¿Alguna vez han pensado en los horrores que se esconden en la noche, esa noche oscura y silenciosa que puede infundir terror en cualquier ser vivo? Nadie había imaginado que existían ojos capaces de ver lo que los demás no podían, ojos pertenecientes a personas que eran consideradas completamente dementes. Sin embargo, lo que ignoraban es que esos "dementes" estaban más cuerdos que cualquiera.
Los demonios eran reales. Todas esas voces, sombras, risas y toques en su cuerpo eran auténticos, provenientes del inframundo, un lugar oscuro y siniestro donde las almas pagaban por sus pecados. Esos demonios estaban sueltos, acechando a la humanidad. Sin embargo, existía un grupo de seres vivos—no todos podrían ser catalogados como humanos—que dedicaban su vida a cazar a estos demonios y proteger las almas de los inocentes.
NovelToon tiene autorización de lili saon para publicar essa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
CAPITULO DIECISIETE
—Bueno, la esfera no puede estar muy lejos. El conjuro estaba diseñado para mantenerla en un radio cercano. Sugiero que dividamos el grupo y cubramos las áreas más probables: la biblioteca, el jardín y las aulas vacías —respondió ella con calma y precisión.
Asher asintió, aprobando el plan.
—Perfecto. Lucian y Freya, ustedes cubran la biblioteca. Seraphina y yo nos encargaremos del jardín. Si encontramos algo, nos comunicamos inmediatamente.
Lucian y Freya intercambiaron miradas antes de asentir. Se levantaron y, aunque todavía se sentía una ligera tensión entre ellos, parecía que el comentario de Asher había logrado su objetivo. Salieron del salón rumbo a la biblioteca, mientras Seraphina y Asher se dirigían al jardín.
Mientras caminaban por el jardín, Asher no pudo evitar volver a pensar en Ivelle. Sabía que esta búsqueda era crucial, pero su preocupación por ella seguía presente en su mente. La imagen de sus ojos tristes y la conversación en el pasillo seguían resonando en su interior, como un eco persistente que no podía ignorar.
Al mismo tiempo, Ivelle entró en su habitación. Dejó sus cosas en la cama y se recostó, cerrando los ojos. Estaba agotada, pero no era un cansancio físico; era mental. Su mente estaba sobrecargada de recuerdos y emociones que no podía controlar. Las imágenes del día en que perdió a sus padres se repetían una y otra vez en su cabeza, como un tormento interminable. Tenía tantas preguntas y ninguna respuesta. ¿Por qué había pasado todo eso? ¿Por qué su hermano había desaparecido? ¿Por qué la había dejado sola cuando prometió nunca hacerlo? Se sentía tan sola en un lugar tan grande, donde nadie parecía notar lo que sucedía en su mente. Pero en realidad, todos se daban cuenta; simplemente, nadie se atrevía a preguntar. Tal vez temían empeorar su dolor o no sabían cómo ofrecerle consuelo.
En su mente, las preguntas se habían convertido en intrusos persistentes que no permitían que su mente se apaciguara. Daban vueltas y vueltas, atormentándola con su falta de respuestas. Sentía una presión constante, como si una nube oscura la envolviera, impidiéndole ver con claridad.
— ¿Por qué tú también me dejaste, hermano? —preguntó, mientras abrazaba la almohada con fuerza—. Te necesito conmigo, no lejos de mí.
Las lágrimas corrían por las mejillas de Ivelle mientras su voz temblaba con emoción contenida. Se sentía perdida y vulnerable, pero permitir que sus emociones fluyeran era una pequeña liberación. La habitación estaba en silencio, solo interrumpida por el sonido de su respiración entrecortada y el latido acelerado de su corazón. Se abrazó a sí misma, queriendo que todo el sentimiento de abandono desapareciera de si, quería sentirse como antes, quería olvidar por completo que sus padres estaban muertos y que su hermano mayor no estaba a su lado, ¿pero cómo se hacía eso? Era imposible. Nadie sería capaz de olvidar todo eso ni por más que lo deseara. A pesar de su deseo, Ivelle sabía que los recuerdos no podrían ser borrados tan fácilmente. Todos los amores, todos los rencores, todos los sueños rotos y todas las esperanzas aplastadas permanecerían en su mente y en su corazón para siempre.
