Monserrat Hernández es una respetada abogada defensora⚖️. Una tarde como cualquiera otra recibe una carta amenazante📃, las palabras la aterraron; opción 1: observar como muere las personas a su alrededor☠️, opción 2: suicidate.☠️
¿Que tipo de persona quiere dañar a Monserrat con esta clara amenaza mortal?✉️.
Descubre el misterio en este emocionante thriller de suspense😨😈
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PARTE 2: UNA MUJER QUE DEBERIA ESTAR MUERTA (CAPITULO 15) LA SOMBRA DE LA NOCHE
Monserrat se encorvó bajo el árbol, su abrigo negro envolviéndola como una sombra en la noche fría y densa. La luna llena brillaba en el cielo, iluminando la escena con una luz plateada. Cerró los ojos, recordando la sensación del agua fría del mar en su piel, la adrenalina que la había impulsado a nadar hacia la oscuridad.
Había sido una noche eterna, llena de miedo y determinación. Después de entrar al mar, había nadado mar adentro unos metros, sintiendo el agua helada que la rodeaba. Luego, se había desviado aproximadamente 2 km hacia la izquierda, alejándose del lugar donde había entrado. Dejó la carta y su ropa junto con los frascos de los medicamentos en la orilla, una señal de su supuesta muerte.
Salió del mar, sintiendo el frío que la envolvía, y comenzó a caminar por kilómetro hasta llegar hasta donde se encontraba en ese momento. Su buena suerte había sido que nadie la observó mientras los bomberos y la policía se encontraban tratando de apagar el incendio que ella misma había provocado en su casa.
La imagen de las llamas que consumían su hogar aún estaba grabada en su mente. Había sido una decisión difícil, pero necesaria. Ahora, estaba libre, aunque su libertad venía con un precio: su identidad.
Monserrat abrió los ojos, mirando hacia arriba. Las ramas del árbol se entrelazaban sobre su cabeza, como dedos que la protegían. Respiró profundamente, sintiendo el frío del aire en sus pulmones. Estaba viva, y eso era todo lo que importaba.
Se levantó, sacudiendo su abrigo, y comenzó a caminar. La ciudad dormía, pero ella estaba despierta, viviendo en un mundo de sombras y secretos. No sabía qué el futuro le deparaba, pero estaba lista para enfrentarlo.
La oscuridad la envolvió, y Monserrat desapareció en la noche, una mujer sin pasado, sin identidad, pero con un propósito claro: sobrevivir.
Monserrat compró el periódico local y se sentó en un banco para leer la noticia que ya sospechaba. La portada estaba dominada por una foto de su casa en llamas, con el título "La respetada abogada Monserrat Hernández provoca incendio en su casa cerca del mar, luego se quita la vida".
Su corazón latió con emoción al leer las palabras que confirmaban su plan. Los expertos decían que el mar se había llevado su cuerpo, y que la búsqueda continuaba, pero era un hecho su muerte.
Monserrat sonrió irónicamente, pensando en la ironía de la situación. Había logrado engañar a todos, incluyendo a Lucifer. Ahora era una mujer muerta, sin pasado, sin identidad, pero con una nueva oportunidad.
Leyó el artículo con detenimiento, observando los detalles que habían incluido. La policía y los bomberos habían llegado rápidamente al lugar, pero no habían podido salvar la casa. La investigación continuaba, pero no había dudas sobre su muerte.
Monserrat dobló el periódico y se levantó del banco, sintiendo una sensación de libertad. Podía empezar de nuevo, sin el peso de su pasado. Podía crear una nueva identidad, un nuevo vida.
Caminó por las calles de la ciudad, observando a la gente que pasaba por su lado. Nadie la reconocía, nadie la buscaba. Era una mujer invisible, una mujer muerta.
Y sin embargo, Monserrat se sentía más viva que nunca. Tenía un propósito, una misión. Iba a encontrar a Lucifer y hacerle pagar por lo que le había hecho. Iba a hacer justicia, aunque tuviera que hacerlo sola.
La ciudad se extendía ante ella, llena de posibilidades y peligros. Monserrat sonrió, lista para enfrentar lo que viniera. Era una mujer sin miedo, una mujer sin límites.
Monserrat se dirigió a una sucursal de Safekeeping Bank, un lugar donde se podían alquilar cajas de seguridad para guardar objetos valiosos. Entró en el edificio y se acercó al mostrador, donde una empleada la atendió con una sonrisa.
"¿En qué puedo ayudarla?" preguntó la empleada.
"Quiero alquilar una caja de seguridad", respondió Monserrat.
