En el reino nórdico de Valakay, donde las tradiciones dictan el destino de todos, el joven príncipe omega Leif Bjornsson lleva sobre sus hombros el peso de un futuro predeterminado. Destinado a liderar con sabiduría y fortaleza, su posición lo encierra en un mundo de deberes y apariencias, ocultando los verdaderos deseos de su corazón.
Cuando el imponente y misterioso caballero alfa Einar Sigurdsson se convierte en su guardián tras vencer en el Torneo del Hielo, Leif descubre una chispa de algo prohibido pero irresistible. Einar, leal hasta la médula y marcado por un pasado lleno de secretos, se encuentra dividido entre el deber que juró cumplir y la conexión magnética que comienza a surgir entre él y el príncipe.
En un mundo donde los lazos entre omegas y alfas están regidos por estrictas normas, Leif y Einar desafiarán las barreras de la tradición para encontrar un amor que podría romperlos o unirlos para siempre.
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Rumor de guerra
El aire frío del invierno que comenzaba a calar en los muros del castillo reflejaba a la perfección el estado de mis pensamientos. Me encontraba sentada al final de la larga mesa en la sala de reuniones, rodeada por los ancianos de las familias más influyentes del reino, aquellos que estaban siempre dispuestos a juzgar, proponer, y, en casos extremos, decidir sobre los destinos de otros.
Mi mirada vagó hacia la ventana, donde los primeros copos de nieve comenzaban a caer con parsimonia. El invierno estaba aquí, y con él llegaba la tensión de una posible guerra en el horizonte. Sabía que el tiempo era limitado, tanto para el reino como para mi posición dentro de él. Leif seguía débil, Einer era un elemento incómodo, y mi propia estabilidad como reina pendía de un hilo delgado tejido con mentiras y alianzas.
El murmullo de los ancianos me devolvió al momento. Me enderecé, con la misma dignidad y resolución que había aprendido a portar como un escudo desde que llegué a esta posición. Sabía lo que debía hacer. No me agradaba, pero era necesario. El reino necesitaba fuerza, y yo necesitaba una solución que resolviera al mismo tiempo mi lugar y la debilidad de Leif.
—Señores —dije, levantando la voz apenas lo suficiente para que todos callaran y fijaran sus ojos en mí—, agradezco su presencia. La situación de Leif no mejora al ritmo que esperábamos, y Einer sigue siendo una figura crucial en su recuperación debido a la impregnación.
El rostro de algunos de los ancianos se endureció al escuchar el nombre de Einer, pero continué sin darles tiempo de interrumpir.
—El invierno es cruel, y los rumores de guerra no pueden ser ignorados. Necesitamos estabilidad en el trono, y Leif no está en condiciones de gobernar ni de protegerse por sí mismo, aún que sus padres los reyes estén aquí. La conexión que Leif comparte con Einer puede ser nuestra solución.
Un murmullo se extendió por la sala, pero levanté una mano, reclamando silencio.
—Propongo una unión formal entre Leif y Einer. Una que asegure su protección y mantenga a nuestro Omega fuerte mientras se recupera. Además —hice una pausa, midiendo las palabras que sabía causarían más revuelo—, hay algo más que discutir.
El silencio en la sala se volvió casi opresivo mientras todos esperaban mis siguientes palabras.
—La unión entre Leif y yo es política, no sentimental —declaré, con una firmeza que sorprendió incluso a algunos de los ancianos más experimentados—. Mi deber es proteger la estabilidad de este reino, no reclamar un amor que nunca fue mío.
Tomé aire y continué, sintiendo el peso de lo que estaba por decir.
—Sin embargo, para garantizar que esta estabilidad se mantenga, necesito que Leif deje un heredero. Luego de defender su territorio con mis tropas del norte y asegurarlo, debo regresar a mi país por un tiempo, el niño o niña se quedará aquí hasta mi regreso.
El murmullo que siguió fue ensordecedor. Algunos ancianos intercambiaron miradas de incredulidad, mientras otros asentían lentamente, como si comenzaran a entender mi razonamiento.