Mientras se limpiaba las lágrimas, recordó las palabras de Seraphina. ¿De verdad sus padres le estaban ocultando algo? No quería creerlo. ¿Qué podrían estar escondiéndole sus padres? ¿Qué podría estar ocultándoles ella a sus padres? Ivelle nunca lo hubiera imaginado. Después de todo, eran sus padres, ¿verdad? ¿Por qué tendrían que ocultarle algo? Sacudió la cabeza de un lado a otro, tratando de despejar sus pensamientos. Se levantó rápidamente de la cama y salió de la habitación. Se sentía mareada por tantas cosas que pasaban por su mente en ese momento. Recostó su espalda en la pared del pasillo, tratando de tranquilizarse. No sabía a dónde iba, pero no quería quedarse en la habitación, sintiéndose atrapada en su dolor y en sus pensamientos.
Caminó sin rumbo fijo, observando a los estudiantes que iban de un lado a otro, riéndose y conversando. Todo eso solo la confundía más. Sus pies la llevaron hasta un santuario abandonado, donde años atrás se realizaban rituales y consagraciones mágicas. El lugar estaba en un estado deplorable, con telarañas cubriendo las esquinas y polvo acumulado en el suelo. Ivelle cayó de rodillas en el centro del santuario. Su pecho dolía y su corazón latía tan rápido que pensó que en cualquier momento se saldría de su pecho. Su mirada estaba borrosa y su cuerpo temblaba. ¿Qué estaba sucediendo? No lo sabía. Se llevó las manos a la cabeza, sintiendo que su mente se llenaba de pensamientos confusos y emociones abrumadoras. La sensación de pérdida, de estar sola en el mundo, la golpeaba con fuerza. Se sentía traicionada, tanto por la vida como por las personas en quienes confiaba. Las lágrimas volvieron a brotar, sin control.
—No entiendo nada —murmuró Ivelle entre sollozos, sintiéndose completamente perdida.
Se levantó como pudo del suelo del santuario abandonado. Observó los restos del antiguo altar, con sus piedras desgastadas y cubiertas de musgo, y se preguntó sobre la historia y el propósito de aquel lugar sagrado. A medida que sus ojos recorrían los detalles del altar, notó algunas inscripciones grabadas en las piedras, antiguos símbolos que parecían susurrar secretos olvidados.
Se inclinó hacia adelante, sintiendo una inexplicable atracción hacia aquellos símbolos ancestrales. De repente, una poderosa llama de fuego surgió de un rincón del santuario. El resplandor de la llama capturó la atención de Ivelle, atrayendo sus ojos hacia el rincón del santuario de donde surgía.
Con paso cauteloso, se acercó al lugar. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, pudo distinguir una bola de cristal en medio de la llama, brillando con una intensidad hipnótica. Los símbolos de serpiente roja que se movían dentro de la esfera parecían danzar al compás de las llamas, creando un espectáculo fascinante y misterioso.
Ivelle se quedó sin aliento, maravillada por lo que veía. La bola de cristal parecía estar imbuida de una energía antigua y poderosa, y los símbolos serpentinos dentro de ella emanaban una presencia mágica que capturó su atención por completo.
—¿Qué es esto? —murmuró Ivelle para sí misma, sin apartar la mirada de la esfera brillante.
El ambiente en el santuario parecía cargado de una atmósfera mística. La llama de fuego bailaba alrededor de la esfera, proyectando sombras y luces que hacían que los símbolos rojos parecieran cobrar vida. Sin pensarlo demasiado, Ivelle extendió su mano hacia la esfera. Sintió una leve corriente de energía cuando su piel rozó la superficie de cristal. Los símbolos serpentinos parecieron moverse más rápido y brillar con mayor intensidad.
—Es hermoso —susurró Ivelle, sintiendo cómo el poder mágico de la esfera la envolvía.
De repente, la esfera comenzó a vibrar suavemente en la mano de Ivelle. Sintió un cosquilleo en la palma, como si la esfera estuviera reaccionando a su toque. La serpiente roja dentro de la esfera parecía moverse con vida propia, girando y serpenteando alrededor de su núcleo brillante. Los símbolos de serpiente roja cobraron vida ante sus ojos, formando palabras y frases que parecían resonar en su mente.
