Elizabeth Handford vive en la casa del frente, es una mujer amable, elegante, pero sobre todo muy hermosa.
La señora Handford ha estado casada dos veces, pero sus dos esposos ahora están muertos.
Sé que oculta algo, y tengo que descubrir qué es, especialmente ahora que está a punto de casarse de nuevo.
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18: Tras su máscara
Joe Perlman cumplió con su palabra tal y como me dijo que lo haría. Luego de nuestro encuentro, se dirigió a la casa de la señora Handford para darle fin a aquella relación que había iniciado apenas dos meses atrás. Me paré junto a mi ventana, viendo a través de mis cortinas el hogar de la señora Handford y la discusión que se desató dentro del lugar. No pasaron ni diez minutos cuando Joe salió dando un portazo, y después comenzó a caminar hacia la esquina de la calle, donde había dejado su auto estacionado para que ella no supiera sobre su visita en mi hogar. Antes de perderlo de vista, se giró en mi dirección y sonrió con confidencialidad.
Un par de días después, vi a un hombre de traje elegante visitar a la señora Handford en su hogar, con un portafolio en sus manos. Viendo desde la ventana, noté que aquel hombre le hablaba sobre algo que de inmediato la puso de mal humor, y le extendió un bolígrafo para que firmara una serie de papeles que tendió hacia ella. Al principio se rehusó, pero luego de varios minutos de conversación, aquel hombre finalmente logró tranquilizarla y convencerla. La señora Handford firmó los papeles, y luego el abogado se fue de su casa.
Al día siguiente, Joe me llamó diciendo que todo estaba hecho, y que era hora de hacer mis maletas. La rapidez con la que sucedía todo me parecía surreal. Mi vida estaba a punto de dar un giro que me beneficiaba en todos los sentidos. Joe parecía estar realmente enamorado de mí, y yo de él, por lo que las cosas no podrían salir mal para nosotros. En cuanto a la universidad, me encargué de hacer el proceso correspondiente para dar fin a mi matricula, además de solicitar algunos documentos que me permitirán continuar con la carrera en un sitio distinto. Todos mis asuntos pendientes se terminaron, o al menos la mayoría.
Una semana después, el anhelado día finalmente llegó. Un viernes en la noche, puse mi maleta junto a la entrada principal, con todas mis pertenencias valiosas dentro. Joe me aseguró que mañana o tal vez en dos días enviará un camión que se encargue de transportar todo lo que tengo dentro de la casa, así que por ahora sólo llevaré mi ropa y algunos otros elementos. Me veo una vez más en el espejo junto a la puerta, analizando mi reluciente vestido negro y el maquillaje que me ha tomado todo el día. Joe me dijo que antes de ir a su casa iremos a cenar a un elegante restaurante para celebrar nuestra unión.
Observando el espejo, veo detrás de mí cómo las cortinas se mueven frenéticamente de un lado a otro por una corriente de viento, por lo que me acerco rápidamente a la ventana para cerrarla. Al estar allí, observo la casa de la señora Handford, con todas sus luces encendidas indicando que está ahí, sin saber que su vecina está a punto de huir con el hombre que hace una semana era su esposo. Comienzo a ser consciente de que, una vez que abandone esta vecindario, ya no volveré a verla más, y que todo lo que he pasado por su causa quedará en el olvido. Finalmente dejaré atrás un baúl lleno de secretos que dejé abierto y del cual apenas vi la superficie. Hay tantas preguntas que nunca fueron resueltas, tantas explicaciones que jamás escuché… Una vez que me vaya, ya no habrá otra oportunidad de aclarar las dudas que pensé haber dejado atrás, pero que siguen en lo profundo de mi mente, deseando desaparecer.
Quiero saber la historia completa. Quiero que tanto tiempo de investigación valga la pena, pero no será así si me voy antes de hablar con ella una última vez. Además de eso, no puedo olvidar el hecho de que, durante mi estadía en el hospital, ella estuvo a mi lado cada día, desde la mañana hasta la noche, ofreciéndome su apoyo. Lo que estoy haciendo no es sólo una puñalada en la espalda de mi única amiga, sino un acto de traición hacia la única persona de mi familia que sigue con vida, lo que me genera muchas preguntas más.
