La Brigada Del Páramo
¡ADVERTENCIA...!
los personajes e historia son totalmente ficticios y no representan sucesos ni personas reales
EL PASADO DE UN JOVEN
El sol, perezoso en el cielo de la tarde, arrojaba una luz dorada sobre la pequeña tienda que Frank atendía con la dedicación de quien sabe que el tiempo se mide en horas largas y silenciosas. Apenas había terminado de preparar su café cuando, al levantar la mirada, vio a tres hombres que se acercaban por el camino. Sus pasos levantaban el polvo en una vereda donde rara vez se veía gente nueva, lo que despertó de inmediato su curiosidad.
Frank no los reconoció. No eran de la vereda, eso estaba claro, y aunque su andar no mostraba prisa, había algo en sus rostros que no cuadraba con la serenidad del entorno. Él, sentado detrás del mostrador, los observó en silencio, tratando de descifrar sus intenciones antes de que pronunciaran palabra.
Uno de ellos, de semblante adusto y mirada penetrante, fue el primero en romper el silencio. "¿Están tus padres en casa?", preguntó sin rodeos.
Frank, sin dejar de mirarlo a los ojos, respondió con calma. "No, salieron por un rato, pero si necesitan comprar algo, aquí estoy."
El hombre asintió, como si esa respuesta fuera suficiente, pero su mirada parecía escudriñar algo más allá de las palabras de Frank. "Volveremos más tarde," dijo al fin, con un tono que no admitía réplica. Luego, antes de girar sobre sus talones, le dedicó una sonrisa enigmática que dejó a Frank aún más confundido.
Mientras los tres hombres se alejaban por el mismo camino por el que habían llegado, Frank se quedó sentado, inmóvil, con una sensación de inquietud que no lograba sacudirse. En la calma aparente de aquella tarde rural, la visita inesperada de esos extraños parecía una grieta en la cotidianidad, una señal de que algo más se movía bajo la superficie tranquila de su vida.
Se levantó de su asiento, sin dejar de pensar en ellos. ¿Quiénes eran? ¿Qué querían? En ese rincón del mundo, donde todos se conocían y las visitas no anunciadas eran una rareza, esos hombres representaban un misterio que Frank no podía dejar de masticar en su mente mientras volvía a sus labores, aún envuelto en una intriga silenciosa.
La noche había caído con una espesura que apagaba hasta los susurros del viento. Frank, de apenas catorce años, suspiró desde su cama, perdido en los pensamientos que a menudo le asaltaban en la soledad. “Nada podría cambiar en mi vida”, se dijo a sí mismo, con esa certeza que sólo los jóvenes pueden tener cuando el mundo parece detenido y monótono. Cerró los ojos, confiado en que el amanecer lo encontraría en el mismo lugar, con las mismas rutinas, en la tienda que atendía casi las veinticuatro horas del día.
Pero el destino, que siempre acecha desde las sombras, tenía otros planes.
En mitad de la noche, un estruendo lo arrancó de su sueño. Sobresaltado, creyó que sus padres habían regresado del trabajo. Sin embargo, aquel ruido no se parecía en nada al sonido familiar de la puerta abriéndose. Era algo más profundo, más cercano a un rugido en la oscuridad, y pronto, el eco de disparos se coló entre las paredes de la casa, sacudiendo el silencio. Frank, paralizado, se acurrucó bajo las mantas, su mente inundada de pensamientos, de miedos que no se atrevía a nombrar. Pero el cansancio y el miedo lo vencieron, y antes de darse cuenta, el sueño lo sumió en un abismo de inquietud.
Al amanecer, un golpe seco en la puerta lo despertó. Medio aturdido, Frank se levantó y abrió la puerta con la confusión aún empañando sus ojos. Frente a él, varios hombres armados lo observaban con expresiones que no correspondían con la calma del paisaje matutino.
"Tranquilo, hijo, estarás seguro con nosotros", dijo uno de ellos, con una sonrisa tan cálida como inquietante. El hombre tenía un aire afable que contrastaba con las armas que colgaban de su hombro. “Ahora acompáñanos”, añadió con voz firme.
