Grei Villalobos, una atractiva colombiana de 19 años, destaca por su inteligencia y un espíritu rebelde que la impulsa a actuar según sus deseos, sin considerar las consecuencias. Decidida a mudarse a Italia para vivir de forma independiente, busca mantener un estilo de vida lleno de lujos y excesos. Para lograrlo, recurre a robar a hombres adinerados en las discotecas, cautivándolos con su belleza y sus sensual baile. Sin embargo, ignora que uno de estos hombres la guiará hacia un mundo de perdición y sumisión.
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Capítulo 12 Habitación roja 1/2
Este capítulo incluye una escena de contenido sexual. 🔞🔞🚫
Matteo Vannecelli
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Esta colombiana realmente disfrutaba de jugar con su suerte, y eso me entretenía mucho. Me encantaba que se hiciera la difícil, solo hacía que la deseara más. Verla vestida con ese traje de sirvienta me encendía de una forma que no pude evitar tomarla entre mis brazos y besarla; la deseaba intensamente y me hacía recordar ese sueño que tenía con ella. Quería llevar a cabo todos esos deseos... Verla preparar el desayuno era tan sexy que anhelaba tenerla en ese momento, pero logré controlar mis impulsos.
Un delicioso aroma llenaba el aire, también el fragor del café. Tenía muchas ganas de probar la comida, sentía hambre. Cuando finalmente terminó, me sirvió un plato con solo dos arepas y café. Arqueé una ceja: ¿por qué me estaba sirviendo solo arepas si había sacado huevos y salchichas? Y esas arepas se veían algo extrañas. Al preguntarle, noté que hizo una mueca y suspiró, como si no le gustara que le preguntara. Me explicó que en su región las hacía así. Era curioso, mi abuela nunca nos había hecho ese tipo de arepas. Ella mencionó que sabrían mejor con suero, pero ¿qué es el suero? No pude evitar preguntarle mientras probaba la arepa, que estaba deliciosa; me encantaba la mezcla de sabores: el huevo, la salchicha y la arepa. Sabía tan bien que me comí las dos arepas mientras ella disfrutaba de la suya.
—¡Muñeca, quiero más! —le dije, extendiéndole mi plato.
Ella abrió los ojos con asombro.
—Eres un tragón, ¿cómo pudiste comerte esas arepas en menos de un minuto? ¡Por Dios!
Veo que saca una arepa de su plato y me la coloca en el mío.
—Come con calma o te va a dar dolor de panza —me advierte mientras toma un sorbo de café.
—¿Solo vas a comer una? —le pregunté.
—Sí, soy de poco comer.
La observé comer de su arepa mientras yo hacía lo mismo, aunque dejé la mitad en su plato. Ella solo me miraba. Ambos terminamos de comer y ella comenzó a recoger los platos para lavarlos. Al terminar, se giró y nuestras miradas se encontraron.
—Quiero que de ahora en adelante ese sea el desayuno, y tienes que hacer más.
—Está bien, pero ¿cómo se debe pedir?
—¿A qué te refieres? —le respondí, sin entender.
—Si quieres que te cocine, debes pedirlo por favor. No soy tu esclava, Matteo.
Me acerqué a ella, rodeando la mesa con mis brazos.
—Muñeca, parece que no entiendes. Tú tienes que hacer todo lo que yo diga; no tengo que pedir por favor. Así que solo debes referirte a mí como amo.
Apreté su cadera con una mano y me sorprendió cuando respondió de manera retadora.
—¿Tengo? Tengo Que Morirme Y si no me pides por favor, no haré esas arepas que te gustaron, así que tú decides, ¡amo! —me dijo, con un tono que sonaba sarcástico.
Respiré, sonriendo; realmente tiene carácter. Colocando mi mano sobre su mentón, me acerqué a su rostro.
—Por favor.
Le di un suave beso en los labios.
—¿Ves que no fue difícil?
Ella respondió girando los ojos. La tomé de la mano y salimos de la cocina, subimos las escaleras hasta llegar a mi habitación especial. Abrí la puerta; estaba oscura. Le dije que entrara, y aunque dudó, lo hizo. Al encender la luz, la habitación se iluminó con un suave tono rojo. Cerré la puerta con seguro. Ella comenzó a inspeccionar la habitación y luego se volvió hacia mí, sorprendida.
—Bienvenida, muñeca, a la habitación roja —le dije, acercándome y tomando su cuello para darle un beso en los labios. Ella correspondió lentamente. Al separarme de ella por falta de aire, me preguntó nerviosa:
—¿Qué piensas hacerme aquí?
—Hacerte disfrutar, mostrarte el verdadero placer, mi muñeca.
Volví a besarla. Mientras nos besamos, la llevé a un rincón de la habitación, donde nos detuvimos. levantó sus manos mientras continuábamos besándonos. Tomé las cadenas y la espose. Me alejé un poco para observarla; se veía tan sexy, tan hermosa. Ella me miró con cierta inquietud.
—Mi muñeca, no debes sentir miedo; todo lo que haremos aquí te encantará, te lo prometo.
Deslicé mi mano por sus piernas hasta llegar a su zona íntima y empecé a tocarla, mientras con la otra mano acariciaba su seno. Inserté un dedo y comencé a moverlo con intensidad, mientras ella comenzaba a gemir. Luego, añadí un segundo dedo, manteniendo el mismo ritmo.
—¿Te gusta? —le pregunté mientras introducía un tercer dedo.
—Sí... —respondió entre gemidos.
Noto entre los movimientos que ella se mueve apretando las piernas, sus gemidos suenan por toda la habitación. Hasta que siento cómo todo su líquido cae en mi mano, mientras observo sus ojos dilatados. Saco mi mano, la meto en mi boca saboreando su sabor y luego la pongo en su boca para que también lo saboree. Con fuerza rompo la parte de arriba del disfraz, dejando sus senos al descubierto. Paso mi lengua entre mis labios, los acaricio suavemente, pero luego los aprieto, acercándome a ellos y colocándolos en mi boca, succionándolos. Después le doy pequeños mordiscos mientras ella gime pronunciando mi nombre, pidiendo que me detenga. Yo continúo haciéndolo, comienzo a hacerle pequeños hematomas en los senos, luego vuelvo a chuparlos. A sus pezones les doy pequeños mordiscos, hasta que escucho cómo ella gime con fuerza, apretando las piernas entre sí. Me alejo un poco para ver su rostro, está ruborizada. Toco su vagina, parece que ha tenido otro orgasmo. Sonrío. Me alejo de ella en busca de mis juguetes, con entusiasmo pretendo usarlos con ella.