Casado Con La Bruja De Mi Jefa

La llegada de Anthony al penthouse fue todo un acontecimiento. La seguridad en torno a su traslado desde el hospital fue trazada con un esquema casi milimétrico.

No había posibilidad de falla ante la exigencia de Lydia; ella pedía que todo fuera con el mayor sigilo posible. Nadie se podía enterar de que el niño que salía del hospital hacia el edificio donde estaba su penthouse era hijo del empresario Antonio Duarte y mucho menos que era su hijo adoptivo. Lydia era una mujer muy precavida y sabía que, si alguien se enteraba, podían usar a su niño para hacerles daño.

Marina también viviría con ellos. Lydia había planteado la idea de una niñera, pero Antonio se opuso rotundamente. Su mamá fue la que crió a Anthony y está en la capacidad de asumir el rol de cuidadora como siempre lo ha hecho.

Marina estaba muy agradecida, pero aún no entendía por qué Lydia adoptó a Anthony, si supuestamente no tenía alguna relación con su hijo. Así que esta parte debían manejarla con cautela.

Lydia junto a Antonio se reunieron con ella antes del traslado de Anthony y le dijeron que era necesario que todos a su alrededor creyeran que ellos eran un matrimonio real para así poderle dar la ciudadanía a Antonio. Que una vez a la semana iba un asistente del gobierno a verificar eso, y hasta la empleada doméstica del penthouse creía que ellos eran esposos reales. Y que no los podía atrapar en su mentira, pues eso acarrearía problemas legales.

Como Marina de esos trámites no entiende nada, y no tiene la malicia de la gente de la alta sociedad, creyó en su totalidad el cuento que le echaron.

Aunque en el fondo de su corazón, Marina deseaba que ellos se enamoraran y fueran una pareja de esposos de verdad. Otro trabajito que le iba a encargar a San Antonio, pobrecito del niño Dios; otra vez será despegado de sus brazos. O a lo mejor lo pondrá de cabeza para mejores resultados.

Se le asignó una habitación pequeña que estaba destinada para la empleada si esta se quedaba de interna. Como la señora Alicia iba a diario, el lugar estaba sin uso, pero igual era cómoda y tenía todo lo necesario.

Anthony fue llevado en una ambulancia totalmente equipada, y al llegar a su habitación el equipo médico lo dejó instalado.

—Mi niño. ¿Qué te pareció la habitación? ¿Sí te gustó? —Lydia le pregunta a Anthony con temor, pues el pequeño no decía nada y era porque estaba maravillado.

—¡Mamita, me encanta! Amo los dinosaurios. ¿Tú lo sabías y por eso la decoraste así? —Anthony piensa; Lydia fue la que la decoró.

—Claro, tú me dijiste un día que te gustaban los dinosaurios y por eso en la finca tenías varios. Entonces le pedí el favor a un amigo que es decorador, que la hiciera con esa temática. Me alegra que te haya gustado. —Anthony la abrazó y la llenó de besos dándole las gracias, y esta acción llenó el corazón de Marina y Antonio. Quien ame a su niño, será amado por ellos.

Sobre todo por Antonio. Cuánto deseaba que todo entre ellos fuera diferente, que una brecha no los separara y que Lydia fuera una mujer que desee amar y ser amada.

Ese día ninguno de los dos fue a trabajar. Querían estar acompañando a Anthony en la adaptación a su nuevo hogar.

En la tarde los visitaron Orlando y Wendy.

—¡Hola, hola! Llegaron los tíos más consentidores. ¿Y tú eres el pequeño Tony? Mira, trajimos a Salem a que conozca a su nuevo dueño. —Wendy y Orlando saludaron a Anthony, y en sus manos llevaban un guacal.

—Hola, yo soy Tony. Tú debes de ser la tía Wendy y tú el tío Orlando. —¿Puedo sacar a Salem de su maletín? —Al niño solo le importaba el gato, pero ante todo la educación. Así lo había enseñado al papá.

Orlando puso el guacal en el suelo y, al abrirlo, salió un hermoso gato negro que rápidamente se arrimó a las piernas de Anthony mientras ronroneaba. Antonio estaba cerca de manera protectora, mientras que Lydia sonreía al ver cómo el gato también se enamoró a primera vista de Anthony.

