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El Libro Maldito

El Libro Maldito

Status: En proceso
Genre:Mitos y leyendas / Romance / Terror
Popularitas:271
Nilai: 5
nombre de autor: Ana María H

_ Llego a mi casa después de un día agotador, solo quiero un baño y dormir por toda una semana. Todo está oscuro, entro sin fuerzas, camino como zombi hasta que ¡bam! caigo en el piso. ¡Mierda! He tropezado con algo. ¡¿Qué es esto?! Enciendo las luces, !!! Mi casa esta toda revuelta, faltan los muebles, no hay nada todo está vacío. Ni los electrodomésticos, ni mesas, ni sillas, no hay nada. ¿A dónde han ido mis pertenencias?, avanzo por la habitación, ¡me han robado!, ¡¿cómo sucedió esto?!

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Tragedia

Sus gritos agonizantes hacían retumbar aquel jardín, que mostraba una vista tan hermosa, tan contraria al escenario en que se encontraba esa familia. La mujer escarbaba sin importarle romper la piel de sus manos, sus uñas, solo quería llegar a su hijo que había sido engullido por la tierra misma. El hombre detrás de ella en pánico entró en la casa, buscó un hacha y con golpes desesperados intentaba abrirse paso cortando la madera. Pero era inútil, en vez de madera el metal parecía chocar contra el metal. La superficie de aquel árbol no mostraba señales de ser golpeada por el filo del acero, hasta quebrarse en las manos de quien la empuñaba.

_ ¡No, no! ¡por favor, dejalo ir! perdónalo.

Sus gritos y súplicas eran cruelmente ignorados y lo que lo hacía más desdichado, eran los gritos de su pequeño hijo que no habían cesado ni por un momento. El dolor en su voz lo llenaba de impotencia, el oírlo llamarlos por ayuda, les destrozaba el corazón a sus padres. Sin poder hacer más se hincó junto a su esposa, con sus manos tiraba de la tierra intentando cavar de nuevo ese agujero. Ambos padres entre lágrimas, respiraciones cortadas, no se detenían, la sangre se mezclaba con el barro. El dolor había entumecido sus manos, la impotencia les daba fuerzas. Los gritos del niño los hacían ir más rápido. Cuando su voz se oía áspera y cansada, eso los hizo aún más miserables, toda la noche escucharon las súplicas, sollozos y gritos de su hijo, hasta que solo hubo silencio. Ya no había más lágrimas que derramar, ni más que cavar, no podían sentirse peor. Ambos se abrazaron y se lamentaron en silencio, lo sabían, su hijo había muerto y el pesar de ese hombre era aún mayor. Pues el tenía la certeza de que su pequeño hijo había muerto devorado por esa criatura, que no tuvo la amabilidad de darle una muerte rápida. Al contario disfrutó de su carne, de sus huesos toda la noche y lo mantuvo vivo para que pudieran escucharlo. Lo estaba castigando por intentar traicionar la promesa hecha. Los días felices de la mansión eran cosa del pasado, sin otro camino más que la verdad contó a su familia la historia y la relación con esa criatura. Su esposa se hundió en una depresión profunda, sentía culpa. Se unió a un hombre que condenó a su hijo a morir de esa manera y no solo a su pequeño si no a aquellos que todavía no habían nacido. En las noches podía oírlo calmar por ella, pedir su ayuda, que le salvara. Su voz era tan clara, tan desgarradora, que la locura la consumió. Todas las noches la sacaban del jardín llena de tierra, excavando con sus manos en busca de su hijo. Aunque la encerraran, le impidieran salir, de alguna forma lo lograba. Murió por las complicaciones de las heridas que se auto infringía cada noche. El hombre quiso marcharse, pero le fue imposible. Los moradores le apuntaron con azadas y hoces, ahora que había alguien que se encargaba de mantener al conejo lleno, no tenían que temer por sus vidas si se acercaban a sus tierras. Ni los atormentaba la idea de que esa criatura saliera de sus dominios en busca de comida, estaba encadenado a esa tierra maldita. Si salía, él y sus hijas serían linchados por la multitud y si se quedaban tendrían que seguir ofreciendo sacrificios de su propia carne. Pasaron quince años después de la tragedia y una vez más vio a aquel ser.

_ Tú ¡¿Cómo pudiste?! ¡era solo un niño!

_ Ese fue el trato y tu intento de traición marcó la forma en que murió y en las que morirán.

_ ¡¿Qué?!

Con los ojos llenos de furia tomo su revolver y disparó, recargó y volvió a disparar hasta agotarse la munición. El pelaje blanco se tiño de sangre, pero las heridas desaparecieron desafiando a la muerte misma.

_ ¿Eso es todo? lo perdonaré porque fue una excelente cena. Una carne tierna, una expresión de terror que me llevó al éxtasis. Esperaré con ansías la próxima cena, puede que sea doble, tienes dos hijas ¿no?

El hombre cayó de rodillas, comprendió con la experiencia que portaban sus canas que estaba atrapado. No había salida.

_ Por favor, toma mi vida, perdona a mis descendientes.

_ Tu vida no vale nada, tu carne dura no me apetece. Un trato es un trato, no puedes ni tienes la opción de echarte atrás

_Entonces, al menos devuélveme su cuerpo, déjame darle sepultura. Que su alma encuentre paz.

_ ¿Paz dices? ¿sepultura? ¿cuerpo? ¿Cres que yo, que como cada veinte años, desperdiciaría algo? No seas iluso.

Asi como apareció se fue, maldijo una y otra vez el día en pisó esa tierra. Pero ya era tarde, murió lleno de arrepentimientos y tristeza, temiendo por el destino al que había condenado a su famila. Pero el no fue el único que intentó engañar al conejo, la tragedia ocurría cada veinte años. Intentaron no tener hijos, pero la carne es débil y asi como era fértil su tierra también lo eran sus mujeres. Trajeron niños con la edad de sus hijos para canjearlos por la vida de sus primogénitos, pero el conejo sencillamente se llevó a ambos. Tuvieron hijos despreciados, fuera del matrimonio, cuya existencia era ser el sacrificio. Pero tampoco funcionó, pues mataba a quien le habían ofrecido y luego tomaba al primogénito del matrimonio aunque no llegara a la edad requerida, en represalia a esas actitudes que rompían el acuerdo y como castigo a esas personas engañosas fue más allá de lo pactado. Después de todo seguían viviendo de sus tierras y quien hizo el trato original había muerto a los sesenta años, cuando no pudo soportar más la tristeza. Así que cuando los miembros de la familia llegaban a esa edad desaparecían, solo quedaba un rastro de arrastre que terminaba en ese árbol. Los Reith son la única famila en Shadowvale que no tienen lápidas, ni un lugar en el cementerio. Solo el fundador y su esposa fueron enterrados cerca de ese gran árbol, tal vez como castigo para que sus almas no se separen de sus descendientes. Para el resto de la familia su tumba es esa madriguera, en la que eventualmente perecerán. Su descanso, el estómago de esa criatura de apetito voraz de la que no pueden librarse.

Pero... talvez, solo talvez ahora podrían cambiar su triste destino. Eso solo depende de la curiosidad de Alicia Reith y la heredera de la casa Harrison.

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