Morir a los 23 años no estaba en sus planes.
Renacer… mucho menos.
Traicionada por el hombre que decía amarla y por la amiga que juró protegerla, Lin Yuwei perdió todo lo que era suyo.
Pero cuando abrió los ojos otra vez, descubrió que el destino le había dado una segunda oportunidad.
Esta vez no será ingenua.
Esta vez no caerá en sus trampas.
Y esta vez, usará todo el poder del único hombre que siempre estuvo a su lado: su tío adoptivo.
Frío. Peligroso. Celoso hasta la locura.
El único que la amó en silencio… y que ahora está dispuesto a convertirse en el arma de su venganza.
Entre secretos, engaños y un deseo prohibido que late más fuerte que el odio, Yuwei aprenderá que la venganza puede ser dulce…
Y que el amor oscuro de un hombre obsesivo puede ser lo único que la salve.
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Capitulo 16: Encantos venenosos.
El sol se filtraba perezoso entre las cortinas del despacho, tiñendo el aire de un tono dorado. Yuwei parpadeó varias veces antes de acostumbrarse a la claridad. El primer pensamiento que cruzó su mente fue el mismo que trató de alejar: la noche anterior.
Su respiración se alteró un poco al recordarlo, el calor, su voz, el peso de su cuerpo sobre el suyo.
Movió una mano y rozó la tela fría de la sábana. El lugar a su lado estaba vacío.
Se incorporó lentamente, cubriéndose con la sábana mientras su mirada recorría la habitación. Lian estaba de pie frente al espejo, abrochándose los puños de la camisa. El traje negro realzaba aún más su porte; cada movimiento suyo era preciso, medido, casi ritual.
Cuando la vio despierta, se volvió hacia ella.
—Despertaste—dijo con voz baja, sin apartar la mirada.
Yuwei se aclaró la garganta, insegura, sujetando la sábana contra su pecho.
—Tío…
Él la interrumpió con calma, cruzando el espacio entre ambos en dos pasos.
—Cuando estemos a solas —murmuró, inclinándose lo suficiente para que su voz le rozara el oído— no me llames así.
Antes de que ella pudiera reaccionar, la tomó del mentón y la besó. Fue un beso corto, firme, un recordatorio más que una caricia.
No había prisa ni ternura; era posesión silenciosa.
Cuando se apartó, Yuwei lo miró sin saber si debía respirar o hablar.
Lian soltó una exhalación leve, la observó unos segundos más y luego señaló hacia el sillón.
—Ahí tienes ropa limpia y medicamentos. Toma las pastillas si sientes dolor.
Ella siguió la dirección de su mirada y vio sobre el sillón una blusa nueva, una falda, un frasco con pastillas y una botella de agua. Todo dispuesto con la exactitud que lo caracterizaba.
—¿Te vas? —preguntó en voz baja.
Él asintió, ajustando el reloj en su muñeca.
—Estaré ocupado todo el día. El chofer te llevará a casa cuando termines.
Su tono fue simple, pero no había frialdad en él. Era la manera en que cuidaba: sin explicaciones, sin adornos, solo certezas.
Antes de salir, se detuvo en la puerta y volvió la cabeza hacia ella.
—Yuwei —la llamó, sin moverse.
Ella levantó la vista.
Lian la observó unos segundos, la sombra de una sonrisa apenas curvándole los labios.
—No te quedes dormida otra vez —dijo, y cerró la puerta tras de sí.
El silencio volvió a llenar la habitación.
Yuwei se dejó caer de nuevo sobre la cama, con la sábana enredada en las piernas. Su corazón seguía acelerado. Recordar lo que había pasado la noche anterior la hizo sonrojar sin poder evitarlo. Se cubrió la cara con las manos, mordiéndose el labio, una mezcla de vergüenza y una sonrisa que no lograba borrar.
—Maldito hombre… —murmuró, sonriendo para sí—. No tiene pudor.
Sus ojos se desviaron hacia la ropa doblada y los medicamentos sobre el sillón. Ese detalle, tan sencillo y tan suyo, le arrancó otro suspiro.
Él era así: protector hasta el extremo, obsesivo, incapaz de demostrar cariño con palabras, pero siempre pendiente de cada cosa.
Mientras se vestía, no pudo evitar sonreír de nuevo. Los recuerdos la asaltaban sin permiso, su voz grave en la oscuridad, sus manos guiándola con firmeza, el calor de su cuerpo, la forma en que la miraba como si fuera algo que le pertenecía.
Y por primera vez en mucho tiempo, Yuwei sintió que, aunque todo lo que los rodeaba se estuviera desmoronando, en ese momento exacto, lo único que le importaba era él.
El chofer la dejó frente al edificio Zhao una hora después del mediodía. Yuwei había insistido en que la llevara allí, diciendo que necesitaba recoger algo personal. El hombre no preguntó; nadie se atrevía a cuestionar una orden relacionada con la sobrina de Zhao Lian.
Llevaba el cabello suelto, una blusa marfil y falda negra que resaltaban su piel clara. Nadie imaginaría que, detrás de esa apariencia tranquila, estaba organizando algo que podría poner de rodillas a toda una familia.
Yuwei descendió del auto frente al edificio Chen con la serenidad de quien no tiene nada que ocultar.
