditas, sino que también las menores. Aunque intentarán salvarlas, a las más pequeñas en cuestión de meses, cuándo cumplieran también su mayoría de edad, les esperaría el mismo destino que las otras.
A las afueras, un joven hombre vestido de mayordomo, escuchaba el dolor de los duques. Deseando poder ayudar a las personas que lo salvaron de ser un huérfano, el hombre caminó hasta una de las habitaciones del segundo piso.
—¡Oh! ¡Jeremy!—saludó una anciana—¡Adelante! ¡Entra!
La abuela Baba recibió con una sonrisa al chico, quien se paró al lado de un hombre mayor que él. Ambos, en silencio, observaban expectantes a la señora.
—¿Qué? ¿Ya pensaron en mi oferta?—preguntó.
La anciana, quien era ciega, tomó su bastón y se sentó en su cama, en espera de lo que los dos hombres habían decidido. Jeremy, tras varios segundos, observó al hombre a su lado.
—Soy solo un simple mayordomo, el conocimiento que tengo no es de magia ni medicina—respondió—pero haré lo posible para ayudar a las doce princesas y que la duquesa no pierda su título.
—Entiendo lo que dices, muchacho—le habló—pero estamos hablando de demonología, ya es...
—¡No tengo miedo, sir Scott!—afirmó el joven mayordomo.
Tras ver la motivación del protegido de la duquesa, el hombre aceptó enseñarle. Por muchos años había ideado un plan para detener a los demonios destinados a matar a las princesas, pero necesitaba ayuda y debía comenzar con Jeremy, aunque estuviera en contra.
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Cuando las primeras campanadas de la media noche sonaron, anunciando así la llegada del invierno y el cumpleaños de las hijas mayores del ducado, la puerta de su habitación se cerró con una magia impresionante.
Sin embargo, de las cuatro primogénitas del matrimonio, solo la primera abrió sus ojos. Anastasia, al sentir como algo se posaba en su nariz, abrió los ojos con sorpresa. Una bella mariposa revoloteaba juguetona frente a ella. Levantándose, comenzó a caminar para perseguirla, hasta que llegó al gran ropero que compartía con sus otras tres hermanas. La hermosa mujer de cabellera rubia ondulada abrió sin miedo alguno las puertas.
En vez de encontrarse con sus ropas, había una extraña escalera dorada con hermosas flores y hojas plateadas adornándola. Siguiendo a la juguetona mariposa, descendió en esta hasta llegar a la parte trasera de lo que parecía ser un bosquecito.
Sin darse cuenta de que solo estaba vestida con su casi transparente bata, caminó mientras zapatillas de rubí se materializaban en sus pies. A medida que avanzaba, la suave brisa chocaba con ella, haciendo que su gran busto se erizara aún más.
Cuándo llegó a las orillas de un lago, encontró en un puente a un hombre con un traje de gala, esperando al lado de una barca.
Su corazón latía más fuerte a medida que avanzaba, aunque solo podía ver su espalda, se notaba lo alto que era y los músculos tan marcados que en cualquier movimiento podían romper la lujosa tela.
—¿Disculpe?—preguntó nerviosa.
No recordaba nada, ni siquiera cómo había llegado, solo sabía que sentía una fuerza extraña atrayéndola hacia él. Cuando al fin el desconocido hombre se dio la vuelta, notó la belleza de este. Observó que su cabello negro estaba bien pulido y sus ojos de color esmeralda que parecían ser dos joyas pulcramente hechas en el cielo.
—¡Anastasia!—la profunda voz hizo que temblara.
No sabía como, pero el solo escuchar su nombre de sus labios, hizo que sintiera algo cálido emerger de su feminidad y que sus piernas temblaran con fuerza.
El hombre se acercó hasta ella y tomó su mano para darle un dulce beso en sus nudillos, los cuales se intensificaron hasta que finalmente pasó la punta de su lengua en su palma. Anastasia respiraba con pesadez, la sensación era tan fuerte que ni siquiera recordaba a sus hermanas durmiendo aún en su habitación.
—¿Quién eres? ¿Te conozco?—preguntó la joven encantada ante el cálido tacto.
—Te he estado esperando tanto, mi querida Anastasia—respondió, acercándose aún más a ella—desde que las estrellas anunciaron tu nacimiento y tu llegada hacia mí.
—¿Mi llegada?—cuestionó curiosa.
El hombre la tomó de su mano y con los dedos firmemente entrelazados, la llevó hasta la barca. Como si los remos estuvieran con vida propia, comenzaron a moverse, siendo acompañados por pequeños orbes que danzaban a la par de la mariposa.
—Eres mía, Anastasia—susurró el hombre apretando su agarre.
Encantada y somnolienta, Anastasia dejó que el extraño hombre la acunara en sus brazos para dormir un poco, mientras veía como poco a poco se acercaban a un hermoso e inmenso castillo.
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A la mañana siguiente, apenas la institutriz de las cuatro hijas mayores entró para despertarlas, dio un grito tan alto que no solo despertó a las allí presentes, sino que también a los duques en el piso superior. Allí, sin saber lo que había ocurrido, observaron como su hija mayor estaba siendo auxiliada por sus hermanas.
—¿Hija?—preguntó la duquesa desconsolada—¿Esa marca que tienes en tu cuello, quién la hizo?
Anastasia, quien estaba en un estado tranquilo, se tocó el cuello; sin embargo, negó con la cabeza. No recordaba nada, para ella había sido una noche normal de sueño. Aquel día, en vez de ser un día feliz por su cumpleaños, los duques estaban aterrados porque la primera marca en forma de rosa había aparecido en su hija mayor, vaticinando pronto la muerte de ella como de sus otras hermanas.