Doce años pagué por un crimen que no cometí. Los verdaderos culpables: la familia más poderosa e influyente de todo el país.
Tras la muerte de mi madre, juré que no dejaría en pie ni un solo eslabón de esa cadena. Juré extinguir a la familia Montenegro.
Pero el destino me tenía reservada una traición aún más despiadada. Olviden a Mauricio Hernández. Ahora soy Alexander D'Angelo, y esta es mi historia.
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Encuentro con Elías
Era hora de dar el primer golpe a la empresa Montenegro. Todo estaba listo para enviar a mi enemigo a la desesperación ante el ataque de un enemigo oculto. Era hora de llevar a Elías a necesitar mi ayuda.
—Mónica, lanza el primer ataque y que quede claro que viene de parte de Mauricio Hernández —ordené. La frialdad en mis palabras hizo que la misma Mónica temblara.
—Es muy arriesgado, señor. Se supone que Mauricio Hernández está muerto —respondió ella, manteniendo el profesionalismo que la caracterizaba.
—Lo sé, pero este movimiento le dará a entender a mi enemigo que alguien sabe su secreto —. Sonreí ante la perfección de mi plan. Yo no daba un movimiento sin antes anticipar lo que pasaría.
—Una jugada brillante. Usted es muy audaz, señor —. La admiración en sus ojos fue real. Mónica era más que mi mano derecha, era la hermana que no tenía y en quien podía confiar ciegamente. Pues ella misma fue víctima de Ignacio y, al igual que yo, tenía una deuda que saldar con ese cobarde.
A la mañana siguiente, las redes sociales estaban cargadas de titulares que anunciaban una posible caída en la bolsa de valores. Si quería ver arder a mi enemigo, debía golpear el corazón de la economía del país. El dinero que poseía me daba para eso y mucho más.
—¡Excelente, Mónica! Ahora a esperar que Elías se desespere —dije, mi mirada puesta en el nombre crucial para esta primera fase de mi venganza: Mauricio Hernández.
Y es que el declive se originó gracias a que una firma de abogados había interpuesto una demanda contra las principales empresas del país. Ellos alegaban que eran responsables de numerosos casos de fraudes y chantajes, y de involucrar a personas inocentes en estafas multimillonarias. El nombre de esa firma era, precisamente, Mauricio Hernández.
La espera no fue larga. Apenas habían pasado unas horas cuando mi teléfono sonó. Era Mónica.
—Señor D'Angelo, tal como lo predijo. Elías Montenegro está intentando localizarlo. Ha llamado tres veces a la oficina en la última hora y ha dejado mensajes en su buzón privado —informó, con un tono de victoria apenas disimulado.
—Perfecto. Ignóralo hasta que la bolsa toque fondo —ordené.
Sabía que Elías no tardaría en buscar una solución de la vieja escuela: el contacto personal. Me preparé mentalmente para recibirlo. No lo recibiría en mi penthouse ni en mi oficina; lo haría en un lugar que lo desarmara por completo.
Una hora más tarde, Elías llamó directamente a mi móvil. Dejé que sonara una vez más antes de contestar.
—Montenegro, qué placer escucharlo tan temprano.
La voz de Elías no era la de un mago de los negocios; era la de un hombre al que le acababan de quemar la casa.
—D'Angelo, no estoy para juegos. ¿Viste lo que está pasando? ¡Es la guerra! Una firma de abogados que nadie conoce, con un nombre ridículo, está atacando a todo el país. Mis acciones cayeron un doce por ciento en dos horas.
—Estoy al tanto. Me parece un movimiento audaz. ¿"Mauricio Hernández"? ¿Quién está detrás de esa provocación tan infantil?
—No lo sé, pero necesito detener esto antes de que me destruyan. ¡Tú eres el único que puede ayudarme! Eres el único con el capital y la influencia para parar esta tormenta. ¡Tenemos que concretar esa fusión ahora!
La desesperación en su voz era música. Era el mismo tono que usó el día que me traicionó, solo que esta vez, el pánico era genuino.
—Cálmese, Montenegro. Las fusiones de emergencia huelen a debilidad. Yo no compro debilidad, solo oportunidad —le dije, mi voz cortante como el cristal—. Le propongo algo. En diez minutos lo veré en un lugar discreto. Venga solo. Le diré cómo puede detener la hemorragia, pero tendrá que aceptar mis condiciones, sin chistar.
—¿Dónde? ¡Dime dónde!
Le di la dirección, una vieja cafetería en el barrio donde vivía mi madre, un lugar que Elías nunca se atrevería a pisar por su propia voluntad. Colgué antes de que pudiera responder.
Elías estaba ciego por el miedo. Había mordido el anzuelo de mi propia muerte. Ahora era solo cuestión de tiempo antes de que me rogara que lo salvara, sin saber que me estaba entregando el cuchillo.
Llegué a la cafetería, la misma que me trajo recuerdos felices. En este lugar desayuné un par de veces con mi madre y con la mujer más ruin que había conocido jamás: Amanda, quien había sido mi novia y la que se casó con Ignacio después de la muerte de la mujer que me dio la vida.
Ella se dejó envolver por el dinero de los Montenegro. Ella fue partícipe de mi desgracia. Pero su día también llegará. La haré desear nunca haberme conocido.
Minutos después llegó Elías. Su rostro cansado y sus ojos llenos de escepticismo. El cambio respecto al hombre arrogante que recordaba era mi premio
—Señor D'Angelo. Me sorprendió que me citara en este lugar —dijo, mirando a su alrededor.
—Como sabe, estoy haciendo negocios con su hija, por lo que vine a verificar información suministrada por ella.
Ya tenía respuesta para esa pregunta, así que no me preocupaba que me descubriera.
—Entiendo. Aunque me hubiera gustado que nuestro encuentro fuera en otro lugar.
—Este es el tiempo que tengo disponible antes de empezar mi labor. Pero por favor, tome asiento y conversemos.
Elías no tuvo más opciones que sentarse en aquel lugar que de seguro le traía recuerdos. Para él, todo esto no debía ser nada fácil. El fantasma de mi pasado lo perseguía y no había tregua; solo había mi odio inmenso y las ganas de verlo destruido.