Enfrentando una enfermedad que amenaza con arrebatarle todo, un joven busca encontrar sentido en cada instante que le queda. Entre días llenos de lucha y momentos de frágil esperanza, aprenderá a aceptar lo inevitable mientras deja una huella imborrable en quienes lo aman
NovelToon tiene autorización de Anklassy para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capitulo 3
Aliert estaba sentado en la sala de quimioterapia una vez más. La enfermera había instalado cuidadosamente la vía intravenosa en su brazo, y el medicamento estaba comenzando a fluir dentro de él. Podía sentir el frío del líquido, cómo se extendía poco a poco desde su brazo hasta el resto de su cuerpo, invadiendo su sangre con una frialdad que le recordaba el motivo de su presencia allí.
Tragó saliva mientras observaba el goteo constante de la bolsa de medicamento. Podía sentir las náuseas creciendo dentro de él, ese malestar en el estómago que siempre venía con el tratamiento y que parecía no acostumbrarse a soportar. Cerró los ojos, tratando de respirar profundamente, de calmarse y de no pensar en el proceso que atravesaba.
Camille, su madre, estaba a su lado, sosteniéndole la mano, aunque intentaba no mirarlo demasiado para no hacerle sentir peor. Aliert sabía que ella sufría cada segundo junto a él, aunque trataba de aparentar calma. La quimioterapia avanzaba lentamente, y el cansancio comenzaba a asentarse en sus huesos, robándole fuerzas, como si el mismo aire se volviera más pesado.
—¿Cómo vas, Aliert? —preguntó la enfermera, deteniéndose a su lado para revisarlo.
—Un poco… mareado —respondió él, su voz apenas un susurro.
La enfermera asintió con comprensión.
—Es normal. Si sientes que se vuelve muy fuerte, solo avísame.
Aliert asintió, pero prefería no quejarse. Ya sentía que cada sesión era una batalla en sí misma, y la idea de alargarla le parecía insoportable. Cerró los ojos, tratando de imaginar que estaba en otro lugar, lejos de aquella fría sala de hospital. Pero la realidad era persistente, y por mucho que intentara escapar, el tratamiento continuaba, invadiendo cada célula de su cuerpo en su lucha contra el cáncer.
_________
Aliert avanzaba por los pasillos de la escuela, sintiendo el peso del cansancio en sus huesos. A pesar de la desgana, ir a clase le daba una sensación de normalidad que tanto deseaba. La quimioterapia le dejaba débil, con la piel pálida y los ojos ligeramente hundidos, pero él intentaba ignorar esas señales, actuando como si todo estuviera bien. Sin embargo, Daniel estaba allí para notarlo.
Al final del día, mientras recogía sus libros, Aliert sintió la mano de Daniel en su hombro. Daniel había aprendido a moverse con cautela, como si evitara tratarlo con lástima pero también sin forzarlo a nada. Era un equilibrio que Aliert apreciaba profundamente.
—¿Te sientes mejor hoy? —preguntó Daniel, con una preocupación que no trataba de ocultar.
Aliert asintió, aunque sin muchas ganas.
—Sí… más o menos. La verdad, solo me siento agotado —confesó mientras pasaba una mano por su rostro, tratando de despejarse.
Daniel lo miró en silencio un momento y luego sonrió.
—¿Qué te parece si hoy hacemos algo diferente? —propuso—. No tienes que esforzarte, solo quiero estar contigo, pasar el rato. No todo tiene que girar en torno a la enfermedad, ¿no?
Aliert asintió, con una mezcla de sorpresa y alivio. La idea de pasar tiempo con alguien sin preocuparse de su salud le resultaba… refrescante.
—¿Dónde quieres ir?
—¿Qué tal la biblioteca? Hay un rincón en el segundo piso donde nadie va; podemos escondernos ahí. Prometo no hablar sobre quimioterapia ni tratamientos —bromeó Daniel, guiñándole un ojo.
Aliert sonrió, agradecido por la ligereza en el tono de su amigo.
En el rincón aislado de la biblioteca, rodeados de libros polvorientos y el suave silencio del lugar, Aliert y Daniel se sentaron en el suelo, apoyándose contra una estantería de madera. Pasaron varios minutos en silencio, cada uno absorto en sus pensamientos, disfrutando de la calma que los envolvía.
Daniel finalmente rompió el silencio.
—¿Alguna vez te has preguntado cómo sería todo si no estuvieras… pasando por esto? —preguntó, con un tono casual que intentaba no invadir.
Aliert asintió lentamente, su mirada perdida en los libros frente a él.
—Lo pienso todos los días, Dani. Me imagino despertando sin este cansancio, sin la náusea… sin miedo. Es como si estuviera atrapado entre dos mundos. El mundo donde soy el de siempre, y el mundo donde soy… este nuevo yo, el que está enfermo —murmuró, con voz apagada.
Daniel lo miró en silencio, y luego habló en voz baja.
