En un mundo dónde el sol es un verdugo que hierve la superficie y desata monstruos.
Para los últimos descendientes de la humanidad, la noche es el único refugio.
Elara, una erudita con genes gatunos de la élite, vive en una torre de privilegios y olvido. Va en busca de Kael, un cínico y letal zorro carroñero de los barrios bajos, el único que puede ayudarla a encontrar el antídoto para salvar a su pequeño y moribundo hermano.
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Capitulo 2: Kael
Después de oír pronunciar el nombre de "Kael", el barman soltó una carcajada ronca. —Toma un número. La mitad del Sumidero lo busca. La otra mitad preferiría verlo muerto. ¿A cuál perteneces tú?
Antes de que pudiera responder, una voz a su lado, grave y con un toque de ironía, la interrumpió.
—Depende de lo que ofrezcas.
Elara se giró. Apoyado en la barra, estaba "él'. Su cabello, de un intenso color cobrizo, parecía arder incluso en la penumbra, como las brasas de una fragua olvidada. Sus ojos ambarinos, brillantes de una inteligencia afilada y una desconfianza tan arraigada que resultaba casi insolente, la recorrieron de pies a cabeza.
—Eres del Capitel —afirmó. Su voz expresaba profundo desdén—. Hueles a aire filtrado y a problemas. No me interesa ninguno de los dos.
—No vengo a ofrecerte aire —replicó Elara, sorprendida por su propia audacia—. Vengo porque mi gente se está muriendo. Tu gente se está muriendo. Y necesito llegar a un lugar que podría tener la cura.
Una chispa de emoción brilló en los ojos punzantes de Kael, pero fue sofocada al instante. La enfermedad no era una noticia para él; era el pan de cada día en La Fosa. Lo que era nuevo era que a alguien del Capitel le importara. Se apartó de la barra, invadiendo su espacio personal. Era tan cercano que podía sentir el calor que emanaba de él, un calor vivo y peligroso.
—La gente del Capitel solo se preocupa cuando el veneno llega a su propia copa —añadio Kael con voz baja y vibrante—. ¿Por qué debería ayudarte a buscar una cura de cuento de hadas?
—Porque no te pido que creas en cuentos de hadas —contestó ella, levantando la barbilla para sostener su intensa mirada—. Te pido que me guíes. A cambio, te ofrezco algo real. Tecnología. Purificadores de agua de grado médico del Capitel, baterías de energía de larga duración, equipo de escalada que no se romperá. Todo lo que necesites para tu gente.
Kael la observó durante un largo e incómodo silencio. Por un instante, Elara pensó que iba a reírse y a echarla. Pero entonces, su mirada se detuvo en el artefacto que se asomaba por su bolso, y luego en la determinación febril de sus ojos.
Se inclinó aún más cerca, su aliento cálido rozándole la oreja. —La supervivencia es un artículo caro en el Sumidero, princesa. Y a menudo, el precio es más alto de lo que estás dispuesta a pagar.
Se enderezó y le hizo un gesto con la cabeza hacia una puerta trasera.
—Sígueme. Pero que sepas que ahí fuera, el sol no es lo único que quema.
\*\*\*
La puerta de acero se cerró tras ellos con un sonido sordo y definitivo, tragándose la música industrial y el murmullo del bar. Elara se encontró sumida en una oscuridad casi total, rota solo por el contorno de Kael moviéndose delante de ella. El aire aquí era diferente: frío, húmedo y con el olor a piedra milenaria y a olvido. Estaban en los pasajes de servicio, las venas olvidadas que conectaban las profundidades de la ciudad.
—No te separes —ordenó la voz de Kael, desprovista de la ironía que había usado en el bar. Ahora era puramente funcional—. Estos túneles no están en los mapas. Un giro equivocado y acabarás en un nido de ratas-araña. O peor.
Elara lo siguió de cerca, con una mano rozando la pared curva y húmeda del túnel. Sus agudos ojos se acostumbraron a la penumbra, y comenzó a distinguir detalles que la fascinaron. Marcas de herramientas de una era tecnológica perdida. Símbolos de advertencia del Mundo Antiguo, casi borrados por el tiempo. Esto era historia viva.
—Estos túneles... son de antes de La Evaporación —dijo, su voz resonando en el estrecho pasillo.
Kael soltó un bufido. —¿Y? Son solo rocas y óxido.
—No son solo rocas —insistió ella, deteniéndose un momento para tocar un glifo familiar grabado en la piedra—. Son la prueba de lo que éramos. De lo que podríamos volver a ser. La gente de La Fosa, se están muriendo por el agua, ¿verdad? La plaga es peor aquí abajo.
—Observadora —dijo él sin detenerse—. ¿Y qué harás tú? ¿Leerles un pasaje de un libro polvoriento para que se sientan mejor mientras se consumen?
El desdén en su voz la aguijoneó. —No. Pienso encontrarles un océano. La historia no es un cuento para dormir, Kael. Es un mapa. Los Hydrianos, nuestros ancestros, nunca se enfrentaron a esto. Sus ciudades, construidas para soportar la presión de las profundidades, deben tener sistemas de purificación que ni siquiera podemos imaginar. Poseidón no es un mito, es una solución.
Finalmente, él se detuvo y se giró para encararla en la opresiva oscuridad. Una única bombilla de emergencia parpadeaba sobre ellos, arrojando sombras danzantes sobre su rostro.
—He oído historias como la tuya toda mi vida, erudita. Expediciones que buscaban el "vergel oculto" o el "búnker del Edén". ¿Sabes lo que encontraron? Huesos. Arena. Quimeras. La esperanza es un lujo que se vende muy caro aquí abajo, y tú la ofreces como si fuera gratis. La gente necesita agua mañana, no en una ciudad de fantasmas al otro lado del infierno.
Continuó caminando, dejándola con el peso de sus palabras. Elara entendió entonces que no bastaba con su fe. Necesitaba enfrentarse a su realidad.
Tras varios minutos más de silencio, llegaron a una sección del muro que parecía sólida. Kael presionó una secuencia de ladrillos sueltos y una sección de la pared se deslizó hacia adentro con un chirrido metálico. La luz del interior la cegó por un instante.
Era su guarida. Su taller.