"Después de un accidente devastador, Leonardo Priego se enfrenta a una realidad cruel: su esposa está en coma y él ha quedado inválido. Con su hija de 4 años dependiendo de él, Leonardo se ve obligado a tomar una decisión desesperada; conseguir una sustituta de su esposa. Luna, una joven con una vida difícil acepta, pero pronto se da cuenta de que su papel va más allá de lo que imaginaba. Sin embargo, hay un secreto que se esconde en la noche del accidente, un secreto que nadie sabe y que podría cambiar todo. ¿Podrá Leonardo encontrar el amor y la redención en esta situación inesperada? ¿O el pasado y el dolor serán demasiado para superar? La verdad sobre aquella fatídica noche podría ser la clave para desentrañar los misterios del corazón y del destino".
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Un regreso inesperado.
Salgo limpiando mis lágrimas; sé que nunca volveré aquí. Abro las rejas por última vez y me detengo a mirar hacia atrás.
—Lo siento —susurro, imaginando a mis padres observándome en silencio.
Camino por la carretera, igual que tantas veces antes. Paro un taxi y llego a la casa de Leonardo. Entro y dejo mi maleta sobre la cama. Saco la ropa y la acomodo en el ropero; mis cosas personales las guardo en la gaveta del buró a un lado de la cama, y arriba pongo las fotos de mis padres. Acaricio la imagen de mi padre.
—Sabía que no me dejarías desprotegida. Tarde te diste cuenta de la clase de mujer que era mi tía. No te culpo, eras un hombre, alguien que cometió muchos errores, como todos —digo, suspirando.
Saco un vestido, me meto a bañar y me arreglo un poco. Marco a Leonardo y veo que tengo una llamada perdida de él.
—Hola —digo al contestar.
—¿Dónde estabas? —pregunta.
—Fui por mis cosas —respondo.
—El abogado te estuvo esperando —me dice, y recuerdo que debía venir a la casa.
—Se me olvidó, ¿puedes reagendar la cita? —pregunto.
—No —contesta—. No puedo.
Entiendo.
—¿A qué hora es la cena? —pregunto.
—A las 10 pm —responde.
—Iré a trabajar y antes de las 10 estaré en casa —le digo, aunque siento que mis palabras suenan extrañas.
—Quise decir, nos vemos aquí, en tu casa —aclara.
—Ok —me dice y termina la llamada.
Me levanto y voy a la cocina. Cocinar aquí se siente diferente; antes, en mi casa, no me dejaban ni tocar las cosas.
Salgo y veo una tienda cercana. Entro y pido huevos con tortillas; sé que necesito ir al supermercado porque si no, acabaré comiendo huevo todos los días.
Regreso a casa y preparo la comida. Hago un agua de sabor con la jarra del refrigerador y me siento a comer.
Al terminar, me cepillo, tomo mi bolso y cierro todo antes de salir.
—Hola, ¿es nuestra nueva vecina? —me pregunta una niña que vive en la casa al lado.
—Sí, supongo —respondo.
—Mi mamá manda a decir si le puedo regalar azúcar —me dice con una sonrisa.
Asiento y le doy un vaso. Regreso a la casa y lleno el vaso con azúcar.
Salgo y se lo doy.
—Muchas gracias, vecina —me dice.
—De nada, vecinita —le respondo. Ella sonríe y entra a su casa.
La veo despedirse con la mano desde la ventana.
Por aquí no conozco mucho. Creo que Leonardo compró la casa en oferta, porque está en un extremo de la ciudad.
Preguntando, me dicen que tengo que tomar dos camiones para ir y otros dos para regresar.
Por fin llego y le digo a mi jefe que saldré temprano, aunque entraré antes.
—Está bien, atiende el salón 5, por favor —me indica y asiento.
Toco y entro, aunque me arrepiento al ver a Fernando con ocho amigos.
—Buenas tardes, caballeros, yo los atenderé esta noche —digo, tratando de mantener la calma.
—Queremos ocho botellas de la mejor de la casa, ocho acompañantes y, si pueden, un show de despedida de soltero —dice uno de sus amigos.
Anoto la orden y salgo a buscar las botellas. Regreso y las dejo. La puerta se abre y entran las chicas que harán el show.
Salgo rápido y sigo atendiendo los otros salones.
Tres horas después, me llaman otra vez al salón 5. Entro y todos están pasados de copas.
Piden más botellas y salgo a buscarlas. Regreso y las dejo. Suspiro, viendo que solo me queda una hora de trabajo.
Pero de repente, siento que me sujetan y me llevan a un lado. Me acorrala entre sus brazos, y es Fernando quien está frente a mí.
—Mírame cómo estoy por ti —me dice.
—Está así porque usted quiere —respondo con frialdad.
—Me usaste —me acusa.
—Claro que no —niego.
—Sí, lo hiciste —insiste.
No está tan tomado.
—Te lo diré por última vez: huye conmigo —me propone.
—No —respondo firme.
—¿Ni siquiera lo pensaste? —pregunta.
—Ya tomé mi decisión. Es un no, y siempre será un no. ¿Dónde quedó todo lo que piensa de mí? —le reclamo.
—Te daré otra oportunidad —me dice, y me río en su cara. Me zampo y vuelvo a liberarme.
—Dame un precio, solo eso —me dice, y su voz pesa como una sentencia.
Lo miro fijo y él se disculpa.
—Lo siento, no quise decir eso —confiesa.
—¿Entonces qué fue lo que quisiste decir? —pregunto, pero no responde.
—Entendí perfectamente lo que quisiste decir —le digo y le doy la espalda.
Él me llama:
—Luna —insiste, pero alguien lo interrumpe y su voz queda en silencio.
Me quedo paralizada.
Me giro y lo veo: está aquí. Realmente está aquí.