Sin dejar que Frank procesara lo que estaba ocurriendo, lo llevaron a un campamento improvisado entre los árboles. Lo sentaron en un tronco cortado a la mitad, y pronto comenzó el interrogatorio. “¿Qué fue lo que realmente pasó anoche?”, preguntó uno de los hombres, con el tono de quien busca respuestas que ya conoce. Frank, aún aturdido, no lograba encajar las piezas. El miedo lo tenía atrapado en una especie de neblina que le nublaba el juicio. El hombre frente a él se inclinó, con la paciencia de un cazador, y continuó: “Hubo una masacre. Mataron a todos tus vecinos. Encontramos cuerpos en los caminos, pero nadie sabe quién lo hizo. ¿Dónde estabas tú cuando todo pasó? ¿Dónde están tus padres?”
La mención de sus padres lo golpeó como un mazazo. Una lágrima traicionera resbaló por su mejilla antes de que pudiera contenerla. La incertidumbre sobre el destino de su madre y su padre se clavaba en su mente como espinas. Sus manos comenzaron a temblar, y su corazón latía con tal fuerza que sentía que todo su cuerpo se estremecía.
De repente, una voz grave y autoritaria rompió el ambiente tenso. “¡Ya déjenlo! No lo molesten más. Lo ha perdido todo, no sigan hurgando en su dolor”. El que habló era un hombre de presencia imponente, cuyo tono no admitía discusión. Claramente, era alguien de autoridad entre ellos. Con un gesto cortante, el interrogatorio cesó. Frank miró al hombre con una mezcla de temor y alivio, aunque la sombra de lo desconocido seguía persiguiéndolo.
Pasaron algunos minutos antes de que Frank reuniera el valor para hablar. “¿Qué está pasando?” preguntó, su voz quebrada. “¿Es verdad lo que dicen?”
El hombre, que había permanecido en silencio, lo miró con una mezcla de disgusto y resignación. “Acompáñame. Te llevaré de vuelta a casa.”
El camino de regreso fue una travesía silenciosa, sólo el sonido de sus pasos sobre la tierra seca los acompañaba. Cuando se acercaban al poblado, el grupo se detuvo bruscamente. Frente a ellos, el cadáver de un hombre yacía en el camino, destrozado por la violencia de la noche anterior. Frank no pudo contener el horror que se arremolinaba en su estómago y se arrodilló, vomitando mientras las lágrimas brotaban de sus ojos. El hombre, aquel que lideraba el grupo, lo observaba con una mezcla de lástima y dureza. Se llamaba Bastian, y su rostro, endurecido por años de guerra, no mostraba ni un rastro de compasión.
“Ya sabes lo que le pasó a tus padres”, dijo Bastian, su voz cargada de una seriedad incuestionable. “Ahora elige: puedes volver a tu casa vacía, donde no hay más que peligro, o puedes unirte a nosotros. Lucha contra quienes hicieron esto. Hazte fuerte. Sobrevive.”
Frank, entre sollozos, alzó la mirada hacia Bastian. El dolor y la desesperanza se mezclaban en sus ojos juveniles. Bastian, con un tono más suave, pero igualmente firme, le ofreció una mano para que se levantara. “Levántate. Yo te haré fuerte, o al menos lo suficiente para que seas útil.”
La elección, aunque marcada por el dolor, parecía inevitable. De la mano de Bastian, Frank se levantó, con el peso de la tragedia sobre sus hombros. Regresaron al campamento, donde comenzaría una historia de supervivencia y transformación, en un mundo que ya no tenía espacio para la inocencia.
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Personaje desconocido: —¿Está ocupada, doctora? Vengo por los resultados de los análisis.
La doctora Valy alzó la mirada de golpe, sus párpados temblaron apenas un instante antes de asentir en silencio. Su mano, rígida pero rápida, hizo un gesto hacia la silla frente a su escritorio. El hombre obedeció sin apuro, dejándose caer con una calma que parecía ajena a la densidad del aire en la habitación. Cruzó las piernas y apoyó una mano en el reposabrazos, sus dedos tamborileando apenas, un ritmo pausado, calculador.
