Precuela de la saga colores
Emiliana Roster quedará atrapada en un matrimonio impuesto que sus hermanos arreglaron para salvarla del despiadado Duque Dorian Fodewor. Creyendo que todo fue una conspiración para separarla del que creía ser el hombre de su vida, intentará luchar en contra de lo que siente por Lord Sebastian, el desconocido que ahora es su esposo.
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21. Maldita nota
...SEBASTIAN:...
Terminé de acomodar las plantas y salí del sótano. Emiliana no volvió, tal vez se entretuvo leyendo la carta de Lean, tenía una idea de lo que el conde escribió a su hermana, lo más seguro es que fuera una invitación para pasar el festival de fin de año con ellos, la idea no me desagradaba del todo, puede que el duque estuviese presente también y teniendo en cuenta que el último encuentro fue un desastre, no quería tener otro problema.
Me coloqué mi abrigo y guantes antes de salir al patio.
Salí hacia el jardín y encontré a Miguelo quitando la nieve de la entrada.
Subí las escaleras.
— La señora ya partió, mi lord — Dijo y me giré con el ceño fruncido.
— ¿De qué hablas?
Dejó de mover la pala — De su esposa, ya partió en el carruaje.
Me desconcerté ¿Emiliana salió?
— ¿Partir a dónde?
— ¿Qué? ¿No lo sabía? — Se tensó, dándose cuenta de que había metido la pata al dejarla salir sin mi autorización.
— Por supuesto que no ¿A dónde rayos fue? — Me llené de irritación ¿Cómo se le ocurría a Emiliana salir así? Con los caminos tan peligrosos por el invierno.
— Dijo que iría al puerto por un abrigo.
Resoplé — ¿Un abrigo? Ella tiene suficientes.
Miguelo se encogió de hombros — Eso fue lo que dijo, dijo que usted estaba al tanto de su salido.
¿Yo? ¿Al tanto? ¿Qué necesidad tenía Emiliana de mentirme? ¿Por qué rayos salió a prisa?
Volví a bajar las escaleras y caminé a prisa hacia las caballerizas.
— Mi lord ¿Qué hará?
— Voy a buscar mi caballo.
— Cabalgar en invierno es peligroso.
No le hice caso y entré en las caballerizas, abrí uno de los corrales y saqué uno de los cabellos, lo ensillé a prisa, tirando de las riendas lo saqué de la caballeriza.
Me monté y cabalgué hacia la entrada de la propiedad.
No me importó el viento invernal y cabalgué hacia el puerto por el camino lleno de barro y pilas de nieve.
Emiliana tenía sus razones para salir sin avisar, sabía que lo del abrigo era mentira.
...****************...
Llegué al puerto, bajé de mi caballo cuando entré en la plaza y observé a todas partes, intentando hallar uno de los carruajes de mi propiedad detenido en alguna orilla. Si mi mujer vino al mercado, para supuestamente comprar un abrigo nuevo, entonces estaría por allí cerca.
Dejé el caballo atado a un poste, sacudí la nieve de mi cuerpo y mi cabello.
Empecé a buscar a mi esposa, muy enojado y preocupado por su acción.
Definitivamente, Emiliana no era una persona fácil de comprender, pensé que estábamos llevándonos bien y de repente esto. Salir sin avisarme era algo grave y más mentirle a los empleados, diciendo que yo ya sabía y que iría solo a comprar.
Nadie estaría dispuesto a soportar el horrible frío del puerto solo para comprar un abrigo, en aquella época del año no había muchos sitios abiertos y se hallaban pocos visitantes, aunque seguían llegando barcos, el auge del puerto disminuía.
Solo se vendían productos traídos de Hilaria para garantizar el abastecimiento, como las frutas y verduras.
El viento del mar se mezclaba con el invierno y la zona se volvía más fría, mis ropas gruesas no hacían milagros para contrarrestar, pero seguí recorriendo el mercado en busca de Emiliana.
Debía calmarme, tenía que oír su explicación cuando la encontrase.
Reconocí uno de mis carruajes y me aproximé, cruzando la calle hacia el sitio donde estaba detenido.
El lacayo se tensó al verme.
— ¿Dónde rayos está mi esposa? — Pregunté, dando una vista hacia el interior.
— Debe estar en alguna parte del mercado, mi lord, se marchó por esa calle — Señaló la calle donde había varias tiendas.
— ¿Hace cuánto fue eso?
— Como treinta minutos o más.