Esa tarde compartieron como una familia y en la noche durmieron los tres en la gran cama de la habitación principal. Anthony estaba feliz; estaba con sus padres y ellos, a sus inocentes ojos, se amaban.

En el resto de la semana no cambió la rutina, solo que había dos personas más conviviendo con ellos. Y eso, aunque Lydia trataba de sobrellevarlo, era algo nuevo para ella. Pero por Anthony trataría de adaptarse a la situación.

Antonio todas las mañanas se levantaba a hacer el desayuno para los cuatro y luego salía junto a Lydia, para dirigirse cada uno a su empresa.

Ese viernes Wendy se preparaba para salir con Dominic. Se puso un sensual vestido azul noche, diseño exclusivo de Musa, que le quedaba como un guante.

Bajó las escaleras y un malhumorado Orlando la miraba desde el recibidor; donde acababa de entrar acompañado de Eduard y el enfermero, pues estaban afuera tomando el fresco de la tarde.

—Hija, qué hermosa estás. ¿Tienes una cita? ¿Algún enamorado? —Eduard preguntaba inocentemente, sin imaginar que alguien a su lado moría de celos.

—Sí, papá Eduard, voy a reencontrarme con un amor del pasado. —Wendy se despidió y se subió a su auto.

Mientras conducía a la velocidad permitida rumbo a Miami, donde se reuniría con Dominic, Wendy no pudo evitar recordar cómo lo conoció gracias a Lydia. En ese momento, Dominic comenzó a cortejarla, aunque ella ya sentía algo por Orlando, quien la veía solo como una hermana. Sin esperanzas con Orlando, Wendy le dio una oportunidad a Dominic. Sin embargo, él, consciente de la diferencia social entre ellos y sabiendo que ella era huérfana, mantuvo su relación en secreto. Cuando se fue a Londres a estudiar, rompió con ella sin miramientos. Aunque Wendy se lo tomó bien, ya que en realidad no sentía nada profundo por él, fingió estar devastada frente a Orlando solo para que él la consolara.

Una sonrisa se le escapó al recordar todos los helados de chocolate que le hizo comprar a Orlando solo para que se quedara a su lado, cuando de repente una camioneta se le atravesó en la oscura vía, haciéndola frenar en seco.

Del vehículo se bajó un hombre alto con un pasamontañas y abrió su puerta con facilidad, sacándola del auto a la fuerza.

—¡Auxilio, suéltame! ¡Ayuda, ayuda! —El hombre se la echó al hombro como un costal de papas y sintió que esta le daba puñetazos y patadas, pero no la soltó. La subió a la fuerza al asiento del copiloto de la camioneta.

Luego le puso unas esposas y la amarró fuertemente con el cinturón de seguridad.

—¿Me está secuestrando? Mire, no tengo dinero. Solo soy la asistente de Lydia Kidman, a quien todos llaman "la bruja". Si esperan un rescate, olvídenlo. Ella no movería un dedo por mí. Créame, tienen a la persona equivocada —dijo Wendy con desesperación.

El hombre apenas contuvo una leve risita, que Wendy no alcanzó a escuchar debido al miedo que la embargaba.

Al no obtener respuestas de su secuestrador y después de mucho forcejear sin lograr liberarse, se dio por vencida, quedándose quieta y callada.

Media hora después llegaron a una cabaña frente a una playa escondida.

El hombre la sacó de la camioneta, nuevamente se la echó al hombro, entrando al rústico lugar que solo estaba iluminado por una chimenea. La sentó en un sillón sin retirar las esposas, se sentó frente a ella y se quedó mirándola fijamente.

Ahí sí Wendy entró en pánico; estaba segura de que el hombre la iba a violar. Probablemente era un asesino en serie y ella su indefensa víctima.

—Señor, ¿me va a violar? Mire, yo soy virgen. ¿Para qué quiere una virgen? Es mejor que secuestre a una mujer experimentada. Yo solo soñaba que el hombre del cual estoy enamorada sea mi primera vez y ahora usted me va a quitar esa posibilidad. —El hombre se tensó ante lo que decía Wendy.

—¿Y de quién estás enamorada? —Wendy, asustada, responde automáticamente a lo que su secuestrador le preguntó.

—De Orlando Truman. —Dijo a punto de llorar.

—¿De mí? —El hombre le preguntó y Wendy cayó en cuenta de quien era.