PROYECTO QUIMERA: El Despertar

—Llama a un monstruo por su nombre, erudita —replicó Kael, su voz áspera. No miraba a nadie, su vista perdida en la oscuridad del nuevo pasillo.

El peso de ser el único "activo" lo aislaba, lo convertía en un espécimen—. La máquina no se equivocó. Simplemente dijo la verdad en voz alta.

Zaira, que había recogido su látigo de plasma con una gracia despreocupada, se deslizó a su lado. Su sonrisa era astuta, sus ojos verdes brillando con oportunismo.

—No dejes que su miedo te confunda, capitán —susurró, su voz una caricia venenosa—. La máquina no dijo que todos son iguales. —Su mirada se movió hacia Rhea y los otros, evaluando su potencial latente con desdén—. Dijo que hay dos tipos de personas en esta sala: los que podrían aprender a soportar el fuego... y él que ya nació de él. No te están viendo como a un igual. Te están viendo como la meta.

El veneno de Zaira, diseñado para aislar a Kael en la cima de una montaña solitaria, era sutil y perfecto. Rhea apretó la mandíbula, su mano libre crispándose en un puño.

Pero Kael no mordió el anzuelo. Se giró lentamente, encarando a Zaira, y por un instante, sus ojos ambarinos brillaron con una intensidad que no parecía del todo humana, una herencia del Jaguar Dorado que silenció la sonrisa de la coneja.

—Aquí solo hay un tipo de persona, Zaira: mi tripulación. Y tú no eres una de ellos.

Luego, se dirigió al resto, su voz recuperando el mando, la voz del líder que habían seguido a través del infierno. Su crisis de identidad tendría que esperar. La supervivencia no lo haría.

—Discutiremos lo que somos más tarde. Ahora, vamos a averiguar qué es ese 'Crisol'. Recojan sus armas. Manténganse alerta. Elara, tú en el centro, a mi lado. Rhea, tú cubres la retaguardia.

La orden, clara y táctica, restauró una apariencia de normalidad. Uno por uno, recogieron su arsenal. Las armas se sentían igual en sus manos, pero las personas que las sostenían habían cambiado para siempre.

Kael fue el primero en moverse, dirigiéndose con paso decidido hacia el pasillo recién abierto. No miró hacia atrás para ver si lo seguían. Sabía que lo harían.

Al cruzar el umbral, la luz cambió. El vestíbulo había sido brillante y abierto. Este pasillo era oscuro, y las paredes no eran de piedra pulida, sino de un metal azulado y translúcido. Y dentro de las paredes, en la penumbra, pudieron distinguir formas. Figuras humanoides, suspendidas en un líquido pálido y brillante, con tubos y cables conectados a ellas.

Estaban caminando por un mausoleo. Un corredor flanqueado por cientos, quizás miles, de cápsulas de criogenización. Los Hydrianos. Los durmientes.

La tripulación avanzó en silencio por el pasillo de los muertos vivientes, cada uno perdido en sus propios pensamientos. Habían sobrevivido a la prueba de la máquina, pero la revelación los había fracturado. Y mientras caminaban juntos hacia las profundidades de Poseidón en busca del poder para renacer, nunca se habían sentido más fundamentalmente distintos.

El pasillo se extendía ante ellos como las costillas de un leviatán. A ambos lados, en nichos de metal azulado y cristal translúcido, los Hydrianos dormían. Cientos de ellos, quizás miles. Sus rostros eran serenos, de una belleza extraña y alargada, sus cuerpos suspendidos en un gel bioluminiscente que pulsaba con una luz suave y rítmica, como un corazón colectivo.

—Han estado aquí todo el tiempo —susurró Elara, su voz llena de un asombro reverente. Se acercó a una de las cápsulas, leyendo los glifos fluidos grabados en ella—. No es una tumba. Es una cámara de estasis. Están... esperando.

Jax estaba igualmente cautivado, pero por la maquinaria. —La energía necesaria para mantener esto funcionando durante un milenio... es impensable. No funciona con baterías. Esta instalación debe estar conectada al núcleo del planeta.

Rhea, sin embargo, no compartía su fascinación. Mantenía su rifle en alto, sus ojos blancos escaneando cada sombra. Para ella, cada durmiente era una amenaza potencial, un desconocido que podría despertar en cualquier momento. Su deber era proteger a Kael, y este lugar se sentía como la trampa más hermosa y frágil del mundo.

—Tantos dioses durmiendo —comentó Zaira con un susurro divertido a la espalda de Elara—, y ustedes preocupados por un poco de ADN de monstruo. Qué perspectiva tan limitada.

Kael ignoró el comentario. Su atención estaba centrada en el final del pasillo. La sensación de ser observado no había disminuido; aquí, rodeado por los creadores de su linaje, se sentía más expuesto que nunca. —Sigamos moviéndonos —ordenó—. El objetivo es el Laboratorio Genético.

El corredor de los durmientes desembocaba en un nexo circular. Varias puertas idénticas se abrían en diferentes direcciones, cada una marcada con un único y complejo glifo.

—Un centro de mando —dijo Elara, acercándose a la pared—. Cada símbolo representa un sector. Soporte Vital, Archivos Centrales, El Arboretum... y este. —Señaló un glifo que representaba una doble hélice entrelazada con una llama—. Sector Omega. El Laboratorio Genético.