En un reino donde el poder se negocia con alianzas matrimoniales, Lady Arabella Sinclair es forzada a casarse con el enigmático Duque de Blackthorn, un hombre envuelto en secretos y sombras. Mientras lucha por escapar de un destino impuesto, Arabella descubre que la verdadera traición se oculta en la corte, donde la reina Catherine mueve los hilos con astucia mortal. En un juego de deseo y conspiración, el amor y la lealtad se convertirán en armas. ¿Podrá Arabella forjar su propio destino o será consumida por los peligrosos juegos de la corona?
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Capítulo 9: El Velo de la Traición
El eco de las pisadas de Arabella resonaba en los pasillos oscuros del castillo mientras regresaba a sus aposentos tras la tensa reunión con la reina. La promesa de protección era un avance, pero la advertencia de la soberana le pesaba en el pecho. Si no lograban presentar pruebas contundentes, no solo su vida estaría en peligro, sino la de Alexander y el futuro de su familia. Todo dependía de que encontraran la verdad en los papeles cifrados que ahora Lady Beatrice descifraba en secreto.
Esa noche, la corte se sumió en el silencio habitual, pero Arabella no podía permitirse descansar. Se sentó en su escritorio, desplegó los documentos que había recuperado del escondite de Sir Reginald y repasó cada línea de cifras, nombres y símbolos. El anillo con el emblema antiguo también yacía sobre la mesa, atrayendo su mirada como si fuera un fantasma del pasado.
Un golpeteo suave en la puerta la hizo saltar. Se levantó rápidamente, guardando los papeles en un cajón antes de abrir. Al otro lado, Alexander la miraba con los ojos oscuros y serios.
—Entra —dijo ella en un susurro, abriendo la puerta lo suficiente para dejarlo pasar.
Cuando cerró la puerta tras él, Alexander se volvió hacia ella con expresión grave. —Tengo noticias de Lady Beatrice. Ha comenzado a descifrar algunos nombres en la lista, y… los resultados son preocupantes.
Arabella sintió un nudo formarse en su garganta. —¿Qué has descubierto?
—Uno de los nombres que aparece en el registro codificado es el del Conde de Ashbourne —dijo Alexander con voz baja, su rostro reflejando la inquietud que compartían—. No solo es un aliado de la reina, sino un viejo amigo de tu padre. Si él está implicado en la conspiración, entonces esto es mucho más profundo de lo que imaginábamos.
Arabella sintió cómo la ira y la desesperación se mezclaban en su pecho. El Conde de Ashbourne había sido un protector para su familia durante años. Era difícil creer que un hombre de su posición y reputación pudiera traicionar a la corona, pero el hecho de que su nombre apareciera en la lista de pagos no podía ser una coincidencia. Debían seguir el rastro y descubrir hasta qué punto estaba involucrado, y si lo hacía por voluntad propia o si alguien lo estaba obligando.
—Tenemos que hablar con él —dijo Arabella con firmeza—. Si realmente está implicado, no nos lo revelará fácilmente, pero si podemos sonsacarle algo… cualquier cosa que confirme sus acciones, eso nos ayudará a comprender quién mueve los hilos en la sombra.
Alexander asintió. —De acuerdo, pero no podemos hacerlo directamente. Si lo confrontamos, podría alertar a los demás conspiradores. Necesitamos que crea que se ha ganado nuestra confianza, que estamos buscando aliados para algo más grande.
La oportunidad para acercarse al Conde de Ashbourne llegó más rápido de lo que esperaban. Al día siguiente, en la cacería real organizada en los bosques cercanos, Arabella y Alexander se aseguraron de participar, aunque con propósitos muy distintos a los de la mayoría de los nobles. Los caballos estaban preparados, y la bruma matinal envolvía la zona en un aire de misterio, proporcionando la atmósfera perfecta para una conversación privada.
Arabella, montando su caballo blanco, se las arregló para situarse cerca del conde mientras el grupo se adentraba en los bosques. La conversación entre los nobles era ligera, centrada en la diversión de la cacería, pero cuando se quedaron lo suficientemente rezagados como para estar fuera del alcance de los oídos ajenos, Arabella decidió actuar.
