Soy Bárbara Pantoja, cirujana ortopédica y amante de la tranquilidad. Todo iba bien hasta que Dominic Sanz, el cirujano cardiovascular más egocéntrico y ruidoso, llegó a mi vida. No solo tengo que soportarlo en el hospital, donde chocamos constantemente, sino también en mi edificio, porque decidió mudarse al apartamento de al lado.
Entre sus fiestas ruidosas, su adicción al café y su descarado coqueteo, me vuelve loca... y no de la forma que quisiera admitir. Pero cuando el destino nos obliga a colaborar en casos médicos, la línea entre el odio y el deseo comienza a desdibujarse.
¿Puedo seguir odiándolo cuando Dominic empieza a reparar las grietas que ni siquiera sabía que tenía? ¿O será él quien termine destrozando mi corazón?
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Mal entendido
Dominic salió del apartamento de Bárbara temprano en la mañana, con la sensación de haber encontrado un pequeño respiro después de la noche anterior. Aunque el cansancio físico aún pesaba sobre él, la compañía de Bárbara le había dado un poco de claridad mental. Se dirigió a su propio apartamento para ducharse y alistarse antes de su turno en el hospital.
Cuando abrió la puerta de su departamento, encontró a Salma, su amiga de toda la vida, esperándolo en la sala.
—¿Salma? ¿Qué haces aquí tan temprano? —preguntó Dominic con sorpresa, dejando su maletín sobre la mesa de entrada.
—Se me quedó mi bufanda ayer. Vine a buscarla porque no quería molestarte anoche, no sabía que habías dormido fuera —responde ella con una sonrisa mientras señalaba la mesa donde había dejado su prenda.
Dominic asintió, y mientras ella recogía sus cosas, aprovechó para ir a su habitación y buscar algo de ropa limpia. Se cambió rápidamente, poniéndose un pantalón y una camisa sin abotonar mientras seguía conversando con Salma desde el otro lado de la habitación.
—¿Cómo estuvo tu turno anoche? —pregunta ella, notando el cansancio en su rostro cuando volvió a la sala.
—Intenso. Perdimos a un paciente, y eso siempre pesa, ya sabes —respondió Dominic mientras se acercaba al sofá, dejándose caer a su lado.
Salma, al verlo tan abatido, le dio un abrazo de apoyo, algo que era común entre ellos después de años de amistad. Dominic aceptó el gesto, agradecido, cerrando los ojos un momento para recuperar un poco de fuerza antes de empezar su día.
Bárbara ya estaba despierta, se alistó y preparó café para llevar y una ración para Dominic. En eso vió su reloj en la mesita de noche y se dispuso a llevárselo, no sabe si lo iba a necesitar de una vez pero ya eso lo dejaba a su criterio. Decidió que antes de dirigirse al hospital, pasaría rápidamente por su apartamento para dejárselo junto a la jarra hermética de café.
Mientras Dominic y Salma estaban en el sofá, Bárbara llegó a su puerta y tocó suavemente. Al no recibir respuesta de inmediato, usó la llave de repuesto que Dominic le había dado en caso de emergencias. Al entrar, lo primero que vio fue a Dominic y Salma abrazados en el sofá, con su camisa aún desabotonada.
El aire pareció congelarse por un instante. Bárbara se quedó inmóvil, con su rostro pasando de sorpresa a confusión y luego a algo más cercano al enojo. Dominic se separó rápidamente de Salma al escuchar la puerta abrirse, con sus ojos abriéndose con sorpresa al ver a Bárbara allí.
—Bárbara… —comenzó a decir Dominic con los ojos medio llorosos pero Bárbara no se fijó en ese detalle, Dominic se levantó del sofá, pero su tono de voz no hizo mucho por calmar la tensión.
—Lo siento, no sabía que estabas ocupado —dijo Bárbara con una voz más fría de lo que pretendía, sosteniendo su mirada mientras mostraba una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
Salma, al notar el cambio de ambiente, se levanta también y trata de intervenir, pero la sonrisa en su rostro se notaba a kilómetros.
—Oh, Bárbara. Discúlpanos, Dominic sólo se sentía desconsolado por lo ocurrido en el hospital. ¿No te molesta que yo haya venido ¿Cierto? Olvide algo aquí, por eso vine tan temprano—dijo con tono amigable. Ella le extiende la mano.
Bárbara mira la mano extendida por un momento, pero no la tomó. En cambio, centró su atención en Dominic.
—Solo vine a traer tu reloj y café. Creo que lo dejaste en mi apartamento anoche —dijo con calma, aunque su mirada tenía un filo que Dominic reconoció al instante.
Él asiente con la cabeza, sintiendo cómo la situación se complicaba sin que él hubiera hecho nada.
