El nuevo Capo de la Camorra ha quedado viudo y no tiene intención de hacerse cargo de su hija, ya que su mayor ambición es conquistar el territorio de La Cosa Nostra. Por eso contrata una niñera para desligarse de la pequeña que solo estorba en sus planes. Lo que él no sabe es que la dulzura de su nueva niñera tiene el poder de derretir hasta el corazón más frío, el de sus enemigos e incluso el suyo.
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Los peligros asociados a cambiar un pañal
Sofía
–Mi amigo debe estar sufriendo –dice Dante con la boca llena de pasta.
–No molestes a Gabo, Dante. Ya será tu turno.
–No cambiaré pañales.
–Claro que lo harás –le debate su nona–. Yo me encargaré de eso –agrega guiñándome un ojo.
–La pasta está deliciosa –digo con una enorme sonrisa–. No comía así desde que papá murió.
–Mi nona hace la mejor pasta del país.
La señora le sonríe a su nieto. –Los halagos no te darán más pasta, jovencito.
Dante hace un mohín y por unos segundos olvido que también es un Capo. Parece un crio cuando habla con su nona, debe quererla mucho.
–Están demorando bastante, ¿no creen? –pregunto preocupada al mirar en la dirección en que Gabriele y Mía salieron.
–Mi amigo debe estar pasando el mejor momento de su vida, eso seguro –dice Dante valiéndose otro golpe en la nuca de su nona.
–Gabo puede con eso.
–Disculpe, ¿por qué le dice Gabo? –pregunto curiosa.
–Gabriele era un niño muy pequeño y delgado para su edad. –Mi boca cae abierta–. Lo sé, cielo, cuesta creerlo viéndolo ahora, pero lo era. En ese tiempo yo tenía un galgo, y Dante dijo que se parecían, lo que le causó mucha gracia a Gabriele.
–Entiendo –digo al pensar en esa raza de perros.
–Y yo lo bauticé como Gabo –termina la historia mientras mira a su nieto–. En cambio mi Dante era alto y tenía mucho sobrepeso por comer tanta pasta.
Dante ríe mientras termina de comer lo que queda en su plato. –El ejercicio me ayuda a mantenerme en forma, la comida de mi nona es mi debilidad.
–Y las mujeres que no son buenas para ti –agrega su abuela a la vez que chasquea la lengua.
Dante nos sirve moscato y ambas bebemos. Está helado y delicioso.
–Es la primera vez que bebo alcohol –digo a nadie en particular.
–Oh, entonces deberías quedarte esta noche. Yo te cuidaré –empieza a decir Dante, pero se detiene cuando su abuela lo golpea con la cuchara de palo.
–Algún día una mujer te enseñará cómo se debe respetar a una dama –lo amonesta su nona.
–Lo dudo –devuelve Dante divertido.
Sigo bebiendo mientras los escucho discutir y lanzarse bromas entre ellos. Sin embargo, mis ojos siguen desviándose hacia el pasillo.
–Ve, cariño –me dice la nona de Dante–. Yo también me estoy poniendo nerviosa.
Me bebo lo que queda en mi copa y me dirijo hacia el pasillo.
–La primera puerta a la izquierda –dice Dante mientras roba pasta de mi plato, ganándose otro golpe de su nona.
Al llegar a la primera puerta, que se encuentra abierta, mi boca cae al suelo al ver a Gabriele desnudo de la cintura para arriba, intentando colocarle el pañal a una inquieta Mía.
Sé que ya lo había visto desnudo el día que creí que estaba soñando, pero no recuerdo muchos detalles. En cambio ahora puedo ver a la perfección todo su cuerpo marcado y su pantalón apenas cubriendo sus oblicuos. Puedo ver cada vena que cruza su brazo, cada vello que baja por su pecho, cada abdominal que cubre su vientre, y puedo apreciar sus enormes pectorales.
Estoy metida en un terrible problema.
Antes podía imaginarlo, pero ahora tendré una imagen muy clara para mis fantasías nocturnas. Demasiado clara para mi gusto. Sé que mi cerebro está memorizando cada ángulo, cada detalle de él para después reproducirlo en mi mente por las noches cuando estoy sola y ansiosa por sentirme bien.
Tiene un tatuaje en una de sus muñecas, signo de pertenencia a la Camorra, de una calavera negra con un cuchillo atravesándola. También tiene un tatuaje de un dragón negro por todo el costado de su torso, terminando la cabeza del animal, pintada de color rojo y plata, en un grito silencioso sobre uno de sus pectorales.
Es magnífico.
No sabia que tenía un fetiche con los tatuajes hasta ahora.
–En vez de mirarme con la boca abierta podrías ayudarme –masculla Gabriele sacándome del estado de embobamiento en el que me encontraba.
–No estaba mirando –devuelvo.
–Lo que tú digas, Sofi –dice pasando la mano por su frente cubierta con gotas de sudor–. No sé cómo ponerlo. Ya arruiné una chaqueta y una camisa, no quiero arruinar mis pantalones.
–O quizá sí –digo sin pensar.
–¿Perdona? –pregunta con diversión en sus ojos.