Ivelle quedó hipnotizada por el espectáculo mágico que tenía lugar frente a ella. La esfera brillaba intensamente mientras los símbolos danzaban en su interior, tejiendo una historia desconocida y antigua. De repente, en un destello de luz y energía, la esfera se evaporó sobre los dedos de Ivelle, como si su propósito hubiera sido cumplido.
Ivelle sintió cómo todo su ser se estremecía ante la intensidad del acontecimiento. El poder mágico que había sentido había sido abrumador, dejándola aturdida y sin aliento. Antes de que pudiera asimilar por completo lo que acababa de presenciar, su cuerpo cedió ante la abrumadora experiencia. Con un suspiro apenas audible, Ivelle se desplomó en el suelo del santuario, su conciencia envuelta en la oscuridad de la inconsciencia.
El silencio del lugar sagrado se cerró a su alrededor, como si el mundo entero contuviera el aliento ante el giro repentino de los acontecimientos. Las sombras y la quietud llenaron el santuario abandonado, envolviendo a Ivelle en un sueño profundo y reparador mientras su mente procesaba lo inexplicable.
Cuando finalmente Ivelle abrió los ojos, se encontró sumida en un ambiente completamente ajeno. El santuario, con sus muros antiguos y su aura mística, había desaparecido por completo, reemplazado por un paisaje desconocido y enigmático. Se encontraba de pie en medio de un bosque oscuro y frondoso, donde los árboles se alzaban imponentes hacia el cielo estrellado. El suelo estaba cubierto por una densa capa de musgo, suave bajo sus pies descalzos. A lo lejos, el murmullo de un arroyo se dejaba escuchar, añadiendo una melodía suave al ambiente nocturno.
Ivelle se incorporó lentamente, sintiendo una extraña sensación de desorientación. ¿Cómo había llegado allí? No recordaba haber abandonado el santuario, ni mucho menos haberse adentrado en este bosque desconocido. Miró a su alrededor en busca de alguna pista, pero todo lo que veía era oscuridad y silencio. No había rastro de Asher ni de ninguna otra persona. La tranquilidad del lugar era abrumadora, envolviéndola en una atmósfera de misterio y desconcierto.
El corazón de Ivelle latía con fuerza en su pecho mientras intentaba recordar los eventos que la habían llevado hasta allí. La última imagen clara que tenía en su mente era la de la esfera evaporándose en sus manos en el santuario. ¿Había sido eso algún tipo de portal mágico? ¿La había transportado a este lugar desconocido?
—¿Hola? —llamó Ivelle, con la esperanza de escuchar una respuesta, pero solo el eco de su propia voz resonó entre los árboles.
Decidió avanzar con precaución, siguiendo el murmullo del arroyo que resonaba en el bosque. Cada paso era incierto, como si estuviera atravesando un sueño del que no podía despertar. El aire fresco de la noche acariciaba su rostro, dejando entrever la posibilidad de que todo aquello fuera real.
—¿Dónde estoy? —se preguntó en voz alta mientras caminaba, sus ojos escudriñando el entorno en busca de respuestas.
Ivelle caminó sin detenerse, dejándose guiar por el destino o por la magia que parecía tejerse a su alrededor. Finalmente, llegó a una plaza donde varias estatuas de mujeres jóvenes y hermosas formaban un círculo. La curiosidad la llevó a adentrarse en el círculo de estatuas, donde un grupo de personas se agolpaba y se empujaba para observar algo en el centro. Ivelle se abrió paso entre la multitud, sintiéndose como una sombra invisible para aquellos que la rodeaban. Con determinación, se abrió paso hasta el centro de la escena.
Cuando finalmente llegó al epicentro de la conmoción, quedó petrificada al presenciar la escena que se desarrollaba ante sus ojos. Una mujer, encadenada y maltratada, yacía en el suelo. Su figura frágil y vulnerable contrastaba dolorosamente con las cadenas que la aprisionaban cruelmente. El rostro de la mujer estaba desfigurado por los golpes y la violencia, una máscara de sufrimiento y dolor. Ivelle se estremeció ante la visión, sintiendo un nudo en la garganta y un escalofrío recorriendo su espalda.
—¿Qué está pasando aquí? —murmuró Ivelle, con la voz temblorosa.