La empleada asintió y le explicó las opciones disponibles. Monserrat eligió una caja de tamaño mediano y pagó la renta mensual en efectivo.
Una vez que terminó el trámite, la empleada la acompañó a la zona de cajas de seguridad. Monserrat abrió la caja y sacó una bolsa de tela negra que llevaba consigo. Dentro de la bolsa estaba su Magnum 357, un arma que había adquirido tiempo atrás para su protección.
Colocó el arma en la caja, junto con una cantidad significativa de dinero en efectivo. Dejó solo un poco de dinero en su posesión, suficiente para cubrir sus gastos básicos.
Luego, cerró la caja y se aseguró de que estuviera bien cerrada. La empleada le entregó una llave y un código de acceso.
"Su caja de seguridad está lista", dijo la empleada. "Puede acceder a ella en cualquier momento durante el horario de atención."
Monserrat asintió y se guardó la llave y el código en su bolsillo. Se sintió más segura sabiendo que su arma y su dinero estaban a salvo.
Salieron del banco y Monserrat se dirigió hacia la calle, lista para continuar con su plan. Ahora que había asegurado su arsenal y su financiamiento, podía enfocarse en encontrar a Lucifer y hacerle pagar por lo que le había hecho.
Monserrat continuó su camino por la ciudad, sin un destino específico en mente. Después de horas de caminar, llegó a un área pública donde se congregaban personas sin hogar. La escena era familiar: cartones y mantas esparcidos por el suelo, personas sentadas con la mirada perdida en el vacío.
Se sentó junto a un grupo de personas que parecían aceptar su presencia. Uno de ellos, un hombre con barba y ojos vacíos, la miró y comenzó a hablar.
"¿Sabes qué pasa?", dijo el hombre, sin esperar respuesta. "El gobierno está controlando nuestras mentes. Me lo dicen los pájaros."
Monserrat asintió con compasión, sin intentar contradecirlo. Otro hombre, con una camiseta sucia y pantalones rotos, se unió a la conversación.
"Yo sé qué pasa", dijo, con una sonrisa extraña. "Los extraterrestres están aquí. Me los mostró mi abuela."
Una mujer con el cabello enmarañado y ojos tristes comenzó a hablar sola, sin dirigirse a nadie en particular.
"Debo encontrar mi perro. Lo perdí en el parque. ¿Alguien lo ha visto?"
Monserrat escuchó atentamente, sin intervenir. Sabía que estas personas estaban luchando con problemas de salud mental, y no quería perturbar su realidad.
Sin embargo, algo en su presencia pareció calmarlos. El hombre con barba comenzó a hablar de su infancia, de su familia y sus recuerdos felices. La mujer con el cabello enmarañado se calmó, y comenzó a llorar suavemente.
Monserrat los escuchó, ofreciendo una presencia silenciosa y compasiva. Por un momento, se sintió conectada a estos seres humanos, a pesar de sus diferencias.
Después de un rato, se levantó para irse. El hombre con barba la miró y dijo:
"Gracias por escucharnos. Eres la primera persona que nos entiende."
Monserrat se dio cuenta de que debía integrarse en ese grupo de personas sin hogar para pasar desapercibida. No podía llamar la atención sobre sí misma, especialmente después de haber fingido su propia muerte.
Se sentó de nuevo junto a ellos y comenzó a observar sus comportamientos y maneras. Imitó su lenguaje corporal, su forma de hablar y sus gestos.
El hombre con barba la miró y sonrió.
"¿Quieres un poco de comida?", le ofreció, sacando una lata de sopa de su bolsa.
Monserrat aceptó con gratitud y comió junto a ellos, sintiéndose cada vez más cómoda en su nuevo papel.
La mujer con el cabello enmarañado comenzó a hablarle, contándole sobre su vida en la calle.
"No es fácil", dijo, con lágrimas en los ojos. "Pero aquí estamos juntos. Somos familia."
Monserrat asintió, sintiendo una conexión genuina con esta mujer y su historia.
"Me llamo... Luna", dijo, inventando un nombre para sí misma.
El hombre con barba sonrió.
"Bienvenida, Luna. Eres una de nosotros ahora."
Monserrat sonrió también, sabiendo que había logrado su objetivo. Ahora era Luna, una persona sin hogar, sin pasado, sin identidad. Podía empezar de nuevo, sin que nadie la reconociera.
Y así, Luna se convirtió en una más del grupo, viviendo en las calles, compartiendo historias y sufrimientos. Pero en su interior, Monserrat seguía viva, esperando el momento adecuado para seguir adelante con su plan.