En "Lazos de Fuego y Hielo", el príncipe Patrick, marcado por una trágica invalidez, y la sirvienta Amber, recién llegada al reino de Helvard junto a sus hermanos para escapar de un pasado tormentoso, se ven atrapados en una relación prohibida.
En un inicio, Patrick, frío y arrogante, le hace la vida imposible a Amber, pero conforme pasa el tiempo, entre los muros del castillo, surge una conexión inesperada.
Mientras Patrick lucha con su creciente obsesión y los celos hacia Amber, ella se debate entre su deber hacia su familia y los peligros que acarrea su amor por el príncipe.
Con un reino al borde del conflicto y un enemigo poderoso como Ethan acechando, la pareja de su hermana Jessica, enfrenta los desafíos de un amor que podría destruirlos a ambos o salvarlos.
(Historia basada en la época medieval)
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Capitulo 17
El aire frío del invierno se colaba por las paredes del castillo, y el pesado abrigo que llevaba ya no era suficiente para mantenerme caliente. Sentía el frío calando hasta mis huesos, pero algo más me afectaba.
Me sentía enferma, más débil de lo habitual. Mis movimientos eran torpes y mi cuerpo comenzaba a temblar a medida que el día avanzaba.
Patrick, sentado en su gran silla junto al fuego, notó de inmediato que algo no andaba bien. A pesar de su habitual arrogancia, había algo en su mirada, una preocupación que no se molestaba en ocultar.
—Estás temblando —dijo, su voz firme pero con un tinte de inquietud—. Ven aquí.
Me acerqué lentamente, sintiéndome mareada, pero cuando vi lo que pretendía, negué con la cabeza de inmediato.
—No debo, mi señor —respondí, mi tono seco, casi irritado.
Patrick frunció el ceño. Sabía que no aceptaría un no como respuesta.
—Te he dado una orden, Amber. Acuéstate aquí —dijo, señalando sus piernas. A pesar de su invalidez, el tono imperioso de su voz dejaba claro que no tenía intención de ser desobedecido.
—No es apropiado —le dije, queriendo mantener mi distancia, aunque el frío y el malestar me dificultaban pensar con claridad.
—Hazlo —insistió, su tono ahora más afilado—. No me hagas enojar.
Con una mezcla de enojo y resignación, finalmente me acerqué y, con movimientos torpes, me dejé caer sobre sus piernas. Mi cabeza reposaba sobre su regazo, y mi cuerpo se tensó al instante. No podía evitar sentirme incómoda, sabiendo lo que esto representaba. Patrick, sin embargo, parecía complacido.
—Eso está mejor —murmuró, sus dedos empezando a recorrer mi cabello de manera casi involuntaria.
El calor de su cuerpo contrastaba con el frío que sentía, y aunque no quería admitirlo, el contacto de sus manos sobre mi cabello, mis hombros y mi rostro me brindaba un extraño consuelo. Mis párpados comenzaron a cerrarse, pero aún estaba alerta.
Lo veía mirarme con esos ojos oscuros mientras su lobo, ese imponente animal que lo acompañaba a todas partes, entraba silenciosamente en la habitación y se acurrucaba cerca de la chimenea.
—Cuando era niño —comenzó a decir, con un tono más suave de lo que nunca había escuchado—, mi padre solía contarme historias. Algunas eran aburridas, otras, útiles. Recuerdo una vez que me dijo que un hombre solo vale por su determinación, no por su fuerza. Me dijo que podía perder mis piernas, mis brazos, pero si seguía luchando, seguiría siendo rey.
Sus palabras flotaban en el aire, y aunque parecían una lección para sí mismo más que para mí, no podía dejar de sentir cómo él mismo trataba de convencerse de algo más profundo.
Quizá era una confesión de su propia desesperación, una que escondía bajo esa máscara de orgullo y poder.
Después de un largo silencio, la incomodidad se apoderó de mí, y las palabras que habían estado atormentando mi mente desde que escuché la conversación entre él y su madre finalmente salieron de mi boca.
—¿Por qué no me dijiste lo de tus piernas? —pregunté, mi tono casi desafiante, aunque intentaba mantener mi voz serena.
Él se detuvo por un instante, sus dedos congelados sobre mi cabello, como si mis palabras lo hubieran golpeado con una fuerza inesperada.
Después de un momento, retiró su mano, y el calor de su cuerpo pareció desvanecerse con el cambio en su expresión.
—¿Cómo te atreves a reclamarme de esa manera? —su voz se llenó de rabia contenida, aunque seguía siendo baja.
Me incorporé ligeramente, aún recostada sobre él, pero ya no podía contener mis emociones.
Sentía la frustración brotar, más fuerte que el temor que me tenía sometida la mayor parte del tiempo.
—Es solo que... —comencé a decir, titubeando—. Si puedes volver a caminar, ya no me necesitarás. Y yo... —No supe cómo terminar la frase. El miedo a ser descartada, reemplazada, me atravesaba.
