Abril es obligada a casarse con León Andrade, el hombre al que su difunto padre le debía una suma imposible. Lo que ella no sabe es que su matrimonio es la llave de un fideicomiso millonario… y también de un secreto que León ha protegido durante años.
Entre choques, sarcasmos y una química peligrosa, lo que empezó como una obligación se convierte en algo que ninguno puede controlar.
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Capitulo 14
León
Me encantaba incomodarla. No voy a negarlo. Cada mueca que Abril hacía era como una pequeña recompensa diaria, una especie de premio por aguantar la farsa matrimonial que Johanna nos había impuesto.
Era simple: ella se estresaba, yo me divertía. Dinámicas sanas.
Cuando en el aeropuerto le dije que dormiríamos en la misma habitación solo para ver su cara, fue glorioso. Sus ojos se abrieron como si hubiera visto un fantasma con factura de servicios vencida. Obviamente, no iba a ser así. Por más que fuera una hermosa pesadilla ambulante, ningún hombre en su sano juicio comparte closet con una mujer por un año entero. Yo necesitaba mis cosas organizadas, mis camisas colgadas por color, mis relojes en su estuche, mis cajones perfectamente ordenados… Yo no estaba listo para ver el baño invadido por potes, frascos, mascarillas, exfoliantes y cosas con nombres impronunciables.
No, gracias.
Por eso tenía preparada su habitación.
El vuelo de regreso fue una tortura aérea. Turbulencias cada veinte minutos y pasajeros que parecían no haber volado nunca en su vida, lanzando pequeños gritos cada vez que el avión se movía. La mujer que estaba a mi lado no era la excepción.
Y por “la mujer que estaba a mi lado”, claramente me refiero a mi flamante esposa contractual.
Ella apretaba los reposabrazos como si le debieran dinero. A mitad del vuelo, moví un poco la cortina que nos separaba —porque íbamos en primera clase — para verificar si seguía viva. No quería que Johanna pensara que la había asesinado a mitad del océano.
La encontré encogida, con los audífonos puestos, pálida. Perfectamente viva, lamentablemente estresada.
Cerré de nuevo la cortina… pero algo en su gesto me hizo recordar a Mateo cuando tenía ocho años. Llovía, nuestros padres acababan de morir, y él temblaba igual, tratando de ser fuerte.
Sentí —odio admitirlo— un pequeño pinchazo de empatía.
Suspiré, abrí la cortina otra vez.
—¿Estás bien? —le pregunté.
—Sí —respondió ella… justo antes de clavarme las uñas en el antebrazo cuando el avión volvió a sacudirse—. Bueno, no.
—Perfecto —murmuré con sarcasmo—. Sangre nueva para el matrimonio. Tradicional.
Ella me lanzó una mirada que decía ojalá te caigas por la ventanilla, pero siguió agarrándome el brazo cada vez que temblábamos.
El amor.
Cuando finalmente aterrizamos, la gente aplaudió como si el piloto hubiera hecho un aterrizaje en la luna. Yo solo quería salir del maldito tubo con alas.
Cargamos las maletas en la camioneta y comencé el viaje de cuatro horas hasta mi casa. Obviamente, ella se durmió a los diez minutos. Debió culpar al jet lag, pero seguro era pura confianza en mi conducción impecable. O aburrimiento. Probablemente lo segundo.
La desperté cuando estacioné frente a la casa, cerca de la medianoche. Se incorporó lento, desorientada. Parecía un hámster recién sacado de hibernación.
Ah, esa tensión en sus hombros… deliciosa.
Entramos y mi Nana Elvira, que dormía menos que los búhos, apareció como si fuera un ángel guardián nocturno.
—Mi niño, ¿ya llegaron? —preguntó, dando palmaditas.
—Sí, Nana —respondí—. Sobrevivimos. Apenas.
—Abril, mi amor, ¿quieres comer algo?
—Sí… muchas gracias, señora Elvira —dijo ella, completamente desarmada por la ternura de la mujer.
Después de comer, subí su maleta por las escaleras. Ella me seguía con pasos prudentes, como si sospechara que la llevaría al matadero.
Pasamos por mi habitación. Pude sentir cómo se tensaba. Qué maravilla.
Seguimos unos metros más. Abrí una puerta al final del pasillo.
—Esta será tu habitación por el próximo año —dije, dejando su maleta dentro.
—¿Y… tus cosas? —preguntó confundida.
—En mi cuarto, muñeca. —Le dediqué una sonrisa victoriosa—. Yo ni loco duermo contigo.
Su expresión fue arte contemporáneo.
Cerré la puerta riéndome.
Eran las 4:00 a.m. cuando mis ojos se abrieron solos, como siempre. Había demasiadas cosas que hacer: revisar correos, organizar las citas de la semana, inspeccionar los reportes contables, preparar el inicio de la convivencia… y mentalmente apostar cuánto tiempo tardaría en desesperarse bajo mi techo.
Mientras me hacía un café, pensé en ella durmiendo en la habitación de invitados.
En cómo apretó mi brazo en el avión.
En cómo fruncía la nariz cuando yo era sarcástico.
En cómo me miraba con esa mezcla de odio, curiosidad y… algo más.
Un año.
Solo un año.
Podía aguantarlo.
¿O eso creía?