Mauro Farina es el Capo de la mafia Siciliana y el dueño de Lusso, la empresa de moda más importante del mundo, y quiere destronar a sus competidores con la nueva campaña que lanzará.
Venecia Messina es heredera de la ´Ndrangueta y el cártel de Sinaloa, y su nueva becaria.
Mauro no ha olvidado el rechazo que sufrió a manos de esa pequeña entrometida hace años, y ahora que está a su merced se vengará de esa ofensa. Lo que él no sabe es que Venecia viene para quedarse y no se dejará amedrentar por él.
¿Quién ganará esta batalla de voluntades?
Te invito a descubrirlo juntas.
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Destierro
Mauro
–Con que mi prometida, ¿eh?
La mujer frente a mí se encoge de hombros. –No me gustó su actitud –responde con una sonrisita que quisiera besar. Sobre todo, después de haber sentido sus labios contra los míos. Venecia es como una droga, siempre querré más de ella.
Y es precisamente por eso, que debo alejarme.
–Y estaba aburrida –agrega guiñando un ojo en mi dirección.
–Tu analgésico –digo y le paso la bolsa.
–Debería haberte pedido la pastilla del día después también, ¿o nos cuidamos anoche? –pregunta sin mirarme–. Por favor, dime que usaste una goma.
Por mucho que quisiera alargar su sufrimiento, no soy tan bueno para mentir como ella lo es.
La chica es una profesional.
Tomo su barbilla entre mis dedos. –No la necesitas.
–Entonces, ¿puedo confiar en que nos cuidamos?
–No hicimos nada –digo.
Su boca cae abierta y decido que debo alimentarla. Desde que despertó ha pasado por una montaña rusa de emociones. Camino hacia el refrigerador y saco jugo de naranja y fruta fresca picada.
–¿Cómo que no hicimos nada? –pregunta mientras me sigue por la cocina, como un cachorro bien entrenado–. Quiero decir, eres tú.
–¿Qué quiere decir eso? –pregunto mientras sirvo jugo de naranja en un vaso de vidrio.
–Recuerdo haberte rogado.
–Lo hiciste.
–No entiendo –suelta enfadada–. Tú eres Mauro.
–Sé cual es mi nombre –digo mientras le quito el plástico al Bowl de fruta picada–. Come –le ordeno–. Necesitarás fuerza para los muchos bebés que tendremos.
–Ja, ja, ja, estás hecho todo un cómico –masculla antes de tomarse el jugo junto al analgésico–. Ayúdame a entender –pide con un suspiro.
–Para empezar, no follo a mujeres borrachas. Me gusta que las mujeres que están en mi cama estén muy conscientes, al menos hasta su primer orgasmo –digo y sonrío cuando su boca cae abierta y sus mejillas se colorean con un favorecedor tono rosa.
Traga ruidosamente antes de abrir su boca, solo para volver a cerrarla después de unos segundos.
–¿Qué le pasa a tu lengua? –pregunto divertido.
–Déjame entender esto. Mi lengua estuvo en tu garganta mientras te rogaba que me follaras y tú no hiciste nada. ¿Es eso?
–Técnicamente tu lengua nunca estuvo en mi garganta –le aclaro–. Pero sí, rogaste, y mucho –agrego solo para verla sufrir.
Muerde su labio y tengo que obligarme a apartar mis ojos de esa boca tentadora. Ahora, lo único en lo que puedo pensar es en su lengua en mi garganta y la mía en la suya, probando cada pequeña parte de ella hasta que vuelva a rogarme que la folle.
Mi cuerpo reacciona ante esa imagen y tengo que sentarme detrás de la isla para que Venecia no sé de cuenta de cuánto la deseo.
–¿Entonces ni siquiera nos besamos? –pregunta desanimada mientras picotea la fruta con el tenedor que puse frente a ella.
–Al menos no un beso real –respondo.
–Eso quiere decir que la lengua no estuvo involucrada, ¿verdad?
Suelto una carcajada. –¿Cuál es tu obsesión con la lengua?
–Ninguna –masculla antes de meterse fruta a la boca–. Imagino que debería estar agradecida de que no pasó nada entre los dos.
–Agradecida no es la palabra que buscas –molesto–. Además, si lo hubiéramos hecho recordarías cada segundo.