No quería admitirlo en voz alta, pero la verdad era que había una parte de mí que se había acostumbrado a esta vida a su lado, por más que lo odiara algunas veces.
—¿Eso es lo que piensas? —su tono se tornó áspero—. ¿Que solo te quiero aquí porque no puedo caminar? ¿Que eres una simple sirvienta para mí, un objeto para mi conveniencia?
Sentí un nudo en la garganta, incapaz de responder. Claro que lo pensaba, ¿cómo no hacerlo?
Siempre había sido una relación de poder y control, y sin embargo, en ese momento, sentí que había más de lo que él me dejaba ver.
Patrick me tomó del mentón, forzándome a mirarlo directamente a los ojos. Su mirada era intensa, llena de rabia y algo más que no lograba descifrar.
—No eres prescindible para mí, Amber. No te equivoques —su voz era firme, pero había un destello de vulnerabilidad en sus palabras—. Pero no vuelvas a hablarme así.
Solté un suspiro, asintiendo con la cabeza mientras intentaba contener la tormenta de pensamientos en mi mente.
Había cruzado una línea peligrosa, lo sabía, pero había algo en él que me decía que, a pesar de todo, no me dejaría ir tan fácilmente.
El frío seguía calándome los huesos, pero el calor del cuerpo de Patrick, a pesar de todo, me había dado un respiro momentáneo. Casi me quedé dormida sobre sus piernas, pero algo en mi interior me despertó.
Quizá fue la culpa o el constante murmullo en mi mente de que debía hacer mis tareas, o quizás el malestar que sentía por la situación con Jessica. Me incorporé lentamente y, tratando de no cruzar miradas con él, me levanté para continuar con las tareas del día.
Patrick me observaba en silencio, sus ojos siguiéndome con una intensidad que me hacía sentir expuesta.
Podía notar el cambio en su semblante, el endurecimiento de sus facciones que no era precisamente de enojo, sino de algo más, algo que me hacía sentir incómoda pero, de alguna manera, también atraída.
Era como si cada vez que él me miraba, lograba invadir mis pensamientos, haciéndome dudar de todo lo que creía.
Mientras barría el suelo y recogía algunas de las cosas esparcidas por la habitación, podía sentir su mirada clavada en mí. Sabía lo que estaba pensando, lo había visto antes.
Ese Patrick arrogante y mandón parecía enamorarse más de mí cada vez que me ignoraba o me ocupaba de mis tareas como si él no existiera.
—¿A dónde crees que vas? —su voz rompió el silencio cuando me acerqué a la puerta, lista para retirarme.
Me volví hacia él, evitando sus ojos y tratando de mantener la compostura—. Debo irme, mi señor. Necesito ver a mi hermana esta noche.
—No —respondió, con ese tono seco y autoritario que tanto detestaba—. Quiero que te quedes.
Sentí un nudo en el estómago. No era la primera vez que me pedía, o más bien, me ordenaba que me quedara a su lado sin importar mis propios deseos o necesidades.
Y en otras ocasiones, había cedido. Pero esta vez no podía, no cuando Jessica estaba sola en casa, vulnerable, después de lo que había pasado con David y Ethan.
—No puedo quedarme esta noche, mi señor. Debo estar con mi familia —insistí, mi tono firme aunque lleno de respeto.
Él frunció el ceño, claramente frustrado. Estaba acostumbrado a que todos acataran sus órdenes sin cuestionarlas, y sabía que esto no sería diferente.
—¿Qué sucede con tu familia que es más importante que estar aquí? —preguntó con curiosidad, aunque su voz llevaba un matiz de reproche.
—No puedo decirle, mi señor —respondí, tratando de esquivar la conversación. No quería hablar de mis problemas familiares, no quería mostrarle esa parte vulnerable de mi vida, no cuando él ya controlaba tanto.
—Amber —dijo con un tono más severo—. No te lo estoy pidiendo. Quiero que te quedes.
Mi corazón se aceleró, pero sabía que no podía quedarme esta vez. No importaba cuánto me suplicara o me ordenara, mi familia necesitaba de mí, y yo no podía ser su prisionera esta noche.
—Lo siento, mi señor —dije, bajando la cabeza en señal de respeto—, pero debo irme.
Patrick me miró en silencio durante unos largos segundos, y pude notar la mezcla de emociones en su rostro. Estaba claramente molesto, casi herido, porque me negaba a obedecerlo.
No estaba acostumbrado a que alguien lo rechazara, y mucho menos alguien tan cercano como yo. Su mirada se oscureció, pero no hizo ningún movimiento para detenerme.
Con un suspiro aliviado, me giré y salí de la habitación, sintiendo el peso de su mirada en mi espalda hasta que la puerta se cerró detrás de mí.
Mientras caminaba hacia mi casa, el viento frío soplaba con más fuerza, pero en mi pecho algo cálido se mantenía latente.
Sabía que lo había desobedecido, y eso podía traerme problemas, pero esta noche no podía permitirme quedarme en el castillo.