Alana se siente atrapada en una relación sin pasión con Javier. Todo cambia cuando conoce a Darían , el carismático hermano de su novio, cuya mirada intensa despierta en ella un amor inesperado. A medida que Alana se adentra en el torbellino de sus sentimientos, deberá enfrentarse a la lealtad, la traición y el dilema de seguir su corazón o proteger a aquellos que ama.
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Confesión
El silencio se hizo espeso mientras Darian me tenía atrapada contra la pared, sujetando mis muñecas con una fuerza controlada. Mis respiraciones eran rápidas y desiguales, intentando calmar el torbellino de emociones que me sacudían. Su rostro estaba tan cerca que podía ver cada detalle, desde el brillo oscuro en sus ojos hasta la leve contracción de su mandíbula. El aire entre nosotros era denso, cargado de algo que no podía definir pero que me hacía sentir una mezcla de tensión y adrenalina.
—¿Qué estás haciendo? —susurré, mi voz apenas audible, aunque llena de confusión. Mi corazón latía con fuerza, cada latido retumbando en mis oídos.
Él no respondió de inmediato. En cambio, dejó caer lentamente sus ojos hacia mis labios, y por un segundo, pensé que podría hacer algo que cambiaría todo. Pero, en lugar de eso, respiró profundamente y me soltó, dando un paso atrás. El contacto roto fue tan abrupto que casi me tambaleé.
—Lo siento —dijo finalmente, con la voz más ronca de lo habitual.
Sentí que la tensión en mi cuerpo disminuía lentamente, pero el vacío que dejó no era mejor. Había algo en la forma en que me miraba que me perturbaba, como si intentara esconder algo detrás de ese semblante calmado.
—No entiendo… —empecé, cruzándome los brazos en un gesto defensivo—. ¿Por qué estás haciendo esto? ¿Por qué te metes así en nuestras vidas?
Darian me observó por un segundo más, y luego apartó la mirada, dirigiéndose al sillón. Se dejó caer en él, inclinándose hacia adelante, con los codos apoyados en las rodillas y las manos entrelazadas. No respondió de inmediato, lo que solo hacía que mi frustración creciera.
—Es complicado —dijo finalmente, su voz baja, como si hablara más para sí mismo que para mí—. La relación con Javier nunca ha sido fácil… Pero no vine aquí para arruinar las cosas, Alana. Solo estoy… —se detuvo, como si no supiera cómo continuar.
—¿Solo estás qué? —pregunté, acercándome a él, tratando de entender qué era lo que estaba pasando por su cabeza.
Darian levantó la vista, su mirada encontrándose con la mía, y esta vez no había esa frialdad habitual. Parecía vulnerable, algo que no había visto antes en él.
—Estoy intentando encontrar mi lugar en todo esto —murmuró, casi inaudible—. No esperaba que las cosas fueran así. Y luego tú… tú complicaste todo.
Mis ojos se abrieron un poco más, sorprendida por su confesión. ¿Yo lo había complicado? Sentía que era al revés, que él había venido a desordenar todo lo que hasta ese momento había sido claro.
—¿Yo? —repetí, incrédula—. No soy yo quien ha estado jugando con todo esto. No soy yo quien ha aparecido en tu ventana en medio de la noche ni quien provoca peleas con su hermano.
Darian apretó los labios, su mirada fija en mí mientras procesaba lo que le decía. Se levantó del sofá, acercándose a mí con pasos lentos, controlados.
—No es tan simple como parece, Alana —dijo, con un tono grave—. Lo que tú y Javier tienen… no soy parte de eso, lo sé. Pero al mismo tiempo, no puedo evitar sentirme atrapado en medio.
Mi corazón latió más rápido. Su cercanía me ponía nerviosa, pero no podía dar un paso atrás. Algo en mí no quería alejarme. Lo miré, tratando de leer lo que había detrás de esa máscara que siempre llevaba puesta.
—¿Atrapado en medio de qué? —pregunté, sintiendo que estábamos llegando a algo más profundo, algo que ni siquiera sabía que existía.
