Para Maximiliano Santos la idea de tener una madrastra después de tantos años era absurdo , el dolor por la perdida de su madre seguía en su pecho como el primer día , aquella idea que tenía su padre de casarse otra vez marcaría algo de distancia entre ellos , el estaba convencido de que la mujer que se convertiría en la nueva señora Santos era una cazafortunas sinvergüenza por ello se había planteado hacer lo posible para sacarla de sus vidas en cuánto la mujer llegará a la vida de su padre como su señora .
Pero todo cambio cuando la vio por primera vez , unos enormes ojos color miel con una mirada tan profunda hizo despertar en el una pasión que no había sentido antes , desde ese momento una lucha de atracción , tentación , deseo , desconfianza y orgullo crecía dentro de el .
Para la dulce chica el tener que casarse con alguien que no conocía representaba un gran reto pero en su interior prefería eso a pasar otra vez por el maltrato que recibió por parte de su padre alcohólico.
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CAPITULO 22
Un trato justo.
Eda
Miro a Mike, quien me sonríe con complicidad.
—La señora Eda ha asegurado que es un buen caballo —dice el joven con entusiasmo—. No se imagina lo bueno que sería si lo pudiésemos cruzar con alguno de los nuestros. ¿Se imagina si lo cruzamos con el Sultán? —pregunta con emoción, y para mi sorpresa, Joseph asiente.
—Creo que es buena idea —asegura el rubio—. Veré qué puedo hacer para mandar por ella, Eda...
—Gracias, Joseph. Sería una completa maravilla poder tener a la yegua de mi hermano aquí —dije con sinceridad. No me parece justo que, después de haberme estado acompañando durante todo el tiempo que pasé en la granja después de perder a Nick, ahora sea yo quien la deje sola.
—Haré todo lo posible, pero mientras, me gustaría que te involucres un poco más con todo esto, Eda.
—¿Quieres que cuide a los caballos? —pregunté con emoción.
—No, cariño. Me refiero a que me gustaría que te sumergas más en el rancho, que disfrutes de todo lo que aquí hay para ti —soltó con entusiasmo—. Y sé que a papá también le parecerá buena idea —dijo seguro.
—¡Nada me haría más feliz que poder ayudar, Joseph!
—Perfecto. Mike se encargará de mostrarte lo que pueda hoy, yo lo haré después con lo que falte —aseguró, y con una sonrisa y un apretón de hombros pasó por mi lado, dejándome sola con Mike.
—Vio que tenía razón, señora —soltó Mike cuando el rubio cruzó la entrada del establo—. El joven Joseph es muy bueno.
—De eso no tengo la menor duda, Mike.
—Y bien, ¿por dónde quiere que empecemos? —pregunta con una gran sonrisa mientras se ajusta el sombrero que lleva.
—Por lo que sea.
....
La brisa de la tarde me golpea de frente, el cabello se sacude con fuerza mientras me siento mucho más libre. La yegua en la que voy corre con determinación, perdiéndose entre los pastizales verdes que cubren todo el sendero hacia donde están los cultivos. El sol comienza a descender, pintando el cielo con tonos dorados y rojizos, y siento una paz que no había experimentado en mucho tiempo.Cierro los ojos por un instante, dejando que el viento acaricie mi rostro y que el sonido de los cascos de la yegua sobre la tierra me envuelva. Es como si estuviera volviendo a conectar con una parte de mí que había estado dormida, una parte que anhela la libertad y la conexión con la naturaleza.
Desciendo de la montura de la yegua y, con las riendas en mis manos, comienzo a andar hacia el pequeño arroyo que se divisa a lo lejos.
Tardo unos segundos en darme cuenta de que es el mismo en el que coincidí con Max hace un tiempo. Un escalofrío recorre mi espina dorsal al recordar la intensidad de su mirada y la forma en que mi cuerpo reaccionó a su cercanía.
Ato las riendas a un árbol que hay cerca de la orilla y dejo que mis pulmones se inunden con el dulce aroma de los rosales que crecen en las proximidad. El aire está cargado de una fragancia embriagadora que me transporta a un lugar de paz y serenidad.
Si hay una imagen que vale la pena perpetuar en tu memoria, es esta, y sin duda... Regaño a mi conciencia por lo que trae a mi cabeza. ¿Por qué mi mente insiste en evocar el recuerdo de Max en un momento como este?
Me quito las zapatillas y dejo que mis pies tengan contacto con el césped que cubre toda la superficie. La hierba está suave y fresca bajo mis pies, y siento una conexión instantánea con la tierra.
Me recojo el cabello en lo alto de la cabeza sin mucho esmero, dejando que algunos mechones escapen y enmarquen mi rostro.
