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Maneras de Reconquistarte

Maneras de Reconquistarte

Status: Terminada
Genre:CEO / Aventura de una noche / Embarazo no planeado / Embarazada fugitiva / Reencuentro / Romance de oficina / Amante arrepentido / Completas
Popularitas:62
Nilai: 5
nombre de autor: Melissa Ortiz

Alexandre Monteiro es un empresario brillante e influyente en el mundo de la tecnología, conocido tanto por su mente afilada como por mantener el corazón blindado contra cualquier tipo de afecto. Pero todo cambia con la llegada de Clara Amorim, la nueva directora de creación, quien despierta en él emociones que jamás creyó ser capaz de sentir.

Lo que comenzó como una sola noche de entrega se transforma en algo imposible de contener. Cada encuentro entre ellos parece un reencuentro, como si sus cuerpos y almas se pertenecieran desde mucho antes de conocerse. Sin oficializar nunca nada más allá del deseo, se pierden el uno en el otro, noche tras noche, hasta que el destino decide entrelazar sus caminos de forma definitiva.

Clara queda embarazada.
Pero Alexandre es estéril.

Consumido por la desconfianza, él cree que ella pudo haber planeado el llamado “golpe del embarazo”. Pero pronto se da cuenta de que sus acusaciones no solo hirieron a Clara, sino también todo lo verdadero que existía entre ellos.

NovelToon tiene autorización de Melissa Ortiz para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 24

...Alexandre Monteiro...

Ella estaba preciosa. Y no estaba exagerando. Clara es la mujer más preciosa del mundo. Preciosa de una forma que eclipsaría cualquier piedra preciosa, cualquier joya rara. Preciosa de una forma que siempre me desmontó, incluso cuando juraba que nada más podría afectarme.

Se sentó frente a mí, el vestido negro dibujando el cuerpo que conocía tan bien y, al mismo tiempo, parecía totalmente nuevo. Sus ojos se paseaban por el restaurante, curiosos, como si quisieran confirmar que no había nadie más que nosotros dos.

Necesitaba ese momento. Necesitaba que sintiera que era importante para mí. Que entendiera que, por más que todo se hubiera roto, yo estaba dispuesto a reconstruir.

Quería que Clara creyera en mí otra vez. Que confiara en que no huiría cuando más me necesitara. Que viera que yo estaba aquí, entero, por ella y por nuestro bebé.

Y, en el fondo, más que todo, quería gritarle al mundo que esa era mi familia. Que incluso después de los errores, de las palabras crueles, de la desconfianza… nada ni nadie sería más importante.

Respiré hondo, intentando calmarme antes de que mi corazón se saliera por la boca. Cuando sus ojos finalmente volvieron a los míos, sentí esa presión familiar en el pecho. El miedo de perderla de nuevo mezclado con la certeza de que haría cualquier cosa para que no sucediera.

—¿Estás bien? —pregunté, con la voz baja—. Sé que todo aquí es… un poco demasiado.

Ella esbozó una pequeña sonrisa, posando las manos en la servilleta doblada en su regazo.

—Solo estoy procesando todo —respondió—. Es extraño. Parece que hace años que no nos sentamos así, simplemente a cenar.

—Yo también lo echo de menos —admití, sin dudar—. Echo de menos todo lo que éramos antes de hacernos daño.

Ella desvió la mirada, y por un instante vi sus pestañas temblar como si quisiera sujetar algo, quizás un buen recuerdo, o quizás las ganas de llorar.

Por Dios, daría cualquier cosa por borrar lo que causé aquella noche. Pero no podía. Solo me quedaba intentar hacerlo diferente ahora.

Y lo iba a intentar. Incluso si fuera lo último que hiciera.

—Te pediría que me perdonaras, de nuevo… —comencé, sintiendo un nudo en la garganta—. Pero la verdad es que, aquel día, me equivoqué. Y no sirve de nada fingir que podía haber hecho más por nosotros. Yo… simplemente me equivoqué. Y no tienes que perdonarme.

