El Corazón Helado Del Príncipe Omega Y Su Leal Caballero Alfa
Prólogo
La nieve cae suave sobre los techos de Skjoldheim, cubriendo la ciudad con un manto blanco y silencioso. Desde mi ventana, veo cómo la vida continúa: comerciantes gritando precios, niños jugando con bolas de nieve, guerreros entrenando en el patio. Todo parece tan simple desde aquí. Tan distante.
Pero para mí, nada es simple.
Soy Leif Bjornsson, príncipe heredero de Valakay, y también un omega. La combinación perfecta para las expectativas de mi padre y la desesperación de mi corazón. En este mundo, soy un símbolo: el futuro del reino, el líder que debe unir a los clanes bajo la bandera del lobo. Pero lo que realmente quiero... eso está fuera de mi alcance.
Por ahora.
******
El aire gélido me corta la piel cuando salgo del carruaje. Mi capa de piel de lobo no es suficiente para protegerme, pero no me importa. Prefiero el frío al peso del silencio incómodo que reinaba dentro del vehículo mientras mi padre me recordaba, por enésima vez, lo que se espera de mí.
—Recuerda, Leif —dice, su voz grave y cargada de autoridad mientras camina a mi lado—, elegirás un alfa que sea fuerte, leal y capaz de proteger este reino. No te equivoques.
—Sí, padre —respondo, con el tono monótono que he perfeccionado a lo largo de los años.
El Torneo del Hielo está a punto de comenzar. Guerreros de todo Valakay han venido a luchar por un lugar en la Guardia Real, pero todos saben que no es solo eso. El vencedor será mi sombra, mi guardián, mi escudo. Y, para muchos, también mi amante Alfa.
Mientras avanzamos hacia el palco real, no puedo evitar sentir las miradas de la multitud. Algunas son de admiración, otras de envidia, y otras... de lástima. A sus ojos, soy un omega frágil, alguien que necesita protección constante. No saben cuánto me gustaría demostrarles que están equivocados.
Pero entonces lo veo.
Entre los guerreros que esperan su turno en la arena, destaca una figura. Alto, de hombros anchos y con el cabello castaño oscuro recogido en una trenza sencilla. Su mirada azul se encuentra con la mía, y por un instante, el ruido de la multitud desaparece. Es como si el mundo se detuviera.
—Einar Sigurdsson —murmura mi padre al notar hacia dónde estoy mirando—. Hijo de un granjero, pero dicen que tiene la fuerza de un lobo y la astucia de un zorro.
Einar no baja la mirada, ni siquiera cuando mi padre habla de él. Hay algo en sus ojos que me hace temblar, aunque no sea de frío.
El torneo comienza, y los combates son tan brutales como esperaba. Alfas de todas partes se enfrentan con espadas, hachas y escudos, buscando demostrar su fuerza. Pero mi atención está fija en Einar.
Cuando finalmente entra en la arena, la multitud guarda silencio. Su oponente es un alfa corpulento con cicatrices en el rostro, alguien que probablemente ha ganado más batallas de las que puedo contar. Pero Einar no parece intimidado.
—¿Te impresiona? —pregunta mi padre en un susurro mientras observa el combate.
—Es... interesante —respondo, intentando sonar indiferente.
La batalla es rápida, casi demasiado rápida. Einar se mueve como si fuera parte del viento, esquivando cada ataque con precisión. Y cuando finalmente contraataca, lo hace con una fuerza y gracia que parecen imposibles. En cuestión de segundos, desarma a su oponente y coloca la punta de su espada contra su garganta.
La multitud estalla en vítores. Yo solo puedo mirarlo, con el corazón latiendo con fuerza.
Cuando el torneo termina, Einar es declarado vencedor. Mi deber es descender a la arena para entregarle su premio, pero mis piernas se sienten como plomo. Respiro hondo y camino con la cabeza en alto, consciente de cada mirada que se posa en mí.
Einar se arrodilla cuando llego frente a él, inclinando la cabeza en un gesto de respeto.
—Levántate —digo, mi voz más firme de lo que esperaba.
Él lo hace, y cuando sus ojos se encuentran con los míos, siento una chispa recorrerme. Intento ignorarla mientras tomo la espada ceremonial y se la entrego.
—Einar Sigurdsson, te doy la bienvenida a la Guardia Real. A partir de hoy, tu deber es proteger a Valakay y a su príncipe.
—Es un honor, mi príncipe —responde, su voz grave resonando en el aire frío.
Cuando nuestras manos se rozan, algo en mí se detiene. Es solo un instante, pero el calor que siento en su toque me quema más que cualquier fuego. Me aparto rápidamente, esperando que no lo haya notado.
—Protege este reino con tu vida —digo, mi tono más autoritario.
—Siempre —responde, y aunque su voz es firme, hay algo en su mirada que me hace dudar.
Esa noche, en el salón principal, la celebración está en su apogeo. Mi padre está satisfecho, y los guerreros cantan y ríen mientras el hidromiel fluye como los ríos del deshielo. Pero yo no puedo concentrarme.
Desde mi lugar junto al trono, lo observo. Einar está al otro lado del salón, rodeado de otros alfas que lo felicitan, pero parece distante, como si su mente estuviera en otro lugar.
—¿Estás bien, Leif? —pregunta Astrid, la hija de un noble alfa que mi padre insiste en que debería considerar como prometida.
—Sí, solo cansado —respondo, sin mirarla.
Finalmente, no puedo soportarlo más. Me levanto y cruzo el salón, ignorando las miradas de los demás. Cuando llego a su lado, Einar se inclina ligeramente en señal de respeto.
—Mi príncipe —dice, su voz más suave esta vez.
—Leif —lo corrijo. Me canso de esas formalidades.
Él asiente, pero no dice nada más. Hay un silencio entre nosotros, pero no es incómodo. Es como si algo no dicho flotara en el aire, algo que ambos entendemos pero no nos atrevemos a nombrar.
—Espero que estés listo para lo que viene —digo finalmente, intentando llenar el vacío.
—Siempre estoy listo —responde, su mirada fija en la mía.
Y en ese momento, sé que mi vida está a punto de cambiar para siempre.
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