La mujer en el suelo comenzó a moverse, levantándose lentamente. Ivelle sintió una mezcla de asombro y horror mientras la gente a su alrededor entraba en pánico y huía despavorida. El caos se apoderó de la plaza, con personas corriendo en todas direcciones y gritando palabras de terror y desesperación. Ivelle se sentía como si estuviera atrapada en medio de una pesadilla, incapaz de comprender lo que estaba sucediendo a su alrededor. La mujer se levantó por completo, sus ojos vacíos y perdidos en el dolor miraron a Ivelle por un instante antes de que ella se derrumbara nuevamente. La energía en la plaza se volvió aún más frenética mientras los rumores de que la mujer era un espíritu o un fantasma comenzaron a extenderse entre los presentes.
— ¡La bruja maldita está viva! ¡Corran, corran, corran! — gritaban sin cesar.
Ivelle se sintió atrapada en una pesadilla, pero sabía que esto no era un sueño. Todo lo que le estaba pasando era real, la sensación de calor, la gente gritando y corriendo en todas direcciones, el cuerpo del suelo. Todo era real. Pero lo más aterrador de todo era la mirada en el rostro de la persona. ¿Era eso realmente una persona? Ivelle no sabía qué hacer ni a dónde ir. Se encontraba en un especie de trance mientras sus ojos asustados y abiertos de par en par observaban a la mujer que se retorcía de dolor en el suelo debido a las piedras que segundos atrás habían sido arrojadas a ella sin compasión.
— ¡Pueblo cínico! —exclamó la mujer, con impotencia. El dolor podía notarse en su rota voz—. Siempre nos han perseguido, tratándonos como unos ladrones miserables, simples escorias que no merecían la vida ¡despreciándonos como si fuéramos la peor especie solo porque somos diferentes! ¿Cómo es posible que ahora los defiendan, cuando antes nos mataban? ¿Por qué? ¿Por qué no nos defendieron cuando nos estaban matando? ¿Por qué a ellos sí y no a nosotras, que somos iguales a ustedes!?
Las palabras de la mujer resonaron en la plaza, atravesando el caos y llegando a los oídos de quienes aún permanecían allí, congelados por la sorpresa y la conmoción. Ivelle sintió el peso de cada una de sus preguntas, cargadas de dolor, ira y confusión. Era evidente que la mujer había sido sometida a un sufrimiento inimaginable, y su voz temblorosa reflejaba la injusticia y el sufrimiento que había soportado a lo largo de los años. A su alrededor, la multitud que había huido comenzó a detenerse, sus rostros llenos de incertidumbre y vacilación. Por un momento, el caos dio paso a un silencio tenso, roto solo por el eco de las palabras de la mujer y el suave murmullo del viento.
Un anciano de unos setenta años, que caminaba con un bastón debido a la falta de una pierna, se acercó a la mujer impotente y la tomó de la mano. Aquella mujer abrió sus ojos ensangrentados como pudo. Traté de hablar, pero solo murmuros salían de sus partidos labios. Ivelle detrás de ellos, temblaba de miedo. No entendía qué era lo que sucedía. ¿Por qué estaba viendo eso? ¿Era otra pesadilla? Pero todo se veía tan real para ser una simple pèsadilla. Eso sí que la aterraba más que cualquier otra cosa. Miro a todos lados, queriendo buscar una salida, pero no había ninguna, solo un montón de gente como espectadora.
—Querida Verlah —dijo con voz apacible el anciano—, has de tener presente algo crucial: hemos de aprender a perdonar para convivir en armonía —apretó con suavidad la mano fina de la mujer—. No podemos permitir que el odio nos consuma constantemente, y menos aún de ese modo. Contempla hasta dónde has llegado, Verlah. ¿Dónde queda la niña que ansiaba auxiliar a los demás? No eres ni su sombra. Lo sucedido ha de quedar en el pasado, esa es la única vía para hallar la felicidad y, sobre todo, para sanar. El odio, el rencor y todas esas emociones y sentimientos negativos no nos conducirán a nada. Comprende eso, querida.
