Amaris creció en la ciudad capital del magnífico reino de Wikos. Como mujer loba, fue entrenada para proteger su reino por sobre todas las cosas ya que su existencia era protegida por la corona
Pero su fuerza flanquea cuando conoce a Griffin, aquel que la Luna le destino. Su mate que es... un cazanova, para decirlo de esa manera
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El enfrentamiento con el nigromante
El aire alrededor de Griffin se volvió aún más denso cuando el nigromante finalmente hizo su aparición. Desde el corazón de las ruinas, una figura alta y esquelética emergió, envuelta en una túnica negra que parecía hecha de la misma oscuridad que lo rodeaba. Su rostro estaba cubierto por una máscara de hueso, pero Griffin podía sentir los ojos del nigromante clavados en él, como si estuviera sopesando cada uno de sus movimientos. En sus manos, el mago sostenía un bastón retorcido, adornado con cráneos pequeños que emitían una luz verde enfermiza.
Los susurros que habían acompañado a Griffin durante su acercamiento se intensificaron, volviéndose más altos y frenéticos. Eran las voces de los muertos, almas inquietas bajo el control del nigromante. Pero no eran solo los cuerpos que se alzaban para luchar; era como si el propio aire estuviera maldito, impregnado de la magia oscura que alimentaba al nigromante y sus criaturas.
—¿Vienes a desafiarme, cazador de la luz? —la voz del nigromante era profunda, cavernosa, y cada palabra parecía arrastrar consigo un eco de los lamentos de los condenados—. No eres más que una mosca que se ha atrevido a volar hacia la telaraña de la muerte.
Griffin no respondió. Su espada, aún brillante con el poder de Herodio, era su única respuesta. Dio un paso adelante, sus ojos verdes brillando con determinación. Sabía que enfrentarse a un nigromante no era una simple cuestión de fuerza; era una prueba de voluntad. Y la voluntad de Griffin, forjada en el fuego divino de su dios, no se quebraría fácilmente.
Con un movimiento lento y calculado, el nigromante levantó su bastón. El suelo tembló bajo los pies de Griffin, y de repente, la tierra misma comenzó a desgarrarse. Del suelo, salieron más cuerpos descompuestos, guerreros caídos hace siglos, cubiertos de polvo y musgo. Sus ojos, vacíos y huecos, se fijaron en Griffin, mientras el nigromante susurraba una oración oscura que resonaba con un eco de otros mundos.
Los cadáveres avanzaron hacia él, y Griffin se preparó para el siguiente asalto. Sus músculos estaban tensos, pero su mente estaba serena. Cada movimiento, cada corte con su espada era guiado por la luz de Herodio. La primera criatura intentó atacarlo por la derecha, pero con un giro rápido de su espada, Griffin la partió en dos. El cadáver cayó al suelo, inerte, mientras su compañero intentaba atacarlo desde el otro lado. Con una maniobra ágil, Griffin se inclinó hacia atrás, esquivando el golpe, y lanzó un tajo ascendente que destrozó al siguiente enemigo.
A medida que los cadáveres seguían viniendo, Griffin comenzaba a perder la cuenta de cuántos había derrotado. El sudor goteaba por su frente, pero el fuego de la espada purificaba a cada criatura que tocaba. Los gritos de los no-muertos se mezclaban con el sonido de la carne ardiendo, y la atmósfera en torno a las ruinas parecía vibrar con la energía del combate.
Sin embargo, el nigromante no se quedaba de brazos cruzados. Cada vez que un cadáver caía, levantaba otros dos en su lugar, su magia negra reavivando la carne podrida que yacía enterrada bajo las piedras del monasterio. Griffin sabía que no podía seguir luchando solo contra los siervos del nigromante; tenía que enfrentarse al propio mago si quería poner fin a esta masacre.
Con un rugido de batalla, Griffin lanzó una ráfaga de cortes para abrirse paso entre los cadáveres. Los golpes caían como un martillo sobre los no-muertos, y por cada enemigo que caía, la adrenalina crecía en su interior. La sensación de satisfacción lo inundaba con cada golpe certero, con cada criatura reducida a cenizas. Pero había más. El peligro inminente, la posibilidad de que esta fuera su última batalla, le llenaba de una euforia que no podía controlar.