Sacudo mi cabeza para poder enfocarme en Mía y no en su hermoso padre.
–Nada. Olvídalo –agrego mientras coloco el pañal en su posición correcta –Las cintas van por detrás y hacia arriba.
–Claro, tiene sentido –dice–. Deberías haberme ayudado –le dice a Mía, quien lo mira embelesada. Como imagino estaba yo hace unos segundos.
–Si sostienes sus piernas es más fácil y esto sirve para fijar el pañal en su sitio –le explico nerviosa, intentando mirarlo lo menos posible–. ¿La ropa de Mía? –pregunto al verla semidesnuda.
–Tuve que bañarla porque al intentar cambiar el pañal manché todo, su ropa, la mía y sus piernas.
Me rio mientras acaricio la barriga de Mía, quien está sonriendo mientras muerde una de sus manos.
–Es una gladiadora, no se queda quieta –dice.
–Lo sé –respondo–. No ayuda mucho su actitud a la hora de cambiar su ropa, pero mantiene las cosas divertidas, ¿verdad, cielo?
La niña mueve sus piernas lanzando patadas al aire como respuesta.
–Algún día pateará el trasero de alguien –dice Gabriele pasándome el bolso.
–Ya lo creo que sí –digo mientras busco ropa limpia.
En menos de tres minutos está nuevamente vestida.
–Siento haber arruinado sus vestidos en conjunto.
Me giro hacia Gabriele con una sonrisa. –Gracias por notarlo, por lo menos pudimos lucirlo.
Miro su pecho desnudo y trago saliva. –¿Qué vas hacer con… con tu ropa? –pregunto.
–Si sigues mirándome así no respondo, Sofi.
Trato de dejar de mirarlo, pero no puedo, mis ojos se niegan a hacerlo. Levanto mis manos, sin pensar en nada, y las coloco sobre sus pectorales, los cuales están a la altura de mi cabeza. Él es demasiado alto o yo soy muy pequeña, pero en este momento todo me parece perfecto.
Paso mis uñas por su estómago, bajando por sus abdominales para después volver a subir por su costado, acariciando el tatuaje.
Su piel se siente dura y caliente bajo mis dedos. Tan caliente como me siento en este momento.
–Sofi –me llama con la voz estrangulada–. No estás siendo justa.
–Lo siento, yo…–Callo cuando sus dedos se enredan en mis rizos.
Levanto mi cara hacia la suya, sin razonar, solo necesitando sentirme más cerca. Me pongo en puntillas para sentir su respiración forzada sobre mi boca.
–Maldita sea, Sofi –sisea mientras recuesta su frente en la mía.
Estamos tan cerca que puedo escuchar su corazón latiendo a toda velocidad, al igual que el mío, contra mí.
–Yo… yo… –susurro mientras acaricio su barbilla con la mía–. No sé qué me pasa.
–Hueles tan bien –masculla en mi oído, logrando que toda mi piel se erice.
–Por favor, yo quiero, necesito sentirte –ruego buscando sus labios con los míos.
Gruñe desde el interior de su garganta antes de tomar mi cabello con más fuerza.
–Tú lo pediste, fierecilla –susurra en mis labios antes de besarme.
Al principio choco con sus dientes por mi impaciencia, pero luego él se hace cargo y me obliga a rendirme a su ritmo.
Sus labios se mueven sobre los míos con confianza, como si lo llevara haciendo años. Siento envidia de no poder besarlo de la misma manera. No sé cómo se supone que debe besarse a un hombre. Sin embargo, no dejo que eso me preocupe, y me coloco sobre sus pies para poder alcanzarlo con más facilidad y luego pruebo sus cálidos y firmes labios con mi lengua, tímidamente al principio, pero cuando una de sus manos me toma por mi cintura y me pega más a su cuerpo olvido mi vergüenza.
Abro mi boca ansiosa por sentir su lengua.
Gabriele gruñe cuando su lengua toca la mía, y creo que yo lo hago también. No podría decir que se siente como siempre he soñado porque nunca soñé que besar se sintiera así. Violento, hambriento y sucio de alguna deliciosa manera.
Pero a pesar de lo anterior, me siento desilusionada porque pensé que esto me llenaría, pero me hace sentir más hambrienta, más inquieta.
Quiero y necesito más.
–Más –susurro–. Dame más –pido mientras me muerde el labio inferior.
Levanta mi muslo y lo apoya en su cadera. Ahogo un jadeo al sentirlo duro contra mi estómago.
–¿Está bien así, fierecilla? –pregunta sobre mis labios.
Miro sus ojos, que están oscuros, dominados por la misma necesidad que yo siento en este momento.
–Quiero más –ruego mientras tomo su rostro cincelado entre mis manos. Paso mis uñas por su cuero cabelludo–. Necesito más.
Me mira con fiereza y con fuego en su mirada, prometiéndome todo lo que necesito en este momento para volver a ser yo.
Finalmente lo conseguiré.
–Oh, mierda. Lo siento. –Nos separamos al escuchar a un preocupado Dante–. Gabriele es una emergencia.
Mi cuerpo se enfría a la misma velocidad que la mirada de Gabriele lo hace.
Yo y mi mala suerte.