Giiuseppa Lo Vasto fue una leyenda en el mundo del crimen: elegante, letal, y temida hasta por los más poderosos. Sabe de moda, de seducción y de poder. Gobernó su cartel con inteligencia y mano de hierro… pero, al final, todo ese imperio se sintió vacío. Cansada de tanta sangre y traición, decide poner fin a su vida con una sola bala, preguntándose en sus últimos segundos qué habría sido de ella si hubiera elegido otro camino.
Despierta en un nuevo cuerpo. El de Aurora Rossetti una millonaria joven de 21 años, insegura, manipulada por su supuesta mejor amiga, y destruida emocionalmente por una traición que la llevó al suicidio. Ahora Giiuseppa tiene una nueva vida, una nueva cara, y una nueva misión: reconstruir a Aurora desde las cenizas, cobrar venganza en nombre de la joven que no pudo defenderse... y vivir, por fin, con dignidad.
Pero su pasado oscuro, su astucia afilada y su instinto de supervivencia no desaparecen. Esta vez, renacerá para hacer las cosas bien.
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Ira
—Estás loco, Luca... —Aurora habla muy seria, mirándolo de reojo. Él se ve relajado: tiene una mano en el volante y la otra descansa en la pierna de la joven.
—No estoy loco, preciosa. Ese idiota está desquiciado —le regala una mirada intensa y una sonrisa ladeada decora su esculpido rostro—. No tengo idea de por qué no eres su prometida, pero ahora que estoy yo, no tiene oportunidad.
A ella le encanta cómo es él, su seguridad y esa arruga a un lado de sus labios.
El auto se detiene frente a la mansión, y ella sufre el vacío cuando él suelta su mano para abrirle la puerta.
—Llegamos, cariño. Espero que nuestra cita de hoy se repita. —El corazón le palpita con rapidez, sus manos comienzan a sudar un poco, y la situación empeora cuando él se acerca, intercalando su mirada entre sus ojos y labios.
—Eh... buenas noches —pronuncia como puede, pero él no le da oportunidad de alejarse y junta sus labios con los de ella. Un suspiro se hace eco entre ambos mientras una pelea de labios y lenguas se presenta en sus bocas.
Aurora no razona cada vez que él la besa; cada pensamiento calculado pierde solidez cuando siente sus suaves y hábiles labios.
—Descansa, preciosa. —Sus ojos se intensifican cada vez que la observa.
—Cuántos besos llevas y aún no somos nada... por favor, te voy a pedir —Luca sonríe y la vuelve a besar, esta vez casi le roba el aire.
—¿Otro beso? Todos los que quieras, preciosa. —La sonrisa en el rostro de ella no se borra, y le sorprende el hecho de que su lengua viperina se calme cuando él está cerca.
—Luca... —El hombre niega con la cabeza.
—Te lo dije: somos un final inevitable. —Se aleja de ella, pero se voltea una última vez. Se ve hermoso a contraluz y su piel, ligeramente bronceada, reluce.
—Ah, recuerda a tu nuevo guardaespaldas. Y tranquila, casi no lo notarás. —Ella cruza los brazos, y esa arruga en su nariz, más el pequeño puchero que hace de manera inconsciente, lo hacen regresarse y caminar hasta ella.
—Me encanta que te molestes, te ves hermosa —le besa la nariz.
—Es ridículo un guardaespaldas dentro de la empresa. Además, me gustan los hombres de traje, por si acaso —levanta una ceja con malicia, y él endurece sus facciones.
—Tal vez pueda matarlo si se pasa de listo. —La carcajada que abandona la boca de ella lo hace fruncir aún más el ceño.
—Aurora, no... Suelo ser algo drástico. —Sus ojos brillan con algo malicioso.
—Yo diría que ya lo sé. Vas demasiado rápido. En mis tiempos eran dos años de manos sudadas. —Él la observa con las cejas juntas y ella sonríe nerviosa.
—Bueno, mis padres son conservadores —se justifica, y Luca asiente.
—Nos vemos. Me encantaría hablar con tu padre de esto. —Aquellas palabras la ponen nerviosa, y es que, en su anterior vida, un hombre del clan contrario se acercó a ella solo por lo que representaba. Eso la marcó. No quiere repetir los mismos errores.