La tarde ya está cayendo, pero no me apetece volver aún a casa. Necesito este momento de soledad, este respiro del mundo exterior.
Me aseguro de que no haya nadie cerca antes de acercarme más a la orilla y comprobar que el agua esté a una temperatura bastante buena. La transparencia del agua me invita a sumergirme en su frescura.
Me siento en la orilla y sumerjo mis pies en el agua fresca. Cierro los ojos y dejo que la brisa y el sonido del agua cayendo de la cascada y muriendo en el arroyo me envuelvan por completo. Es como si el tiempo se detuviera, y solo existiera este momento de paz y armonía.
Un par de minutos después, un escalofrío me recorre la espalda. Noto la mirada de alguien sobre mí, y no me hace falta girarme para saber que el causante de esto es él. La presencia de Max es inconfundible, y siento cómo mi corazón comienza a latir con fuerza en mi pecho.
Max
Pagaría millones por preservar este lugar tal cual está, incluso con la persona que está en la orilla, con los ojos cerrados mientras mueve sus pies en el agua.
Veo a la mujer que ha provocado noches de desvelo, la misma que ha despertado dentro de mí un no sé qué, y sobre todo, la misma en la que nunca debí haber posado mis ojos.
Mis pies, que se acercan, no le hacen caso a mi conciencia, esa que me dice que me aleje y que intente olvidarme del maldito deseo carnal que me provoca, ese que, a pesar de no querer aceptarlo, provoca en mí algo más que eso: una sacudida en el centro de mi pecho que no había provocado nunca nadie antes.
A medida que mis pies se mueven más hacia ella, en mi cabeza se planta una pregunta en la que he pensado mucho, y aunque sé que es una maldita locura, me atreveré a hacerla.
—¡Hagamos un trato, Eda! —suelto cuando la pelinegra se gira hacia mí—. Es lo más sensato, ahora mismo, para ambos.
Eda me mira como si no entendiera mis palabras. Respiro profundo y me preparo para articular lo que sé que es la peor idea que he tenido en mi puta vida.
—¿A qué te refieres, Max? —pregunta, con una mezcla de curiosidad y cautela en su voz.
—Mi padre regresa en un mes, Eda. Es el tiempo suficiente para aclarar esto o mandarlo a la mierda —aseguro—. Mi trato es el siguiente...
Eda me mira expectante, y en ella veo la curiosidad que le provoca lo que tengo que decirle. Sus ojos brillan con una intensidad que me desestabiliza.
—Sigamos con esto —suelto de una vez y acorto el espacio que me separa de la mujer que se ha puesto ahora de pie y está frente a mí—. Ni tú puedes contenerte, ni yo quiero hacerlo —soy sincero. Hay una diferencia entre poder y querer, y ninguna es una opción para mí.
—Max... —comienza a decir, pero la interrumpo.
—Solo escúchame, Eda —la interrumpo. Esto es una jodida locura, lo sé, pero es mejor a seguir queriendo actuar como si nada pasara después de que nos comamos hasta el alma.
El rubor tiñe sus mejillas, y lo que he dicho hace que su mirada se aparte con pudor.
—¿Qué pasará luego del mes? —pregunta, sosteniéndome la mirada con una intensidad que me desarma.
—No nos adelantaremos, pero si la necesidad de seguir en esto crece, se lo diré, Eda —suelto. Es una locura, lo sé, pero no puedo seguir en este maldito papel, donde prácticamente soy un amante.
—¿Aceptas, sí o no? —no doy tiempo a que piense más. Cada segundo que pasa me voy acercando más a ella, hasta que nuestros cuerpos se rozan con delicadeza. Siento el calor de su piel a través de la ropa, y mi corazón se acelera.
—No tengo opción, Max —suelta, y sonrío para mis adentros—. Es una locura, lo sé, pero ¿de qué sirve salir ileso si de igual moriremos algún día? —dice con una ligera sonrisa que desata la misma tormenta de siempre en mi pecho.
Eda extiende su mano hacia mí y la estrecho. Un ligero grito de sorpresa sale de ella cuando la halo por completo y pego mis labios a los de ella, haciendo lo que he deseado todo el jodido día: prenderme de ellos, ahogarme con el maldito veneno aniquilante que parecen tener.
El beso es intenso, desesperado, una explosión de deseo contenido que se libera con una fuerza arrolladora. Sus labios son suaves y cálidos, y su sabor es adictivo. Me aferro a ella como si fuera mi salvación, y ella responde con la misma pasión, enredando sus dedos en mi cabello y profundizando el beso.
En ese momento, nada más importa. Solo existimos ella y yo, unidos por un deseo irrefrenable que nos consume por completo.