—Pero sigues siendo tú, Aliert. Lo he dicho antes, y no me cansaré de repetirlo. Sigues siendo el chico que conocí, solo… un poco más fuerte, un poco más sabio. La enfermedad no te define.
Aliert asintió, sintiendo cómo esas palabras lo reconfortaban. A su lado, Daniel era un recordatorio constante de que no estaba solo.
—A veces siento que, si dejo que todos lo sepan, las miradas cambiarán. No quiero eso, Dani. No quiero ser el chico de la escuela con cáncer, no quiero que todos me traten como si fuera a… desaparecer —admitió, con una mezcla de dolor y sinceridad.
Daniel tomó un momento para responder, su tono firme.
—No tienes que contarle a nadie más si no quieres. Pero recuerda que, sin importar lo que pase, siempre habrá alguien que vea más allá de todo eso —dijo, mirándolo a los ojos—. Yo te veo, Aliert. No importa qué cambie, yo sigo aquí.
Aliert sintió que sus palabras resonaban en lo más profundo de su corazón. Por un momento, cerró los ojos y dejó que el silencio entre ellos hablara, reconociendo la conexión que los unía.
ALIERT.
Hay algo mágico en esto. Daniel lo ha convertido en mi refugio, en un lugar donde puedo olvidar por unos minutos que estoy enfermo. Cada palabra suya me recuerda que no estoy solo, que no soy solo un cuerpo agotado y débil; soy… todavía soy yo, ¿no? Tal vez, en alguna parte de todo esto, sigo siendo el chico que soñaba con cosas simples: con clases aburridas, con el sonido del timbre, con los planes de fin de semana.
Siento una mezcla de alegría y tristeza, como si mi vida entera hubiera cambiado en un abrir y cerrar de ojos, y sin embargo, aquí estoy, riéndome y hablando con mi amigo, sintiéndome vivo. Es irónico, ¿no? Estar tan cerca de la fragilidad de la vida, pero al mismo tiempo, descubrir lo hermoso que puede ser un momento como este.
Me doy cuenta de que Daniel no me mira con lástima, y eso me da fuerzas. Me hace sentir que hay algo más allá de esta enfermedad, algo que vale la pena. A veces me pregunto si todo esto me está enseñando algo, si hay alguna lección detrás de todo el dolor, del cansancio, de las noches sin dormir. Tal vez… tal vez solo me enseña a valorar cada pequeño momento, cada sonrisa compartida, cada palabra amable.
Y en este instante, aquí en la biblioteca, escuchando a Daniel hablar y riendo a mi lado, siento una paz que había olvidado. Quizás la vida no es más que una serie de instantes, una colección de momentos que debemos apreciar antes de que desaparezcan. Y mientras él esté aquí, mientras podamos reír y hablar de cualquier cosa, incluso de mis miedos, me siento agradecido de tener este pedazo de vida… este momento que es tan simple y tan perfecto a la vez.
Mientras el silencio de la biblioteca nos envolvía, supe que estos momentos se volverían mi refugio, algo a lo que aferrarme en medio de la tormenta. Y aunque el camino que tenía por delante era incierto, saber que Daniel estaba ahí, inquebrantable, hacía que el peso de la enfermedad se volviera más llevadero, al menos por ahora.
Cuando llegue a casa mis padres me recibieron con una sonrisa, mamá habia echo lasaña está noche, Karla me estaba contando todo lo que hizo en la escuela, y mis papás escuchaban atentamente, después me preguntaron como me fue, solo respondí casualmente y al terminar me despedí de ellos, habia sido un día agotador pero satisfactorio, al entrar a mi habitación me recosté en la cama mientras sacaba mi diario, escribí unas cuantas cosas y me fui a dormir.
Querido Diario:
Hay algo extraño en vivir con esta dualidad, en sentirme tan vivo y tan agotado a la vez. La quimioterapia me quita fuerzas, sí, pero también me hace valorar cada instante en el que puedo ser….yo. El yo de antes, el yo que bromeaba y soñaba sin pensar en agujas ni medicamentos. No sé si alguna vez vuelva a ser ese Aliert, pero ahora… ahora tengo algo más.
Daniel. Este amigo inesperado, que apareció cuando más lo necesitaba, que no me mira con lástima, sino con respeto. No lo diré en voz alta, pero en mi interior, le estoy agradecido como nunca pensé estarlo. Él me devuelve una parte de mí que creía perdida, y en cada conversación, en cada momento compartido, siento que recupero un pedazo de mi vida.
Es extraño. Hay una parte de mí que siente miedo, que se pregunta cuánto tiempo más podré fingir que todo está bien, que esta enfermedad no me consume por dentro. Pero luego pienso en él, en esa sonrisa que me ofrece sin dudar, en esas palabras de aliento que siempre están ahí cuando más las necesito.
Y es en esos momentos en los que, a pesar de la tristeza, a pesar del dolor, siento un atisbo de alegría. Porque, aunque esta batalla sea mía, no la enfrento solo. Al final, eso es lo que importa, ¿verdad? No cuánto tiempo tengamos, sino cómo lo vivimos y con quién lo compartimos.