Doctora Valy: —Ah, sí, ya le muestro... —murmuró, y sus dedos revolvieron los papeles con más urgencia de la necesaria. Un borde de hoja se arrugó bajo su tacto. Tragó saliva y, con un tirón torpe, extrajo un sobre, aferrándolo con más fuerza de la debida. Sus tacones resonaron brevemente en el suelo cuando avanzó, los pasos cortos, apurados, como si el aire a su alrededor la empujara hacia adelante.
—Aquí están los resultados de los últimos meses. Mire, tome.
El hombre tomó el documento con movimientos firmes, sin desviar la vista de su rostro. Valy, en cambio, bajó la mirada, ocupándose en alisar una arruga inexistente en su bata.
Personaje desconocido: —Hmm, muy interesante... —murmuró, deslizando las hojas con parsimonia. Sus ojos recorrían cada línea con la meticulosidad de quien busca un error, una grieta entre los datos.
—Es impresionante cómo han corregido los errores del experimento anterior.
La respiración de Valy se hizo más corta.
Doctora Valy: —S-sí... —la palabra apenas escapó de su boca. Se inclinó un poco hacia él, su mano temblorosa señalando una sección del informe.
—Los quince niños parecen mostrar una mayor tolerancia hacia los entrenamientos. Incluso algunos han avanzado más rápido que los demás. P-pe... pero el impacto psicológico es distinto en cada uno. Muy diferente al experimento anterior. Mire... lea aquí.
El hombre no respondió. Sus dedos pasaban las hojas con una parsimonia exasperante, como si cada palabra solo confirmara algo que ya tenía claro. El crujir del papel se mezcló con el zumbido lejano de la lámpara fluorescente. Valy contuvo el aliento sin darse cuenta. El silencio no duró mucho, pero cayó sobre la habitación como una losa.
Doctora Valy: —Podríamos intentar darles un respiro, ¿sabe? —dijo de repente. Su voz, más firme de lo habitual, cargaba un matiz de determinación que no estaba allí antes.
—Dejar que abran sus mentes, que se conozcan entre ellos y exploren más el mundo. —Sus labios se curvaron apenas en una sonrisa, un destello de esperanza en medio del aire opresivo.
—Digo, podría motivarlos a continuar... y considerando que...
Personaje desconocido: —¡NO! —la palabra explotó en la sala, un golpe seco que se estrelló contra las paredes.
La respiración de Valy tropezó en su garganta. Su sonrisa se apagó de inmediato, borrada como si nunca hubiera existido.
—Hay que apretar más —sentenció él, su voz desprovista de toda emoción—. Intensificar el experimento.
Doctora Valy: —¿Pero su salud mental...? —balbuceó, un hilo de angustia tiñendo su tono.
El hombre cerró el documento con un chasquido y se lo tendió con un movimiento brusco antes de ponerse de pie.
—No podemos darnos el lujo de detenernos solo para darles un respiro.
Las palabras fueron tajantes, inapelables. Valy bajó la mirada, mordiendo el interior de su mejilla hasta que el sabor metálico le rozó la lengua. Sus nudillos palidecieron sobre el informe que ahora apretaba contra su regazo. Podía sentir la presión de sus pensamientos golpeando contra su cráneo, la impotencia enredándose en su estómago como un nudo cada vez más apretado. Pero no dijo nada. No podía.
El hombre se dirigió a la puerta sin voltear. El sonido de sus pasos se desvaneció en el pasillo, seguido de un suave clic cuando la puerta se cerró tras él. Valy se quedó inmóvil, el eco de la conversación aún reverberando en su mente.
Al día siguiente, en medio de la selva, la humedad pesaba en el aire, pegajosa sobre la piel. El canto lejano de las aves resonaba entre los árboles, el único sonido que rompía el manto de quietud. El sol apenas despuntaba en el horizonte, sus rayos filtrándose con timidez a través del follaje denso, proyectando sombras fragmentadas sobre la tierra húmeda.
El claro se extendía ante ellos, bañado por una luz grisácea que se filtraba entre las copas de los árboles. Quince niños estaban alineados en una fila impecable, inmóviles como estatuas. Eran adolescentes entre los 12 y 16 años, de ambos sexos, con la piel perlada de sudor y las miradas hundidas en una mezcla de seriedad y agotamiento. Sus espaldas se mantenían rectas, pero sus respiraciones delataban el esfuerzo contenido.