Clara respiró hondo, desviando los ojos hacia el horizonte iluminado de Dubái antes de volver a mirarme. Entonces llevó una de sus manos hasta el vientre, en un gesto tan natural y tan bonito que mi pecho se contrajo.

—Alex… existe un lado bueno en toda esta historia —dijo con una calma que me desmontaba—. Nuestro Henry… o nuestra Helena… está viniendo —sonrió levemente—. Y él, o ella, va a necesitar padres que estén bien. Que consigan respetarse y hacer todo por esta criatura. Yo no quiero que mi hijo… o mi hija… crezca en un hogar descomunal, lleno de resentimiento.

Tragué saliva. El peso de aquellas palabras me golpeó con fuerza porque eran todo lo que quería, y todo lo que temía no conseguir.

—Yo tampoco quiero —dije bajo, con la voz fallando al final—. Daría cualquier cosa para garantizar que mi hijo no crezca como yo crecí —apreté los puños sobre la mesa, luchando contra el recuerdo de las peleas en casa, de la soledad, del rechazo—. Yo… no sé cómo hacer esto bien, Clara. Pero quiero intentarlo.

—Ay… joder, Alexandre —Clara soltó de repente, con la voz entrecortada—. No consigo fingir que te odio más.

Me miró con aquellos ojos llorosos, tan sinceros que me quitaron todo el aire del pecho. Mi corazón se disparó a un ritmo caótico, como si hubiera esperado meses para oír exactamente aquellas palabras.

Durante algunos segundos, solo me quedé allí, paralizado, sintiendo el peso y al mismo tiempo el alivio de aquella confesión.

—Clara… —murmuré, mi voz saliendo ronca, cargada de todo lo que no sabía decir.

Ella sacudió la cabeza despacio, como si quisiera protegerse de su propia verdad, pero aun así no desvió la mirada de la mía.

—Lo intenté… —susurró—. Juro por Dios que intenté odiarte con todas mis fuerzas. Pero yo solo… no lo consigo.

Mi pecho se llenó de algo tan intenso que dolía. Porque era eso. Era ella. Éramos nosotros dos. Y era todo lo que aún quería recuperar.

—Por Dios… —respiré hondo, pasando la mano por mi pelo—. He formulado tantas maneras de reconquistarte. Ensayaba diálogos, imaginaba situaciones. Pero nada de lo que pensé se compara a estar aquí contigo… ahora.

Clara bajó la mirada, moviendo distraídamente la servilleta sobre la mesa.

—Me quedé muy disgustada por las cosas que dijiste… —comenzó, con la voz baja y firme—. Pero… lo entiendo. Tú también estabas en shock. Yo solo… me quedé con miedo. Yo ya pasé por esto una vez y…

Se interrumpió. Los ojos se abrieron, como si hubiera dejado escapar algo que no debía.

—¿Ya pasaste por esto? —pregunté, mi voz casi en un susurro, sintiendo mi cuerpo entero endurecerse—. ¿Clara…?

Me miró por un momento que pareció durar siglos. Después, desvió la mirada y forzó una sonrisa sin gracia.

—No es nada…

—Clara, yo te conozco. No consigues mentir —dije con gentileza, intentando no presionarla, pero dejando claro que yo sabía que había algo allí.

—Alexandre… no es el momento —su voz sonó tensa, casi suplicante.

Respiré hondo, asintiendo despacio.

—Ok. Voy a respetar tu tiempo. Pero que sepas que no voy a olvidar esto. Cuando estés lista, estaré aquí. Siempre.

Ella apenas asintió, sin conseguir disimular la tensión en los hombros. Pocos segundos después, el camarero trajo nuestra cena, rompiendo el clima.

Comimos en silencio por algunos instantes, y entonces comenzamos a conversar. Pero, esta vez, solo sobre nuestro bebé. Nuestros ojos brillaron al imaginar cómo sería, qué manías heredaría. Reímos, intercambiamos ideas, hicimos planes tímidos.