— ¿Por qué rayos no la siguió? — Mi enojo aumentó y el lacayo se tensó.
— Lo siento, mi lord, pero creí que usted estaba al tanto. Tenía que quedarme a cuidar el carruaje.
— No, descuide, no es su culpa — Corté y me alejé hacia la calle, tropecé con un hombre grande, de capa y capucha.
— Lo siento... — Me quedé callado ante la mirada asesina que me lanzó el sujeto, logré observar su rostro, tenía una enorme cicatriz en el lado izquierdo del rostro.
— Tienes suerte de que llevo prisa o te hubiese cortado el cuello — Me amenazó con una voz profunda y me aparté rápidamente.
Se alejó por la calle, con la capa elevándose por el viento.
Caminé con más prisa, preocupado de que Emiliana se topara con un criminal como ese.
La calle se dividía en otros tramos, un callejón empinado llevaba a las posadas y caseríos, pero era imposible que Emiliana se adentrara en esos lugares, ella no tenía nada que buscar.
Me quedé pensativo después de recorrer casi todo el mercado, decidiendo volver al carruaje para ver si había vuelto.
Algo me estaba inquietando.
Volví al carruaje y sentí un gran alivio cuando la encontré cruzando palabras con el lacayo.
— Busque mi caballo, lo dejé afuera del bar que está en la plaza — Le ordené al sirviente y se marchó.
Mi esposa no me observó.
La tomé del brazo.
Emiliana giró su rostro hacia mí.
— ¿Dónde rayos estabas? ¿Por qué saliste así de la casa?
Su rostro estaba algo pálido y el aspecto de sus ojos me extrañó, tenía la impresión de que estuvo llorando.
— ¿Tengo que pedir permiso? — Se zafó de mi agarre.
— ¡Por lo menos debiste tener la decencia de ponerme al tanto de que ibas a salir, maldita sea, fuiste demasiado irresponsable, los caminos no están actos para salir, pudiste tener un accidente, dime, habla! — Gruñí y se tensó — ¿Dónde rayos dejaste el abrigo que supuestamente ibas a comprar? ¿Por qué tanto afán? — Observé sus manos vacías — ¿Por qué viniste al puerto? ¡Emiliana, mentiste, pensé que estábamos bien! — La evalué, con el ceño fruncido y su labio tembló, empezó a llorar y me quedé sin comprender nada.
Derramó más lágrimas y sollozó.
— ¿Por qué lloras? — Aligeré mi tono — ¿Qué sucedió? Emiliana, me tienes muy preocupado, esa forma de salir sin decirme nada y luego te encuentro así, estás llorando ¿Qué sucedió? — La abracé contra mi pecho cuando no respondió, seguía llorando, acaricié su cabeza y enterró su rostro en mi pecho — Cálmate, por favor.
Se apartó y limpié sus lágrimas, su respiración se atoró y el asunto empezó a preocuparme más.
— Vine... Vine por esto... — Sacó algo de su bolsillo, era un papel, me lo entregó.
Lo abrí "Estancia Pasajera"
Todo tuvo sentido.
Emiliana tenía sus ojos muy húmedos cuando me encontré con su mirada.
— Si la amas, te dejaré el camino libre — Dijo, con la voz muy rota.
— Emiliana.
Por eso se marchó a prisa, porque descubrió la carta de Rossan, la que tenía en el escritorio y decidió venir a verla.
¿Qué rayos le habrá dicho a mi esposa?
El lacayo volvió con mi caballo así que no pude decirle nada, arrugué el papel y le ordené al sirviente conectarlo junto a los caballos del carruaje.
Abrí la puerta y ella entró, subí después y me senté a su lado.
— No es lo que crees, esa mujer no es nada para mí — Dije, pero Emiliana giró su rostro a la ventanilla, tenía expresión decaída — Emiliana, si no te lo dije en su momento fue porque no quería problemas contigo.
— ¿Planeabas venir a verla? — Preguntó y tomé su mano.
— No, Rossan para mí, es pasado y no quiero volver a verle el rostro.
— ¿Entonces por qué conservaste la carta? — Gruñó, sin mirarme.
— Planeaba quemarla, pero lo olvidé... Entiende, Emiliana, esa mujer no tiene importancia para mí — Le aseguré, desesperado porque me creyera.
— Te dije lo mismo de Dorian y no me creíste cuando me hallaste leyendo sus cartas — Gruñó y me tensé — Sebastian, el que tu me hayas mentido cuando te pregunté que era lo que quería tu primo, me hace dudar de que esa tal Rossan no sea importante para ti.
