Ariadna Callis, una joven de 16 años con una personalidad vibrante y un cuerpo que desafía los estereotipos, vive entre las constantes travesuras de sus hermanos mayores, Nikos y Theo, y el caos del último año de preparatoria. Aunque es fuerte y segura, Ariadna no está preparada para la entrada de Eryx Soterios, un joven de 18 años recién llegado al pueblo.
Eryx, reservado y enigmático, carga con un pasado oscuro que lo ha dejado lleno de resentimientos. Su aparente frialdad se convierte en un desafío para Ariadna, quien no teme a sus respuestas cortantes ni a su actitud distante. Sin embargo, cada encuentro entre ellos desata emociones contradictorias que ninguno puede ignorar.
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Capítulo 10: Bajo la Lluvia
La semana siguiente estuvo llena de pequeños encuentros furtivos entre Ariadna y Eryx. Un cruce de miradas en los pasillos, una conversación rápida en la biblioteca, y esa sensación constante de que había algo más entre ellos que ninguno se atrevía a nombrar. Sin embargo, a pesar de las advertencias de Nikos y Theo, Ariadna no podía evitar buscar excusas para verlo.
Esa tarde, mientras las primeras gotas de lluvia comenzaban a caer, Ariadna decidió caminar hasta una pequeña cafetería cercana al centro del pueblo. Necesitaba un lugar tranquilo para estudiar y, sobre todo, alejarse un poco de las preguntas constantes de Nikos sobre su “amistad” con Eryx.
Al llegar, se sorprendió al ver a Eryx sentado en una mesa junto a la ventana, con un café a medio tomar y un libro abierto frente a él. Parecía tan absorto en su lectura que no la notó al entrar.
Ariadna, sin pensarlo demasiado, se acercó.
—¿Siempre te escondes aquí cuando llueve? —preguntó con una sonrisa.
Eryx levantó la vista, y por un breve instante, sus ojos parecieron iluminarse al verla.
—Solo cuando quiero estar en paz —respondió, cerrando el libro con cuidado—. ¿Qué haces tú aquí?
—Lo mismo. Buscaba un poco de tranquilidad.
Eryx señaló la silla frente a él. —Entonces, quédate.
Ariadna no necesitó más invitación. Se sentó, dejando su mochila en el suelo, y pidió un té al camarero. Durante un rato, la conversación fluyó con naturalidad, hablando de cosas triviales: libros, música, y los lugares que ambos soñaban con visitar algún día.
Sin embargo, había una tensión palpable entre ellos, como si algo no dicho flotara en el aire. Finalmente, fue Ariadna quien decidió abordar el tema que había estado evitando.
—Eryx... —comenzó, jugueteando con la cuchara de su té—. A veces siento que no me dices todo.
Él levantó una ceja, claramente intrigado. —¿A qué te refieres?
—No lo sé. Es como si llevaras un peso encima, algo que no compartes con nadie.
Eryx se quedó en silencio por un momento, mirando por la ventana como si buscara las palabras adecuadas.
—Todos llevamos algo, Ariadna —dijo finalmente, con un tono más serio—. Algo que preferimos mantener en la sombra.
—¿Y tú? ¿Qué mantienes en la sombra?
Eryx la miró directamente a los ojos, y por un segundo, Ariadna sintió que podía ver algo profundo y doloroso en su mirada.
—Tal vez algún día te lo cuente —dijo, repitiendo las palabras que ya le había dicho antes.
Ariadna no insistió. Sabía que no podía forzarlo, pero esa respuesta, lejos de calmar su curiosidad, solo la dejó con más preguntas.
Cuando finalmente salieron de la cafetería, la lluvia había arreciado, convirtiendo las calles en pequeños ríos. Eryx, con su usual calma, sacó un paraguas de su mochila y lo abrió, cubriéndolos a ambos.
—No sabía que fueras tan previsor —bromeó Ariadna, intentando aligerar el ambiente.
—Uno aprende a estar preparado para todo —respondió él, con una sonrisa apenas perceptible.
Caminaban juntos bajo el paraguas, sus pasos sincronizados. Aunque el paraguas los protegía de la lluvia, el viento frío hacía que Ariadna se estremeciera. Sin decir nada, Eryx se quitó la chaqueta y la colocó sobre los hombros de ella.
—No tienes que... —comenzó Ariadna, pero él la interrumpió.
—No te preocupes por mí.
Su gesto la dejó sin palabras. Había algo en su manera de cuidarla, tan sutil y natural, que hacía que su corazón latiera más rápido.
Mientras seguían caminando, Ariadna no pudo evitar recordar las palabras de Nikos. “Hay algo en ese chico que no me gusta”. Sin embargo, cuanto más tiempo pasaba con Eryx, más difícil le resultaba ver lo que su hermano veía. Para ella, él no era más que un chico solitario y misterioso, con una dulzura oculta que solo dejaba salir en pequeños destellos.
Al llegar a la puerta de su casa, Ariadna se detuvo, sin saber cómo despedirse. La lluvia seguía cayendo, pero Eryx no parecía tener prisa por irse.
—Gracias por acompañarme —dijo finalmente, con una sonrisa tímida.
—Siempre lo haré, si me lo permites —respondió él, con una seriedad que la tomó por sorpresa.
El silencio que siguió fue cargado de significado. Ariadna sintió que había algo que ambos querían decir, pero ninguno se atrevía a pronunciar.
Finalmente, fue Eryx quien rompió el silencio.
—Deberías entrar. No quiero que te resfríes.
Ariadna asintió, pero antes de abrir la puerta, giró sobre sus talones y lo miró una vez más.
—Eryx... ¿por qué siempre pareces tan distante?
Él pareció debatirse por un momento, como si estuviera considerando si responder o no. Finalmente, dijo:
—Porque no quiero lastimar a nadie.
Sus palabras quedaron flotando en el aire, y antes de que Ariadna pudiera decir algo, Eryx se dio la vuelta y comenzó a caminar bajo la lluvia, dejando atrás el paraguas que había compartido con ella.
Ariadna lo observó hasta que desapareció en la distancia, su silueta desdibujándose bajo la cortina de agua.
Esa noche, mientras se acurrucaba en su cama con la chaqueta de Eryx todavía sobre sus hombros, Ariadna no pudo evitar pensar en lo que él había dicho.
“No quiero lastimar a nadie”.
¿Qué significaba eso? ¿Qué era lo que Eryx temía tanto?
A medida que las preguntas llenaban su mente, Ariadna supo que estaba entrando en un terreno peligroso. Porque, aunque no quería admitirlo, estaba empezando a sentir algo por él. Algo que iba más allá de la simple amistad.
Y eso la asustaba tanto como la emocionaba.