Ava Becker nunca imaginó que cumplir su sueño de ser modelo la llevaría a un mundo de luces y sombras. Dulce, hermosa y con una figura curvy que desafía los cánones de la moda, logró convertirse en la musa de Aurora Lobo, la diseñadora más influyente de Italia. Sin embargo, detrás de las pasarelas y los reflectores, Ava sigue luchando contra sus inseguridades y el eco de las voces que siempre le dijeron que no era suficiente.
Massimo Di Matteo, miembro de la mafia italiana, jamás creyó en el amor a primera vista. Rodeado de mujeres perfectamente delgadas y dispuestas a todo por tenerlo, su vida parecía marcada por el poder, el control y el deseo superficial. Hasta que la ve a ella. Una mirada basta para romper todos sus estándares y derrumbar cada una de sus certezas: Ava no es como las demás… y justamente por eso, la quiere para sí.
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Deseo volver a verlo.
Ava Becker 💖
El día de la fiesta de cumpleaños de mi madre ha llegado, y aunque no suelo emocionarme demasiado por los eventos sociales, esta vez siento algo distinto. Tal vez es porque la he visto sonreír con ilusión al prepararse, después de tantos años de dolor por la muerte de papá. Tal vez es porque Aurora y yo hemos trabajado juntas estas últimas semanas, y esa complicidad inesperada me hace sentir más ligera.
El amplio salón de la mansión Becker está adornado con un lujo impecable. Candelabros de cristal iluminan las mesas, las flores blancas y rojas llenan cada rincón con un aroma fresco, y la música de cuerdas suena suave, elegante. Todo grita poder y riqueza, como corresponde a nuestra familia, pero esta noche tiene un brillo distinto: no es solo una reunión mafiosa, es el renacer de mi madre.
Aurora ha diseñado un vestido exclusivo para ella, un tono esmeralda profundo que contrasta con su piel clara y resalta su porte incluso sentada en esa maldita silla de ruedas que la acompaña desde hace años. Cuando la veo en él, con una sonrisa que no mostraba desde hacía mucho, siento un nudo en la garganta.
—Estás hermosa, mamá —le digo, inclinándome para besarle la mejilla.
Ella me aprieta la mano. —Hoy quiero celebrar, Ava. No quiero lágrimas. Solo risas.
Los invitados comienzan a llegar. Figuras importantes de la organización, aliados, amigos de la familia… mafiosos de toda Europa que conocen el peso del apellido Becker. Los meseros van y vienen, bandejas en alto, sirviendo copas de vino, champán y pequeños aperitivos. El murmullo de las conversaciones se mezcla con las risas y la música.
Entonces llega el momento que tanto esperaba.
La música cambia, y desde lo alto de la escalera veo a Aurora y Jazmín descender a la par conmigo. Es un cuadro digno de una pintura. Aurora luce deslumbrante con un vestido diseñado por ella misma, sensual y elegante a la vez; Jazmín, con su porte mediterráneo, irradia seguridad y fuego; yo llevo un vestido de seda azul profundo que abraza mis curvas con sutileza, diseñado también por Aurora, que insiste en que debo aprender a amar mi cuerpo tal como es.
La atención de los invitados se centra en nosotras, puedo sentir sus miradas. Una oleada de orgullo me recorre porque Aurora no solo es mi jefa, se ha convertido en alguien con quien puedo confiar, hablar, compartir. Al trabajar juntas en la casa de moda, aprendí que detrás de esa apariencia fuerte y segura, ella también tiene cicatrices.
—¡Aurora! ¡Jazmín! ¡Ava! —la voz emocionada de mamá retumba en el salón, levantando su copa para recibirnos.
Bajamos juntas. Jazmín, con esa energía suya tan contagiosa, la felicita.
—¡Gracias, Sabine, felicidades nuevamente!
—Estamos listas para celebrar —añado yo, inclinándome para abrazar a mamá.
Los invitados murmuran, halagan los vestidos, elogian la belleza de mi madre. Algunos incluso se atreven a acercarse a Aurora con más descaro de lo normal. Escucho comentarios a media voz: “qué mujer”, “una diseñadora única”, “cómo resalta su figura”. Y sí, Aurora es hermosa, no puedo negarlo, y noto la forma en que Bastian la mira de vez en cuando, creyendo que nadie lo nota. Yo sí. Y, sinceramente, me gustaría que se diera una oportunidad con ella. Ambos se atraen, aunque él sea un hombre hermético, frío y demasiado centrado en sus deberes.