Mi celular comienza a sonar, por lo que contesto y lo pongo a la altura de mi rostro.
–Grace –dice Joe, con cierta distorsión de sonido que me indica la presencia de viento. Seguramente está en su auto.
–Joe, hola.
–¿Estás lista? Estoy entrando al pueblo. La reservación es para las siete, pero no creo que pase nada si llegamos un poco más temprano.
–Estoy lista –contesto, aún con mi mirada fija en la casa del frente–. No vengas a mi casa.
–¿Qué? ¿Por qué?
–No quiero que ella vea tu auto. Nos vemos en el parque principal, el que está en la plaza cerca de la iglesia.
–¿Podrás caminar hasta allí con tu maleta? Puedo esperarte en la esquina de tu casa, si prefieres.
–No quiero arriesgarme. Además sólo tardaré unos diez minutos.
–Está bien. Si así prefieres, te veo ahí.
–Bien. Llámame cuando llegues.
–Ya quiero verte.
Sin responder nada más, termino con la llamada. No sé cuánto tiempo tardará Joe llegando al parque, pero espero que sea suficiente para que yo termine el único asunto pendiente que me queda en el pueblo. Cierro la ventana, camino hacia las llaves de mi casa y después me dirijo a la salida, dejando mi maleta junto a la puerta para cuando llegue el momento de partir, en un rato. Salgo de mi casa, sintiendo una fría corriente de aire, y después comienzo a caminar a pasos apresurados hacia la casa de la señora Handford, sintiendo en mi garganta los latidos de mi corazón. Sé que ella no me lastimará. Diga lo que diga, Liz ha demostrado cierta amabilidad hacia mí que parece sincera, y que me demuestra que el vínculo entre nosotras es bastante fuerte.
Al llegar a su puerta doy dos golpes suaves, que son suficientes para que la señora Handford abra la puerta, sonriendo alegremente al verme. Por un momento pensé que estaría triste, devastada, incluso furiosa por su reciente ruptura amorosa, pero no era así. Su actitud molesta cuando habló con Joe o con su abogado parecía haber sido totalmente fingida, ahora que la analizo detalladamente. O tal vez, es su sonrisa actual la que está fingiendo, de la misma manera que fingió aquel llanto de tristeza cuando la policía ingresó a su casa para sacar el cadáver de su esposo anterior. Tal vez todo en ella es una actuación, incluyendo su amabilidad y cariño hacia mí. Ya fui traicionada una vez por alguien cercano, por lo que en este momento comienzo a preguntarme si realmente es buena idea venir a visitar a una asesina.
–¡Grace! –exclama, acercándose y envolviendo mi torso con sus brazos–. Hace mucho tiempo no me visitas.
–Tenía que regresarte el favor –contesté en cuanto ella se separó.
–Estás hermosa –dice haciéndose a un lado–. ¿Vas a algún lado? Entra, estoy preparando una cena deliciosa.
–Claro.
Cruzo la puerta fingiendo mi sonrisa, de la misma manera que ella seguramente lo está haciendo. Al entrar, compruebo que es cierto lo de la cena, pues el olor que llega a mis fosas nasales es realmente exquisito. Ella cierra la puerta y después camina hacia la cocina. Está vistiendo una bonita blusa negra que deja al descubierto parte de su espalda, donde se encuentran aquellas cicatrices de quemaduras para las cuales nunca escuché una historia de origen. Tantas preguntas que nunca pude hacerle podrían ser resueltas ahora.
–Por poco se echa todo a perder –dice con una risa divertida mientras regresa a la sala. Me señala con la mano un asiento a su lado, pero niego con la cabeza.
–No tardaré mucho –contesto en un susurro, a lo que ella frunce el entrecejo.
–Entiendo… ¿Qué necesitas?
–Vine a despedirme –intento pensar en la mejor manera de decir lo que quiero, pero temo que ninguna forma lo hará más sencillo–. Me voy, Liz.
Veo cómo su torso se pone rígido, y por un breve instante, la sonrisa en sus labios comienza a desvanecerse.
