Josh es un joven psicólogo que comienza su carrera en una prisión de máxima seguridad.
¿Su nuevo paciente? Murilo Lorenzo, el temido líder de la mafia italiana… y su primer amor de adolescencia.
Entre sesiones de terapia peligrosas, rosas dejadas misteriosamente en su habitación y un juego de obsesión y deseo, Josh descubre que Murilo nunca lo ha olvidado… y que esta vez no piensa dejarlo escapar.
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Capítulo 12
Josh se arregló, intentando convencerse de que hoy sería diferente. Sin Murilo. Sin juegos mentales. Solo un nuevo paciente, un caso simple, una rutina normal.
Apenas logró tragar el desayuno.
En el camino al instituto, el taxi se detuvo en todos los semáforos, como si el universo conspirara para prolongar su ansiedad. Cuando finalmente llegó, el edificio parecía más sombrío de lo normal, los guardias en la entrada estaban tensos, conversando en voz baja.
Josh ignoró el escalofrío en la espalda y entró.
Apenas pasó por la recepción cuando el Dr. Álvaro lo interceptó, el rostro pálido bajo la luz fluorescente del pasillo.
— Josh.
— Puedes hablar.
— Murilo se fugó.
El mundo se detuvo por un segundo.
— ¿Cómo que se fugó? ¡Esto es seguridad máxima! ¡Estaba con chaleco de fuerza!
Álvaro se frotó el rostro, las ojeras más profundas que nunca.
— Lo sé. Dos guardias eran aliados suyos. Ayudaron en la fuga.
Josh sintió que las piernas se le aflojaban. Las paredes parecían cerrarse a su alrededor.
— ¿Y ahora?
Álvaro lo miró a los ojos, serio.
— Quiero saber si te dijo algo antes de fugarse. Cualquier cosa que pueda ayudarnos a encontrarlo.
El recuerdo golpeó a Josh como un puñetazo en el estómago.
"La última vez que vamos a vernos aquí dentro, doctor Josh."
Murilo no estaba bromeando. Estaba avisando.
— Sí... dijo algo así: "la última vez que vamos a vernos aquí dentro, doctor Josh". No lo entendí en el momento.
Álvaro cerró los ojos, como si ya viera el desastre formándose.
— La policía ya está tras él, pero un criminal como él... es peligroso. E inteligente demás para ser atrapado fácil.
Josh asintió, pero su mente ya estaba lejos, revolviendo cada palabra, cada mirada, cada rosa dejada en su habitación.
— Ok... voy a mi sesión.
Álvaro sujetó su brazo antes de que pudiera irse.
— Josh... ten cuidado. Él tiene interés en ti. Eso nunca fue secreto.
Josh no respondió.
Porque en el fondo, él sabía:
Murilo no solo había huido de la prisión.
Había huido hacia Josh.
Y ahora...
El juego finalmente comenzaría de verdad.
La sala de terapia parecía extrañamente vacía sin la presencia opresiva de Murilo. Josh ajustó la silla, respiró hondo y miró la ficha en sus manos.
Nombre: Carlos Mendes
Edad: 17 años
Diagnóstico: Trastorno de ansiedad generalizada
Un timbre discretamente tocado por la enfermera anunció la llegada del paciente. La puerta se abrió, y un joven delgado, con ojos muy abiertos y hombros curvados hacia adelante, como si intentara hacerse más pequeño, entró despacio.
— *Entra, Carlos. Puedes sentarte donde te sientas más cómodo* — dijo Josh, con una sonrisa profesional que no alcanzó totalmente sus ojos.
Carlos asintió rápidamente y eligió el sillón más distante de la puerta, como si necesitara una ruta de escape. Sus manos temblaban levemente en su regazo.
— Entonces, Carlos... — Josh hojeó la ficha rápidamente. ...tu madre mencionó que has tenido algunas crisis de ansiedad en la escuela. ¿Quieres contarme sobre eso?**
Carlos miró sus propias manos, los dedos entrelazándose nerviosamente.
— Es... es como... empiezo a pensar que todo el mundo me está mirando, ¿sabes? Y entonces mi corazón se acelera y siento que voy a morir.
Josh anotó algo en su block, intentando concentrarse solo en ese momento, en ese paciente. Pero en el fondo de su mente, una voz susurraba:
"Vas a recordar quién era."
Él la ignoró.
— ¿Eso sucede en situaciones específicas? Como hablar en público, por ejemplo?
Carlos negó con la cabeza.
— A veces es de la nada. Incluso cuando estoy solo en mi habitación.
Josh se inclinó hacia adelante, las manos cruzadas sobre sus rodillas.
— ¿Y qué sueles hacer cuando sientes que la crisis está comenzando?
Carlos se encogió de hombros, los ojos húmedos.
— Yo... yo no sé. Solo espero que pase.
Josh respiró hondo. Este era un caso simple. Alguien que realmente necesitaba ayuda. Alguien a quien él podía ayudar.
— Carlos, hoy vamos a empezar a trabajar algunas técnicas para que puedas lidiar con esas crisis, ¿de acuerdo?
El chico asintió, un poco más relajado.
— Está... está bien.
Josh comenzó a explicar ejercicios de respiración, intentando mantener su voz calma y estable. Pero mientras Carlos practicaba inspirar y espirar lentamente, los ojos de Josh vagaron hacia la ventana.
Afuera, en el estacionamiento, un hombre de traje negro se apoyaba en un coche.
Demasiado lejos para ver el rostro.
Pero lo suficientemente cerca para que Josh sintiera la sangre helarse en sus venas.
Carlos tosió, trayendo a Josh de vuelta a la realidad.
— Disculpa... creo que lo hice mal.
Josh forzó otra sonrisa.
— No, lo estás haciendo bien. Vamos a intentarlo de nuevo.
Volvió a concentrarse en el chico, en las técnicas, en el trabajo.