En mi vida pasada, mi nombre era sinónimo de vanidad y egoísmo. Fui un error para la corona, una arrogante que se ganó el odio de cada habitante de mi reino.
A los quince años, mi destino se selló con un compromiso político: la promesa de un matrimonio con el Príncipe Esteban del reino vecino, un pacto forzado para unir tierras y coronas. Él, sin embargo, ya había entregado su corazón a una joven del pueblo, una relación que sus padres se negaron a aceptar, condenándolo a un enlace conmigo.
Viví cinco años más bajo la sombra de ese odio. Cinco años hasta que mi vida llegó a su brutal final.
Fui sentenciada, y cuando me enviaron "al otro mundo", resultó ser una descripción terriblemente literal.
Ahora, mi alma ha sido transplantada. Desperté en el cuerpo de una tonta incapaz de defenderse de los maltratos de su propia familia. No tengo fácil este nuevo comienzo, pero hay una cosa que sí tengo clara: no importa el cuerpo ni la vida que me haya tocado, conseguiré que todos me odien.
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La tregua
Punto de vista de Dante
Había pasado una hora en mi gimnasio, no entrenando, sino intentando desentrañar la trampa de 'Nido del Halcón'. No funcionó. Mi mente regresaba constantemente a la oficina y a la mujer que había encontrado un fantasma donde mis hombres solo vieron números.
Espere a Katerine en el Hall, me sentía nervioso como si fuera la primera vez que saliera con una mujer. Aunque ella era la mujer que amaba.
La vi bajar las escaleras, lucia realmente asombrosa con ese vestido azul, ella era un ángel atrapado en el cuerpo de un demonio, pero sus dos facetas me encantaban, me volvía loco.
La idea de la gala era un reflejo de mi viejo yo: dominar a través del espectáculo. Pero la mención de Esteban y la absoluta falta de miedo en sus ojos habían cambiado mis prioridades. Necesitaba ver a Katerine sin armadura, no para hacerla vulnerable, sino para entender la profundidad de su amenaza. La cité en la terraza. Un espacio íntimo, sin testigos ni periodistas. La estrategia aquí era la intimidad.
Cuando Katerine bajó, no llevaba los colores de guerra. Su vestido, simple y azul, revelaba una elegancia que no necesitaba del dinero de la Abuela. Era el atuendo de alguien que no sentía la necesidad de impresionar, y eso, irónicamente, era lo más impresionante de todo.
—¿Sin gala? —preguntó.
—Ya establecimos el dominio de tu mente. Esta noche, vamos a explorar si tienes algo más que cálculos, Katerine —respondí, guiándola hacia el ascensor. Quería ver su alma.
El ascensor nos llevó no a la calle, sino a la terraza privada del ático. La mansión de cristal estaba coronada por un jardín suspendido, y en el centro, había una mesa puesta solo para dos. La ciudad centelleaba bajo nosotros, pero el ruido era absorbido por el silencio protector de las alturas.
La cena no fue lujosa, sino perfectamente preparada: cocina sencilla y vino exquisito.
En la terraza, bajo las estrellas, la conversación fluyó con una extraña facilidad. Ella habló de la predictibilidad como debilidad, y yo hablé de la fama como una jaula. Éramos dos almas reconocidas en la soledad de la cima.
Y entonces, sucedió. Mientras hablábamos de algo trivial, ella se rió.
La risa fue corta y clara. No era el sonido de la Katerine asustada del callejón, ni la estratega gélida. Era el sonido de una mujer que se permitía ser genuina. El shock me recorrió. Era la primera vez que la escuchaba. Mi corazón, que yo creía de acero inoxidable, dio un salto. Ella no era solo mi mejor adquisición; era una persona que yo estaba redescubriendo.
Cuando la cena terminó, la llevé al borde de la terraza. La ciudad, mi ciudad, se sentía pequeña bajo la inmensidad de lo que estábamos construyendo.
—No quiero treguas —dije, sintiendo la verdad de mis palabras quemarme la garganta—. Quiero construir un mundo contigo donde la guerra sea externa, y aquí, entre nosotros, solo haya la verdad desnuda de la ambición y la pasión.
Mis manos la tomaron. El beso fue diferente a los del yate. En el yate, fue una afirmación de propiedad. Aquí, era una exploración. Le estaba pidiendo permiso para entrar a su mente de la misma manera que ella acababa de entrar a la mía. Sentir su respuesta, la rendición momentánea de su voluntad, fue más potente que cualquier victoria financiera.
No es posesión, me confesé en ese momento de intimidad perfecta. Es amor. Un amor retorcido, sí, basado en el peligro y la ambición, pero amor al fin. Y es el más peligroso de todos mis posiciones.
Punto de vista de Katerine
Me tomó en sus brazos. El beso no fue forzado ni dominante, sino una exploración paciente. No era el general reclamando, sino el hombre pidiendo permiso para entrar en el espacio que le había sido negado. Y yo, por primera vez, no encontré la fuerza para negárselo. En ese momento de honestidad suspendida, me di cuenta de que mi corazón, congelado por la guillotina, estaba empezando a latir por el hombre que me había dado la oportunidad de vengarme.
El beso se prolongó, profundo y definitivo. Ya no era la batalla por el dominio de la semana pasada, sino una rendición mutua ante una verdad inevitable: la estrategia se había enamorado de la ambición.
Punto de vista de Dante
La tomé de la mano y la guié fuera de la terraza, de vuelta al interior de la mansión. No fuimos a mi suite principal; la llevé directamente a la que ella había reclamado como suya: la oficina y dormitorio del ala de invitados. Quería dejar claro que, aunque había ganado la batalla por el espacio, había perdido la guerra por la distancia.
Una vez dentro, cerré la puerta con suavidad. Katerine se giró hacia mí, sus ojos todavía brillantes por la luz de la ciudad. Su armadura estaba caída, reemplazada por una vulnerabilidad que me resultó infinitamente más atractiva que su fachada de hielo.
—No intenté controlarte esta noche —dije, acercándome y acariciando el borde de su vestido—. Solo quise entender por qué eres el único ser vivo que me hace sentir que el riesgo vale la pena.
—Y ¿qué concluiste, Viteri? —preguntó ella, la voz apenas un susurro.
Sonreí, una expresión que rara vez mostraba.
—Que la guerra entre nosotros debe terminar. No porque debas obedecerme, sino porque eres demasiado valiosa para que malgastemos energía luchando por una almohada. Somos socios, Katerine. En la venganza, en el dominio y en todo lo demás. Lo que es mío, es tuyo. Y lo que es tuyo, es mío.
La llevé a la cama, y la noche se fundió en la confirmación silenciosa de esa sociedad total. La pasión no fue la posesión de la noche de bodas, sino la comunión de dos mentes peligrosas que, finalmente, habían encontrado un santuario y dos almas que habían encontrado un refugio la una en la otra.