—¿Y quién dijo que yo anhelo vivir feliz? —respondió Verlah, como pudo. Su voz sonaba amortiguada, como si pronto la perdiera. Sus ojos reflejaban tristeza, pero también enojo. En su interior, sentía latir su corazón velozmente, y su piel abrasar—. ¿Quién dijo que estoy dispuesta a dejar atrás la ira? No, eso no figura en mis planes —las lágrimas de sus ojos se mezclaban con la sangre de su rostro—. Viviremos con ira hasta que se haga justicia —dijo al anciano, cuyo semblante era sereno, como si lo que ocurriese no le importase.
— ¡Verlah, estás equivocada! Debes dejar tus malos pensamientos de lado. Es hora de entrar en razón. Eres una mujer con un futuro exquisito. Eres brillante e inteligente. De las mejores… brujas —decir esa última palabra le causó un gran desagrado— que este pueblo ha tenido. No debes permitir que el odio te siga cegando. Por favor, muchacha. Entra en razón. Redímite. Pide perdón para vivir en paz.
—¿¡Acaso no lo comprendéis!? —gritó hacia el público expectante, que guardaba completo silencio—. ¡Nos aterrorizaron, nos atacaron sin razón alguna! Las personas a las que amaba, aquellos que eran importantes para mí, han desaparecido, ¡todos están muertos! ¡Ellos los mataron! No merecen nuestro perdón —soltó con gran impotencia. Sentía que el dolor que tenía dentro de ella en cualquier momento la haría desplomarse—. Fueron crueles con nosotros, incluso… —susurró— con su propia hija, gran ministro sagrado. — Llevó su mirada al anciano — . A Mirábale la masacraron, ultrajaron su cuerpo en varias ocasiones, y la arrojaron a un río como si no valiera nada. ¿¡No recuerda a su propia hija!? Tan poco amor sentía para querer darle el perdón aquella especie de ser humano que decidió llevársela aunque ella no quería eso —El anciano frunció el ceño y retrocedió.
— No mencionéis a mi hija — agrego de golpe con un tono brusco.
—¿Por qué no, gran ministro? ¿Le duele lo que le hicieron a la pequeña Mirabel? ¿Si todavía le duele, por qué quiere perdonarlos? —rió en carcajadas—. Ellos continuarán persiguiéndolos y matándolos sin piedad, tratándonos como miserables ratas. Para ellos, ustedes son extraños, una abominación de la naturaleza... nuestro pueblo, todos nosotros, merecemos ser libres, no solo ocultarnos por temor a morir — Las palabras de Verlah resonaron en la plaza. El público estaba completamente en silencio. La mujer estaba llorando a lágrima viva, su rostro estaba rojo y manchado por las lágrimas — Mirabel, Mirabel, Mirabel, ¿Nadie recuerda a la pequeña Mirabel?
— ¿Recuerdan a “la niña del cabello rojo”? — El anciano asintió. Tenía una expresión triste y una expresión de arrepentimiento.
—Verlah, entiendo que has pasado por situaciones dolorosas y has sufrido pérdidas irreparables. Pero si no aprendemos a perdonar, solo perpetuaremos el ciclo de dolor y odio. Necesitamos dejar el pasado atrás y seguir adelante. Aunque nos persigan y maltraten, debemos recordar que somos igual de valiosos y merecedores de respeto. Mi hija solía decir eso, y ahora que ya no está, es nuestro deber honrar su memoria y vivir de acuerdo con sus palabras. Ella no creía en venganzas, y tú sabes eso.
— Es mejor trabajar para cambiar lo que no nos gusta y el camino para eso es el perdón, no la violencia. La violencia es la que nos ha llevado a esta situación.
— ¡Eres un estúpido! — gritó Verlah, visiblemente angustiada — ¡Completamente estúpido! No puedes estar hablando en serio. No podemos permitir que ellos sigan tratándonos como basura. Somos mejores y mucho más poderosos que cualquiera de ellos.
— Puedes estar enfadada, pero la violencia no nos ayudará. Solo generará más odio y enojo en nuestro pueblo. La única solución es aprender a perdonar. No podemos convertirnos en lo mismo que ellos, movidos por la venganza.
— ¡Por supuesto que puedo! — exclamó con fuerza —. Ustedes deberían hacer lo mismo antes de que desaparezcan. Cuando ellos los encuentren y comiencen a matarlos, espero tengan mi maldito nombre en sus cabezas.
