La banda del sur, un grupo criminal que somete a los habitantes de una región abandonada por el estado, hace de las suyas creyéndose los amos de este mundo.
sin embargo, ¡aparecieron un grupo de militares intentando liberar estas tierras! Desafiando la autoridad de la banda del sur comenzando una dualidad.
Máximo un chico común y normal, queda atrapado en medio de estas dos organizaciones, cayendo victima de la guerra por el control territorial. el deberá escoger con cuidado cada decisión que tome.
¿como Maximo resolverá su situación, podrá sobrevivir?
en este mundo, quien tome el poder controlara las vidas de los demás. Máximo es uno entre cien de los que intenta mejorar su vida, se vale usar todo tipo de estrategias para tener poder en este mundo.
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capitulo 15
Eulalia observó el rostro de Máximo, los contornos de su expresión distorsionados por la fatiga y la impotencia. Los ojos de él, apagados, reflejaban más que desesperanza; era como si un peso invisible lo empujara hacia el abismo. Un nudo se formó en su garganta, pero el latido acelerado de su pecho le trajo una claridad repentina. Su mirada se endureció. Se acercó un poco más y, sin vacilar, dijo: "Voy a hablar con ellos para sacarte de aquí. Pero prométeme que, mientras tanto, te portarás bien."
Maximo la miró sin decir palabra, su respiración agitada, como si cada exhalación fuera una batalla. Su rostro, marcado por la derrota, ya no mostraba resistencia, solo el cansancio de alguien que había llegado al límite. "No me olvides... El curso... tener que repetirlo..." murmuró, su voz quebrada, como si esas palabras pesaran más que todo lo que había sufrido hasta ahora. Un leve temblor recorrió sus manos, pero las palabras de Eulalia se clavaron en su pecho, haciendo que algo en su interior temblara, algo pequeño, pero real. Una chispa de esperanza.
Eulalia respiró hondo, sus palabras se fundieron con la decisión que no podía disimular. "Entonces, adáptate a este infierno. Prométeme que cuando regrese, serás más fuerte que todo esto." Su voz era firme, pero había algo en ella que resonaba como un juramento. Como si ella misma estuviera tejiendo con cada sílaba un hilo de resistencia para ambos.
Maximo dejó escapar una risa áspera, tan amarga que casi dolía. La risa se deshizo en el aire como polvo, y sus ojos, alzándose hacia ella, brillaron con una desesperación que ni él mismo podía ocultar. "¿Adaptarse a esto?" Su voz se quebró, temblorosa. "Moriría antes de poder... adaptarme."
"¡Resiste hasta que mueras!" Eulalia gritó, sus palabras cortando el aire como una orden forjada en hierro. Su voz vibraba con la intensidad de una promesa que solo los verdaderos líderes podían entregar, cargada de una energía palpable. "Si sobrevives, vendré por ti. Pero si no vives cada segundo de este infierno, ¡nunca podré sacarte de aquí!" Sus ojos se clavaron en los de Maximo, una fiereza inquebrantable en su mirada. "Maximo, confío en ti."
Maximo, en ese instante, sintió que algo dentro de él se ajustaba, como si el peso de sus propias dudas fuera de repente ligero. No se trataba solo de sobrevivir, sino de ser algo más. Eulalia no le ofrecía solo liderazgo; le ofrecía una fe tan profunda que su pecho se comprimió con una emoción desconocida. Nunca había sentido que alguien confiara en él de esa forma, como si pudiera ser algo más que lo que él mismo había sido hasta ahora.
Una chispa de motivación estalló dentro de él. ¿Podría hacerlo? Sí, tenía que hacerlo. Las palabras de Eulalia no eran solo un desafío, sino un faro. Resistir. Luchar. Dejarlo todo en el camino, hasta el final. Esas palabras se grabaron como un tatuaje en su mente, cada una ardiendo más fuerte que la anterior.
Poco después, el sonido familiar de pasos pesados lo sacó de sus pensamientos. Alexander apareció, marcando el inicio de la siguiente misión. El aire se llenó de la densa tensión de siempre, pero antes de irse con ellos, Eulalia se acercó a Maximo una vez más. Sin que nadie más pudiera oírla, sus labios se curvaron en una sonrisa tranquila, pero sus ojos, aunque brillaban con confianza, reflejaban un mar de pensamientos inquietos. "Resiste, Maximo. Te lo prometo, volveré por ti."
Maximo asintió sin decir palabra. El peso de sus hombros se aligeró, pero solo un poco. La sonrisa de Eulalia le dio fuerzas, aunque no le bastaba para sacarlo del abismo donde se encontraba. De todos modos, algo en él se había transformado, y aunque las palabras eran pocas, significaban más de lo que jamás pudo esperar.
Desde la distancia, Raphael observó la escena, un nudo en el estómago. La manera en que Eulalia miraba a Maximo, ese brillo en sus ojos... le picaba el alma. ¿Qué había en él que la hacía mirarlo así, tan distinto a cómo trataba a los demás? Algo en su interior se retorció, y no podía dejar de preguntarse si era solo la situación, o si había algo más, algo que lo inquietaba más de lo que quería admitir.