—Luca... —Toma ambas mejillas y su mirada se oscurece—. Aunque lo parezca, no soy ingenua, y si esto es una trampa por quien soy, no te gustarán las consecuencias. —Su tono es severo y serio.
—Aurora, no soy un niño y sé lo que quiero: a ti. —Le besa los labios de manera demandante.
—No necesito de tretas para triunfar, y a ti te quiero para reina, no para peón. —Roza sus narices y su aliento fresco la derrite. Ella cierra los ojos y sonríe de nuevo.
—Ya me voy adentro. —Él asiente, le pide las llaves de su auto y se aleja mientras la observa. No tiene idea de por qué actúa así con ella, pero tiene la sensación de que ella puede desaparecer en cualquier momento.
Aurora entra a su mansión suspirando como adolescente y se encuentra con uno de sus empleados. Este la mira bajando la cabeza.
—Estoy feliz, ¿sabes?, pero también confundida. ¿Te tomas un jugo conmigo? —El hombre se sorprende. Esto no es normal en ella, al menos no lo era.
—Claro, señorita. La acompaño. —Aurora niega con la cabeza y se cruza de brazos.
—Aurora, sí. Deja el formalismo. —Camina hasta la cocina y el joven la sigue.
Mientras Aurora se aleja, suspirando como adolescente enamorada, en el piso más alto de la empresa, Massimo sostiene un vaso de whisky sin tocar, con la mandíbula apretada y los ojos fijos en el ventanal.
—No puedo creerlo —murmura, como si sus propias palabras pudieran calmar la ira que le hierve por dentro.
A sus espaldas, su asistente personal espera instrucciones en silencio, percibiendo claramente que no es el mejor momento para hablar. Massimo da media vuelta de forma abrupta y se acerca al escritorio.
—¿Dónde está ella ahora? —pregunta con voz grave.
—La señorita Aurora acaba de llegar a la mansión, señor. Hace quince minutos —informa el asistente, evitando su mirada.
El hombre bufa, apretando los puños con rabia acumulada. No son solo celos. Es humillación.
—¿Y él? ¿También fue con ella?
—La acompañó, sí. La dejó en la puerta —dice el asistente con cautela—. Luego se marchó.
Massimo golpea el escritorio con la palma abierta, haciendo temblar los papeles que tiene frente a él.
—¡Maldita sea! —suelta, perdiendo la compostura por unos segundos—. ¡¿Cómo puede siquiera pensar en tocar lo que es mío?!
El silencio es la única respuesta que recibe. Está iracundo. Ese idiota no puede ganarle en esto también.
—Quiero todos los movimientos de Grimaldi vigilados. Quiero saber con quién se reúne, a dónde va, qué desayuna si hace falta —grita al fin, su tono ahora más bajo, pero más letal.
—Sí, señor.
—Y sobre todo —añade, girándose nuevamente hacia el ventanal—, quiero que Aurora no se entere. Aún no. No quiero que piense que estoy demente.
Miente. Claro que lo está. Aurora es mucho más que una heredera o una promesa del futuro para la compañía. Para él, siempre lo ha sido todo, y por idiota la perdió. Y ahora ve cómo se le escapa de las manos.
El recuerdo de su conversación más reciente con ella lo golpea como un puñetazo: la frialdad en sus respuestas, esa sonrisa esquiva que ahora solo le dedica a él. Le duele más de lo que está dispuesto a admitir.
Massimo se sirve otro trago y esta vez lo bebe de un solo sorbo. Luego, toma su teléfono y marca un número que conoce de memoria.
—Muévete —dice en cuanto responden—. Necesito información sobre Luca Grimaldi y sobre Sabrina. Necesito saber si está embarazada y cuánto tiempo tiene. Todo. Ya.
Cuelga sin esperar respuesta y se queda solo en su oficina, rodeado por el reflejo de la ciudad nocturna. Por primera vez, comprende que la ha perdido, y que esa pérdida va más allá del orgullo.
Pero si Luca piensa que puede arrebatársela sin consecuencias, está muy equivocado.
Hablando de otro tema, pienso que Aurora no debería contarle a los papás quien es ella en realidad, para que causarles ese dolor? tal vez a Luca, ya que él no conoció a la verdadera Aurora y no sufriría esa perdida. 🧐🤔🇨🇴
hay que hacerlos sufrir a todos