— Emiliana, no compares las cosas... Rossan es parte de mi pasado, pero no voy a dejarte por ella, ni mucho menos, porque ya no siento lo mismo — Dije, muy desesperado.
— ¿Y lo del duque no era así? — Me lanzó una mirada furiosa — Yo también me sentí desesperada para que me creyeras, esa noche saqué las cartas de Dorian porque me di cuenta de que lo que sentía por él no era real, en cambio, lo que siento por ti si lo es — Soltó otras lágrimas — Me juzgaste de la peor forma cuando tú también tenías un pasado similar.
— No, eso no es así — Insistí y ella soltó un resoplido — Rossan no había aparecido hasta que mi primo me trajo esa carta... Hace dos años ella se casó con otro hombre, lo acepté y la enterré para siempre de mi vida. Ya no tiene importancia. No siento nada por ella.
— Tal vez no tenía importancia... Pero, ahora sí... Sé que la elegirás a ella...
— ¿Qué rayos te dijo? — Exigí, tomando su barbilla — Dime ¿Por qué piensas que yo te voy a abandonar para estar con ella?
Emiliana se zafó de mi agarre y el carruaje empezó a moverse.
— No voy a cambiarte por ella — Le aseguré, pero mi esposa siguió observando por la ventanilla y apretando los puños en su regazo — Yo... Te amo, te amo mucho — Me pegué a ella y rodeé sus hombros con mi brazo — Por favor, Emi, te amo — observé su rostro y ella me devolvió al mirada, sollozó de nuevo — Mi Emi, te amo — Le di un beso suave en los labios, pero no respondió, la abracé — Lo siento, debí decirte lo de la carta, ocultarlo estuvo mal.
Emiliana no dijo nada en todo el viaje, se quedó pegada a mi pecho y seguí abrazándola.
Me preocupó su silencio.
Rossan debió decirle algo para que creyera que yo iba a cambiarla, cuando no era así. Jamás podría hacerle algo tan cruel a mi esposa, al fin y al cabo, era la mujer con la que quería estar.
Rossan fue mi primer amor, pero todo se fracturó cuando ella hizo su elección y eso no podía repararse.
Ya ni siquiera me interesaba en lo absoluto, pero me costaría convencer a mi esposa de eso y más cuando le oculté lo de la carta.
Era mi culpa, pero no iba a rendirme en ganarme nuevamente la confianza de mi esposa.
...****************...
Emiliana continuó en silencio cuando llegamos a la mansión, también cuando se sirvió la cena, respeté su falta de palabras, pero ya no lo toleraba.
Comimos solo con el sonido leve de los tenedores en el plato.
Dejé que se marchara a su habitación y después de un rato, me retiré a la mía, cuando me aseé y me coloqué mis ropas de cama, entré a sus aposentos por la puerta interna.
Me trepé a la cama al hallarla acostada y la abracé.
— Sebastian... ¿A qué viniste? — Gruñó y me sentí dolido.
— Emi — Me preocupé, giró su rostro, todavía tenía semblante decaído, la abracé y besé su mejilla — No quiero que estés triste, ni disgustada conmigo, me quedaré a tu lado, siempre — Se tensó y empecé a tocar su cuerpo — Te amo y te anhelo, solo a ti — Se estremeció cuando llegué entre sus piernas — Me muero por hacerte amor — Toqué entre sus pliegues húmedo y hundí dos dedos en su interior, gimió, estremeciéndose — Ya no soporto que esto sea lo único de mí que tenga la dicha de estar dentro de ti — Empujé mis dedos, su interior se aferró, exprimiendo — Hagamos el amor, es lo único que necesitamos — Rocé mi nariz con la suya, mientras seguía moviendo mis dedos — Te amo, Emi, eres lo único que quiero en mi vida y jamás te cambiaría por nada, ni por nadie — Hizo otro gesto de placer cuando moví de un lado a otro mis dedos.
Ella se mordió los labios, pero bajó su mano y se zafó de mí.
— No, no puedo... No quiero, estoy cansada — Me dió la espalda y me desconcerté.
— Se que no es por eso — Suspiré, abrazándola de todos modos — Se que estás dolida y lo entiendo, te lastimé, pero yo te amo es a ti.
Sabía que había algo más.
Algo pasó cuando fue a ver a Rossan.