–¿Qué? ¿A dónde vas? ¿Por qué? ¿Cuándo? –la mirada en su rostro es de genuina impresión. Por primera vez, no parece estar fingiendo su actitud.
–Esta noche. Ya tengo mi maleta hecha. Me iré para siempre en cuanto salga de aquí.
Su radiante sonrisa se desvaneció en cuanto hablé sobre mi partida, pero su mirada se ensombreció cuando dije que me iría esta misma noche. Su cuerpo permanece inmóvil, tenso, y la expresión de su rostro me produce escalofríos. Sus oscuros ojos marrones me observan fijamente, y yo no logro hacer nada más que esperar su respuesta, que llega casi un minuto después.
–¿Por qué no me dijiste?
–Lo estuve planeando desde que estaba en el hospital, pero hoy tomé la decisión.
–¿A dónde irás? ¿Cómo conseguiste una casa tan rápido?
–Tengo un amigo… Me dejará quedarme con él un tiempo.
–Vaya… –con su mano comienza a rascar su propio cuello, y la identifico como una señal de estrés–. Primero Joe, y luego tú. Parece que todos tienen la costumbre de dejarme.
–¿Joe? ¿Pasó algo? –pregunto, intentando fingir demencia. Ella pone ambas manos en su cintura y sonríe, aunque su expresión es de molestia.
–Nos divorciamos. Hace unos días.
–Lo siento mucho, Liz. Comenzaba a preguntarme por qué ya no lo veía en el vecindario.
–¿A dónde irás? –pregunta nuevamente, debido a que no respondí las dos veces anteriores–. Dame tu dirección y podré ir a visitarte. Te contaré todo con más detalle.
–Me iré un poco lejos y…
–No importa. Quiero saber dónde.
–Creo que no es necesario que…
–Grace, dame la dirección.
–No quiero verte de nuevo –dije antes de poder pensar en la gravedad de esas palabras. Su mirada de ira empeora todavía más, si es que eso era posible.
–¿Qué?
–No quiero volver a verte, Liz. Nunca más.
–¿Hice algo malo?
–Lo hiciste –tomo una larga bocanada de aire, sabiendo perfectamente lo que está por venir. No sé si estoy preparada para esto, pero sí sé que el tiempo que me queda dentro de esta casa es poco, y debo aprovecharlo–. Me mentiste. Me mentiste desde la primera conversación que tuvimos.
–Grace, no entiendo de qué hablas.
–Y sigues mintiendo –en mis labios se forma una sonrisa, no sé si de burla o una forma de disimular mis nervios. De cualquier manera, no dura más de unos segundos–. Voy a irme, Liz, para siempre. Es la última oportunidad que tienes para decirme todo.
–¿Decirte todo?
–No quiero hablar con esta versión que has creado para ocultar tu verdadera identidad. No quiero hablar con esta falsa versión de ti. No quiero hablar con Elizabeth Handford, quiero hablar con Julia Witte.
Como si acabara de decir el nombre del mismísimo diablo, un fuerte rayo ilumina las ventanas y posteriormente me hace dar un salto ante su estruendoso sonido. Una tormenta está cerca, fuera de la casa y dentro de ella también. La señora Handford se queda en silencio, sin despegar su mirada de mí. Me doy cuenta de que finalmente voy a conocer una parte de ella que ha mantenido oculta durante mucho tiempo. Por fin, veré quién es realmente sin aquellas actuaciones y sin la máscara que utiliza para cubrir su verdadero yo. Por fin veré a la mujer dueña de los secretos que he descubierto en el camino de un laberinto lleno de mentiras.
–Sorprendente –dice con seriedad. Comienzo a escuchar las gruesas gotas de lluvia caer sobre la casa–. Debo admitir que ya tenía mis sospechas.
–¿Sobre qué? –pregunto en un intento fallido de disimular mis nervios.
–Me preguntaba por qué Cowan y su hijo irían tras de ti. Ahora lo sé.
–Voy a irme, Liz.
–¿De verdad? –da dos pasos hacia el frente, acercándose a mí. La tormenta empeora el miedo que se ha apoderado de mis acciones y que me mantiene petrificada–. ¿Vas a irte antes de escuchar la verdad por la que has venido?
