Reencarné como la villana y el príncipe quiere matarme. Mi solución: volverme tan poderosa que nadie se atreva a intentarlo. El problema: la supuesta "heroína" es en realidad una manipuladora que controla las emociones de todos. Ahora, debo luchar contra mi destino y todo un reino que me odia por una mentira.
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La Protectora del Pueblo
El Rey, impresionado no solo por la valentía de Irina sino por su astucia mental, emitió un decreto inusual. La recién titulada "Protectora del Reino" tendría permitido acompañar, bajo una estricta custodia y supervisión del príncipe Alexander, a los escuadrones de guerreros en misiones de bajo riesgo para limpiar alimañas y bestias que amenazaban a las aldeas cercanas.
El duque Viktor enmudeció de horror cuando se enteró.
"¡Es una niña!¡No es un soldado! ¡No puedo permitir que se ponga en peligro una y otra vez!", le espetó al Rey en una audiencia privada, olvidando por completo el protocolo.
Pero fue la propia Irina quien lo calmó. Lo tomó de las manos, aquellas manos que habían blandido una espada con ferocidad, y se las sostuvo con suavidad.
"Papá",dijo, con una serenidad que no era de una niña de cinco años, "respira. No me dejaré vencer. Jamás." Su mirada era firme, llena de una convicción que atravesaba su fachada de niña. "Todo lo que hago, el entrenamiento, el aprender... es por nosotros. Para que estemos a salvo. Para que nuestro reino sea fuerte. Confía en mí."
Viktor miró a su hija y, una vez más, se sintió desarmado. No podía negar los resultados. Su "corazonada" les había salvado la vida a ambos. Con un suspiro de resignación profunda, asintió. "Pero Alexander va a tu lado. En todo momento."
Así comenzó una nueva rutina. Junto a Alexander, Irina se unía a las patrullas. Donde los guerreros veían una bestia a la que eliminar, Irina, con su mente moderna, a veces veía un ecosistema desplazado o una criatura asustada. Sus métodos eran una mezcla de eficiencia brutal y sorprendente pragmatismo. Aprendió a canalizar su magia no solo para destruir, sino para crear barreras de tierra que protegieran a los aldeanos o pequeños hechizos de calma para bestias no tan agresivas.
Alexander, a su lado, era su contrapunto perfecto. Donde ella era instinto y poder, él era estrategia y orden. Aprendieron a luchar en sincronía, a anticipar los movimientos del otro. Él admiraba su poder salvaje; ella, su disciplina inquebrantable. Se habían convertido en un equipo.
Pero la verdadera revolución de Irina no ocurría en el campo de batalla. En los días libres, cambiaba su espada por un simple vestido de lino y, sin el séquito real que Alexander a veces intentaba imponer, se colaba en los barrios más pobres de la capital y las aldeas olvidadas.
Allí, sus ojos veían lo que la nobleza ignoraba: enfermedades curables que segaban vidas, niños sin futuro, tierras mal cultivadas. Y su mente, alimentada por siglos de conocimiento futuro, se ponía a trabajar.
Con la astucia de una influencer que sabe mover masas, convenció a comerciantes ricos (con un poco de persuasión estratégica y el uso discreto de su título) para que donaran fondos. Usó sus conocimientos de botánica y magia curativa para establecer una clínica gratuita, enseñando a sanadores locales técnicas más avanzadas. Fundó una escuela bajo un viejo granero, y con su memoria eidética, podía enseñar a leer, escribir y aritmética básica a decenas de niños, usando métodos divertidos y juegos que aprendió en su vida pasada.
Incluso se arremangaba y ayudaba a los campesinos, mostrándoles técnicas de rotación de cultivos que había leído en los libros de agricultura de la biblioteca real. Para el pueblo, no era la "Protectora del Reino", un título lejano. Era "la Dama Blanca", un ángel de cabello de nieve que llegaba con soluciones y esperanza.
Solo dos personas conocían la totalidad de sus acciones. Alexander, porque a menudo la acompañaba en sus incursiones de caridad, protegiéndola en las sombras y, para su propio asombro, encontrando una profunda satisfacción en el trabajo. Y Elías, al otro lado de la frontera.
La correspondencia entre Eldoria y el reino del norte se volvió constante. Irina le escribía a Elías sobre sus proyectos, sus ideas para mejorar la irrigación o construir mejores viviendas. Elías, con su mente estratégica y su corazón bondadoso, le respondía con planes detallados, sugerencias de logística y palabras de aliento. Se habían convertido en aliados del alma, dos mentes jóvenes que soñaban con un futuro mejor para sus pueblos, unidos por un secreto y una ambición compartida que iba más allá de los juegos y las risas.
