Griselda murió… o eso cree. Despertó en una habitación blanca donde una figura enigmática le ofreció una nueva vida. Pero lo que parecía un renacer se convierte en una trampa: ha sido enviada a un mundo de cuentos de hadas, donde la magia reina… y las mentiras también.
Ahora es Griselda de Montclair, una figura secundaria en el cuento de “Cenicienta”… solo que esta versión es muy diferente a la que recuerdas. Suertucienta —como la llama con mordaz ironía— no es una víctima, sino una joven manipuladora que lleva años saboteando a la familia Montclair desde las sombras.
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capítulo 17
Las damas se habían reunido en el salón de té del palacio, donde la tarde se llenaba de conversación ligera y risas suaves.
Griselda, sentada frente a ellas con una taza humeante, reía por lo bajo ante los susurros de Anastasia, quien —desde el otro extremo de la mesa— soltaba comentarios sarcásticos con su habitual elegancia, como cuchillos envueltos en encaje.
Justo en ese instante, una de las damas levantó la vista. Sonreía con los labios, pero sus ojos brillaban con veneno.
—Señorita Montclair —dijo con voz tan dulce como cortante—. Me encantaría saber más sobre usted y su familia… además de fabricar, digamos, deliciosos pasteles y comerlos, claro. ¿A qué se dedicaban en el reino de Cristal?
El silencio cayó como un telón pesado. Todas las miradas giraron hacia Griselda. Era evidente que la pregunta tenía doble filo, y venía de Vivian, hija de una marquesa influyente y una de las candidatas que la reina había considerado para Filip antes de su regreso con su prometida.
Griselda bajó la taza con calma, la sostuvo entre los dedos con elegancia, y tras un sorbo breve, fijó la mirada en la joven dama.
—Mi difunto padre era capataz… trabajaba la tierra con sus propias manos —sonrió—. De hecho, fue él quien me enseñó a cultivar. En esta vida hay que saber un poco de todo: diplomacia, etiqueta… y también cómo cosechar legumbres sin maltratarse las manos.
Vivian parpadeó, incómoda.
—Mi madre es duquesa, un título heredado de mi abuelo. Y sí, es cierto: somos reconocidos en el reino de Cristal y más allá por nuestros pasteles. Nuestro trigo, nuestras frutas y verduras se cultivan en casa. Eso les da un sabor único.
Tomó otro sorbo, más lento esta vez, y agregó con una sonrisa venenosa:
—Si no me cree, puede preguntarle al príncipe Filip. Desde que probó uno de nuestros pasteles, no pudo resistirse… como tampoco pudo alejarse de estas manos que los preparan.
Se miró las manos como si fueran joyas sagradas.
—Mi abuela solía decir que a los hombres se les conquista por el estómago… Y bueno, tres meses bastaron para que el príncipe me propusiera matrimonio. No muchas pueden decir lo mismo, ¿verdad?
Una risita seca surgió en un rincón. Las demás damas callaron, impresionadas por la firmeza de su respuesta. Vivian apretó los labios, sin encontrar réplica.
En ese momento, Filip apareció en la sala. Se acercó con paso seguro hasta Griselda, se inclinó y le besó la mejilla con ternura.
—Sabes bien que esa no fue la principal razón por la que me enamoré de ti —murmuró—. No existe mujer, en este ni en ningún otro imperio, que se compare contigo. Eres la más hermosa que he visto.
Varias damas ahogaron sus murmullos tras los abanicos.
La reina, que había entrado discretamente por una puerta lateral, sonrió al oírlo.
—Hijo, ¿a qué se debe esta aparición tan… sentimental?
—Vine a buscar a mi prometida, madre. Quería invitarla a dar un paseo.
—Está bien, pero recuerden que por la tarde tenemos cita con la modista. No se alejen demasiado.
Griselda se levantó, se inclinó con respeto ante la reina y tomó el brazo de Filip. Los presentes los observaron mientras abandonaban la sala. Las miradas iban desde la admiración hasta la frustración.
