" Mi Sucesor, Mí Verdugo"

En un apartamento en el centro. 

Piso alto, ventanales negros. Todo está en penumbra, salvo una lámpara que ilumina un tablero de ajedrez incompleto.

Elyrah Stéfano no está sentada. Camina. 

Lenta, pensativa, con una copa en la mano. 

A su lado, su hombre de confianza, de pie como una estatua, revisa en silencio una serie de imágenes en una tablet: registros de movimiento, planos de la mansión, capturas de unas cámaras que supuestamente ya no funcionaban.

—No juegan a matarse, juegan a entenderse —dice ella, sin mirar la pantalla.

—¿Le sorprende?

—Me inquieta —responde.

Camina hasta el ventanal. La ciudad se extiende como un tablero dormido. Su reflejo aparece entre las luces.

—La tregua les hizo bien —comenta él con cautela.

Ella sonríe, pero su sonrisa no tiene calor.

—Las treguas revelan la verdad. Los discursos caen, las máscaras se aflojan. En la guerra nadie se expone del todo, pero en la paz, sí.

Se gira hacia él. La copa gira en su mano, despacio.

—Iker está cediendo. Y ella empieza a olvidarse de lo que vino a hacer.

—¿Qué propone?

Deja la copa sobre la mesa. Sus ojos se clavan en el tablero: el rey blanco está solo. Rodeado de piezas negras.

—Una visita inesperada.

—¿Ahora?

—Mañana. Justo después del segundo amanecer. 

Lo suficiente para romper el clima de tregua, pero no para acusarlos de traición.

El hombre asiente. Ella se acerca a él, firme.

—Quiero que él sienta el filo del riesgo. Que recuerde que aún es un peón en una partida que no maneja.

Intrigado: —¿Y su nieta? Señora. —Su voz baja. Suave y letal.

—Quiero que ella lo vea débil. Que lo mire con compasión. La compasión es un error. Ablanda el juicio. Y ella no puede ablandarse ahora.

Hace una pausa.

—Si de verdad quiere quedarse con el legado o destruirlo, que aprenda lo que se hace con las piezas que dudan.

Él la mira, casi temiendo preguntar. —¿Y si ella lo protege?

Ella recoge la copa, pero esta vez no bebe.

—Entonces me demostrará que aún no está lista.

—Dudando si preguntar—. ¿Y si se aleja de él?

—Entonces tal vez, por fin, empiece a parecerse a mí.

Mientras tanto, se planea todo para el otro día. 

Por órdenes del custodio, pone en marcha la llegada adelantada de quien demostraría que son los elegidos.

Dentro de su habitación, Iker está intranquilo.

Sabía que “Lo que no se pregunta” se puede malinterpretar. Y debía tomar una decisión o lo lamentaría.

Ella dentro de su habitación, ya acostada sabe que el está pasando por un tormento. Pero le daría tiempo para que confiara y juntos tener la libertad por lo que lucharon sus padres.

Día 2 de 7 – 

La mansión parece contener la respiración. 

En el invernadero, entre las plantas altas y el olor húmedo a tierra, se escucha apenas el roce del viento y el crujido de una taza de porcelana contra el banco de piedra.

Iker observa a Ainelys desde el umbral. 

Ella está agachada, quitando hojas secas de una orquídea blanca. Su expresión es serena. Casi inocente.

Ailyns Stéfano.(La nieta).

Y eso lo paraliza. Tiene en la garganta esa pregunta que lleva días queriendo soltar. 

Por la  información que le dieron antes de infiltrarse, fue que el fallecimiento de su padre y la historia de la pareja estaban entrelazadas.Que era como hermanos de vida, fue lo que construyó su odio, su impulso. 

Le dijeron que los padres de ella murieron por querer eliminar a la mujer. Lo que no le habían dicho era de su existencia. Y descubriendo, después de escucharla, que no querían justicia, sino sangre.

Pero ahora, mirándola ahí, tan ajena a esa imagen, algo en él se quiebra.

Da, un paso. La grava cruje bajo sus pies.

Ella levanta la vista, con esa tranquilidad que siempre lo desarma. 

—¿Todo bien?

Iker duda. Traga saliva. Siente que, si habla, podría estropear todo. —Sí… solo quería respirar algo distinto. Acá todo huele a cosas vivas.

Ella sonríe. —Mi madre decía que las plantas sabían guardar secretos. Que si las cuidabas, te daban paz. 

Si las ignorabas, te gritaban.

Iker se sienta a su lado. Observa sus manos, llenas de tierra. Piensa en cómo alguien puede haber crecido con ternura y dolor al mismo tiempo.

—¿La extrañas? —pregunta en voz baja.

—Cada día. Pero ya no me duele como antes. Ahora me duele no poder preguntarle cosas.

—¿Qué cosas?

—Si lo que hicieron valía la pena. Si creyeron que con eso nos iban a salvar o si simplemente no vieron otra salida.

Él la mira de reojo. Esa respuesta le eriza la piel.

—¿Ellos sabían, lo que enfrentaban?

Ella baja la mirada. Su voz es casi un susurro.

—Lo sabían. Pero no sabían cuánto me dolía que yo tuviera que quedarme. Que no pudieran volver a buscarme.

Iker aprieta las manos sobre sus rodillas. 

La pregunta le arde en la lengua: —¿Vinieron a matar a tu abuela? ¿Fue lo que me dijeron? ¿Sos como ellos o contra ellos?

Pero no lo hace.

Porque en ese instante, ella lo mira. Con una sinceridad que le desarma el alma.

—Iker, sé que no te contaron sobre mí, pero sí sobre ellos. Pero no soy víctima. Y tampoco soy como ella.

Él la observa en silencio. 

Ella no sabe lo que estaba por decirle, lo intuyó. 

Y eso le pesa aún más.

—Lo sé —responde—. Y por eso no quiero romper lo que estamos construyendo.

Ella se acerca, y sin tocarlo, le dice con suavidad:

—Cuando estés listo para preguntarme lo que de verdad querés saber, no tengas miedo. Ya he escuchado cosas peores.

Él asiente, con una mezcla de alivio y culpa.

Y en ese silencio, por primera vez, no necesita saberlo todo. Solo tenerla a su lado. Que confiara en él a pesar de todo. Le daba fuerzas para seguir.

Sin darse cuenta, ella se estaba metiendo sin permiso en su ser y le estaba dando miedo. Ya se había abierto a alguien, que desapareció por ser solo una infiltrada en su vida.

La diferencia era que ella le había sido franca desde el primer momento.

Y ahora solo necesita no perderla o estaba seguro de que él sería quien se perdiera.

Continuará...