Irina Sokolov ya no solo luchaba para sobrevivir. Ahora luchaba para construir. Y en el proceso, sin siquiera proponérselo, estaba tejiendo una red de lealtad y amor a su alrededor que sería su escudo más poderoso contra cualquier destino que se atreviera a desafiarla.
Irina cumplió diez años, y con ellos, su leyenda solo había crecido. Ya no era la niña prodigio de cinco años, sino una joven dama reconocida por su temple y su mente brillante. Sus incursiones contra bestias junto a los caballeros eran casi rutina, pero ahora, a menudo, se le permitía liderar pequeñas tácticas. Su método era único: donde otros veían fuerza bruta, ella veía patrones, debilidades y, a veces, soluciones no letales. Alexander, ahora un joven de doce años serio y excepcionalmente diestro con la espada, era su compañero constante. Su sincronía en combate era tan perfecta que los veteranos asentían con respeto. Eran la espada y la mente, el protocolo y el instinto.
Mientras tanto, la "Dama Blanca" se había convertido en un rumor amado por el pueblo. La red de pequeños hospitales y escuelas se expandía, y la calidad de vida en los arrabales mejoraba notablemente. Lo que Irina no sabía (o prefería ignorar para mantener su independencia) era que su secreto era un secreto a voces en la corte.
El duque Viktor recibía informes discretos de sus hombres, sonriendo con orgullo al saber de las hazañas de su hija. El Rey, a su vez, lo sabía. En lugar de reprenderla por actuar fuera del protocolo real, veía los beneficios: un pueblo más sano y educado era un reino más fuerte y leal. Ambos, junto a otros nobles de buen corazón, canalizaban fondos de manera anónima o facilitaban recursos para que los proyectos de "la Dama Blanca" prosperaran. Era un acto de bondad colectiva que fortalecía el reino, y el orgullo de Viktor por su hija no tenía límites.
Pero los momentos en los que Irina se sentía verdaderamente liviana eran con la visita de Elías. El príncipe de Eldoria, ahora de doce años también, había cumplido su promesa. Ya no era el niño de libros y ajedrez; era un joven alto y fuerte, con una confianza tranquila y una sonrisa fácil que iluminaba cualquier habitación.
Cuando Elías visitaba, la formalidad de la corte se desvanecía para Irina. Corrían por los jardines, se reían a carcajadas de cualquier tontería, y él le contaba historias de sus propias reformas en Eldoria, inspiradas en las de ella. Con Elías, Irina no era la Protectora del Reino ni la Dama Blanca. Era solo Irina. Y por unas horas, podía soltar el peso de sus responsabilidades y su pasado, y ser una chica de diez años.
Alexander, sin embargo, no compartía esa alegría. Cada visita de Elías era una espina en su costado. Veía cómo los ojos de Irina brillaban de una manera diferente, cómo su risa era más despreocupada. Para Alexander, Irina era un rompecabezas fascinante, un deber, un aliado y, últimamente, algo más que comenzaba a confundir sus pensamientos. Verla tan cómoda con otro chico, con un príncipe de un reino aliado, despertaba en él una posesividad que no sabía cómo manejar.
"No sabía que el príncipe Elías vendría tan a menudo", comentaba Alexande con casualidad, ajustándose la túnica con un tirón.
"Eldoria no está tan lejos,y tenemos mucho de qué hablar", respondía Irina, sin captar la indirecta o eligiendo ignorarla.
En los entrenamientos, Alexander se volvía más competitivo, más desafiante. En las cenas, se aseguraba de sentarse siempre a su lado, interrumpiendo cualquier conversación que ella tuviera con Elías para hablar de asuntos del reino o de sus próximas misiones. Era torpe, obvio para todos menos para él, pero era su manera de marcar territorio. De dejar claro, para sí mismo y para los demás, que Irina Sokolov era su prometida.
Irina, atrapada entre la lealtad y la complicidad que sentía con Alexander y la genuina felicidad y conexión que hallaba con Elías, comenzaba a notar la tensión. Por primera vez, el futuro que tan meticulosamente planeaba—sobrevivir, ser una aliada útil—se complicaba con un elemento inesperado: el latido confuso de un corazón que empezaba a despertar, justo cuando dos príncipes muy diferentes luchaban, cada uno a su manera, por un lugar en él.
está historia me hizo recordar los procesos que muchos pasamos 😭😭