el mundo de los sueños se despliega en toda su gloria: nubes formadas por palabras flotan en un cielo etéreo, un río de luz líquida serpentea hacia un bosque oscuro y ominoso en el horizonte, y formas abstractas se mezclan con paisajes imposibles. La niña parece semitransparente, lo que indica que se encuentra atrapada entre los dos mundos.
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El Laberinto de los Espejos
Emma se detuvo frente al colosal laberinto que se alzaba ante ella. Sus muros no eran de piedra, sino de espejos que reflejaban el cielo cambiante, las colinas distantes y, por supuesto, su propio rostro. Sin embargo, algo en los reflejos la inquietaba. No era solo su imagen lo que devolvían: las versiones de sí misma en los espejos eran diferentes, con expresiones que ella no recordaba haber tenido.
Respiró hondo y avanzó hacia la entrada. Al cruzar el umbral, el aire cambió. Se volvió más pesado, como si estuviera bajo el agua, y el silencio era tan profundo que podía escuchar el eco de su respiración. Los muros de espejos se alzaban a ambos lados, y el camino se dividía en múltiples direcciones.
—¿Por dónde debo ir? —murmuró, mirando las bifurcaciones.
No había ninguna señal ni indicio de cuál era el camino correcto. Decidió seguir su intuición, tomando el sendero de la derecha. A medida que caminaba, los reflejos en los espejos comenzaban a moverse, pero no como lo hacía ella. Las imágenes eran versiones de su vida, momentos que recordaba claramente y otros que parecían distorsionados.
En uno de los espejos, vio su cumpleaños número seis. Estaba soplando las velas de un pastel, rodeada de su familia. Pero algo estaba mal. Las caras de las personas a su alrededor eran borrosas, irreconocibles, y cuando Emma se acercó para mirar mejor, las figuras en el espejo se giraron hacia ella, como si pudieran verla.
—¿Qué es esto? —susurró, retrocediendo.
El reflejo de su cumpleaños desapareció, reemplazado por otra escena. Esta vez, estaba en la escuela, sentada sola en un rincón del patio mientras los otros niños jugaban. Recordaba ese día con claridad; había tenido miedo de acercarse a ellos, temiendo que la rechazaran. Pero en el espejo, vio algo diferente: los niños se reían de ella, señalándola y murmurando cosas que no podía escuchar.
—Esto no es real —se dijo, alejándose del espejo—. No es cómo sucedió.
—¿No lo es? —preguntó una voz familiar.
Emma se giró rápidamente y vio a su reflejo salir de uno de los espejos. Pero no era un reflejo normal. Esta versión de ella tenía una expresión fría, sus ojos brillaban con un tono gris metálico, y una sonrisa sarcástica curvaba sus labios.
—¿Quién eres tú? —preguntó Emma, sintiendo un nudo en el estómago.
—Soy tú, por supuesto —respondió la figura, inclinando la cabeza con un gesto burlón—. O al menos, la parte de ti que intentas ignorar. Soy tus dudas, tus inseguridades, tus miedos más profundos.
Emma negó con la cabeza.
—No es cierto. Esto es solo un sueño. Tú no eres real.
La figura soltó una risa que resonó por todo el laberinto.
—Eso mismo te dices a ti misma para sentirte mejor. Pero aquí, en el laberinto, no puedes mentir. Aquí, todo lo que temes se vuelve real.
Emma apretó los puños, tratando de calmarse.
—¿Qué quieres de mí?
—Quiero que admitas la verdad —respondió la figura, acercándose lentamente—. Que aceptes que tienes miedo. Miedo de no ser lo suficientemente fuerte para salir de aquí. Miedo de enfrentar el mundo real y todo lo que dejaste atrás.
Emma sintió que las palabras de la figura resonaban dentro de ella, como si estuviera leyendo sus pensamientos. Pero no podía dejar que el miedo la controlara.
—Tal vez tenga miedo —admitió, su voz temblando al principio—. Pero eso no significa que me rendiré.
La figura sonrió, pero no de manera burlona esta vez.
—Buena respuesta. Pero las palabras no son suficientes. Tendrás que demostrarlo.
Con un movimiento rápido, la figura desapareció, y los espejos que formaban el laberinto comenzaron a cambiar. Ahora, cada espejo mostraba versiones de Emma enfrentándose a diferentes desafíos: subiendo montañas imposibles, atravesando tormentas, enfrentándose a monstruos que representaban sus miedos.
El camino se estrechó, y Emma sintió que los espejos parecían acercarse, como si quisieran atraparla. Corrió, esquivando los reflejos que intentaban bloquear su camino, hasta que llegó a una encrucijada.
Delante de ella había tres puertas, cada una marcada con un símbolo diferente. La primera tenía el dibujo de un corazón, la segunda mostraba un reloj de arena, y la tercera estaba marcada con una pluma.
Una voz resonó en el aire, la misma voz de la mujer de ojos dorados.
—Solo una puerta te llevará más cerca del corazón del laberinto. Las otras te devolverán al principio. Escoge con cuidado.
Emma estudió las puertas, intentando descifrar su significado. El corazón podría simbolizar sus emociones, el reloj de arena podría representar el tiempo que le quedaba, y la pluma podría ser un recordatorio de sus historias y su imaginación.
—Si este lugar es un reflejo de mí misma... —murmuró—. Entonces debo elegir lo que me define.
Sin dudarlo más, empujó la puerta marcada con la pluma.
Al cruzarla, el laberinto de espejos desapareció, y se encontró en una sala circular. En el centro, había un pedestal con un libro abierto. Las páginas del libro estaban en blanco, pero Emma sintió que debía escribir en él. Se acercó y tomó la pluma que descansaba junto al libro.
Cuando la tocó, su mente se llenó de imágenes: recuerdos de su vida, momentos felices y dolorosos, y las historias que siempre había creado para enfrentarse a su soledad. Con una determinación renovada, escribió una sola frase en el libro:
"Soy Emma, y no me rendiré."
El libro brilló intensamente, y un pasaje secreto se abrió en la pared. Emma dio un paso hacia adelante, lista para enfrentar lo que viniera después.
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