El destino de los Ling vuelve a ponerse a prueba.
Mientras Lina y Luzbel aprenden a sostener su amor en la vida de casados, surge una nueva historia que arde con intensidad: la de Daniela Ling y Alexander Meg.
Lo que comenzó como una amistad se transforma en un amor prohibido, lleno de pasión y decisiones difíciles. Pero en medio de ese fuego, una traición inesperada amenaza con convertirlo todo en cenizas.
Entre muertes, secretos y la llegada de nuevos personajes, Daniela deberá enfrentar el dolor más profundo y descubrir si el amor puede sobrevivir incluso a la tormenta más feroz.
Fuego en la Tormenta es una novela de acción, romance y segundas oportunidades, donde cada página te llevará al límite de la emoción.
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Luna de fuego y celos
Capítulo 14: Luna de fuego y celos
(Desde la perspectiva de Daniela ling)
La luna llena colgaba en el cielo como si se burlara de mí.
Su luz plateada iluminaba el mar y la cabaña, haciendo que todo pareciera perfecto… excepto él.
Me había alejado un poco de la fogata, buscando aire.
O tal vez buscando no lanzarle una piña a Rita.
No estaba segura.
Me senté en la baranda de madera del muelle, dejando que mis pies colgaran sobre el agua.
La brisa nocturna me revolvía el cabello y el corazón.
Cada soplo de viento parecía recordarme su presencia, ese maldito efecto que siempre tenía sobre mí.
¿Cómo era posible que, después de todo, Alexander Meg todavía me hiciera sentir así?
El sonido de pasos sobre la madera me alertó antes de que su voz lo hiciera.
No me giré.
Sabía quién era.
Su aroma… ese aroma que mezclaba madera, pólvora y pecado, que parecía meterse bajo mi piel sin pedir permiso.
Llegó antes que su voz, silencioso y seguro.
—¿Escapando de la fiesta? —preguntó Alexander, con ese tono bajo que siempre usaba cuando intentaba sonar inofensivo.
El mismo tono que uno usa cuando acaricia un arma antes de disparar.
—Más bien escapando de algunos especímenes —respondí, sin mirarlo, con una sonrisa suave. No iba a darle la satisfacción de verme molesta.
Se acercó a mí, y pude sentir que disfrutaba la incomodidad que provocaba.
Maldito.
—¿Rita te incomoda? —preguntó, con voz neutra, como si intentara mantener el control.
Lo miré de reojo.
Podía notar su diversión, y eso me irritó aún más.
—No, para nada —dije con ironía—. Me parece muy amable… muy dispuesta… muy disponible.
Se rió por lo bajo, y se apoyó en la baranda a centímetros de mí.
La proximidad me hizo consciente del calor de su cuerpo, de la potencia contenida en cada gesto suyo.
—Parece que no te cae bien.
—No tengo problema con las chicas fáciles —respondí, intentando sonar casual—. Cada quien elige lo que da a cambio de atención.
Alexander ladeó la cabeza, divertido, con esa sonrisa de medio lado que tenía la habilidad de derribar cualquier barrera que creyera haber construido.
—Ouch. ¿Eso fue un golpe indirecto?
—¿Indirecto? —alcé una ceja—. Yo no soy tan sutil, Alex.
—Lo sé —murmuró—. Siempre has sido fuego directo. Por eso me gustas.
Mi pecho se apretó un instante. Pero no me moví. Ni un milímetro.
—Te gustaban —lo corregí, con un hilo de voz.
Él sonrió de medio lado. Esa sonrisa que podía derretir bragas y voluntades con igual facilidad.
—Tal vez nunca dejaste de gustarme —susurró.
Me giré completamente hacia él, todavía sentada en la baranda, con la brisa golpeando mi cabello y haciendo que pareciera que el mundo se detuviera solo para nosotros dos.
—Podrías haberlo dicho… antes de aparecer con una mujer que parece el extra perdido de una película para adultos.
—¿Celosa, Dani? —preguntó, sonriendo, disfrutando el efecto de sus palabras sobre mí.
¡Ugh! Respiré hondo, tratando de calmar el corazón que parecía querer salirse de mi pecho.
Y entonces, en un impulso ridículamente inmaduro y completamente efectivo, decidí actuar.
—¿Yo? No, para nada. De hecho, estaba pensando en decirle a Luis que venga mañana temprano. Sería lindo tener compañía también, ¿no?
El cambio fue instantáneo.
Alexander dejó de sonreír.
Sus ojos, que antes brillaban con diversión, se volvieron intensos, oscuros, peligrosos.
El fuego que sentí en ellos era casi físico.
—¿Luis? —Su mandíbula se tensó, y su voz bajó—. ¿Quieres traerlo aquí?
—Claro —dije, con naturalidad—. Si tú puedes venir con tu fan #1, yo también puedo tener un plus one.
La chispa divertida desapareció de su mirada, reemplazada por algo que no podía ignorar: deseo y posesión mezclados con un peligro latente.
—Daniela… —murmuró mi nombre como una amenaza disfrazada de caricia—. No traigas a ese tipo aquí.
Me quedé callada, evaluando la intensidad en su mirada.
Había dejado de ser un juego. Ahora todo era tensión, deseo y un control que ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder.
—¿Por qué no? ¿Acaso hay un límite de invitados al infierno que ustedes armaron? —pregunté, intentando sonar casual, aunque sentía que mis palabras eran un desafío directo.
—Porque no quiero verte con él —dijo de golpe, con esa mezcla de autoritarismo y vulnerabilidad que solo él podía mostrar.
Lo miré fijamente, y en sus ojos me vi reflejada.
No había juego ahora.
Solo tensión, deseo y posesión.
Se acercó un paso, quedando frente a mí.
Sus manos se apoyaron en la baranda, a cada lado de mis piernas, atrapándome sin tocarme demasiado.
Podía sentir el calor de su cuerpo, el aroma de su piel, el maldito poder que ejercía sobre mí sin necesidad de decir una palabra más.
—No te metas con mis celos, Dani —susurró, y la voz se convirtió en una mezcla de advertencia y caricia—. Yo juego sucio.
Mi corazón latía como loco.
Estábamos tan cerca que podía sentir su respiración, y la electricidad entre nosotros era tangible.
—Y tú no juegues conmigo, Alex. No soy una más —dije, con voz baja, firme, intentando mantener mi orgullo intacto.
Sus ojos bajaron lentamente hacia mis labios.
Mi respiración se cortó, consciente de lo cerca que estábamos.
Una parte de mí quería besarlo; la otra quería gritarle. Y ambas querían que dejara de jugar con algo tan peligroso como nuestro deseo.
Se inclinó un poco más, sus labios apenas a un suspiro de distancia.
—No eres una más, Dani.
Eres la única que logra hacerme perder el control —susurró, con una intensidad que me hizo temblar.
Y entonces…
—¡Daniela! ¡¿Dónde estás?! ¡Ay, no me dejes sola con Luzbel! Está haciendo ruidos raros con Belian y creo que le habla en inglés mafioso! ¡Ayuda! —la voz de Lina rompió el momento como una explosión.
Alexander suspiró, dando un paso atrás.
Yo también.
Nos miramos, y lo que no pasó pesaba más que cualquier cosa que hubiéramos dicho.