La esposa del emperador murió y el alma de una mujer que pertenecía a otro mundo entra a su cuerpo y tendrá que tomar las riendas de su nueva vida.
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Capítulo 18
Capítulo 18
Cuando entramos a la celda, pude ver al maestro Milton, sentado en una silla, con los brazos amarrados en los descansa brazos; los pies también, solo que estos estaban sujetos en las patas de la silla. Cuando el hombre, vio que la puerta se abrió, levanto la cara para ver quien entraba. Tenía la cara muy hinchada, uno de los ojos ya estaba completamente cerrado y el otro solo estaba abierto muy poco. Su nariz estaba perdiendo hilos de sangre.
Cuando pudo distinguir que yo entre a la celda, quedo confundido, al parecer de mi presencia allí. Después, su expresión dejo ver enojo. Esa mirada no me intimidó en lo más mínimo, así que puse una espeluznante sonrisa y le dije.
-¡Buenas noches, querido maestro!
-¿Tú? ¿Qué haces aquí maldita?
Dijo el maestro, hilos de saliva salían de su boca mientras escupía sus palabras.
-¡Es que lo he extrañado mucho, entonces decidí venir a verlo! Pero veo que lo han tratado muy bien.
-¿Muy bien, dices? ¡Maldita loca! ¿Acaso no ves como me han golpeado, por tu culpa?
-¿Mi culpa?
Dije haciéndome la inocente, como si no entendiera por qué lo decía.
-¡Si maldita, todo porque tú le dijiste al emperador que yo había golpeado al príncipe!
-Pero si yo, no fui. Esa fue mi doncella.
Dije sonriendo. El maestro al parecer ya sufría de perdida de memoria por los golpes que le dieron.
-Fue tu culpa. Pagarás por esta humillación cuando acabé el juicio y salga libre.
-Hoo, pero tú no saldrás libre. Tú no saldrás jamás de aquí.
-Eso lo veremos!
Dijo muy seguro.
-Ja ja ja. No querido, de eso me encargo yo. Pagarás muy caro, el atreverte a golpear a mi hijo.
-¿Tu hijo? ¿Ese hijo que abandonaste?
Dijo orgulloso como si clavara un puñal en mi pecho.
-Puede ser que si, lo haya abandonado, como tú dices. Pero eso no quiere decir que permitiré que lo golpeen.
Mire al guardia que estaba en la puerta, todavía preocupado por haberme dejado entrar.
-Puedes salir si es lo que quieres. Yo me divertiré con eso.
Le dije apuntando a una pequeña mesa que tenía muchos utensilios de tortura. El hombre reaccionó abriendo los ojos en grande y me miró sorprendido.
-Me quedaré acá, majestad.
Dijo el guardia mientras asentía con la cabeza, después de haber salido de su shock.
-Entonces ayúdame, ve y prende unas antorchas y tráelas aquí.
Mientras el guardia iba a buscar lo que le pedí me acerqué a la mesa y agarre unas pinzas y un pedazo de tela. Muy despacio me acerqué al hombre amarrado en la silla y con una sonrisa le dije.
-Espero y esto te duela mucho.
El hombre me miraba confundido y cuando abrió la boca para tal vez preguntarme que era lo que iba a hacer, coloqué rápidamente la tela en su boca para acallar sus futuros gritos de dolor.
-Ahora sí, comenzaremos.
Tome un dedo de su mano derecha y coloqué la pinza en su uña y de apoco fui estirando y sacándosela, para que así le duela más. Los gritos eran acallados por la tela que puse en su boca, pero eso no hacía que se acallaran del todo.
El guardia llegó con dos antorchas encendidas y me miro con un poco de miedo al ver lo que estaba asiendo.
-Aquí le traje lo que me pidió, Majestad.
-Ponlas en la pared. Todavía no las necesito, cuando lo haga te las pediré.
Hizo lo que le pedí y se quedó en un rincón viendo como yo seguía sacándole las uñas. Cuando termine con esa mano me fui a la otra.
Hubo momentos en que el maestro se desmayaba, pero solo por unos minutos y se despertaba enseguida.
Cuando termine de sacarle todas las uñas, me dispuse a amputarle los dedos con un cuchillo muy filoso, creo yo que así se le sacaran las ganas de volver a lastimar a un niño. Para que no se desangrara, rápidamente el guardia venía con un atizador caliente que quemaba en el fuego de la antorcha que le había pedido traer y con so, detenía el sangrado. Eso lo hicimos, con todos los dedos de su mano. Cuando me aburrí de cortarlo abrí su camisa y con el cuchillo escribí en su piel la palabra CULPABLE.
Cuando terminamos nos fuimos de ahí sin dejar rastro. Al guardia le dije que lo iba a golpear en la cabeza para que no le echaran la culpa y él aceptó. Al comprender lo que le pedía aceptó hacerse el que siempre estuvo desmayado.
Dejándolo inconsciente en el suelo, me fui de ahí de inmediato. Cuando llegue a mi habitación, me saqué la ropa y me limpié rápidamente con un poco de agua fría. Cuando terminé, puse la ropa que tenía en la chimenea para que no haya evidencia de lo que paso. Solo por si el maestro decidía echarme la culpa, cuando se quemó del todo me fui a la cama con una sonrisa de satisfacción en el rostro que no se me salió incluso dormida. Al parecer, el poder hacerle daño a otros, fue lo que me falto en mi vida anterior, porque la verdad, ahora me siento muy bien.
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