–Entonces dila, ahora.
–Dime qué es lo que sabes tú, y te diré si estás equivocada.
–Estudiaste en la escuela Norwood Crest, donde tu grupo de amigos te secuestró y te torturó durante semanas, luego de que descubrieras los negocios ilegales a los que se dedicaban sus familias. Supongo que fueron ellos quienes te provocaron esas quemaduras en la espalda.
–Muy bien –contesta con una sonrisa de orgullo, para después dar dos aplausos lentos y sonoros. Continúa acercándose–. Eres buena detective.
–Regresaste y te casaste con Tom Handford, ahora llamándote Elizabeth, y tomaste su apellido. Lo manipulaste para que se casara contigo, y usaste su dinero para reconstruir todo tu cuerpo de pies a cabeza, para que así nadie te reconociera.
–Y funcionó.
–Comenzaste a cazarlos. A todos ellos, como un depredador a su presa. Acumulaste el dinero de cada uno –la sonrisa en sus labios se hizo más grande, mostrando una hilera de dientes brillantes y perfectos. Por primera vez, aquella sonrisa me provoca un terror verdadero–. Los mataste, a todos. A ellos y a sus familias.
–No a todos –corrige sin dejar de sonreír–. Tú te llevaste al último de mi lista.
–¿Por qué nunca te casaste con él?
–¿Con un pobre policía? Supongo que ya te has dado cuenta de que soy un poco ambiciosa.
–Pero mataste a su esposa.
–Debía darle una pequeña lección, para que no se metiera en mis asuntos.
–Y mataste a esa mujer en tu jardín, frente a mí. Me hiciste creer que estaba loca.
–Ella vino a culparme por la muerte de su hermano. Hice lo que tenía que hacer.
–Pero sí eres culpable.
–Lo soy.
–Mataste a mis padres.
Deja de caminar hacia mí, y su sonrisa se desvanece. Continúo hablando:
–Los mataste, y me dejaste quedarme en tu casa para tenerme cerca. Para vigilarme.
–Ellos eran monstruos.
–Lo eran, pero eran mi familia.
–Igual que yo.
Inevitablemente comienzo a derramar las lágrimas que no quería dejar salir. Desvío mi mirada hacia la puerta cerrada que está a mi lado derecho, bastante cerca de mí.
–Supongo que vengo de toda una familia de psicópatas.
–Escucha bien, Grace –susurra mientras retoma su camino hacia mí. Se detiene cuando ya estamos frente a frente, y con una de sus manos acomoda un mechón de cabello detrás de mi oreja, girando mi rostro para que la vea a los ojos–. Todo lo que hice, lo hice por ti. Cada cosa que he hecho durante los últimos veinte años ha sido para reunirme contigo. No hay nada que no haría para tenerte a salvo. Yo sería capaz de todo, solamente para proteger a mi hija.
Sus palabras provocan un impulso en mí que no puedo controlar, y de un manotazo alejo su mano de mi rostro. Mis lágrimas dejan de ser de tristeza y se convierten en lágrimas de ira.
–¿Qué mierda acabas de decir?
–¿Crees que haría todo esto por una familiar lejana? Era evidente que el vínculo entre nosotras era mucho más fuerte que eso.
–Mi madre está muerta. Tú la mataste.
–Maté a las personas que te apartaron de mi lado. Personas que fingieron ser tus padres, sólo eso. Ellos nunca te vieron como una hija.
–Vine para que me digas la verdad, no para que me confundas con más malditas mentiras.
–No tengo motivos para mentirte, Grace. Ya lo sabes todo.
–¿Por qué debería creer lo que dices?
–Porque tengo pruebas. Siempre las tuve, sólo esperaba el momento indicado.
–Pues quiero verlas.
–Están en el sótano –dice con una sádica sonrisa, por lo que empiezo a retroceder–. Tendrás que acompañarme para verlas.
Al mencionar el sótano sólo puedo imaginarme aquella persona desconocida que vi la primera vez que estuve allí, y con eso una alerta dentro de mi mente se dispara, indicando que ya es momento de escapar.