Su rostro vuelve a teñirse de rosa. –¿Fue por Vanity? –pregunta haciendo una mueca.
–Por ella, sí, y también porque no me gusta ser el premio de consuelo de nadie.
–No te sigo.
–Iván. Claude. Y como olvidar a Nico.
–¿Nico? –pregunta levantándose de un golpe.
–Tomé tu celular y llegó un mensaje de él.
–Mierda –dice antes de salir disparada a buscar su celular.
Luego de buscar por varios segundos lo encuentra detrás de uno de los cojines del sofá.
Así que Nico es quien va ganando en esta batalla, pienso, mientras la veo llamándolo.
–Estoy bien –es lo primero que dice–. Lo sé. Lo siento. Perdí la noción del tiempo después de mi cuarta copa –se excusa–. Por supuesto que estoy en mi casa –miente descaradamente.
Pobre hombre. No sabe lo que es sentarse a esperar que una mujer como Venecia te ponga en primer lugar. Es como esperar que llueva en el desierto.
–¡¿Cómo que estás en mi casa?! –pregunta asustada–. Está bien. Está bien. Mentí, pero estoy bien. Hay una llave bajo el tapete. Sí, sé que no es muy seguro, pero imagino que cuando puedas entrar y darte una ducha agradecerás la puta llave –se apresura a decir–. Nos vemos –agrega antes de cortar.
Suspira profundamente.
–Nico me matará –murmura mientras recoge su cartera del suelo–. Más le vale que no le haya ido con el cuento a mi papá.
–¿Todo bien? –pregunto.
–Podría estar mejor –responde antes de sentarse sobre el sofá–. Nico pensará que soy una zorra.
–No eres una zorra, Venecia. Ya deja de decir eso. Y si un hombre piensa eso de ti deberías mandarlo al demonio.
–Sí, claro –masculla–. No es tan sencillo cuando se trata de Nico. Lo amo y me importa lo que pueda pensar de mí.
–¿Y qué hay de Iván? –pregunto mientras camino hacia ella–. También te importa lo que pueda pensar de ti.
Su rostro palidece y puedo ver el mismo dolor que vi en sus ojos la primera vez que entró a mi oficina.
–Iván es… es diferente. Además, creo que la única preocupación de Iván es Eva.
–¿Quién es Eva?
–Mi hermana –responde mientras sus labios tiemblan–. Apuesto a que deben estar en este momento juntos visitando un aburrido museo o comiendo en ese lugar horrible donde sirven el café más asqueroso del mundo. Imagino, que ahora tiene a alguien a su lado que le guste hacer todas esas cosas. Debí esforzarme más –dice antes de cubrir su rostro con sus manos–. Debí amarlo más.
Me siento en el sofá y la acerco a mi lado cuando su cuerpo rompe en sollozos. Hace unos minutos estaba enfrentando a mi madre con una sonrisa en su cara y ahora está llorando por un imbécil, que seguramente no vale la pena.
–¿Iván te engañó con tu hermana? –pregunto cuando recuerdo lo que dijo.
Asiente. –Ahora tienes una clara imagen de cuan patética soy.
Tomo sus manos y las alejo de su rostro. –No eres patética –le aclaro–. Eres una mujer hermosa, inteligente y muy divertida. Y si ese idiota no supo verlo no es tu culpa.
Sus ojos se clavan en los míos, anhelantes, y sé que si no fuera por Vanity no dudaría en besarla en este momento. No cuando me mira así.
–Gracias –susurra–. Tengo que irme –dice después de unos segundos–. Nico no es muy paciente.
El calor que sentí antes desaparece en cuanto menciona a ese tipo.
–¿Lo amas?
–Mucho –responde–. Nico significa mucho para mí.
Sonrío a pesar del dolor que siento en mi pecho. Me gustaría que alguien pudiera quererme así alguna vez.
–Ve con él, Venecia.
Asiente antes de levantarse y caminar hacia el elevador. –Gracias –dice antes de doblar por el pasillo.
Asiento antes de verla desaparecer.
Camino a la habitación de invitados y me dejo caer en la cama. Todo este lugar huele a ella. A la mujer que está enamorada de otro hombre mientras sufre por el engaño de otro.
–No aprendes –me regaño.
Debo alejar a Venecia de mi cabeza y de mi corazón. Desterrarla y dejar que Vanity ocupe su lugar.
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