La Reina Oculta

El silencio en la sala se alargó más de lo que Emma hubiera deseado. Marcus y Sebastián se quedaron de pie, sus presencias dominaban el pequeño espacio, como si absorbieran el aire. Ella cruzó los brazos, intentando ocultar el temblor en sus manos. No sabía por qué los había dejado entrar, pero ahora no había marcha atrás.

Marcus fue el primero en romper el silencio.

—Emma, vinimos a disculparnos —dijo, con un tono bajo, casi conciliador.

Una risa amarga escapó de los labios de Emma. Su mirada desafiante buscó los ojos de Marcus mientras inclinaba ligeramente la cabeza, incrédula.

—¿Disculparse? —repitió, con una burla que se sintió como un golpe seco en el aire. —¿Por qué exactamente? ¿Por tratarme como basura? ¿Por no dejarme rechazarlos? ¿O por secuestrar a mis padres?

Sebastián bufó en respuesta, pero no dijo nada. Sus ojos, oscuros y penetrantes, parecían escanearla, buscando algo debajo de su enojo. Había una peligrosa tensión en su postura, como si estuviera a punto de explotar.

Marcus dio un paso adelante, con las manos levantadas en un gesto de tregua.

—No fue nuestra intención hacerte sentir así. Las cosas… se complicaron.

—¿Complicaron? —repitió con desdén. Dio un paso adelante, enfrentándolos con una valentía que parecía desafiar el peso de sus presencias. —Si no me querían, si tenían a alguien más, ¿por qué no me dejaron rechazarlos? —Su voz tembló, pero no de miedo; era el eco del dolor que había intentado enterrar. —¿Por qué no me dejaron ir y seguir con mi vida?

Sus palabras fueron un golpe. Marcus apretó la mandíbula, pero fue Sebastián quien reaccionó primero. Su cuerpo se tensó, y el aire alrededor de él parecía volverse más denso.

—¿Seguir con tu vida? —casi gruñó Sebastián, con una voz que apenas contenía la tormenta que rugía dentro de él. Sus ojos, completamente negros, brillaron con una intensidad que hizo que el corazón de Emma se acelerara.

Emma tragó saliva, pero no retrocedió.

—Si. Merecía tener la oportunidad de encontrar a alguien que me ame. Alguien que me haga feliz. ¡Alguien con quien formar una familia!

Esa oración fue el detonante. Ambos reaccionaron al unísono, como si fuera un reflejo. El rugido de sus lobos resonó en la habitación, en una mezcla de ira y posesividad.

Marcus se movió con una rapidez aterradora, acercándose a ella hasta que apenas quedaba espacio entre sus cuerpos. La calidez que emanaba de él tocaba a Emma como una ola. Pese a su enojo, su cuerpo reaccionó con un escalofrío involuntario, y su loba, que segundos antes estaba indignada, emitió un leve gruñido que parecía más un gemido de expectativa.

—No te atrevas a decir eso otra vez. Mi fiera hermosa, no sabes lo que significas para nosotros. —Dijo intentando acariciarla.

Emma intentó alejarse de él, pero Marcus no se lo permitió.

—No te muevas. No hables. Dame solo un momento. —ordenó casi en un susurro, su voz era baja, casi hipnótica, mientras sus ojos negros la mantenían fija en su lugar.

El corazón de Emma latía con fuerza, no solo por el enojo, sino también por algo que no quería admitir. Era como si su cuerpo reconociera algo en ellos que su mente se negaba a aceptar, no quería ceder al vínculo.

Antes de que pudiera responder, Sebastián dio un paso adelante. Su postura era mucho más agresiva, y sus colmillos se desplegaron, afilados y listos.

—¡Sebastián, contrólate! —Marcus giró la cabeza hacia su hermano, pero su propia voz tembló por el esfuerzo que estaba haciendo para contener a su propio lobo.

Sebastián no respondió. Su mirada estaba fija en Emma, la intensidad en sus ojos negros la hacía sentir como si fuera presa frente a un depredador. Dio un paso más, ignorando las palabras de Marcus.

Emma retrocedió hasta que su espalda chocó contra la pared. Su loba, normalmente desafiante, se quedó en silencio, observando con atención a los dos alfas frente a ella. Era como si esperara, emocionada por lo que podría pasar.

—Sebastián… —Emma comenzó, con su voz apenas en un susurro, pero él ya estaba demasiado cerca.

Con un movimiento tan rápido que apenas pudo seguir, Sebastián inclinó su rostro hacia el cuello de Emma, sus colmillos brillaban bajo la luz de la habitación.

—¡Sebastián, no lo hagas! —Marcus rugió, con un tono desesperado, pero Sebastián no se detuvo.

Emma cerró los ojos, con su cuerpo completamente inmóvil mientras el calor del aliento de Sebastián rozaba su piel. La tensión en el aire era tan densa que parecía imposible respirar. Emma no podía moverse, no podía hablar. Solo podía esperar.

—Sebastián, si lo haces, te odiaré toda mi vida. —Emma habló con toda la firmeza que pudo reunir, aunque su voz temblaba. —Si me marcas a la fuerza, entonces no habrá ninguna posibilidad de un futuro juntos.

Por un segundo, pareció que las palabras de Emma lo habían alcanzado. Sebastián tensó los hombros, pero en lugar de retroceder, acercó aún más su rostro, inhalando profundamente.

Sus colmillos rozaron el cuello de Emma, y un leve jadeo se escapó de sus labios cuando sintió la presión apenas contenida.

—¿Sabes a qué hueles? —preguntó Sebastián, ignorando las palabras de Emma.

Ella negó con la cabeza, pero al hacerlo, sus labios rozaron la piel sensible de su cuello, y Sebastián dejó escapar un gruñido bajo.

—Hueles a fuego y bosque... —dijo, con su voz temblando ligeramente, como si las palabras mismas lo embriagaran. —A esa calma que engaña antes de una tormenta. Salvaje, serena... indomable.

Su mirada ardía mientras la mantenía atrapada, sus ojos negros centelleaban con un fervor que parecía devorarla entera.

—Es tan perfecto... tan tú. —Sebastián inclinó la cabeza un poco más, y su lengua rozó la curva del cuello de Emma con una lentitud tortuosa. Su aliento caliente hacía vibrar cada fibra de su ser. —Quiero probar si sabe igual.

En ese instante, Emma sintió que el tiempo se detenía. Su corazón latía frenético, pero su loba, en lugar de luchar, observaba expectante, observando, completamente cautivada por la intensidad de sus compañeros.