Segundas Oportunidades

La mañana llegó y a Ciara se le notaba en el rostro como había sido su noche, Luz estaba en la casa desde temprano y les había preparado un desayuno como el que debían comer dos mujeres embarazadas, pero la chica no sabía hacer otra cosa que no fuera darle vueltas a su cucharilla en la taza de leche con chocolate y mirar las espirales que provocaba aquel movimiento como si fuera a encontrar alguna respuesta en aquellos remolinos.

- Papá- dijo Ciara deteniendo su mano, pero sin levantar la vista de la taza- Creo que necesitamos hablar,  ya tomé una decisión.

- Muy bien, pero no habrá ninguna conversación hasta que no te vea comer, debes agradecer que tú no vomitas, debiste ver a Helena que no aguantaba nada en el estómago los primeros meses del embarazo, sea lo que sea que tengas en mente, no quiero que te enfermes.

- Está bien.- la chica solo respondió aquello, y aunque lo que menos le apetecía era comer, sabía que no iba a hacer cambiar de parecer a su padre, así que comenzó a devorar el desayuno que le había puesto delante Luz.

- Vamos a la mecedora de la entrada, me gusta allí,  tu madre y yo arreglamos más de una diferencia sentados en ella- Enzo tomó a su hija de la mano y caminaron juntos a la entrada de la casa.

Los dos miraron el antiguo mueble de madera y cada uno tuvo sus propios recuerdos de él, para el hombre lo que regresó a su mente era que ese fue el lugar donde se sentó a calmar sus ansias después de robarle un beso a Anna cuando la encontró con sus hijos, el primer beso de muchos después de cuatro años separados, sin embargo, ella veía la mecedora como el sitio donde se había sentado con su hermano, tantas tardes, a esperar un padre que nunca aparecía porque supuestamente estaba trabajando.

- Sentémonos - le indicó Enzo a su hija.

Ella le obedeció y estuvieron un rato los dos en silencio, solo mirando hacia el frente sin ver nada en especial.

- Me quedaré el bebé- dijo ella al fin sin mover un músculo- Pero tengo mis condiciones.

- Es la mejor noticia que me das- él tampoco se movió,  a no ser para apretar la mano de su hija y sonreír- Te escucho lo que quieras decir.

- Yo sé que vas a querer saber quién es el padre del bebé- el hombre asintió y ella siguió hablando- tienes que prometer que no le vas a hacer nada, y además no le dirás nunca a nadie quién es, ni a mamá.

- Estás pidiendo demasiado.- le contestó el padre.

- Es eso o no hay nombre.

- ¿Sabes que tengo mis métodos para hacer que Esteban me diga todo lo que quiero?

- ¿Sabes qué si haces algo contra él o su familia no te lo voy a perdonar nunca?

- No me amenaces Ciara.

- No me obligues papá- el hombre sonrió ante la contestación de su hija, ya estaba regresando la niña que él había criado. - Otra cosa, no preguntarás la historia de por qué terminé como estaba cuando me vine a vivir aquí,  no creo tener fuerzas para repetirla, ni creo que sea bueno que tú la escuches.

El padre apretó la mandíbula queriendo contener la rabia, algo muy difícil tenía que ser lo que le había sucedido, y a lo mejor, si quería contenerse de no matar al imbécil que había dejado hecha triza a su hija, era mejor no saber lo que había provocado tanto dolor.

- ¿Algo más que quieras imponerme?- le preguntó con sarcasmo.

- Que no me abandones por haber sido tan tonta al pensar que amar de un solo lado era suficiente.- de los ojos de ella volvieron a deslizarse las lágrimas.

- Sabes bien que eso no va a pasar nunca- le respondió Enzo limpiando con su pulgar el llanto de su hija.- Te quiero con toda mi vida, y ese niño que llevas dentro ya tiene mi amor también.

- ¿Tú crees que me perdonará que haya pensado en no tenerlo?

- Lo importante es el amor que le vas a dar a partir de aquí, y eso es lo que este bebé verá por siempre, estos días de indecisión ya quedaron atrás.

- Gracias papá,  no sé que haría si tú no me hubieras comprendido.

- Ya una vez los perdí a ustedes, y créeme que no fue nada bonito, ahora haría lo que fuera por mantenerlos a todos a mi lado.- ella tenía su cabeza recostada en el pecho del padre y él le acariciaba el pelo, como cuando era una niña y mediante mimos le hacía comprender que las cosas no eran siempre como ella quería.

Así estuvieron un buen rato, ella lloró un poco más y él la consoló con su cariño, hasta que él volvió a hablar.

- Ciara,  creo que es hora de que me digas lo que sabes que quiero escuchar, pero primero también quiero poner mis condiciones.

- Es justo, te escucho.- le contestó la chica.

- Quiero que dejes de llorar o no voy a poder contener mi rabia.

- Haré todo lo que pueda, si de verdad prometes que no harás nada contra él.

- ¿Tanto lo amas?

- No papá, no es por amor, solamente no quiero tener que explicarle a mi hijo que a su padre lo mató su abuelo o uno de sus tíos.¿No crees que es lo justo?

- Sí, no se escucharía muy bien, entonces, no te preocupes, lo prometo. - ella aspiró una bocanada fuerte de aire y la expulsó  antes de hablar.

- Luciano.

- ¿Luciano , qué Luciano?- le preguntó él sin querer dar crédito a lo que escuchaba.

- Ese Luciano papá.

- ¡Ah no, lo voy a matar, a ese sí lo voy a matar!- se levantó gritando y ella se levantó junto con él .

- Lo prometiste papá.

- Lo prometí, pero porque no imaginaba que ese chiquillo me hubiera traicionado de esta forma, lo voy a matar.

- Si lo matas no me volverás a ver en la vida, y aunque me encuentres no te miraré como mi padre nunca más.

- Creo que me voy a arriesgar- le dijo y entró a pasos largos a la casa, dejándola a ella más deprimida que antes.