El anciano permaneció en silencio. Algunas personas de la multitud empezaron a moverse inquietas. El silencio era casi tangible. El anciano se acercó a Verlah y le tomó las manos con ternura.
— Ellos no exterminan a nuestra especie, solo deliras. Eres alguien muy inteligente; no entiendo cómo terminaste en esta situación. Piensa en tu hija, aquella que dejaste a su suerte.
Verlah dirigió su mirada hacia Ivelle con una sonrisa siniestra, sus ojos brillaban con un fuego oscuro que parecía devorar la luz misma. Ivelle, al ver esa expresión en el rostro de esa mujer, retrocedió instintivamente, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de ella y helaba su corazón. Mientras tanto, la multitud que los rodeaba comenzaba a reaccionar, superando su inicial temor y avanzando hacia Verlah con determinación. Los murmullos de confusión se mezclaban con el ruido de los pasos que resonaban en el aire tenso. Para Ivelle, la confusión era abrumadora. No entendía qué estaba sucediendo, cómo había llegado a esta situación.
—¡Me vengaré de todos ustedes! —gritó Verlah con dolor, su voz resonaba cargada de amargura y desesperación— ¡Haré que paguen por lo que me han hecho! Lo juro, pagarán por cada lágrima derramada. Me vengaré por haberme condenado cuando solo intentaba protegerlos de todo lo que querían hacerles. ¡Incluso la muerte no será un obstáculo para mí! ¡Recuérdalo siempre!
Su voz resonó por todo el lugar, dejando en vilo su dolor y su ira. Las lágrimas brotaban de sus ojos con fuerza, y el cielo pareció responder con una llovizna que azotaba todo a su alrededor.
—Los haré pagar por todo lo que nos hicieron —continuó, con la voz entrecortada por el dolor—. Nunca debieron habernos tratado de esa manera tan humillante solo por querer defenderlos… nunca, nunca los perdonaré por esto.
Ivelle la observaba con el corazón en un puño, sintiendo la profundidad del sufrimiento de Verlah y la injusticia de lo que había presenciado. El viento frío soplaba a su alrededor, y las lágrimas que ella misma había derramado se mezclaban con la lluvia.
Con el corazón palpitando con fuerza y la mente nublada por la confusión, Ivelle cerró los ojos con fuerza, esperando que al abrirlos de nuevo todo volviera a la normalidad. Y así fue como, al momento siguiente, se encontró de vuelta en su habitación, la luz del sol filtrándose por la ventana entreabierta. Desconcertada y temblorosa, Ivelle se incorporó de un salto, agarrándose la cabeza con fuerza mientras intentaba discernir entre la realidad y la pesadilla que acababa de experimentar. Se dijo a sí misma que todo había sido solo un sueño, una ilusión creada por su mente agotada. Pero en lo más profundo de su ser, una sensación de inquietud persistía, recordándole que algunas verdades son más aterradoras que cualquier fantasía.
Miró a su alrededor, buscando cualquier indicio de que lo que había vivido no era más que una creación de su imaginación. Sin embargo, todo parecía estar en su lugar, como siempre. La habitación estaba tranquila, imperturbable ante el caos interno de Ivelle. Pero ella no recordaba haber estado en su habitación, ¿cómo fue que llegó ahí? Nada tenía sentido en ese momento. Con un suspiro de alivio, se obligó a calmarse. Intentó convencerse de que todo había sido producto de su mente cansada y sobreexcitada. Pero no importaba cuánto lo intentara, una sensación de incomodidad persistía, como si una sombra invisible se cerniera sobre ella.
Finalmente, decidió que necesitaba distraerse. Se levantó de la cama y se dirigió hacia el baño, decidida a darse una ducha reconfortante que la ayudara a despejar la mente. Mientras el agua caliente caía sobre su piel, intentó apartar los pensamientos intrusivos que la acosaban. Sin embargo, incluso el calor reconfortante del agua no pudo disipar completamente la sensación de inquietud que la había invadido. A medida que el vapor llenaba el baño y envolvía su cuerpo, Ivelle se preguntaba si alguna vez podría volver a sentirse segura en su propia mente, o si la sombra de lo desconocido siempre la perseguiría.
— ¿Qué acaba de pasar?