Décimo libro de saga colores.
Después de su tormentoso matrimonio, el Rey Adrian tendrá una nueva prometida, lo que no espera es que la mujer que se le fue impuesta tendrá una apariencia similar a su difunta esposa, un ser que después de la muerte lo sigue torturando. 
¿Podrá el rey superar las heridas y lidiar con su prometida? Descúbrelo en la tan espera historia.
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19. Los labios anhelantes del rey
...FREYA:...
Nunca observé aquellos espectáculos y trucos, era como si un mundo mágico estuviese abierto aquella noche, la emoción a ver al hombre sacar un ramo de la nada, al ver a los otros saltar unos sobre otros, colgarse en telas, bailar y lanzar llamas, me sentía como un sueño.
Los fuegos artificiales resultaron ser los más increíbles, mi vista se alimentó de cada cosa nueva, mi gusto se maravilló por las cosas que saboreé.
Era un sueño, un sueño del que no quería despertar y todo tenía que completarse con el rey entrando a mis aposentos.
Tratando de besarme a pesar de mi molestia.
Lloraba por tanto, pero más por la insoportable sensación de caer en el castigo que yo misma apliqué. No me gustaba nada tener que ignorar al rey, lo odiaba por hacerme tan dependiente a sus atenciones y cuando se cansó de ello, no pude contenerme, incluso cuando bailaba con ese extraño y él sacó a bailar a otra mujer, me sentí mal.
Lo odiaba tanto.
Me quedé quieta, contra su cuerpo, atrapada por su agarre firme.
A pesar de que acercó su boca, desvié mi rostro, no se merecía un beso.
No sabía que tipos de sensaciones eran aquellas, en mi pecho y en mi cuerpo.
Eran demasiadas emociones en una noche, así que era mejor no aumentarlas.
Eso creí.
Sentí su nariz respirando en mi cuello, rozando y sentí una ola de calor.
Olfateó más, sin soltarme, me sostuvo de la nuca y mis vellos se erizaron, al sentir sus labios en la piel sensible, luego sus dientes.
La sensación aumentó.
Recorrió con besos hasta mi barbilla.
El rey se sentía tan cálido, tan fuerte, tan alto.
Dejé que sus labios se posaran en los míos.
Chupó y me estremecí, temblando.
Cerré mis ojos.
La boca de hombre nunca me atrajo o mejor dicho, la boca que no fuera la del rey.
Se sentía tan carnosa, tan cálida, tan suave.
Me quedé quieta mientras exploraba, llenando de más sensaciones mi cuerpo.
Perdí mi aliento ante el asalto de sus labios, que abrieron los míos para profundizar sus movimientos.
Me aferré a sus brazos, mientras le dejaba hacerlo.
Mis piernas temblaban y una calidez se acumuló entre ellas, algo que nunca sentí.
Deslizó su boca con profundidad y lentitud.
Se separó y un poco, respiré agitado.
Él parecía igual de abrumado.
Deslizó su mano por mi cuello después de abrir los ojos, me observó mientras su respiración se mantenía pesada.
Trazó su pulgar por mis labios y sentí un vuelco debajo de mi vientre.
Me atreví a posar mis manos en su pecho, mientras temblaba más.
— Pensé... que no habría... besos en nuestro matrimonio — Mi voz salió débil.
— Yo tampoco... — Su voz estaba muy gutural— Pero, hay cosas que no se planean.
— ¿Qué significa este arrebato?
Me robó otro beso, no pude responder, me besó muy a prisa, tanto que no podía respirar.
Tomé aire.
— Por favor... Espere... antes...
— No hable.
Me abrazó de una forma extraña, respiraba cada vez más agitado, no comprendía, enterró sus manos en mi espalda y respiró en mi cuello, gruñendo.
La dureza se encajó en mi abdomen.
No pude luchar cuando me empujó hacia la cama.
Caí sobre las mantas y cojines.
El rey estaba sobre mí.
Sentí un poco de miedo, el corazón me latía rápido cuando volvió a besarme.
Coloqué las manos en su pecho, tratando de mantener la distancia.
Su lengua me provocó un escalofrío cuando rozó el interior de mi boca.
Lamió mis labios y los mordió con suavidad.
Junté mis piernas ante la sensación extraña.
— Señor...
Besó mi cuello y me sentí más agitada.
Algo duro me presionaba el vientre.
— Déjame tocar — Susurró contra mi piel — Lo necesito.
— Acordamos... que no habría consumación... — Alcancé a decir mientras permanecía suspendido sobre mí, besando mi cuello.
— Podemos renovar los acuerdos.
— No... Majestad... Yo...
Me tomó de la mandíbula y me observó.
— Usted lo quería, ahora yo lo quiero.
— No... No es que lo quisiera... Son partes de mis deberes como... Esposa... Solo lo dije por el deber — Tartamudeé más.
