Desaparecidos

Bitácora del Inspector Héctor Ramírez

El día comenzó con una inesperada reunión en la estación de policía. Clara había recibido un informe preliminar sobre el análisis de las fotografías y muestras que recogimos en el parque "El Refugio". Aunque la información no era concluyente, varios elementos indicaban que las piedras y la figura central tenían rastros de materiales orgánicos mezclados con ceniza. Esto confirmaba, al menos, que ese lugar había sido utilizado para algún tipo de actividad ritualista.

Sin embargo, el detalle que más me inquietó fue el análisis de las marcas en las piedras. Los símbolos, aunque vagamente reconocibles, no correspondían a ninguna tradición esotérica conocida. Aurelio, después de examinar los informes, parecía convencido de que estábamos tratando con un sistema de creencias que mezclaba elementos de diferentes culturas y épocas.

—Esto no es casualidad —dijo, colocando una de las fotografías sobre la mesa—. Estas personas no están siguiendo un rito establecido. Están creando algo nuevo.

Sus palabras no ayudaron a calmar la tensión que ya sentíamos. Desde que Aurelio se unió a la investigación como consultor, su perspectiva había sido invaluable, pero también profundamente inquietante. Cada día nos acercaba más a un mundo que no entendíamos y que, honestamente, no queríamos entender.

La llamada inesperada

Mientras discutíamos los nuevos hallazgos, el teléfono de la oficina sonó. Clara atendió y de inmediato su expresión cambió. Cubriendo el auricular con una mano, me dijo:

—Es un periodista. Quiere hablar contigo. Dice que tiene información sobre las desapariciones.

Tomé el teléfono con cierta desconfianza. Los periodistas locales habían estado presionando para obtener detalles desde que hicimos pública la lista de nombres, pero hasta ahora, ninguno había ofrecido algo útil.

—Inspector Ramírez, gracias por atenderme —dijo una voz masculina al otro lado de la línea—. Mi nombre es Víctor Salinas, trabajo para El Diario Regional. Creo que tengo algo que podría interesarle.

—¿Qué tipo de información? —pregunté, intentando sonar más paciente de lo que realmente estaba.

—He estado investigando los nombres en la lista que hicieron pública. Hay un detalle que no sé si han notado: Julia Martínez, Ernesto López y Carolina Vélez participaron en el mismo grupo de debate en la universidad hace unos años. Andrés Castillo, aunque no formaba parte del grupo, era amigo cercano de Julia.

La conexión me tomó por sorpresa. Hasta ahora, no habíamos encontrado ningún vínculo directo entre las víctimas más allá de los nombres en la lista.

—¿Por qué no vino directamente a la estación con esta información? —pregunté, desconfiando de sus intenciones.

—Quería asegurarme de que era relevante antes de hacerlo —respondió, aunque su tono tenía un matiz de duda—. Estoy dispuesto a compartir lo que sé, pero necesito asegurarme de que esto no se use para alimentar teorías sensacionalistas.

Acordamos reunirnos en una cafetería cerca de la estación al mediodía. Mientras tanto, Aurelio y Clara comenzaron a investigar más sobre este grupo de debate universitario.

Revelaciones en la cafetería

Cuando llegué al lugar acordado, Víctor Salinas ya estaba esperando. Era un hombre joven, con gafas gruesas y una expresión nerviosa. Traía una carpeta llena de recortes y notas que desplegó en la mesa con rapidez.

—Hace tres años, el grupo de debate organizó un evento especial sobre creencias antiguas y esoterismo. Fue algo diferente a lo que normalmente hacían. Invitaron a un profesor extranjero, un tal Dr. Reinhardt, que habló sobre "rituales de transición" en culturas antiguas —explicó, señalando un programa del evento.

Lo que llamó mi atención no fue solo el tema, sino una imagen en el programa: el mismo símbolo de transformación que habíamos encontrado en las piedras del parque "El Refugio".

—¿Sabe qué ocurrió con este Dr. Reinhardt? —pregunté, intentando mantener la calma mientras mi mente procesaba la información.

—Desapareció. Poco después del evento, la universidad cortó todo contacto con él. Según algunas fuentes, lo despidieron por conducta inapropiada, pero nunca se especificaron los detalles.

La conexión era clara, aunque perturbadora. Si este profesor había influido de alguna manera en los jóvenes de ese grupo, podría ser el origen de los eventos actuales.

La figura de Reinhardt

De regreso en la estación, compartí la información con Aurelio y Clara. Ambos parecían igual de intrigados, aunque Aurelio tenía una expresión que mezclaba curiosidad con cautela.

—¿Qué sabemos sobre este Reinhardt? —preguntó Clara mientras buscaba en la base de datos internacional.

Después de unos minutos, encontró algo. Reinhardt no era su verdadero nombre; se trataba de un académico alemán llamado Hans Müller, con un historial controvertido en el ámbito académico. Había sido expulsado de varias universidades por promover prácticas esotéricas bajo el pretexto de la antropología cultural.

—Esto encaja demasiado bien —murmuró Aurelio—. Si este tipo introdujo estas ideas a los jóvenes, pudo haber plantado las semillas para lo que estamos viendo ahora.

Sin embargo, lo que vino después fue aún más perturbador. Clara encontró una foto de Müller en un artículo antiguo. Aurelio la examinó detenidamente y señaló un detalle que no habíamos notado: en su mano izquierda, Müller llevaba un anillo con el mismo símbolo que habíamos encontrado en el parque.

—Esto no es coincidencia —dijo Aurelio con firmeza—. Este hombre está conectado con lo que está ocurriendo.

Un camino incierto

La noche llegó demasiado rápido, pero ninguno de nosotros estaba dispuesto a irse a casa. Decidimos enviar una solicitud oficial para obtener más información sobre Müller a través de canales internacionales, aunque sabíamos que podría tomar tiempo.

Mientras tanto, Aurelio sugirió volver al parque "El Refugio". Según él, había detalles que podríamos haber pasado por alto. Aunque me resistía a la idea de regresar a ese lugar, no podía ignorar la posibilidad de que hubiera algo más esperando ser descubierto.

Antes de salir de la estación, revisé una vez más la lista de nombres. Julia Martínez seguía desaparecida, y la presión para encontrarla era cada vez mayor. Sin embargo, con cada día que pasaba, parecía que la respuesta a su paradero no estaba en las calles de la ciudad, sino en los oscuros secretos de un pasado que aún no habíamos desenterrado.

Mientras escribo esto, no puedo evitar sentir que estamos entrando en un terreno peligroso, no solo para la investigación, sino también para nosotros mismos. Cada paso que damos parece llevarnos más cerca de una verdad que podría ser demasiado grande para comprenderla, pero también demasiado importante para ignorarla.