Darian se quedó callado por un momento, como si estuviera decidiendo si decirme la verdad o no. Finalmente, suspiró y apartó la mirada, como si hubiera perdido una batalla interna.
—Entre lo que quiero y lo que debo hacer —respondió, su voz apenas un susurro.
El silencio que siguió a sus palabras fue ensordecedor. Sentí un hormigueo en la piel, un frío extraño que me recorría el cuerpo. Quería preguntarle qué significaba todo eso, pero al mismo tiempo, temía la respuesta. Rodrigo se pasó una mano por el cabello, frustrado, antes de volver a mirarme.
—Alana, no soy la persona que crees que soy —dijo, su voz más firme esta vez—. Y no quiero arruinar lo que tienes con Javier, pero… a veces no puedo evitarlo.
Sus palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago. ¿Qué estaba diciendo? ¿Que había estado evitando… qué, exactamente?
Di un paso atrás, sintiendo el peso de lo que acababa de confesarme. No podía ser. Esto era un desastre.
—Oye, yo… —empecé, pero no sabía cómo continuar. Mi mente estaba hecha un lío.
—No tienes que decir nada —dijo, dando otro paso hacia mí—. Solo… tenía que sacarlo. Ya no podía quedármelo dentro.
Mis pensamientos eran un torbellino, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. Todo lo que había estado sintiendo esos últimos días, las miradas, las tensiones… todo tenía sentido ahora. Darian estaba luchando contra algo, algo que no debería existir entre nosotros.
—Esto no está bien —murmuré, sintiendo la desesperación arrastrarse por mi pecho—. No puedes hacer esto. Javier…
—Lo sé —interrumpió Darian, su voz firme—. No pasará nada, Alana. No dejaré que pase nada.
El aire entre nosotros se volvió pesado nuevamente. No sabía cómo manejar lo que acababa de confesarme. Todo lo que quería era que las cosas volvieran a la normalidad, pero sabía que, después de esto, nada sería igual.
Darian dio un paso más, su cuerpo tan cerca del mío que sentía el calor que emanaba de él. Me quedé paralizada, mi respiración se volvió errática mientras lo miraba. Por un momento, pensé que haría algo que cambiaría todo para siempre, pero en el último segundo, se apartó.
—Será mejor que te vayas —dijo, su voz apenas audible—. No podemos seguir así.
Lo miré, incapaz de decir nada. Me dirigí hacia la puerta, con los pensamientos corriendo a mil por hora, y sin saber cómo procesar lo que acababa de pasar. Cuando salí de la casa, sentí el frío de la noche pegarme en la piel, pero no hizo nada por calmar el fuego que él había encendido dentro de mí.
*
Una semana había pasado desde la última vez que supe algo de Javier. Después de la pelea, no me había respondido ni un solo mensaje, y cada llamada había sido ignorada. Me sentía completamente vacía, como si una parte de mí se hubiera congelado en el tiempo, esperando a que algo—lo que fuera—me devolviera la normalidad. Pero no pasaba nada.
Hoy, mi mejor amiga decidió que ya había tenido suficiente de verme hundida entre las sábanas. Se apareció en mi casa sin previo aviso, cruzó mi habitación como si fuera suya y me lanzó ropa para que me vistiera.
—Vamos, Alana. No puedes seguir así —me dijo, su voz firme pero cariñosa mientras me jalaba del brazo—. Necesitas despejarte. Vamos a salir esta noche, y te prometo que no voy a dejar que pienses en nada más que en pasarlo bien.
Me resistí al principio. No tenía energía para fiestas ni ganas de estar con nadie. Pero la insistencia de mi amiga era implacable, y al final, me rendí. Sabía que, al menos por unas horas, podría olvidarme del desastre en el que se había convertido mi vida.
Nos dirigimos a una discoteca que solíamos frecuentar, pero esta vez no teníamos identificaciones. Sin embargo, mi amiga, siempre tan ingeniosa, convenció a uno de los guardias de seguridad para dejarnos entrar. No quise preguntarle qué le había dicho ni cómo lo había logrado. Realmente no quería saber nada más allá de lo que necesitaba en ese momento: olvidarme de todo.