Finalmente, después de lo que parecieron horas de batalla, Griffin se encontró cara a cara con el nigromante. Las criaturas no-muertas seguían rodeándolos, pero Griffin sentía que este era el verdadero combate. El mago levantó su bastón una vez más, invocando una oleada de energía oscura que se dirigió directamente hacia Griffin.
El cazador sintió el impacto de la magia negra como un golpe físico, pero el poder de Herodio lo protegía. Apretó los dientes, plantando los pies firmemente en el suelo mientras levantaba su espada para contrarrestar el ataque. La hoja sagrada brilló con una luz dorada, creando un escudo de fuego que bloqueó la magia del nigromante.
—Tu poder no es nada comparado con la luz de Herodio —gruñó Griffin, lanzándose hacia adelante.
Con un grito que resonó por todo el monasterio, Griffin cortó con su espada. El nigromante levantó su bastón para bloquear, pero la espada sagrada atravesó el arma con facilidad, partiéndola en dos. La sorpresa en los ojos del nigromante fue evidente, incluso a través de la máscara de hueso. Antes de que pudiera reaccionar, Griffin hizo un segundo corte, esta vez directo al corazón del mago.
El cuerpo del nigromante se estremeció, y por un instante, todo el mundo pareció detenerse. Luego, una explosión de luz y oscuridad sacudió el monasterio mientras la magia del nigromante se desvanecía, liberando a las almas cautivas y destruyendo los cadáveres animados.
Griffin se quedó de pie, jadeando, mientras observaba cómo el cuerpo del nigromante se desmoronaba en polvo. La luz de su espada se apagó lentamente, y el silencio, el verdadero silencio, finalmente volvió a las ruinas.
El sol comenzaba a elevarse en el horizonte cuando Griffin emprendió el camino de vuelta a Amanecer. Su cuerpo estaba agotado, pero una sensación de satisfacción profunda lo llenaba. Había cumplido con su deber, y la luz de Herodio había prevalecido una vez más.
A medida que avanzaba por el sendero, las tierras que antes habían sido oscuras y opresivas parecían ahora más brillantes, como si el sol mismo reconociera la victoria sobre las fuerzas del mal. Azrael avanzaba con paso tranquilo, como si también sintiera el alivio de que la misión había terminado.
A mitad del tercer día, cuando el paisaje comenzaba a tornarse más familiar, Griffin detuvo a Azrael al ver una figura que reconocía inmediatamente. Amaris, la cazadora de la guardia del señor feudal, estaba en el camino, aparentemente revisando su equipo. El corazón de Griffin dio un vuelco inesperado, algo que no había experimentado en mucho tiempo.
Ella levantó la vista al escuchar el ruido de los cascos y, al reconocerlo, una expresión neutra se dibujó en su rostro. Sin embargo, Griffin pudo sentir la misma tensión que había sentido en sus anteriores encuentros.
—Cazadora —dijo él, desmontando de su caballo y caminando hacia ella—. Parece que nos volvemos a encontrar.
Amaris lo observó con sus ojos afilados, siempre vigilante, pero había algo más esta vez. Una chispa de curiosidad, o tal vez de algo más, brillaba en su mirada.
—Griffin —respondió ella, su tono controlado—. Vuelves de una misión, lo puedo ver en tus ojos.
Griffin sonrió de lado. Amaris siempre lo intrigaba, esa mezcla de fuerza y misterio que parecía envolverla.
—Así es —dijo él—. ¿Y tú? ¿Por qué deambulas por estos caminos?
Amaris lo observó por un momento, como si estuviera sopesando si decirle la verdad. Finalmente, respiró hondo y respondió:
—Estaba cazando. Pero no he encontrado lo que buscaba.
Griffin notó la tensión en sus palabras, pero decidió no presionar. Había algo en el destino que seguía empujándolos a cruzarse una y otra vez, y cada encuentro dejaba más preguntas que respuestas.
—Quizá lo encuentres algún día —dijo Griffin, suavizando su tono—. Y si necesitas ayuda… siempre estoy cerca.
Amaris lo miró fijamente, sus ojos penetrantes como siempre, pero esta vez, Griffin notó un destello de algo más profundo. Algo que ni siquiera ella podía ocultar del todo y su curiosidad aumento tanto. Se lamio un poco los labios al verla en su ropa de cazadora y noto que la mujer se quedo mirando sus labios. Quería sonreír coqueto, pero en vez de eso, le ofreció su mano
— ¿Deseas acompañarme de vuelta a casa? — La palabra sonó con poder y hubo algo en su interior que identifico como anhelo