—Esa fue una jugada brillante —susurró Anastasia, divertida, a su madre.
—Algo tuvo que aprender de mí —respondió la duquesa, sin disimular su orgullo—. No por nada soy experta en diplomacia.
Vivian bajó la mirada, deseando que el suelo se la tragara. No encontraba excusa digna para retirarse sin parecer derrotada.
***
El paseo los llevó por los jardines, frescos y perfumados. Los arbustos floridos los protegían del bullicio de la corte.
—¿Te molestó lo que dijeron sobre tu figura? —preguntó Filip con suavidad.
Griselda se encogió de hombros con una media sonrisa.
—Siempre hay alguien con veneno en la lengua. Pero tu beso fue más elocuente que cualquier argumento.
Él la abrazó con firmeza por la cintura.
—Estoy loco por ti, y más que loco… agradecido.
Ella apoyó la cabeza en su hombro.
—Entonces dame otro beso… para borrar el mal rato que esa víbora quiso hacerme pasar.
Y se besaron, rodeados de flores y silencio.
***
Días después, el palacio entero se agitaba con la emoción de la cacería real. Griselda se había preparado con botas resistentes, pantalones cómodos y su arco preferido. Anastasia, en cambio, viajaba en carruaje con el ministro Santiago, adornada con una capa rosa y un sombrero coqueto.
En el bosque, los cazadores ya rodeaban el área. Filip y su hermano mayor, el príncipe Henry —alto, serio, con aura militar— lideraban la expedición. Griselda caminaba a su lado, sintiendo la adrenalina subirle por la espalda.
—¿Lista para la cacería, cuñada? —le preguntó Henry, con un destello de humor.
—Siempre. Y si no derribo nada, al menos tengo buena puntería para criticar discursos aburridos.
Henry soltó una risa ahogada. Aunque tenía que mostrarse serio ante la corte, con Griselda bajaba la guardia. Le agradaba su descaro.
Los batidores hicieron su trabajo. Un jabalí salió corriendo entre los matorrales. Filip fue el primero en disparar. Lo alcanzó en el costado. Henry remató el tiro, certero.
—¡Jabalí listo! ¡Captura hecha! —gritó Griselda.
Henry aplaudió con los guantes puestos.
—Buen tiro, aunque esta vez el mérito es tuyo, hermano.
—Tendremos cena para rato —respondió Filip, satisfecho.
***
La noche cayó, y con ella, el banquete. El salón real se llenó de música, vino especiado y aroma a carne asada. El jabalí estaba en el centro de la mesa, dorado y crujiente. Damas y caballeros charlaban animadamente, encantados por la emoción de la caza.
El rey se puso de pie y alzó su copa:
—Brindo por la futura princesa de Marbella, que hoy demostró tener puntería y carácter. Que conserve ese espíritu serrano por siempre.
Los presentes aplaudieron. Griselda inclinó la cabeza, agradecida.
Ella alzó su copa y bromeó:
—Lo único más difícil que atrapar un jabalí salvaje es tratar con ciertas damas diplomáticas…
Las risas estallaron en la sala, incluso las más frías no pudieron contenerse.
***
Esa noche, cuando llegaron a la puerta de la habitación de Griselda, Filip se inclinó para besarla y despedirse. Pero ella, con las mejillas color cereza, lo miró con una mezcla de timidez y determinación.
—¿Te gustaría pasar?
Filip la miró, en silencio. Luego, con voz baja, contestó:
—Si entro… ya no querré irme.
Griselda lo sostuvo de la chaqueta y murmuró:
—Eso está bien. Yo tampoco quiero que te vayas esta noche.
Él no dijo más. La tomó de la cintura y la besó apasionadamente, empujando la puerta sin dejar de abrazarla. Se cerró detrás de ellos con un suave clic, sellando una noche que cambiaría sus vidas para siempre.