Frente a ellos, el entrenador recorría la línea con pasos medidos, su mirada recorriendo cada rostro como si evaluara la resistencia en sus pupilas. A su lado, dos analistas garabateaban notas con precisión quirúrgica, ajenos a los temblores sutiles en los músculos juveniles. Más atrás, la doctora Valy observaba en silencio, los brazos cruzados sobre su bata blanca como si ese simple gesto pudiera contener la sensación de incomodidad que se arrastraba en su pecho.
El día comenzó con la rutina habitual: un calentamiento extenuante que pronto se transformaría en un castigo para el cuerpo.
"Ellos son el futuro de la Brigada del Páramo..." pensó Valy, sus dedos apretando los codos con más fuerza. "Pero hay algo en este experimento que me estremece, algo que no me agrada en absoluto."
El crujido de la tierra bajo las pisadas, las respiraciones entrecortadas, el chasquido del látigo de la voz del entrenador instando a más, más rápido, más fuerte… todo se mezclaba en una sinfonía sofocante. Los niños no solo se esforzaban; se quebraban en silencio.
Los analistas apenas alzaban la vista de sus cuadernos, indiferentes a las piernas que flaqueaban, a los dedos que se crispaban en un intento desesperado de mantenerse en pie. El entrenador, sin piedad, empujaba a cada uno más allá del límite, como si buscara destilar la debilidad de sus cuerpos a fuerza de agotamiento.
El sol trepaba lento sobre el cielo, testigo indiferente de la escena. Entre sudor, gritos ahogados y miradas vacías, el día avanzaba, pesado como una piedra sobre el pecho de Valy.
Tiempo después...
En el interior de una oficina improvisada, la tenue luz de una lámpara parpadeaba sobre el escritorio abarrotado de informes. La doctora Valy revisaba cada hoja con atención, el ceño fruncido en una mezcla de concentración y cansancio. El papel crujía entre sus dedos cuando una voz grave y ligeramente ronca rompió el silencio.
Jasper: —Doctora, ¿cómo va el experimento? Han pasado dos meses y no he sabido nada al respecto.
La mano de Valy se crispó sobre los documentos. Su mirada saltó hacia la silueta que se erguía en la entrada, con el corazón martilleándole el pecho.
Doctora Valy: —S-señor, deme un momento, por favor.
Sus dedos revolvieron el escritorio con una prisa torpe, apartando papeles como si entre ellos pudiera encontrar una respuesta más favorable. Finalmente, sacó un informe y se acercó a Jasper, su brazo extendido con un leve temblor.
Doctora Valy: —Aquí están los informes.
Jasper no hizo ademán de tomarlos. En su lugar, caminó lentamente hasta la silla junto al escritorio y se dejó caer con una calma inquietante. Cruzó una pierna sobre la otra y la miró sin pestañear.
Jasper: —No me los entregues, dame un resumen. Háblame.
La doctora tragó saliva y asintió, presionando los informes contra su pecho como si fueran un escudo.
Doctora Valy: —En los primeros meses, los niños superaron varios de los errores del proyecto anterior. Durante la segunda etapa, alcanzaron muchas de nuestras metas establecidas. —Se detuvo un segundo, su respiración entrecortada.
—Pero en la tercera etapa... algo cambió.
Jasper arqueó una ceja.
Doctora Valy: —Algunos no lograron avanzar. Su resistencia mental comenzó a fracturarse. Varios colapsaron. Se desplomaban de repente, como si sus cuerpos se rindieran antes que sus mentes.
El hombre inclinó la cabeza, sus dedos tamborileando lentamente sobre el reposabrazos.
Jasper: —Hmm... muy bien. Eso es normal en el proceso de selección. Solo los mejores continúan.
El labio inferior de Valy tembló antes de apretarlo entre sus dientes.
Doctora Valy: —Pero, señor... —Su voz se quebró un instante antes de recuperar firmeza—. No soportarán mucho más. Si seguimos exigiéndoles en las próximas etapas, algunos no solo abandonarán… morirán.
Un silencio denso llenó la habitación. Afuera, el viento golpeó la lona de la estructura con un murmullo apagado, como si el mismo entorno contuviera la respiración.
