Luego de la muerte de su amada esposa, Aziel Rinaldi tiene el corazón echo pedazos. Sumido en la desesperación y la tristeza lo único que le queda es convertirse en el hombre respetado y admirable que su padre esperaba de él. Hasta que un día su mejor amigo, al borde de la muerte le confiesa un secreto que cambiaría todo el rumbo de su vida.
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Capítulo 12
Junior fastidiado por la situación tiró con fuerza de la coleta de Raquel, ella, aunque presa de la sorpresa, ahogó un chillido de dolor, esforzándose por mantener la compostura. Un ruido súbito y estremecedor llenó el aire, interrumpiendo el enfrentamiento. En ese momento, todo pareció detenerse; Raquel se encontró en el suelo, desorientada por la abrupta interrupción.
Los alaridos de Junior resultaron impactantes, sin embargo, nada la preparó para la imagen que tenía de frente, el hijo de Carlos García yacía en el suelo con el pantalón ensangrentado de lado izquierdo. Lo siguiente que vio fue un arma apuntando a su cabeza.
Ante Carlos García, la inconfundible presencia del supuesto comprador cambiaba el curso de los acontecimientos.
—¡Espera! Soy tu amigo ¿Qué crees que estás haciendo? —Las palabras de Junior buscaban desesperadamente hacer mella en aquel hombre, apelando al supuesto trato que horas antes hicieron.
Raquel, todavía en el suelo, levantó la vista para encontrar al valiente responsable de aquella osadía.
—Mi padre te cortará los huevos si jalas el gatillo. ¡No sabes quién soy yo! — Su tono denotaba una mezcla de advertencia y súplica, esperando persuadirlo.
—¡Cállate, si no quieres que te vuele la cabeza! — replicó, con una voz que no dejaba lugar a dudas.
Junior tembló sintiendo la fría pistola sobre su cabeza, con un solo movimiento, él perdería la vida.
Rinaldi seguía sin mostrar signos de preocupación.
En ese instante, Raquel, que observaba la escena con una mezcla de miedo y asombro, reconoció la voz que resonó con tanta autoridad. Era una voz conocida, pero al mismo tiempo parecía pertenecer a otro mundo, uno que creyó perdido. Lentamente, su mirada se dirigió de nuevo hacia la figura del hombre, buscando en él la confirmación de que no se trataba de un espejismo.
Raquel no podía creer lo que veían sus ojos. Al principio, pensó que estaba soñando o que se había equivocado. Pero no, era él, el hombre a quien creía perdido para siempre. La sorpresa la llenó de alegría, pero también de miedo. Estaba feliz de verlo, pero temía que pudiera ser una ilusión.
Por un momento, se sintió confundida. ¿Cómo podría ser esto posible? Pasó tanto tiempo llorando su pérdida que la idea de tenerlo de vuelta parecía un sueño. Raquel sentía su corazón latir rápido, una mezcla de emociones la invadía. Quería correr hacia él, abrazarlo y no soltarlo nunca, pero al mismo tiempo, tenía miedo de que desapareciera si lo intentaba. El miedo de perderlo la invadió.
—Ve a refugiarte —le ordenó el hombre.
Raquel asintió y se levantó del suelo con dificultad. Un mareo la hizo tambalearse, pero encontró fuerzas para correr hacia su casa, impulsada por un miedo que no podía explicar.
En su mente, resonaban las palabras de Marco, como ecos de un pasado que se negaba a desvanecerse: "¡Está muerto, él está muerto! Tenemos que irnos, el hombre que lo mató viene por ti". Las palabras de Marco, dichas con una desesperación palpable, la habían sacudido hasta el núcleo. La mano de Emily, apretada en la suya, la urgencia en su voz, y el miedo en sus ojos, todo se mezclaba en un recuerdo que golpeaba su realidad con la fuerza de una tormenta.
Él le había contado sobre la traición, sobre cómo uno de los hombres más fieles a Aziel se había vuelto contra ellos. La llevó lejos, kilómetros y kilómetros, buscando un refugio seguro lejos de la venganza de aquellos que buscaban borrar todo rastro de los Rinaldi. "Ellos saben que estás embarazada, quieren eliminar todo lo que tenga que ver con los Rinaldi", le había explicado con una gravedad que helaba la sangre.
Y ahora, frente a la posibilidad de que el hombre al que había creído muerto estuviera frente a ella, Raquel se encontraba confundida, sentía que acababa de despertar de un largo sueño. —Y si ese hombre solo se parece a Aziel, no, no, su voz, su mirada, él es… —no pudo terminar la frase, los pensamientos se agolpaban en su mente, luchando por encontrar sentido.
De repente, el silencio se rompió con estallidos secos que inundaron de aroma a pólvora el aire. Cada sonido hacía latir su corazón con fuerza. Raquel se paralizó por un instante, el miedo y la sorpresa dibujados en su rostro, su mirada fija en aquella canastilla escondida. Los vellos de su nuca se erizaron al ver una figura masculina en la puerta de su casa.
En ese momento tenso, el tranquilo ambiente se vio interrumpido por el sonido de disparos, que llenaron el aire con el fuerte olor de la pólvora. Raquel, sorprendida y con el corazón latiendo a mil por hora, se congeló en su lugar, incapaz de moverse mientras el miedo la envolvía. Sus ojos se abrieron de par en par, clavados en la canastilla escondida, temiendo lo peor.
De pronto, la figura de un hombre apareció en la entrada de su casa, rompiendo el denso silencio. Raquel sintió cómo la piel se le erizaba al no reconocer de inmediato quién era.
—Tranquila, soy yo, Irán —dijo el hombre, intentando calmarla con sus manos levantadas en señal de paz. La miró con preocupación y un toque de sorpresa, como si no esperara encontrarla en tal estado de nerviosismo—. Está a salvo, señora Emily.
Al escuchar su antiguo nombre, el corazón de Raquel dio un vuelco. Hacía años que no lo oía, años en los que había intentado dejar atrás todo lo relacionado con su vida anterior, incluida esa identidad que una vez fue suya. Instintivamente, levantó las manos, un gesto silencioso para que mantuviera su distancia. Irán captó el mensaje sin decir una palabra, respetando su espacio.
La angustia en el aire era palpable, y aunque las palabras de Irán eran reconfortantes, Raquel no podía evitar sentirse vulnerable. La sorpresa de ser llamada por un nombre que había enterrado en lo más profundo de su ser la dejó sin palabras, luchando internamente con emociones que creía haber superado. La situación era compleja, un delicado equilibrio entre el pasado y el presente, y ella se encontraba justo en medio, intentando navegar por estas turbulentas aguas.
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