Gia es una hermosa mujer que se casó muy enamorada e ilusionada pero descubrió que su cuento de hadas no era más que un terrible infierno. Roberto quien pensó que era su principe azul resultó ser un marido obsesivo y brutal maltratador. Y un día se arma de valor y con la ayuda de su mejor amiga logra escapar.
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Capítulo 11 – Sabor a hogar
La mañana del sábado llegó envuelta en una luz suave y un silencio inusual.
Gia se asomó a la cocina y se sorprendió al ver a Noa ya despierto, con una camiseta blanca, un y un pantalón deportivo gris, y tarareando en voz baja mientras freía unos huevos.
—¿Qué haces tan temprano, chef Bianchi? —preguntó con una sonrisa, aún adormilada.
Noa alzó la vista y sonrió.
—Pensé que era momento de darte una muestra real de mis habilidades culinarias.
—No sé cómo agradecerte —respondió Gia, mientras se sentaba en la barra de la cocina.
—Perfecto. Hoy no solo te hare el desayuno, si no que hoy almorzamos a la manera de mi nonna, que en paz descanse. Una vez me dijo que, si alguien come tu pasta y sonríe, es que estás haciendo algo bien en la vida.
Gia soltó una carcajada y Noa se impresiono de lo hermosa que se veía riendo así. Se dijo “Basta” y continúo cocinando. Ella lo observó moverse entre los ingredientes con soltura. Era evidente que no improvisaba: cocinaba con cariño, como quien sigue un ritual que forma parte de su historia. El aroma del ajo dorado, la salsa de tomates frescos y el pan tostado llenaban el departamento de un calor diferente. Un calor de hogar.
Desayunaron juntos en la terraza. Gia probó el primer bocado y cerró los ojos.
—Esto es... maravilloso.
—¿La mia Nonna estaría orgullosa?
—Tu Nonna te haría un altar.
Ambos rieron, relajados, como si llevaran años compartiendo comidas y sobremesas.
La charla fue fluyendo con naturalidad. Hablaron de películas, de libros, de la ciudad, de todo un poco. Noa le contó que había vivido unos años en Florencia por trabajo, que extrañaba el idioma, los mercados, los domingos de vino y siesta. Gia, por su parte, solo mencionó detalles vagos: que venía de una ciudad pequeña, que había estudiado arte, y que, por muchas razones personales, había necesitado un nuevo comienzo.
Noa no presionó. Y ella lo agradeció en silencio.
—El lunes empezaré a buscar trabajo —dijo Daniela mientras recogían los platos—. Mis ahorros no van a durar mucho y… necesito ganarme la vida.
—Puedo ayudarte con eso —respondió él, como si fuera lo más natural del mundo—. En mi empresa están buscando una asistente para el CEO. Es un puesto de confianza, pero tú tienes lo que se necesita. Eres organizada, observadora… y te presentas bien.
Daniela abrió los ojos, sorprendida.
—¿Tú crees?
—Yo lo sé.
Noa de disculpo un momento, se levantó de la mesa y hizo una llamada con su celular, hablo un par de minutos y regreso a la mesa.
—Ya hablé con recursos humanos. Te esperan el lunes a las 9 para una entrevista.
Obviamente tendrás que pasarla como todos, pero… digamos que mi recomendación pesa un poco.
Ella lo miró como si acabara de darle una estrella.
—Noa… gracias. De verdad. No sé cómo agradecerte todo lo que estás haciendo por mí.
Él se encogió de hombros.
—No tienes que hacerlo. Solo prométeme que, cuando tengas tu primer sueldo, invitarás la cena.
—Cuenta con eso —le dijo Gia con una gran sonrisa.
—Nunca olvido una promesa —bromeó, levantando una ceja.
—Bueno debo salir a comprar algo de ropa para la entrevista, la verdad es que no tengo mucha ropa.
Terminaron de comer y Noa acompaño a Gia a hacer sus compras. Y mientras el sol de la tarde les acariciaba los rostros, Gia sintió algo que la asustó y la llenó a la vez: esperanza. Por primera vez en años, desde que se había casado con Roberto la vida le estaba tendiendo una mano… y ella estaba aceptándola.
Lo que no sabía, era que el lunes por la mañana, al entrar a la imponente oficina de la empresa B & Co., descubriría que el CEO no era un extraño.
Era Noa.