Jasper frunció el ceño y se inclinó hacia adelante, sus dedos entrelazándose sobre la rodilla. Su voz adquirió un filo cortante.
Jasper: —Eso no importa. Quiero que se intensifiquen las pruebas. La disciplina debe ser cada vez más estricta hasta que queden solo seis.
El estómago de la doctora Valy se encogió.
Doctora Valy: —Pero, señor... ¡Eso podría causar trastornos y daños irreversibles en los niños!
Jasper soltó un suspiro breve, como si la interrupción le resultara tediosa.
Jasper: —Doctora, escúcheme bien. No desarrolle emociones por los niños del experimento. Ellos no son más que herramientas.
Valy sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Su piel, ya pálida, pareció perder aún más color.
Jasper: —El propósito del experimento es crear armas humanas. —Se reclinó en la silla, sus ojos clavados en ella con una determinación gélida—. Estos niños deben llevar sus capacidades al límite, más allá de lo que cualquier ser humano ordinario podría imaginar. Quiero soldados letales, esenciales para la transformación regional. Con ellos, cumpliremos nuestros objetivos.
El silencio que siguió fue tan denso como la humedad de la selva. Afuera, el murmullo lejano de insectos se filtraba entre las paredes de lona, indiferente a la conversación que pesaba en el aire.
Valy bajó la mirada. Sus manos, apretadas sobre los documentos, temblaban apenas.
Doctora Valy: —E... esos niños son i... incapaces de sentir hambre, sed, sueño o cualquier tipo de deseo. —Su voz se quebró un poco, pero se forzó a continuar—. Muchos de sus rasgos humanos han desaparecido... ya son un arma mortal. ¿Por qué quiere más, se... señor?
Una leve curva se dibujó en los labios de Jasper, pero su sonrisa carecía de calidez.
Jasper: —No vine a escuchar por qué no perfeccionarlos, doctora. Vine por los resultados de los últimos dos años.
Las manos de Valy se movieron con torpeza entre los papeles, sus dedos enganchándose en los bordes.
Doctora Valy: —C-claro, señor. —Tragó saliva, obligándose a hablar con claridad—. En la cuarta y última etapa, los niños comenzaron a desarrollar fortalezas físicas y mentales. Son buenos resultados porque, por fin, podrán pasar a la etapa final. Umm... Bastian mencionó que la etapa final sería... sería la práctica real.
Jasper asintió lentamente, como si ya hubiera anticipado esa respuesta.
Jasper: —Perfecto. Le ordenaré que intensifique una última prueba al máximo.
El peso de esa orden cayó sobre Valy como una losa. Ella asintió, pero su mente seguía atrapada en una única certeza: no importaba cuánto resistieran aquellos niños. Nunca sería suficiente.
Los nudillos de la doctora Valy se tornaron blancos sobre la mesa. Sus labios se entreabrieron, pero por un instante, ninguna palabra salió.
Doctora Valy: —Señor… eso… eso no es entrenamiento. —Su voz apenas se sostenía, como si cada sílaba amenazara con quebrarse—. Es tortura.
Jasper esbozó una sonrisa ladeada, como si su angustia le divirtiera.
Jasper: —Relájate, doct. —Se inclinó hacia atrás, cruzando una pierna sobre la otra con una calma insultante—. Los que caigan serán los afortunados. Los que queden en pie… ya no serán ellos mismos.
Sus ojos brillaron con una emoción difícil de descifrar, un destello entre la satisfacción y algo más oscuro.
Valy sintió un vacío abrirse en su estómago. Se aferró a los bordes de su escritorio, como si la madera pudiera sostenerla cuando su propia voz temblaba.
Doctora Valy: —Los que queden… —tragó saliva, pero la sensación amarga seguía en su garganta—. No podrán ser salvados. No podrán sentir nada. Serán solo… cascarones vacíos.
Jasper la observó por un instante, y luego sonrió, sin prisa.
No hubo necesidad de palabras. Su silencio lo decía todo.
El día prometido llegó.......
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Bastian avanzó con paso firme hasta quedar frente a los dieciséis jóvenes. Sus botas removieron el polvo seco del suelo. Nadie se movió. Nadie siquiera parpadeó.