Eulalia, sin añadir nada más, se dio vuelta y se alejó con los demás. El sonido de las botas de los novatos, golpeando el suelo, se desvaneció poco a poco, pero para Maximo, el tiempo parecía haberse detenido. Sabía lo que tenía que hacer. Resistir. Y más que nunca, sabía que no podía fallar.
Maximo permaneció allí, inmóvil en el vasto silencio del campamento, mientras las voces de los novatos y las órdenes de Alexander se desvanecían poco a poco. El eco de sus palabras parecía desmoronarse, pero algo aún lo mantenía en pie. La sensación del abrazo de Eulalia persistía en su cuerpo, cálido y constante, como si todavía estuviera allí, envolviéndolo, dándole fuerza para seguir adelante. Su promesa, esa fe inquebrantable, se anclaba a su alma, aún cuando la oscuridad del miedo y la duda se cernían sobre él como un peso invisible.
El aire frío de la madrugada lo envolvió, borrando la calidez del campamento, y Maximo se encogió en su lugar. Las pruebas que le esperaban parecían gigantes, casi irreales. El pensamiento de tener que enfrentar nuevamente el curso lo atormentaba, el eco del infierno que Eulalia había mencionado lo acechaba con cada respiración. Sin embargo, la claridad de sus palabras se coló en su mente como una llama persistente: "Resiste hasta que mueras. Y si sobrevives, vendré por ti."
No era solo una promesa, sino el filo de un desafío, una razón que rasgaba su pecho, empujándolo hacia adelante. Todavía podía oír el tono seguro y desafiante en su voz, como si ella creyera en él con una certeza que él mismo nunca había tenido. ¿Cómo podría defraudarla después de todo lo que había dado por él?
Con las manos apretadas en puños, Maximo sintió el calor de una rabia que no había conocido antes, una chispa que lo atravesaba desde lo más profundo. Si Eulalia podía confiar en él, entonces no tenía derecho a rendirse.
Eulalia caminaba tras los novatos, sus pasos pesando más con cada metro que avanzaba, como si la promesa que había hecho se estuviera expandiendo, envolviéndola en su propio peso. Quería regresar a Maximo, tomarlo de la mano y quitarle esa carga que él no podía cargar solo. Pero sabía que aún no era el momento. Si no pasaba por su propio infierno, nunca podría sacarlo de allí. Las voces de Alexander y Raphael retumbaban en su mente como un eco persistente: "Él no es apto, no tiene lo que se necesita." Pero en lo más profundo de su ser, algo se rebelaba ante esa verdad. Sabía que Maximo poseía algo más, algo que no podía ver a simple vista.
El pensamiento de volver a él pronto, de cumplir su promesa, era lo único que la mantenía en pie mientras avanzaba con el grupo. Pero la tensión con Raphael, y el peso de sus propias dudas, la desgastaban a cada paso. No quería mostrar debilidad, no quería dejar que se notara la incertidumbre que la acechaba. ¿Sería capaz de salvarlo? ¿Podría realmente luchar por él hasta el final?
La noche caía silenciosa sobre el campamento mientras Eulalia y los novatos se alejaban, pero en el pecho de Maximo, la chispa de esperanza seguía viva. Sabía que el camino que le esperaba sería largo y tortuoso, pero ahora, más que nunca, tenía una razón para seguir adelante: no solo por él, sino por la promesa que Eulalia le había entregado.
Maximo permaneció allí, observando cómo las sombras del campamento se alargaban, sintiendo el peso del momento. Todo lo que tenía que hacer era sobrevivir. Porque cuando Eulalia
Eulalia caminaba tras los novatos, sus pasos pesando más con cada metro que avanzaba, como si la promesa que había hecho se estuviera expandiendo, envolviéndola en su propio peso. Quería regresar a Maximo, tomarlo de la mano y quitarle esa carga que él no podía cargar solo. Pero sabía que aún no era el momento. Si no pasaba por su propio infierno, nunca podría sacarlo de allí. Las voces de Alexander y Raphael retumbaban en su mente como un eco persistente: "Él no es apto, no tiene lo que se necesita." Pero en lo más profundo de su ser, algo se rebelaba ante esa verdad. Sabía que Maximo poseía algo más, algo que no podía ver a simple vista.
El pensamiento de volver a él pronto, de cumplir su promesa, era lo único que la mantenía en pie mientras avanzaba con el grupo. Pero la tensión con Raphael, y el peso de sus propias dudas, la desgastaban a cada paso. No quería mostrar debilidad, no quería dejar que se notara la incertidumbre que la acechaba. ¿Sería capaz de salvarlo? ¿Podría realmente luchar por él hasta el final?
La noche caía silenciosa sobre el campamento mientras Eulalia y los novatos se alejaban, pero en el pecho de Maximo, la chispa de esperanza seguía viva. Sabía que el camino que le esperaba sería largo y tortuoso, pero ahora, más que nunca, tenía una razón para seguir adelante: no solo por él, sino por la promesa que Eulalia le había entregado.
Maximo permaneció allí, observando cómo las sombras del campamento se alargaban, sintiendo el peso del momento. Todo lo que tenía que hacer era sobrevivir. Porque cuando Eulalia regresara, él estaría listo. Estaría listo para demostrarle que su fe en él no había sido en vano. La promesa de ella se grabó en lo más profundo de su ser, y por primera vez en mucho tiempo, Maximo no se sintió solo.