Entre la oscuridad y el eco de la sangre derramada, dos almas se cruzaron:
Elara Veyren, que deseaba liberarse del dolor, y Nyssa, que ansiaba una nueva vida.
El destino unió sus caminos.
Cuando Elara murió, Nyssa fue arrastrada hacia la luz, encadenada a ese cuerpo que dejaba de latir.
Cuando abrió los ojos, no estaba en el campo de batalla.
Estaba en la iglesia, vestida de novia… el día de la boda de Elara.
Pero ya no era la tímida joven.
Ahora, detrás de aquellos ojos grises, habitaba la mirada letal de La Furia Silente.
“Bien…
Me dan un matrimonio forzado, un esposo frío, una familia que la vendió…
No saben lo que acaban de desatar.”
Su sonrisa, apenas torcida y peligrosa, fue la primera señal de que la historia había cambiado para siempre.
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Lo tomaré personal
Después de la reunión con Berty, las puertas del salón se abrieron con un golpe seco.
El padre de Samanta irrumpió con paso arrogante, el pecho inflado y la mirada altiva, como si todo el regimiento le debiera explicaciones.
—Mi hija fue la afectada esta vez... por su esposa, Comandante. —dijo con voz grave, cargada de falsa indignación—. ¿Qué piensa hacer al respecto?
Darius levantó la vista lentamente, su semblante se endureció.
—Si mi esposa lo hizo, es porque tuvo sus motivos. —replicó con tono firme—. Su hija trató de forma indebida a la señora Elizabeth... ¿Es así como la ha educado, Lord Ravel?
El aire en la sala se volvió pesado. Ravel apretó los dientes, sintiendo el peso de las miradas sobre él, mientras Samanta rompía en un llanto teatral.
—¡Eso es mentira! —sollozó ella, buscando compasión.
Ravel respiró hondo, intentando mantener la compostura.
—Yo me encargaré de castigar a mi hija... —dijo, con un dejo de soberbia—. Pero espero que usted haga lo mismo con su esposa, Comandante. Si no...
Darius se puso de pie.
El silencio fue inmediato.
—¿Si no qué? —su voz retumbó con una calma peligrosa.
El aura asesina que emanaba de él hizo que todos retrocedieran instintivamente un paso. Incluso Treytan, firme a su lado, giró apenas la cabeza hacia Samanta.
—Silencio, niña. O te saco de aquí —advirtió con voz grave.
Samanta se encogió, temblando.
—Espero que eso no haya sido una amenaza, Lord Ravel —continuó Darius, caminando lentamente hacia él, sin apartar la mirada—. Porque si lo fue... no la olvidaré.
Ravel tragó saliva, consciente de que había cruzado una línea.
—Mi hija... se disculpará con la señora Elizabeth. —ordenó, rudo, sin atreverse a replicar.
Samanta lo miró horrorizada.
—¡Padre!
—Hazlo, Samanta. —su tono fue cortante, sin opción a réplica.
La joven se levantó, temblando. Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y se acercó con pasos torpes hacia Elizabeth.
—Me disculpo, señora Berty... no volverá a ocurrir. —dijo en voz quebrada, bajando la cabeza.
Elizabeth asintió, seria, sin decir palabra. Pero Darius seguía mirando a Ravel con una frialdad que helaba la sangre.
No lo perdonaría.
—Bien —intervino Ravel, forzando una sonrisa tensa—. Ya que todo está claro... Espero que esto no afecte nuestra relación, Berty. —extendió la mano hacia Esteban, fingiendo cortesía.
Esteban lo miró con desdén. Tomó su mano, pero la apretó con fuerza hasta hacerlo palidecer.
—Descuida... no lo olvidaré. —susurró con una sonrisa helada.
Ravel apartó la mano de inmediato, sabiendo que la advertencia era clara. Salió del salón tenso, arrastrando a Samanta consigo.
Ya fuera del edificio, su ira se desbordó.
—¡Se acabaron tus salidas, tus vestidos y tus joyas, mocosa! —le gritó—. ¡Por tu culpa las cosas se pondrán difíciles!
Samanta lloraba sin consuelo cuando una figura apareció al final del pasillo: Elara, con Mateo dormido en brazos.
Sus miradas se cruzaron. La soldado sonrió con malicia, disfrutando el espectáculo, y con un gesto infantil pero desafiante, le sacó la lengua.
Samanta se puso roja de rabia.
—¿Te diviertes, soldado? —una voz grave se oyó detrás de Elara.
Ella giró apenas, sin perder su sonrisa.
—Claro. Se lo merecía. —contestó con descaro.
Treytan, con los brazos cruzados, la observó por un momento. Luego, sonrió del mismo modo ladino que ella.
—Tienes agallas, soldado... pero cuidado con a quién provocas.
Elara alzó la ceja,《 El no tiene idea con quien se mete 》 –No me da miedo..
Treytan soltó una leve risa, negando con la cabeza.
— No se meta en problemas Soldado.
Ella lo miró de reojo, divertida.
—Tal vez eso me mantiene entretenida Comandante..
Darius llegaba con los Berty, Elizabeth hizo una mueca de dulzura al ver a Mateo dormido.
– Ow.. Mira como se durmió, tiene un don Señorita Kaelthorn ‐ lo agarró suavemente
– No es nada.. Sé porto muy bien, comió un pedacito de manzana, banana. Y tomó agua
Después de ese momento los Berty se fueron, Elara volvió al entrenamiento con Gabriel. Como todos los días quedo hasta la noche pero esta vez no termino tan cansada como antes.
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