La fiesta sigue avanzando, y de repente la puerta principal se abre. Una mujer entra, atrayendo las miradas como un imán. Su cabello castaño claro cae en ondas suaves, sus ojos verdes brillan bajo la luz, y el vestido negro que lleva resalta su figura delgada con una elegancia estudiada.
—¿Quién es? —pregunta Aurora en voz baja.
Yo la observo, y la incomodidad me golpea al instante.
—Ella es Erika Klein —respondo con un tono seco—. Era la mejor amiga de Isabella… la prometida de Bastian.
Aurora arquea una ceja. —¿Y?
Suspiro, intentando que mi voz no suene tan ácida.
—Nunca me cayó bien. Siempre sentí que miraba a Bastian de una manera… indebida.
Y lo confirmo al instante: Erika se acerca a él, lo abraza con excesiva familiaridad, le da un beso en cada mejilla, y su sonrisa es demasiado amplia. Un escalofrío me recorre. Aurora frunce el ceño, y yo le susurro:
—No te preocupes. Bastian es leal, y jamás se fijaría en la mejor amiga de su prometida.
Ella asiente, aunque veo la sombra de celos en su mirada. Y no la culpo.
Cuando Erika se acerca, yo misma la presento a las demás.
—Erika, ellas son Aurora y Jazmín Lobo.
—Un placer. Las hijas del líder y el sottocapo de la mafia italiana, ¿verdad? —dice ella con sonrisa encantadora, que no me convence ni un poco.
Aurora responde con calma, Jazmín sonríe, mi madre la halaga, y yo me quedo observando cómo Erika no pierde oportunidad de posar sus ojos en Bastian. Me dan ganas de arrancarle esa mirada de golpe, pero respiro hondo y me contengo.
La velada continúa. Risas, brindis, bailes. Jazmín se va a bailar con un hombre rubio apuesto que se presenta como Niklas Weiss. Aurora también termina aceptando una pieza con Felix Braun, un hombre joven de ojos azules que la toma de la mano y la conduce a la pista. Yo la veo girar bajo las luces, elegante, y noto cómo Bastian la observa desde lejos, serio, con la mandíbula tensa.
Sonrío para mis adentros. Ojalá dejara de luchar contra lo evidente.
Yo también bailo con algunos invitados, hombres que me piden una pieza con sonrisas encantadoras. Acepto, más por cortesía que por interés. Mi mente está en otro lado. Pero me dejo llevar un rato por la música, sintiendo que la noche fluye entre copas de champán y carcajadas de invitados.
En medio de la fiesta, acompaño a mi madre, me siento a su lado, la animo cuando se cansa, nos tomamos un par de fotos juntas. Ella brilla, y eso me da paz.
Pero cuando la noche avanza y mamá comienza a sentirse agotada, decido que es hora de retirarnos. Subimos juntas, dejando la fiesta aún animada abajo, con la música, las conversaciones y las risas retumbando por toda la mansión.
La ayudo a acomodarse en su habitación con ayuda de una enfermera, le doy un beso en la frente y me despido.
Ya en mi cuarto, me despojo del vestido y lo cambio por un pijama de seda ligero. Frente al espejo, me desmaquillo lentamente, cepillo mi cabello, luego voy al baño y lavo mis dientes y me meto en la cama. El silencio del cuarto contrasta con la algarabía que aún se escucha en la planta baja.
Cierro los ojos, dispuesta a descansar, pero entonces aparece en mi mente esa sonrisa torcida, esa mirada oscura. Massimo. Otra vez él.
¿Por qué, carajo?
Me muevo en la cama, doy vueltas. Intento pensar en otra cosa, pero su imagen me quema. Lo recuerdo en la calle, apareciendo de la nada, llamándome Stellina con esa voz ronca. Mi pecho se agita, mis muslos se aprietan.
—No… basta, Ava —susurro, pero es inútil.
La mañana me encuentra despierta, atrapada en el fuego de mis propios pensamientos. Y sé que, aunque lo niegue, deseo volver a verlo.
pero tu todavía bo lo sabes 😉 paciencia
que todo llega a su tiempo.
Acá estoy
Tarde un poquito en terminar la pre a pero lo prometido es deuda