Mi nombre es Carolina estoy casada con Miguel mi primer amor a primera vista.
pero todo cambia en nuestras vida cuando descubro que me es infiel.
decido divorciarme y dedicarme más tiempo y explorar mi cuerpo ya que mis amigas me hablan de un orgasmo el cual desconozco y es así como comienza mi historia.
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Capitulo 19
Carolina, Andrea y Patricia caminaron juntas hacia la entrada de la mansión, impresionadas por el ambiente elegante y el sonido suave de una orquesta tocando en el jardín. Al llegar, la señora Margaret las recibió con una cálida sonrisa.
—Buenas noches, señora Margaret —dijeron casi al unísono, con respeto y admiración.
—Buenas noches, chicas. ¡Qué gusto que estén aquí! —respondió Margaret, observándolas de arriba abajo. Su mirada se detuvo un instante en Carolina—. Carolina, querida, estás radiante.
Carolina sonrió tímidamente, sintiéndose un poco fuera de lugar en medio de tanto lujo.
—Gracias, señora Margaret.
Margaret movió una mano con elegancia, indicándoles que la siguieran.
—Vengan, acompáñenme. Les tengo reservada una mesa especial.
Las tres la siguieron mientras cruzaban el espacioso salón lleno de luces cálidas y decoraciones florales. Andrea observaba a su alrededor con curiosidad, emocionada por el ambiente, mientras Patricia no podía evitar murmurar.
—Este lugar es increíble. Carolina, ¡mira ese candelabro!
—Por favor, Patricia —susurró Carolina, con una leve sonrisa nerviosa—. Trata de no parecer tan impresionada.
Margaret se detuvo cerca de una mesa elegantemente decorada, con una vista perfecta hacia el jardín.
—Aquí estarán cómodas. Pidan lo que deseen, las atenderán de inmediato.
—Gracias, señora Margaret —respondieron las tres.
—Disfruten de la noche —añadió Margaret, dedicándoles una última sonrisa antes de retirarse para saludar a otros invitados.
Patricia se inclinó hacia Carolina apenas Margaret se alejó.
—Carolina, no sé qué me impresiona más: la mansión o la anfitriona.
—Patricia, por favor —murmuró Carolina, tratando de no reír mientras ayudaba a Andrea a sentarse.
La noche apenas comenzaba, y Carolina no podía evitar sentirse un poco inquieta. Había algo en el ambiente que le daba la sensación de que esa velada sería distinta.
—Mamá, puedo ir al jardín.
Carolina miró a Andrea con una mezcla de duda y resignación. Su hija siempre mostraba esa confianza que a veces la descolocaba.
—Está bien, pero no te vayas muy lejos. Y mantén el teléfono contigo —le advirtió Carolina, acomodándole un mechón de cabello detrás de la oreja.
Andrea rodó los ojos con una sonrisa.
—No te preocupes, mamá. Ya tengo 16 años, puedo cuidarme sola.
Carolina suspiró, pero terminó asintiendo.
—Está bien, ve. Pero no tardes demasiado, ¿de acuerdo?
Andrea le dio un beso rápido en la mejilla.
—Gracias, mamá. Te prometo que no me perderé.
La joven se alejó caminando con entusiasmo, sacando su teléfono para tomar algunas fotos del hermoso jardín iluminado. Las luces colgantes y las decoraciones florales hacían que cada rincón del lugar pareciera salido de un cuento de hadas.
Carolina la observó alejarse mientras sentía una punzada de preocupación, pero también orgullo. Andrea siempre había sido madura para su edad, pero no podía evitar el instinto de protegerla. Patricia notó su expresión y le dio un leve codazo.
—Deja que disfrute, Carol. No puedes mantenerla bajo tus alas para siempre.
Carolina suspiró y se sentó nuevamente.
—Lo sé, pero... con todo lo que pasa últimamente, no puedo evitar preocuparme.
—Relájate —insistió Patricia, alzando su copa—. Esta noche es para que tú también disfrutes.
Carolina miró su propia copa, pero en lugar de tomarla, sus ojos comenzaron a recorrer el lugar. Entre los murmullos de los invitados, las risas y las conversaciones animadas, buscó alguna señal de Miguel. Aún no llegaba, y eso le generaba una incomodidad difícil de ignorar.
"¿Dónde estás, Miguel?" pensó, mientras intentaba calmar su mente y enfocarse en la fiesta.
Eric subió al pequeño escenario dispuesto en el centro del jardín, ajustándose el puño de su elegante traje mientras un asistente le entregaba el micrófono. Las luces se enfocaron en él, y el murmullo de los invitados se desvaneció rápidamente. Todos sabían que cuando Eric Johnnson hablaba, era mejor escuchar.
Se aclaró la garganta, dirigiendo una mirada autoritaria pero serena a los presentes.
—Buenas noches a todos. Antes que nada, quiero agradecerles por asistir a esta velada especial. Cada uno de ustedes forma parte esencial de los logros que celebramos hoy.
Hizo una pausa estratégica, dejando que sus palabras calaran en los invitados.
—Como muchos saben, esta reunión no es solo un evento social, sino una oportunidad para fortalecer los lazos que sostienen el éxito de nuestra empresa y nuestras asociaciones. Este año ha sido desafiante, pero también uno lleno de grandes avances.
Eric comenzó a detallar algunos de los logros recientes de la empresa, destacando proyectos clave y reconociendo a ciertas personas en la audiencia. Cada palabra era precisa, calculada, y su tono denotaba confianza.
—No podemos hablar de éxito sin reconocer a quienes lo hacen posible. Y quiero aprovechar este momento para rendir homenaje a mi madre, Margaret Johnnson, cuyo liderazgo visionario ha sido una inspiración constante.
Una ronda de aplausos resonó mientras Eric dirigía una mirada respetuosa hacia Margaret, quien asintió con una sonrisa orgullosa.
—Finalmente, quiero que sepan que lo que se avecina es aún más prometedor. Como CEO, mi compromiso es seguir liderando con integridad, innovación y dedicación. Así que, gracias por estar aquí. Espero que disfruten de la noche y aprovechen esta oportunidad para fortalecer nuestras conexiones.
El público estalló en aplausos, algunos levantando sus copas en un brindis silencioso. Eric dejó el micrófono y bajó del escenario con la misma confianza con la que había subido, recibiendo saludos y felicitaciones en el camino.
Carolina, que había escuchado atentamente desde su lugar, no pudo evitar admirar la forma en que Eric manejaba cada palabra, cada gesto. Era imponente, calculador, y había algo en su presencia que no dejaba indiferente a nadie. Patricia, sentada a su lado, se inclinó hacia ella con una sonrisa divertida.
—Ese hombre podría convencer a cualquiera de cualquier cosa, ¿no crees?
Carolina solo asintió, sumida en sus pensamientos.