Entramos y el sonido de la música me envolvió. Las luces, los cuerpos moviéndose, el ritmo pulsante… Todo comenzó a sentirse un poco más lejano, un poco menos pesado. Mi amiga fue directo a la barra, y aunque no estaba segura de si beber era la mejor idea, acepté el primer trago que me ofreció. Al principio, solo tomé un poco, lo suficiente para sentir el calor en mi estómago, pero luego le fui cogiendo más gusto. Trago tras trago, comencé a sentirme más ligera, más relajada… hasta que el mareo llegó, envolviéndome en una nube de confusión placentera.
El tiempo pasó difuso, y en algún momento me di cuenta de que necesitaba ir al baño. Tropecé con la gente mientras avanzaba, la cabeza me daba vueltas. Una vez dentro, me apoyé contra la pared fría y saqué mi teléfono. Sin pensarlo mucho, llamé a Javier.
El sonido del teléfono sonando al otro lado me puso nerviosa, como si de repente todo lo que había estado conteniendo durante la semana quisiera salir. Pero los segundos pasaron, y entonces, finalmente, alguien contestó. Al principio, sentí alivio. Pero cuando hablé, no fue la voz de Javier la que escuché.
—Hola —dijo una voz grave, preocupada.
Me congelé, el alcohol en mi cuerpo de pronto no ayudaba a calmarme.
—¿Qué haces con el teléfono de Javier? —pregunté, mi lengua tropezándose ligeramente con las palabras.
—Está dormido, y lo escuché sonar… pensé que podía ser importante —respondió, su tono más serio de lo habitual.
El malestar subió a mi garganta en un segundo, y sin decir nada más, le colgué. Me incliné sobre el lavabo y todo lo que había bebido salió de golpe. La sensación de náusea se mezclaba con el desconcierto.
Una hora después, seguía en el mismo estado, tambaleándome de un lado a otro mientras mi amiga intentaba hacerme entrar en razón.
—Alana, ya es suficiente. Deja de beber. Solo te traje para que salieras de casa no para que te pongas así —insistió, su tono preocupado. Pero yo no quería parar. No podía parar.
—¡No quiero! —le espeté, empujándola levemente para alejarla de mí.
Ella frunció el ceño, pero no me contestó. Se apartó un poco, dejándome espacio, y fue entonces cuando lo vi. Estaba parado a pocos metros, su mirada seria y preocupada mientras me observaba. No sabía cómo había llegado allí, pero verlo me desorientó aún más. Mi amiga lo notó también y se acercó rápidamente a él.
—Llévatela a casa, por favor —le dijo, su tono casi suplicante—. No quiere escucharme y está a punto de hacer una tontería.
Él asintió sin dudarlo y se acercó a mí. Al verlo, una ola de emociones se apoderó de mí. El mareo, la confusión, el enojo… todo mezclado en un caos en mi cabeza.
—No me voy a ir —dije, empujándolo cuando intentó sostenerme. Pero él no se rindió.
—Vámonos, Alana. Estás borracha —su voz era firme, pero calmada, intentando no alterarme más.
—¡No quiero! —grité, tratando de alejarme. Pero él me ignoró por completo y, sin darme más opción, me cargó en sus brazos. Pataleé, lo golpeé débilmente en el pecho, intentando escapar, pero el alcohol había mermado mis fuerzas. No podía hacer mucho más que revolverme mientras él me llevaba hacia la salida.
Darian no dijo nada durante todo el camino hasta el coche, pero pude sentir la tensión en su cuerpo. Cuando finalmente me dejó en el asiento trasero, cerró la puerta con cuidado y subió al asiento del conductor. Todo se sentía irreal, como si estuviera dentro de una burbuja, observando mi propia vida desde afuera.
Me incliné hacia el lado de la ventana, mi cabeza apoyada en el cristal frío mientras el mundo pasaba rápido afuera. Las luces de la ciudad se mezclaban con las sombras, y mi mente daba vueltas. Darian no habló, pero pude ver cómo de vez en cuando me lanzaba miradas a través del espejo retrovisor.