—Mi reloj… Sí, gracias. Gracias por traerme mi reloj favorito—dijo Dominic apresuradamente, moviéndose hacia ella.
Salma quiso echar más sal a la herida, mientras se acercaba más a ellos.
—De verdad, no nos mal entiendas. Solo estaba dándole un abrazo porque… bueno, tuve una noche difícil. Nada más. Dominic y yo solo somos amigos, somos como hermanos.
Bárbara no responde de inmediato. No quería mostrarse afectada, aunque la escena la había tomado completamente desprevenida. Cuando Dominic quiso decir algo u objetar, Bárbara se gira en sus talones rápidamente y se dirige a la puerta.
—Gracias. Y disculpa por todo esto. Nos vemos en el hospital —dijo antes de salir sin darle a ninguno de los dos la oportunidad de decir algo más.
Bárbara camina rápidamente por el pasillo, tratando de procesar lo que acababa de ver. Sabía que no tenía derecho a estar molesta; después de todo, Dominic era libre de tener amigas. Pero el recuerdo de ellos abrazados, combinado con la vulnerabilidad que había mostrado la noche anterior, la dejó con una sensación amarga.
Dominic mira la puerta cerrada tras Bárbara y deja escapar un suspiro frustrado, pasando una mano por su cabello.
—¿Qué fue eso? —pregunta Salma, cruzándose de brazos.
—Fue un malentendido… o al menos espero que lo haya sido. Bárbara es... complicada —responde Dominic, sintiendo que no tenía las palabras adecuadas para describir la relación entre ellos.
Mónica arqueó una ceja, divertida.
—¿Complicada? ¿Te refieres a que te importa más de lo que quieres admitir?
Dominic no responde de inmediato, pero su silencio fue suficiente para que Salma entendiera.
—Mira, Dom. No sé qué pasa entre ustedes, pero parece que tienes un lío en tus manos. Se ve lo celosa que es esa chica —dijo Salma antes de recoger su bolso y dirigirse a la puerta—. Y no olvides abrocharte la camisa la próxima vez.
Dominic deja escapar una risa seca mientras cerraba la puerta detrás de ella. Una vez solo, apoyó la frente contra la madera, preguntándose cómo arreglar las cosas con Bárbara.
Había sido una mañana complicada, y el día apenas comenzaba.
Mientras caminaba por los pasillos del hospital, Dominic no podía dejar de pensar en Bárbara, en la manera en la que ella lo había mirado, en la frialdad de sus ojos, en el dolor que emanaba de su rostro cuando lo vio ese día. Pero él sabía que había fallado de alguna forma. Sabía que no le había dado la importancia que se merecía, que la había dejado ir y no podía perdonarse que ella lo mal entienda.
—Tengo que hablar con ella —se dijo, mientras pasaba por la sala de descanso. Dejó el café a medio tomar y salió rápidamente, decidido a encontrarla y aclarar todo lo que había pasado.
Pero cuando llegó a la oficina donde Bárbara normalmente estaba, la encontró vacía. Los minutos se hicieron eternos mientras la buscaba por cada rincón del hospital, pero ella parecía haberse esfumado, como si ya no estuviera dispuesta a darle la oportunidad de explicarse.
Finalmente, después de una larga búsqueda, la encontró en una pequeña sala de descanso para médicos, donde estaba sentada, completamente sola, con la cabeza entre las manos. El solo verla así hizo que su corazón se retorciera de culpa. Sabía que tenía que ser honesto con ella, que ya no podía seguir jugando con su corazón.
Se acercó lentamente, sin querer invadir su espacio personal, pero lo suficiente para que ella pudiera escuchar su voz.
—Bárbara… —dijo con voz suave, sin saber por dónde comenzar.
Ella levanta la cabeza lentamente, pero sus ojos no mostraban enojo ni tristeza. Solo vacío. El daño estaba hecho, y lo sabía. Se da cuenta de que no debe tener ese tipo de acercamiento ni con Salma ni con ninguna otra mujer y menos vestido de forma inapropiada.
—¿Qué quieres, Dominic? —su voz era fría, pero su rostro estaba marcado por la confusión y el dolor. —¿Vienes a darme más excusas? ¿A decirme que nada pasó?
Dominic tragó saliva, sintiendo que su garganta se cerraba. —No, Bárbara. No vengo a darte excusas. Vine a pedirte que me escuches. Lo que viste… no fue lo que parece. No siento nada por Salma.
Bárbara lo miró fijamente, como si quisiera desintegrarlo con la mirada. —No quiero escuchar tus explicaciones, Dominic. Vi con mis propios ojos lo que estaba pasando. ¿Cómo esperas que confíe en ti, después de lo que vi?