“Lo expuse al mundo… y ahora él quiere exponerme a mí.”
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Capitulo 6:Rumores, castigos y la dirección
Los pasillos del instituto olían a papel, sudor y bocadillos recién abiertos; los rumores, en cambio, olían a pólvora. En menos de veinticuatro horas la cafetería fue solo un recuerdo: el chat de la escuela ardía con versiones, capturas y juicios rápidos. Algunos defendían a Isabella, otros repetían las palabras de Damián como si fueran sentencia.
Esa mañana, Isabella entró al aula de filosofía con la sensación de tener un cartel invisible pegado a la frente: “Objetivo”. Sus manos le sudaban un poco; no era por la clase, sino por la mirada que todavía le ardía en la memoria. Lucas, sentado a su lado, tanteó su mano bajo la mesa y se la apretó con discreción.
—Respira —susurró él.
—Estoy respirando, estoy viva y no voy a tropezar… por lo menos hasta la pausa —respondió ella en un hilo de voz, intentando arrancarle una sonrisa a la situación.
El profesor apenas había comenzado a explicar las teorías de Aristóteles cuando la puerta se abrió con esa mezcla de protocolo y ruido que trae siempre algo importante: la asistente del director, con el rostro serio, anunció en voz baja que necesitaban hablar con Isabella Martínez en dirección.
Un murmullo recorrió el salón. Isa se puso en pie con el ademán torpe de quien intenta hacer todo con calma para que no se note el temblor.
—¿Yo? —preguntó, fingiendo sorpresa.
—Sí, Isabella. Por favor acompáñanos —dijo la asistente con la formalidad que presagiaba problemas.
Mientras cruzaba el pasillo, los ojos la seguían como si fuera una actriz en escena. Sofía la observaba desde el fondo; sus labios formaban una sonrisa paciente y calculadora.
En la sala de dirección, el director Rodríguez la recibió con una mezcla absurda de cansancio y solemnidad. Detrás de su mesa, colgaban diplomas y la foto del instituto en la que siempre parecía ver a sus alumnos como fichas que cuidar. Al lado del director estaban dos cosas: la asistente y un correo impreso con las capturas acompañadas del nombre de Damián Montenegro.
—Isabella —comenzó el director con voz grave—. Han llegado quejas formales sobre publicaciones y comportamiento que, en apariencia, dañan la reputación de otros estudiantes. Queremos entender tu versión.
Isabella tragó y habló con claridad, porque la injusticia le calentaba la sangre y no podía callar:
—Yo no publiqué lo que difundió ayer Damián. Yo nunca he hecho nada para… para desprestigiar a nadie. Mi video fue anónimo y mostraba una conducta indebida. Lo subí porque… porque no soporté la injusticia.
El director la miró con una mezcla de compasión y cautela.
—Entiendo tu intención, pero la dirección debe actuar con cuidado. Hemos recibido muchas versiones.
En ese momento la puerta se abrió de nuevo y, como si fuera una coreografía conocida por todos, Damián Montenegro entró con Tomás y su amigo. Su presencia llenó la sala como si hubiera instalado un silencio con alfombra roja. El director se enderezó automáticamente.
—Ah, Montenegro —dijo con un tono casi reverencial—. Justo a tiempo. Tenemos aquí a la señorita Martínez.
Damián se acercó despacio, clavando sus ojos azules en Isabella. No hubo gritos, ni gestos grandilocuentes. Solo la fría calma de quien sabe que la casa está de su lado.
—Vine porque vi que se discutía el tema —dijo—. Me parece correcto que se aclare todo.
Isabella notó la manera en que el director desviaba la mirada hacia Damián con ese respeto que en otro tiempo le habría parecido absurdo. Aquí no todos eran iguales. Había favores, cuentas y oportunidades. Y Damián las tenía en su bolsillo.
—Entonces … ¿qué pasará? —preguntó ella, con la voz que le temblaba apenas.
—Veremos las pruebas —respondió el director—. Por ahora permanecerás suspendida de publicar en los medios internos del colegio y tendrás que presentarte a una audiencia el viernes por la tarde.
—¿Suspendida? —exclamó Isabella, sintiendo el golpe de incredulidad—. ¿En serio? Pero es él quien…
—Isabella —interrumpió el director con severidad—. No es la forma adecuada de hablar dentro de la sala de la dirección. Mantendremos la calma mientras investigamos.
Lucas se acercó, con la rabia marcada en la mandíbula.
—Ésto es una locura. Ella no hizo nada para merecer esto.
Damián lo observó con una sonrisa fría.
—Tranquilo, chico. El proceso sigue su curso. No creo que quieras complicarte con acusaciones, ¿no? —dijo con la ligereza de quien no ve consecuencias.
Lucas, confundido por la contundencia de Damián y el respeto del director hacia él, respondió con la voz entrecortada:
—No voy a dejar que la toquen.
Sofía, que sabía que el rumor sobre la suspensión se alegaba como el primer paso hacia la humillación pública, ya estaba pensando en el siguiente movimiento. Se acercó por casualidad al pasillo donde Lucas salía de dirección con Isabella; se acomodó el cabello, puso cara de preocupación fingida y dijo en voz baja, para que Lucas la oyera:
—Pobrecita… si yo fuera tú, la dejaría sola. No quiero estar en el medio de una chica que trae problemas.
Lucas la miró por un segundo, confundido, porque la oferta venía envuelta en una preocupación que sonaba sincera. Sofía continuó:
—Mira, si quieres, podemos estar más cerca. Te apoyo en los exámenes, te dejo estudiar en mi casa… No es por nada, solo que es mejor tener aliados que lastres.
Esa semilla, táctica y conveniente, plantó una duda. Lucas la apartó con un gesto rápido, pero su rostro reflejaba una pelea interna: por un lado la lealtad a Isa; por otro, la seguridad social que Sofía ofrecía y que la presión del colegio encendía.
Isabella salió de la dirección con el alma encogida. Lucas, a su lado, intentaba recomponer sus palabras:
—Isa, yo… voy a hablar con los profes, vamos a… —balbuceó—. No te preocupes.
—Gracias —respondió ella, con una mezcla de orgullo y dolor—. No quiero que te metas en problemas por mí.
Lucas la miró como si quisiera llevar la lluvia a su tejado; no sabía aún que Sofía ya había empezado a mover su red a su alrededor.
Esa tarde los pasillos se llenaron de miradas, susurros y apuestas silenciosas sobre cómo terminaría el asunto. Para Isabella, la sanción fue un golpe: no podía publicar en su blog interno, y la audiencia del viernes pendía sobre su cabeza como una tormenta. Para Damián, era apenas un paso más para recordar al resto quién dictaba las reglas. Para Sofía, la oportunidad perfecta de acercarse a Lucas y convertir la confusión en ventaja social.
Y en la noche, cuando la casa estaba en silencio, Isabella abrió la ventana de su cuarto y miró las luces de la ciudad, pensando que la justicia que había buscado se le volvía en contra. Sonrió con amargura y murmuró para sí:
—Esto no se queda así.
En algún lugar no muy lejos, Damián sonrió desde su auto. Había ganado una ficha en el tablero. Pero la mirada que entonces había visto en Isabella , lo hacía sentir muy inquieto,de un modo que aún no entendía.