Los guardias de seguridad la saludaron apenas la vieron.
—Señorita Yuwei, buenos días.
Ella les sonrió con esa dulzura tranquila que había aprendido a usar como un arma.
—Buenos días —respondió, avanzando hacia los elevadores sin prisa.
No necesitaba credenciales ni explicaciones. Todo el personal sabía quién era: la novia de Yifan Chen, el futuro heredero de la familia Chen.
La prometida perfecta.
Lo que nadie sabía era que, detrás de esa sonrisa impecable, Yuwei estaba allí para iniciar algo que terminaría con el nombre Chen hundido en el lodo.
Las puertas del ascensor se cerraron y, por primera vez, dejó escapar un suspiro. Su reflejo en el espejo de acero le devolvió una versión distinta de sí misma: no la muchacha ingenua que un día creyó en Yifan, sino una mujer que sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Cuando las puertas se abrieron en el piso veinticuatro, caminó directo hacia la oficina ejecutiva.
La secretaria la recibió con una sonrisa automática.
—El joven Chen está en una reunión, señorita Yuwei. ¿Desea esperarlo?
—Sí, gracias. —Le devolvió la sonrisa—. No tardaré.
La secretaria asintió y regresó a su escritorio. Yuwei empujó la puerta de la oficina, entró, y la cerró con cuidado.
El olor a madera y perfume masculino seguía impregnando el ambiente. Todo estaba igual que la última vez que estuvo allí, aquella tarde en que Yifan la llevó a presentarse ante su familia, jurándole que “pronto serían oficiales”.
Recordar esas palabras le provocó una mezcla de rabia y risa amarga.
Caminó hacia el escritorio.
La computadora estaba encendida. La contraseña seguía siendo la misma: las iniciales de su nombre y la fecha en que se conocieron.
Qué romántico.
Tecleó sin dudar y accedió al sistema.
Su tío no sabía nada. Yuwei jamás pondría a Lian en medio de algo tan vulgar como una venganza personal, pero sí usaría su poder.
Su acceso a la red de seguridad de la empresa, los contactos de medios, los analistas de imagen que trabajaban para Zhao Corp.
Era cuestión de tiempo antes de que los Chen quedaran expuestos.
Mientras revisaba un conjunto de fotografías en la pantalla —una de ellas mostrando a Yifan saliendo de un hotel con la víbora del brazo—, Yuwei apoyó la barbilla en la mano y sonrió.
—Quién diría que los amores prohibidos también posan para las cámaras… —murmuró.
Insertó un pequeño dispositivo USB. El archivo comenzó a copiarse. En la pantalla, el porcentaje avanzaba despacio, mientras ella se paseaba por la oficina observando los retratos familiares, los premios, las maquetas de proyectos que Yifan usaba para impresionar.
aAl terminar guardó el USB en la bolsa. El toque final sería durante la gala de aniversario de los Chen, donde anunciarían públicamente a su nuevo heredero y su compromiso con la hija menor de otra familia influyente.
Ese día, frente a cientos de inversionistas, todo saldría a la luz.
Y ella, la “novia engañada”, solo tendría que dejar que las imágenes hablaran.
El escándalo haría el resto.
Estaba tan concentrada que no oyó la puerta abrirse.
Yifan entró, sonriendo al verla allí.
—Sabía que vendrías —dijo, cerrando la puerta tras él—. No podías resistirte, ¿verdad?
Su tono confiado la hizo girar.
Yuwei lo miró con calma, guardando el pendrive en su bolso antes de que él pudiera notarlo.
—Te estaba esperando —respondió con una sonrisa ligera.
Yifan caminó hacia ella, aún con esa arrogancia encantadora que siempre había usado para manipularla.
—Pensé que ya no querías verme después de lo de mis padres… pero supongo que no puedes olvidarme tan fácil.
Se acercó lo suficiente para tocarle el mentón, intentando besarla. Yuwei lo esquivó con una suavidad que lo descolocó, ladeando apenas la cabeza.
—¿De verdad vamos a hablar de eso aquí? —preguntó, con un brillo divertido en los ojos—. ¿No dijiste que iríamos a comer juntos?
Él parpadeó, confundido.
—Ah… sí, claro. Te invité a ese restaurante nuevo, ¿recuerdas?
—Perfecto. —Yuwei tomó su bolso del escritorio y lo colgó del hombro con elegancia—. Vámonos antes de que se llene.
Yifan sonrió, creyendo que tenía el control.
Le ofreció el brazo y ella lo tomó con una gracia impecable. Nadie hubiera imaginado que la misma mujer que lo acompañaba, sonriendo ante las cámaras del ascensor, acababa de sellar su destino minutos antes.
Mientras salían del edificio, Yuwei deslizó discretamente el pendrive dentro de su bolso, junto a un pequeño sobre. El contenido viajaría esa misma noche a los correos adecuados: reporteros, foros empresariales y un par de contactos muy específicos que sabían cómo hacer que una historia se volviera viral.
En el reflejo del ascensor, Yifan la miraba como un hombre satisfecho. Y ella, con una sonrisa tranquila, pensó:
“No sabes lo dulce que puede ser la venganza cuando uno aprende a sonreír mientras la sirve.”