—Conde de Ashbourne —dijo ella en tono casual, ralentizando el paso de su caballo—, hay algo de lo que quisiera hablar con usted, lejos de los ojos y oídos curiosos de la corte.
El conde la miró con sorpresa, aunque en sus ojos se atisbaba un destello de interés. —Lady Arabella, será un placer escucharla. Parece que la cacería nos ha brindado una oportunidad inusual.
—Así parece —respondió ella, bajando la voz mientras su mirada se clavaba en él—. He oído rumores… sobre ciertas facciones en la corte que buscan cambiar el equilibrio de poder. Gente que cree que la corona ha estado demasiado tiempo en manos de los Pembroke.
El conde mantuvo una expresión neutra, pero su mandíbula se tensó apenas. —Esos son rumores peligrosos, mi señora. Espero que no crea todo lo que escucha.
Arabella esbozó una sonrisa, aunque su pulso se aceleraba. —Por supuesto que no. Sin embargo, también sé que en la corte nada es lo que parece. Solo un tonto ignora los movimientos en las sombras.
Por un momento, el silencio se apoderó del espacio entre ellos, roto solo por el susurro de las hojas bajo los cascos de los caballos. Finalmente, el conde habló, pero sus palabras fueron lentas y calculadas.
—Es cierto que en la corte hay quienes sienten que ciertas decisiones recientes han favorecido más a unos que a otros. Y a veces, las lealtades se ponen a prueba, Lady Arabella. La pregunta es: ¿hasta dónde está dispuesta a llegar una persona para proteger aquello en lo que cree?
El corazón de Arabella latió con fuerza. —Hasta el final, si es necesario —respondió, sosteniendo su mirada—. Y por eso he venido a usted. Necesito saber en quién puedo confiar.
El conde observó su expresión durante un largo segundo, antes de asentir lentamente. —Entonces, tal vez haya más que discutir entre nosotros. Esta noche, en la posada del Bosque Negro. Hablemos con mayor libertad allí.
La posada del Bosque Negro estaba situada en un claro apartado de los terrenos reales, rodeada de árboles altos y densos que ofrecían la privacidad necesaria para cualquier conversación. Cuando Arabella y Alexander llegaron, la noche había caído, y la luz de la luna se filtraba tenuemente entre las ramas.
El conde ya los esperaba, sentado en una mesa en la esquina más oscura de la posada. Al verlos entrar, alzó una copa de vino y les hizo una seña para que se unieran a él. La camarera se retiró rápidamente tras servirles, dejándolos solos en la penumbra.
—Bien —dijo el conde, colocando su copa en la mesa—. Ahora que estamos fuera de la vista de los ojos curiosos, díganme: ¿qué es exactamente lo que buscan?
Alexander habló esta vez, con una voz serena pero firme. —Buscamos la verdad, mi señor. Sabemos que hay un complot en marcha, y que involucra a personas influyentes en la corte. No buscamos culpar a nadie sin pruebas, pero necesitamos saber en quién confiar antes de que sea demasiado tarde.
El conde soltó una risa baja, aunque no había alegría en ella. —¿Y qué los hace pensar que yo podría ser uno de esos en quienes confiar?
—Porque sabemos que ha estado recibiendo pagos —dijo Arabella, lanzando el anillo con el emblema sobre la mesa—. Y queremos saber por qué.
Por primera vez, el semblante del conde se oscureció de verdad. Sus dedos se crisparon sobre el borde de su copa. —¿Dónde encontraron esto?
—Eso no importa ahora —dijo Alexander, con voz baja pero afilada—. Lo que importa es saber de quién vienen esos pagos y qué buscan exactamente. Porque si usted está siendo presionado, todavía tiene la oportunidad de redimirse.
El conde cerró los ojos un momento y luego asintió. —Está bien. Hablaré. Pero lo que voy a revelarles podría significar la muerte para todos nosotros si llega a oídos de los equivocadas.