–Vete a la mierda –susurro, para después girarme hacia atrás y sujetar la manija de la puerta.
Sin embargo, cuando estoy a punto de abrirla siento la mano de la señora Handford sujetar la parte trasera de mi cabeza, envolviendo una gran cantidad de cabello en su puño para reforzar su agarre y obligarme a retroceder. Un grito ahogado escapa de mi boca y choca con la palma de su otra mano, que me cubre los labios para que no pueda pedir ayuda. Siento cómo empuja mi cuerpo contra uno de los muros, haciendo que choque contra una pequeña estatua que se encontraba a mi lado sobre una mesa y que se rompe al instante, mientras yo caigo sobre ella.
Estando en el suelo miro hacia atrás, observando la tenebrosa mirada de la señora Handford junto a mí.
–No hagas las cosas difíciles, Grace.
Intento arrastrarme, pero cuando siento uno de sus pies hacer presión sobre la rodilla que meses atrás estaba fracturada, emito un fuerte grito de dolor.
–Vendrán por mí en cualquier momento, y sabrán que algo está mal. Van a buscarme –digo entre quejidos de dolor, con la esperanza de que mis palabras la asusten y me deje ir.
–Entonces tendré que hacer esto rápido.
La señora Handford se agacha y una vez más sujeta mi cabello, obligándome a levantarme del suelo. Me arrastra por el pasillo, mientras cubre mi boca para que ningún vecino pueda escuchar mis gritos. Llegamos hasta la puerta del sótano. Ella pone la mano sobre la manija, y cuando comienza a girarla hago lo primero que se me viene a la cabeza para evitar que me encierre allí. Levanto mi pierna y dejo caer mi zapato de tacón sobre uno de sus pies que viste unas sandalias clásicas, dejando al descubierto sus dedos. Mi zapato aplasta una de sus uñas, y veo la sangre brotar al instante. Impulso mi cabeza hacia atrás con fuerza, golpeándola contra su nariz. La señora Handford me libera de su agarre, y entonces comienzo a correr por el pasillo, de regreso a la salida.
Los tacones me hacen tropezar cuando llego a la sala de estar, y caigo boca abajo sobre el suelo. En un intento desesperado hago que los zapatos se desprendan de mis pies, y después logro levantarme de nuevo. Corro hacia la puerta y echo un rápido vistazo hacia atrás, viendo cómo la mayor se acerca ignorando el dolor en su pie y desprendiendo chorros de sangre por sus fosas nasales. Agarra otra de las pequeñas estatuas que usa como decoración y la lanza hacia mí, generando un fuerte impacto en mi espalda, pero sin lograr inmovilizarme. Con las manos temblorosas logro girar la manija, y antes de salir siento cómo ella sujeta una pequeña parte de mi cabello, que no es suficiente para detenerme ya que, con todas mis fuerzas, corro hacia el frente provocando que el mechón que ella sostiene se desprenda de mi cuero cabelludo.
En medio de un fuerte grito silenciado por un rayo de la tormenta caigo hacia el frente, tropezando con los escalones del umbral. Intento levantarme, pero las manos de la señora Handford me sujetan de los hombros y me lanzan contra una gran cantidad de arbustos de su jardín del frente. Es entonces cuando tengo una sensación de deja vu, recordando el momento en que vi a través de mi ventana cómo ella asesinaba a esa mujer en la entrada de su hogar. Ahora, yo ocupo el lugar de su víctima, y sólo espero no correr con su misma suerte.
Sobre los grandes arbustos ambas comenzamos a forcejear. Yo intentando quitar su cuerpo que se encuentra sobre el mío, y ella intentando neutralizar mis brazos. Deseo con todas mis fuerzas que Joe llegue al pueblo, que note que algo malo está pasando, y que venga a buscarme. Él es el único que podría salvarme de las garras de esta mujer.
–No hice todo esto para nada –dice durante el forcejeo, mientras el agua de la tormenta empeora nuestra situación, pues comenzamos a hundirnos entre la tierra húmeda que comienza a convertirse en pantano.