...[...]...

Estaba lloviendo afuera. Tal vez porque el día había sido demasiado caliente, y habían liberado esa lluvia artificial para amenizar el calor sofocante de Dubái.

En la cama, a mi lado, Clara dormía serena, vistiendo un pijama de satén gris que parecía aún más suave sobre su piel clara. Yo estaba solo en pantalones cortos de felpa, con el pecho expuesto, un brazo doblado debajo de la cabeza mientras miraba al techo, intentando silenciar los pensamientos.

Mañana tendríamos que ir hasta la sede de Monteiro Tech para presentar oficialmente las mejoras del proyecto. Pero, por algún motivo, era imposible pensar en cualquier otra cosa además de la mujer que respiraba a mi lado.

Cerré los ojos, intentando dormir. Cuando el sopor del cansancio comenzó a tirar de mí, sentí un peso ligero y caliente chocarse contra mi cuerpo. Abrí los ojos en el mismo instante.

Clara se aferraba a mí, como si temiera que desapareciera, con el rostro enterrado en mi pecho.

—¿Clara? —llamé, bajito, con la voz ronca por el susto y por el sueño.

—Odio las tormentas —murmuró, apagado contra mi pecho.

Pasé la mano por su pelo suave. Ella estaba temblando levemente.

—Pero, mi linda… esta es controlada. No es de verdad —expliqué con calma, intentando hacerla sentir segura.

—Aun así… —su voz vaciló—. Me hace recordar cosas horribles.

—Eh… está todo bien —susurré, abrazándola con fuerza—. Estoy aquí. Contigo. No voy a ningún lado.

Ella se quedó algunos instantes solo respirando hondo, como si necesitara coraje para hablar. Entonces levantó el rostro y me miró. Los ojos castaños, enormes, estaban húmedos y brillantes.

—Alexandre… —respiró hondo, y la voz salió pequeña—. ¿Recuerdas cuando me preguntaste si ya había pasado por esto antes?

Mi corazón se disparó, y yo apenas asentí, respetando su tiempo.

—Yo… me quedé embarazada cuando tenía diecisiete años —su voz tembló—. Fue… todo tan confuso. Yo era solo una niña. Me enamoré de un tipo mayor, que parecía perfecto. Cuando lo descubrí, él no quiso saber nada. Me mandó… me mandó abortar —cerró los ojos, y una lágrima se deslizó—. Pero yo jamás haría eso.

Tragué saliva, sintiendo una rabia irracional de aquel hombre, aun cuando él fuera solo un fantasma de su pasado.

—Mis padres se quedaron decepcionados, pero me apoyaron. Yo… —ella respiró hondo—. Yo perdí al bebé con dos meses. Un aborto espontáneo. Y, desde entonces… las tormentas me recuerdan aquella noche. Yo estaba sola en el cuarto del hospital. Yo… —su voz se quebró—. Yo solo quería que hubiera alguien para sujetar mi mano.

Cerré los ojos, luchando contra la opresión en el pecho. Ella siempre fue tan fuerte. Tan independiente. Y aun así…

—Mi amor… —dije, apoyando la frente en la suya—. Lo siento mucho. Por todo lo que tuviste que pasar sola. Yo… —mi voz falló—. Yo quería haber estado allí, incluso aunque ni siquiera te conociera todavía.

Ella sollozó bajito, deslizando los dedos por mi pecho desnudo.

—Yo solo no quiero que nuestro hijo pase por lo que yo pasé. Que él se sienta… no deseado.

Sujeté su rostro entre mis manos.

—Él es deseado —mi voz salió firme, desde el fondo del alma—. Y él va a saberlo todos los días de su vida. Así como tú. Porque yo no voy a permitir que ustedes sientan cualquier cosa que no sea amor.

Ella soltó un sollozo y se acurrucó en mí de nuevo. Yo la sujeté con fuerza, sintiendo mi pecho doler.

—Cuéntame todas tus heridas, me encargaré de que cada una se cicatrice. – besé su frente.

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