Finalmente, llegamos a mi casa. Se bajó del coche y, sin decir una palabra, me abrió la puerta. Apenas podía caminar, así que volvió a cargarme hasta la puerta de mi casa. Sentía el calor de su cuerpo contra el mío, el mismo que me había dejado confusa tantas veces.
Cuando me dejó en la puerta, por un momento, nuestras miradas se cruzaron. Algo en sus ojos me hizo sentir vulnerable de nuevo, como si estuviera desnuda ante él, sin barreras ni defensas. Pero no dijo nada. Solo me ayudó a entrar, y sin más, se despidió.
—Descansa, Alana —fue lo único que dijo.
Me apoyé en la puerta, observando cómo él se alejaba. Algo en mí no quería que se fuera. Era como si su presencia, pese a lo confuso que me hacía sentir, fuese como lo único que me mantenía anclada a la realidad en ese momento. Justo cuando estaba a punto de girar la manija para marcharse, lo llamé.
—Darian… —mi voz apenas era un susurro, pero él lo escuchó. Se detuvo, girándose ligeramente para mirarme por encima del hombro.
—Alana, no creo que sea buena idea —dijo, su tono grave y pausado.
Lo sabía, claro que lo sabía. Pero había algo más, algo que me impulsaba a seguir hablando, como si necesitara hacerle entender lo que ni yo misma comprendía del todo.
—Por favor… no te vayas —insistí, casi suplicante.
Darian negó con la cabeza, una sombra de conflicto cruzando su mirada. Dio un paso hacia la puerta, pero entonces, el mareo volvió a golpearme con fuerza. Sentí cómo el malestar se apoderaba de mí y, sin poder contenerlo, comencé a vomitar de nuevo.
Darian se dio la vuelta de inmediato, dejando escapar un suspiro de resignación. No dijo nada mientras me ayudaba a sostenerme. Con paciencia, esperó a que el malestar se calmara y, cuando terminé, me ayudó a limpiarme. Sus manos eran firmes, pero su trato fue sorprendentemente suave, casi cuidadoso.
—Vamos, necesitas descansar —me dijo, ayudándome a subir las escaleras hacia mi habitación.
Lo dejé hacer, incapaz de resistirme. Cada paso era un esfuerzo, mi cabeza seguía dándome vueltas y el cansancio se estaba apoderando de mí. Cuando finalmente llegamos a mi cuarto, me dejó en el borde de la cama y se apartó un poco.
—Cámbiate de ropa, Alana. No puedes dormir así —me indicó, su tono tranquilo, pero autoritario. Luego, añadió—: Esperaré del otro lado de la habitación.
Asentí lentamente, agradecida de que me diera algo de privacidad. Despacio, me quité la ropa manchada y me puse un pijama limpio. El contacto con la tela suave me hizo sentir un poco mejor, aunque el mareo seguía presente. Cuando terminé, lo llamé.
—Ya… puedes pasar.
Entró de nuevo, quedándose de pie cerca de la puerta, como si no supiera si debía acercarse más. Me acosté en la cama, la cabeza dándome vueltas mientras miraba el techo. Todo lo que había estado reprimiendo salió a la superficie en ese momento, como una ola imparable.
—Tenías razón —empecé, mi voz apenas un murmullo—. Estoy viviendo una vida sin pasión con Javier. Lo quiero… pero siento que todo es monótono, como si estuviéramos atrapados en una rutina. Y ahora… ahora que estás aquí, me haces sentir cosas raras. No sé qué me pasa.
Darian se quedó en silencio. Podía sentir su mirada sobre mí, pero no se movió. Durante lo que parecieron minutos, el cuarto estuvo lleno de esa tensión silenciosa, esa energía extraña que había entre nosotros desde que volvió.
—Alana… —comenzó a decir, su tono más suave de lo habitual, pero no terminó la frase.
Mi cuerpo estaba agotado, tanto física como emocionalmente. Sentía el peso de todo lo que había pasado, la pelea con Javier, mis sentimientos contradictorios, la presencia de Darian, todo mezclado en un caos que no podía ordenar. Lentamente, el cansancio me venció.
—Lo siento… —fue lo último que dije antes de quedarme completamente dormida.