Deslizo mis uñas por la piel de su rostro con fuerza, aumentando la profundidad mientras descienden por sus mejillas. Ella me abofetea y después logro ver cómo acerca su mano a algo que se encuentra a mi izquierda. Cuando intento girarme para escapar, veo cómo deja caer dicho objeto sobre la parte trasera de mi cabeza, logrando paralizar mi cuerpo. Veo el objeto caer a mi lado, identificando una gran roca con una pequeña mancha de sangre. El golpe logra provocarme cierto mareo, y lo siguiente que veo es a la señora Handford arrastrando mi cuerpo inmóvil por el jardín, hasta llegar al recibidor.
Me ayuda a ponerme de pie, y utilizo mi propia fuerza para hacerlo ya que así podré correr de regreso a mi casa, pero no lo logro. El mareo hace que deba usar a la señora Handford como apoyo para no caer de nuevo en el suelo, y ella aprovecha eso para guiarme de regreso al interior de su casa. Una vez dentro, cierra la puerta detrás de mí y escucho cómo la asegura para que solamente ella pueda abrirla de nuevo. Intento alejarme, pero mis piernas aún no responden a mis órdenes, y continúan siguiendo su camino a través del pasillo que se extiende frente a mí. Cuando ambas llegamos a la puerta del sótano, ella la abre con lentitud, y es entonces cuando poco a poco comienzo a recuperar la movilidad de mi cuerpo.
–Te prometo que todo terminará pronto –susurra cerca de mi oído, con aquella sonrisa que ha dejado de ser de amabilidad para convertirse en una sonrisa cínica.
Haciendo uso de todos mis sentidos, le doy un fuerte empujón que la lanza hacia el muro detrás de ella, esperando escapar en un segundo intento. Cuando estoy a punto de correr hacia la salida, ella sujeta mi hombro derecho, donde siento fuertes punzadas a causa de mi vieja fractura. Me detengo en seco, y entonces ella sujeta mi vestido y me empuja hacia el interior del lugar que acababa de abrir.
Mis pies intentan mantener el equilibrio, pero cuando siento el vacío es inevitable que mi cuerpo comience a caer. Choco con los primeros escalones, y después continúo cayendo sobre los demás, rodando hacia abajo mientras siento el dolor en mi cabeza y diferentes zonas de mi cuerpo intensificarse. Ni siquiera logro gritar, pues estoy tan desorientada que difícilmente comprendo qué es lo que está pasando.
Siento un poco más de calma cuando por fin mi cuerpo deja de caer, chocando contra el último escalón y luego con el frío suelo de concreto. Siento un intenso calor en la herida detrás de mi cabeza, y mis extremidades se toman unos segundos antes de comenzar a moverse de nuevo. No pierdo el conocimiento, pero siento que mi cerebro en cualquier momento va a apagarse. Poco a poco comienzo a incorporarme en mi lugar, levantando una parte de mi cuerpo hasta quedar sentada sobre el piso, observando mi alrededor.
Todo es completamente oscuro, pero no necesito ver para saber dónde estoy. No es el sótano de la señora Handford lo que me asusta, sino la persona que está aquí, conmigo. La persona que vi al entrar aquí por primera vez, y cuya identidad ha sido un misterio para mí desde entonces. La persona que habitó la casa de la señora Handford durante su viaje de luna de miel, y cuya simple presencia me aterrorizaba. La persona que, según la señora Handford, es la evidencia de que soy su hija.
Escucho pasos en la distancia, y entonces comprendo que el desconocido se está aproximando. No me doy cuenta de mi visión distorsionada hasta que una pequeña luz se enciende, haciéndome notar que todo es borroso para mí. Mientras comienza a aclararse, noto que la silueta que se aproxima no es la de un hombre, como había creído, sino que se trata de una mujer, que sostiene en su mano la fuente de aquella luz; una pequeña linterna que ilumina directamente mi rostro.
La persona se para a mi lado, y después se pone de cuclillas, acercando su rostro al mío. Mi vista finalmente se aclara por completo, permitiendo ver hacia el frente. La chica a pocos metros de distancia me sonríe con burla.
–Ya era hora, hermanita.
Un grito desgarrador recorre mi garganta cuando veo que el rostro de la chica frente a mí es exactamente igual al mío.