—Un hijo asegurará la continuidad de nuestra alianza política y la fuerza de nuestro linaje. Leif cumplirá con este deber antes de que la unión con Einer se formalice, y yo misma hablaré con ambos para garantizar que todos entiendan lo que está en juego.
Me recliné en mi silla, observando cómo las reacciones se dividían entre aceptación y escepticismo. Los ancianos comenzaron a debatir entre ellos, pero yo ya había tomado mi decisión. Mi mente estaba clara: Leif necesitaba un heredero, Einer era necesario para su salud, y el reino al que ahora estoy aliada no podía permitirse flaquear ahora.
Horas después, me dirigí a la habitación de Leif. Lo encontré dormido, su respiración tranquila gracias a los medicamentos. Einer estaba allí, sentado en una silla junto a la cama, con el ceño fruncido mientras observaba a Leif. Su presencia me molestaba, pero también me reconfortaba de alguna manera. Sabía que, a pesar de todo, Einer era la única persona que realmente cuidaba de Leif con devoción.
—Einer —lo llamé suavemente, pero con firmeza.
Él levantó la mirada hacia mí, sorprendido por mi interrupción. Se levantó con cautela, observándome como si esperara alguna reprimenda o exigencia.
—Necesito hablar contigo —dije, señalando hacia la puerta—. Fuera de aquí.
Él asintió sin decir palabra, lanzando una última mirada a Leif antes de seguirme. Caminamos en silencio hasta una pequeña sala de estar cercana. Cuando cerré la puerta tras nosotros, me giré hacia él, encontrándome con sus ojos llenos de cautela.
—Quiero ser clara contigo, Einer —comencé, cruzándome de brazos—. Lo que voy a proponerte no es fácil, ni para ti ni para mí. Pero es necesario.
Él no respondió, pero pude ver cómo su mandíbula se tensaba. Decidí no darle más rodeos.
—Leif te necesita para recuperarse y lo está logrando. Eso es evidente, y por eso estoy dispuesta a permitir que esta unión ocurra. Sin embargo, antes de que eso pase, él debe cumplir con un deber hacia mí y hacia el reino.
Einer frunció el ceño, claramente confundido.
—¿A qué se refiere, Su Majestad? —preguntó, su tono lleno de desconfianza.
—Leif debe dejar un heredero para mí casta Alfa —dije directamente, observando cómo sus ojos se abrían con sorpresa y algo más... ¿enojo?
—¿Un heredero? —repitió, como si la idea le resultara incomprensible—. ¿Está pidiéndome que permita que eso pase?
—No estoy pidiéndote permiso, Einer. Estoy informándote de lo que sucederá y necesito convencerlo de que esté conmigo. —Mi voz fue más fría de lo que pretendía, pero no podía permitirme mostrar debilidad en este momento—. Leif y yo compartimos un compromiso político, no sentimental. Un hijo asegurará que nuestra alianza tenga un propósito mayor.
Einer respiró hondo, como si intentara controlar sus emociones, pero su mirada hacia mí era intensa, casi desafiante.
—¿Y qué pasa con él? —preguntó finalmente, señalando hacia la habitación donde Leif dormía—. ¿Ha pensado en lo que esto le hará a él?
—Lo que le hago a Leif lo hago por su bienestar y por el del reino, ya somos aliados y todos esperan un heredero —respondí con firmeza—. Y también por el tuyo, Einer. Porque sin esta solución, la inestabilidad que rodea a nuestra situación solo crecerá.
Él cerró los ojos por un momento, como si luchara consigo mismo. Cuando los abrió, su expresión estaba llena de una mezcla de resignación y tristeza.
—Si esto es lo que decidió, Su Majestad, entonces no tengo más que decir. Pero quiero que sepa algo... —Se inclinó ligeramente hacia mí, y su voz bajó hasta convertirse en un susurro cargado de emoción—. Lo que siento por Leif no cambiará, sin importar cuántos lazos políticos intente imponer.
Sus palabras me hirieron más de lo que quería admitir, pero no lo dejé ver. Simplemente asentí y salí de la habitación, dejando a Einer con sus pensamientos y las emociones que yo misma no podía enfrentar.