Bastian: —La prueba final del entrenamiento de comandos especiales está por comenzar. Solo seis de ustedes serán seleccionados.
El viento agitó las hojas de los árboles. Silencio. Miradas fijas. Espaldas rectas.
Desde la penumbra, Jasper emergió, sus pasos apenas audibles sobre la tierra húmeda. Se detuvo junto a la doctora Valy, inclinando ligeramente la cabeza hacia ella sin apartar los ojos de los niños.
Jasper: —¿Vas a registrar la prueba final, doctora? No recuerdo haberte dado esa orden.
Valy dio un respingo, sus dedos se crisparon sobre el maletín que llevaba.
Doctora Valy: —S-señor, yo… solo estoy aquí por si ocurre una emergencia. Para ofrecer asistencia médica, nada más.
Jasper giró apenas el rostro para mirarla. No dijo nada al instante. No hizo falta. Su expresión bastó para que Valy bajara la mirada.
Jasper: —Durará varios días.
La doctora humedeció los labios, tragó saliva. Un hormigueo le recorrió los brazos, pero antes de que el miedo le atara la lengua, sus palabras se precipitaron.
Doctora Valy: —Por favor, señor. Déjeme quedarme. Prometo no interferir.
Jasper la observó un segundo más de lo necesario. Su boca se torció en una leve mueca, un gesto entre la burla y la indiferencia.
Jasper: —Está bien. Pero no molestes a Bastian. Y no hables con los niños.
Se giró de nuevo hacia el claro. La conversación había terminado.
La doctora sintió el aire escapar de sus pulmones en un susurro.
Doctora Valy: —Gracias, señor…
Su voz se perdió entre el susurro de la selva.
Miró a los niños. Eran cuerpos en pie, pero no estaba segura de que fueran personas. Ojos vacíos, piel tensa sobre rostros sin expresión.
Una sonrisa se dibujó en su rostro. No porque estuviera tranquila.
Era la única manera de evitar que sus labios temblaran.
Los días se alargaban como sombras estirándose al caer la noche, mientras los niños se caían, uno a uno, desmoronándose bajo el peso de la tortura. En cada caída, un suspiro silencioso se desvanecía en el aire caliente del campamento. La doctora Valy mantenía su postura rígida, pero su corazón golpeaba como un tambor cada vez que un cuerpo caía. Por las noches, su rostro, antes sereno, se transformaba. Los sollozos ahogados sacudían su pecho, pero su voz nunca osaba alzarla.
El cuarto día llegó con el séptimo niño desplomándose al suelo, su cuerpo tembloroso y empapado en sudor. Valy corrió a su lado, los dedos de sus manos temblando al buscar un pulso.
Doctora Valy: —Sigue vivo, pero apenas respira... ¡Necesito atenderlo urgente!
En su voz temblorosa, la urgencia era clara. Bastian observó desde la distancia, su rostro impasible como el frío acero, mientras sus ojos brillaban con una ligera satisfacción.
Bastian: —Muy bien, ayúdenlo a salir de aquí.
La orden salió con la misma frialdad, pero esta vez, fue acompañada de una sonrisa fugaz, como una sombra de placer ante el sufrimiento ajeno.
Bastian: —¡Muy bien! Los seis que quedan en pie ahora son comandos especiales. Laven esos cuerpos sucios. Quiero verlos limpios a las tres.
El aire se espesó con la tensión mientras los niños, ya apenas humanos, se movieron como autómatas. Nadie dijo palabra alguna. Solo los cuerpos, sin expresión, continuaban la rutina que los mantenía en pie.
Bastian se acercó a Frank, su mirada fija en el chico que, en su silencio, parecía más una máquina que un ser humano.
Bastian: —Felicidades, hijo. Has resistido. No solo me siento orgulloso de ti, sino que estaré aquí para guiarte en la práctica.
Frank no respondió de inmediato. Sus ojos permanecieron fríos y lejanos, como si ya no hubiera nada más que desear. Su voz fue baja, pero firme.
Frank: —Aún hay mucho más que aprender. No olvide lo que prometió: volverme fuerte.