— A mí no me engaña.
— No es un engaño, solo trataba de cumplir con mi deber... Ahora, no me parece adecuado que cambiemos las cosas — Dije, apoyando las manos de las mantas.
— ¿Por qué no? Soy el rey, puedo cambiar lo que desee.
— No querrá si le pido que me deje gobernar — Gruñí y se apartó un poco, respirando profundamente.
— Si no lo deseo, no lo haré.
— Entonces yo no le daré mi virtud — Gruñí, tomando valor y se quedó apoyando sus manos a ambos lados de mi cabeza, la bata se le abrió un poco, revelando su pecho tallado y bronceado.
— ¿Me está chantajeando?
— No tiene sentido esto... ¿Por qué de pronto viene aquí y me besa? — Exigí, tratando de levantarme, pero él seguía sobre mí.
Se separó, quedándose arrodillado.
— Me gusta... No tiene que haber otra razón.
Me sonrojé mientras me elevaba para sentarme frente a él.
— A mí no...
— ¿Qué? — Se tensó.
— Lo odio, no soporto sus cambios de humor.
— ¿Por qué lloraba? — Arqueó las cejas.
— No importa ya.
Observó mis piernas desnudas y pálidas.
— Vine porque odio que me ignore — Dijo, tocando mi rodilla de forma sutil.
Trazó su pulgar hacia arriba y me tensé.
Tocó mi muslo, con cuidado, mi respiración volvió a cortarse mientras él cerraba la distancia, abrí mis piernas mientras la mano seguía avanzando hacia arriba.
Necesitaba algo, justo en medio de mis muslos, se aferraba más con cada caricia, su mano trazó mientras volvía a besarme.
Traté de besarlo, sosteniendo sus labios con torpeza, con lentitud.
El rey tocó más arriba, muy cerca de esa inquietud.
Se me agitó la respiración.
Él se detuvo y me evaluó.
— ¿Por qué se siente tan cálido? Puedo sentir el calor — Tocó mi mejilla.
— ¿A qué se refiere?
Aclaró su garganta, su mano seguía apoyada en la parte interna de mi muslo, su pulgar rozó una parte sensible, me estremecí y cerré las piernas.
— Lo siento... No quise — Parecía avergonzado.
— No... Es que... Es sensible... Se siente raro — Jadeé.
— ¿Qué siente? — Preguntó.
— Calor y dolor.
— ¿Dolor? — Parecía confundido.
— No es molesto, pero está ahí, es como algo que crece y crece en mí — Dije, nuestros rostros seguían tan cerca, extrañamente no me sentía incómoda, pero si estaba nerviosa.
— ¿Aquí?
Si pulgar rozó por encima de mi calzón, en medio.
Se me escapó un gemido ante el hormigueo que me recorrió, la sensación se disparó rápidamente.
Él alejó su mano al ver mi reacción.
— ¿Quiere qué siga?
No podía responder, tenía miedo y vergüenza.
Me ardían las mejillas.
El rey me observó con intensidad, su pecho subía y bajaba con respiraciones pesadas.
Quería tocarlo, elevé mi mano, pero la detuvo, tomando mi muñeca.
— Es tarde, no se preocupe, es demasiado para una noche — Dijo y asentí con la cabeza.
Mi cuerpo temblaba y se erizaba, pero era tarde y era demasiado para digerir.
— Voy a dormir — Susurré, bajando la mirada.
Tomó mi barbilla y lo observé.
— No se preocupe, no seré el de antes mañana, seré el hombre de éste momento.
Me estremecí — Oh...
¿Se refería a que continuaría?
— Quiero seguir con esto — Besó mis labios nuevamente, dando un toque suave — Me encantó probar su boca y comprobar que ese color rojizo es natural.
Se levantó de la cama y quise sentir más de él.
No quería quedarme sola, pero le dejé marcharse, solo porque estaba demasiado aturdida por las sensaciones.
Aunque la última sonrisa que me dedicó el rey antes de salir de los aposentos, me dejó suspirando.
Toqué mi boca, sin poder creer que recibí mi primer beso, algo que solo pude leer a duras penas en los libros.
Pero, eso fue más que un beso.
Mi cuerpo se sentía muy inquieto.
Me dejé caer sobre las mantas, suspirando, estaba tan alterada que no podía dormir.
...****************...
Fui al comedor a la mañana siguiente, me sentía muy nerviosa, mis manos sudaban.
No podía dejar de pensar en el rey, en sus besos y caricias. Su presencia masculina me alteraba y ahora más.
Tragué con fuerza.
No quería ser una torpe y tartamuda frente a él.
Llevaba otro de mis vestidos negros, aunque quisiera dejarlos no podía, tenía un luto que cumplir y no había un evento al que asistir.
Entré en el comedor.
El rey estaba solo y mi corazón se aceleró.
Se levantó de su asiento.