Bastian asintió lentamente, como quien escucha una frase olvidada.
Bastian: —Excelente. Ahora, descansa. El camino apenas comienza.
Frank caminó hacia la quebrada sin un solo gesto que indicara cansancio, sin una sombra de emoción en su rostro. En el agua helada, se sumergió sin titubear, mientras la corriente parecía arrastrar su humanidad junto con la suciedad del día.
Cuando sus ojos se abrieron de nuevo, la escena había cambiado.
Frank estaba cubierto de pintura de camuflaje, sosteniendo un cuchillo empapado en sangre, el filo reflejando la luz de la luna. A sus pies, un cuerpo yacía en el barro, la vida drenada, mientras los demás niños, en silencio, rodeaban el escenario de su victoria. La victoria que no era celebrada, sino simplemente aceptada. Los murmullos de la victoria eran solo ecos lejanos en la quietud de la noche, una victoria sin alegría, sin emoción, solo el sonido de la sangre derramada sobre la tierra.
Días después.......
El despacho de Jasper estaba sumido en una quietud pesada, solo interrumpida por el leve sonido del papel al ser entregado. La doctora Valy, nerviosa, colocó el informe sobre la mesa. Las palabras flotaban en el aire entre ellos, tensas, como si pudieran romperse con un solo movimiento.
Jasper: —¿Qué opinas del joven Frank, doctora?
Valy levantó la vista hacia él. Sus ojos se encontraron, y en su pecho, el ritmo de su respiración aumentó un poco.
Doctora Valy: —Los análisis... los seis jóvenes expuestos al experimento han... perdido todo vestigio de humanidad. Cuerpos vacíos, solo shells... pero Frank...
Su voz titubeó, como si las palabras pudieran traicionar su propia incredulidad.
Doctora Valy: —Frank es diferente. Ha superado... algo más. Como si algo ajeno a él se hubiera apoderado, creando una nueva personalidad...
Jasper permaneció en silencio, sus ojos fijos en ella, la ligera inclinación de su cabeza mostrando interés. La luz tenue de la oficina no dejaba que su rostro expresara mucho más.
Jasper: —¿Alguien interfirió en su desarrollo más allá de lo que se había permitido?
La pregunta cortó el aire. Valy tragó saliva, sintiendo el peso de la mirada de Jasper. Intentó encontrar algo en su mente para calmarse, pero el nerviosismo era evidente en el temblor de su voz.
Doctora Valy: —¿Podría ser que... su capacidad bélica sea... mayor a la registrada? ¿Eso... eso sería un problema o una ventaja?
Intentó suavizar la tensión con la pregunta, pero la sensación de peligro seguía presente en cada palabra.
Jasper dejó que el silencio se alargara antes de responder, sus ojos ahora fríos, evaluando cada palabra.
Jasper: —Mientras esté de nuestro lado, no hay nada de qué preocuparnos. Ha cumplido misiones que pensábamos... imposibles. Es sutil. Y sí, podría ser... valioso.
La doctora, al escuchar su respuesta, sintió el peso de sus propias palabras como una carga que no quería cargar. Intentó seguir en su observación, pero el miedo la invadió de nuevo. Su pregunta salió antes de que pudiera detenerla.
Doctora Valy: —¿Y no teme arriesgarlo demasiado? Si sigue como los demás, en cualquier momento... podría morir, ¿no?
Su voz se rompió al final, y un temblor recorrió sus manos mientras las observaba, sin atreverse a levantar la mirada.
Jasper no respondió de inmediato. La mirada fija y calculadora nunca abandonó su rostro. El silencio se volvió denso entre ellos hasta que finalmente habló, pero las palabras parecían tener un peso extraño, un conflicto que apenas comenzaba a entender.
Jasper: —Por mi posición, no debería preocuparme por la muerte de un camarada... Pero esta vez... lo intentaré. Intentaré conservarlo.
Su tono era casi un susurro, cargado de algo que ni él mismo podría explicar. La respuesta parecía vacía, pero había algo en la forma en que lo dijo que hizo que Valy se detuviera a pensar, aunque no pudiera ponerle un nombre exacto.
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Comments
Phone Oppo
Me enganchó, más capítulos bendiciones
2024-10-09
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