— Buenos días, majestad — Dije, desviando mi mirada a la mesa.
Solo había dos lugares preparados.
Pidió privacidad.
Mis mejillas ardían.
No sabía si era por nuestro acercamiento, pero verlo con su traje color azul, el pañuelo en el cuello y sus botas negras pulcras. Me hacían sentir inquieta y con una pesadez en mi interior, sinceramente no tenía hambre.
— Buenas días, Freya, siéntese, por favor — Apartó una silla cercana a la de él.
Me aproximé y acercó el asiento.
Me senté y el rey tomó su lugar.
— ¿Quiere té? — Preguntó y asentí con la cabeza.
Me sirvió un poco con la tetera.
— Gracias.
Bebí un poco, sintiendo su mirada.
— ¿Cómo durmió?
Lo observé.
— Bien...
— Yo no pude dormir.
— No se le nota, luce fresco — Dije, dejando la taza sobre el platillo y se rió.
— Me halaga, pero a mi edad es cuestionable.
— ¿Su edad? — No comprendí.
— No me haga decirla.
— Yo le dije la mía — Le di una expresión despreocupada.
Inclinó su cabeza a un lado.
— Ya era un hombre cuando usted estaba naciendo.
— ¿Ya se había casado? — Pregunté y negó con la cabeza.
— Vivía en Hilaria.
— Debió ser un príncipe ejemplar.
— No precisamente — Se tensó.
— ¿Por qué?
— Era inmaduro — Cortó, suspirando.
Tomé una tostada y le coloqué esa exquisitez llamada mermelada.
Mordí y me lamí los labios.
El rey observó mi boca y dejé la tostada en el plato.
Extendió su mano y tocó mis dedos.
— ¿Por qué está tan nerviosa?
— Por nada — Alejé mi mano, llevándola por debajo de la mesa, a mi regazo.
Elevó una comisura.
Mordí mis labios.
— ¿Quiere qué la bese?
— Oiga... Esos asuntos no son para ventilar en el desayuno...
Se rió — Estamos solos — Tomó su tostada y le dió un mordisco.
— Es igual... Es de día...
— ¿Y eso qué importa?
— Importa... Mucho...
— La gente no necesita horarios para esas cosas, tampoco los reyes — Resopló.
— ¿No hay decoro?
— Si lo hay, pero cuando hay privacidad, no es necesario ser tan pudoroso.
— No me parece — Me indigné.
— Somos pareja.
— ¿Lo somos? — Fruncí los labios — Se supone que no lo seríamos, ni siquiera soy una reina de verdad... Sabe que, fue un error que usted me besara anoche.
Se levantó un poco, pero no para marcharse.
Acercó la silla hasta dejarla muy pegada a mí y se sentó.
— ¿Qué hace? — Me tensé.
Tomó mi mandíbula y me besó, asaltando mis labios con rapidez.
No podía seguirle el ritmo, no podía respirar.
Su lengua se sumergió dentro de mi boca, rozando la mía y mi cuerpo volvió a alterarse.
Lo empujé un poco, jadeando.
— ¿Qué rayos le pasa? ¿Cómo se le ocurre hacer eso? — Demandé.
— Somos pareja.
— No le da derecho — Enterré las manos en la falda de mi vestido.
— Me dió al derecho al corresponder a mis besos — Dijo, su expresión era intensa, apoyando su brazo del borde del espaldar de mi silla.
— No... Pensé que eso se podría dejar para los aposentos...
— Es lo que deseo.
Tragué con fuerza.
— Eso no significa que le daré mi virtud.
— Empiezo a necesitar más y más de usted — Confesó cerca de mi oído, me recorrió un escalofrío — Casi al punto de perder el control.
— No diga esas cosas...
— Se que es inocente y descuide, no voy aprovecharme de usted... Pero, la deseo mucho... Con cada parte de mi ser... Y llevaba tiempo cuestionando esto...
— ¿Por qué? — Lo observé, temblando ante sus palabras.
— Eso no importa.
— ¿Es por qué me parezco a ella?
Me pregunté como era su relación con su anterior esposa, tal vez la deseaba y amaba. Pensar en que se acercaba a mí solo porque le recordaba a ella me hacía sentir desdichada.
Su primera reacción al verme no podía ser de un hombre que extrañaba a su esposa, al contrario, me quería atacar como si la odiara profundamente.
— Entre otras razones — No desmintió que no quería besarme ni tocarme por el parecido que yo tenía con esa reina.
Me tensé, quería saber más de su historia con esa mujer.
Suspiré.
— Solo cumplí con mi deber.
— Ya me quedó claro que no se parece en nada a ella — Tocó un mechón de mi cabello — Jamás me provocó tocarla, ni poseerla.
Volvió a besarme y mis piernas se tensaron debajo de la mesa.
Yo también lo deseaba y eso podría ser mi ruina.
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