Morir a los 23 años no estaba en sus planes.
Renacer… mucho menos.
Traicionada por el hombre que decía amarla y por la amiga que juró protegerla, Lin Yuwei perdió todo lo que era suyo.
Pero cuando abrió los ojos otra vez, descubrió que el destino le había dado una segunda oportunidad.
Esta vez no será ingenua.
Esta vez no caerá en sus trampas.
Y esta vez, usará todo el poder del único hombre que siempre estuvo a su lado: su tío adoptivo.
Frío. Peligroso. Celoso hasta la locura.
El único que la amó en silencio… y que ahora está dispuesto a convertirse en el arma de su venganza.
Entre secretos, engaños y un deseo prohibido que late más fuerte que el odio, Yuwei aprenderá que la venganza puede ser dulce…
Y que el amor oscuro de un hombre obsesivo puede ser lo único que la salve.
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Capitulo 21: Sangre sucia
Lian conducía como si el camino no existiera, solo el destino. Las luces de la ciudad se convertían en líneas borrosas a los costados del auto. No sentía las manos, apenas el peso del volante. Su mente estaba en blanco, reducida a una sola imagen: Yuwei.
La dirección que Xiang le había enviado estaba marcada en la pantalla del teléfono, parpadeando en rojo. Un punto al norte de Shanghái, en la zona industrial abandonada. Nadie en su sano juicio iría allí de noche. Pero Lian no era nadie cuerdo en ese momento.
El auricular vibró con una llamada entrante. Era Jian, su amigo y segundo al mando.
—¡No lo hagas solo! —su voz sonó al instante, firme, preocupada—. Ya mandé aviso a la policía. Van en camino, ¿me oyes?
Lian no respondió.
—Lian —repitió Jian, esta vez más serio—. Escúchame. Sabes cómo terminan estas cosas cuando pierdes la cabeza.
Su mirada seguía fija en la carretera.
El tono de su voz fue casi un susurro, pero cargado de una rabia contenida que atravesó la línea.
—No estoy perdiendo la cabeza, Jian. Solo estoy yendo a recuperarla.
El silencio al otro lado duró unos segundos. Jian suspiró.
—Al menos lleva refuerzos.
—No tengo tiempo.
—Lian, por dios, piensa—
—No. —Cortó la llamada.
El sonido del motor llenó el vacío.
La lluvia empezó a caer, ligera, golpeando el parabrisas con un ritmo desigual. El mundo afuera se volvió un borrón gris y húmedo, pero dentro del coche solo había oscuridad y el sonido de su respiración.
Cada vez que recordaba la voz de Xiang, cada palabra burlona, el eco del miedo en el grito ahogado de Yuwei que había imaginado, sentía la furia hervirle bajo la piel. Su hermano menor había cruzado una línea.
Y Lian no era de los que perdonaban.
Cuando por fin giró hacia el camino industrial, el paisaje cambió. Fábricas abandonadas, grúas oxidadas, contenedores apilados. El aire era denso, cargado de polvo y humo. Detuvo el auto en seco frente a un almacén con las puertas entreabiertas.
La ubicación coincidía.
El sonido del motor se escuchó a lo lejos, rompiendo el silencio del edificio como un rugido contenido.
Xiang levantó la cabeza, una sonrisa lenta y venenosa curvándole los labios.
—Vaya, vaya… —murmuró, tirando el cigarro al suelo—. Qué puntual. Sabía que vendrías, hermano.
Dos de los hombres que lo acompañaban se habían ido a revisar el piso superior, dejando el almacén más vacío, más tenso. Solo quedaban dos junto a Xiang: uno vigilando la puerta, el otro recostado contra la pared con un cuchillo en la mano.
Yuwei seguía en el suelo, las muñecas lastimadas por las cuerdas. Podía sentir el corazón golpeándole el pecho con fuerza. El eco del motor había traído una chispa de esperanza que casi le dolió.
Lian…
Sabía que era él. No había nadie más capaz de llegar con esa presencia que paralizaba hasta al aire.
—No te atrevas a hacerle daño —le dijo, la voz ronca de tanto llorar.
Xiang se agachó frente a ella, el reflejo de la bombilla parpadeante iluminándole el rostro.
—Shhh… —hizo un gesto con el dedo, disfrutando el miedo que veía en sus ojos—. No quiero que grites, preciosa. No todavía.
Sacó un trozo de cinta adhesiva del bolsillo trasero y lo levantó.
—Tu novio favorito se está acercando, y si hay algo que detesto, es el ruido innecesario.
—No te atrevas—
Antes de que terminara, Xiang la sujetó del mentón con fuerza y presionó la cinta sobre su boca.
—Así está mejor. —Se enderezó, satisfecho, mientras Yuwei trataba de apartarse sin éxito.
El sonido de un portazo en la distancia lo hizo reír.
—Parece que ya llegó. —Levantó la mirada hacia los hombres que quedaban—. Escuchen bien: si entra, no disparen todavía. Quiero verlo… quiero verle la cara cuando me vea con ella.
Uno de los hombres dudó.
—¿Y si viene armado?
Xiang lo miró, fastidiado.
—Por supuesto que viene armado. Es Zhao Lian. —Dio un paso hacia él y lo empujó por el pecho—. Pero no te preocupes, lo que no entiende mi querido hermano es que esta vez no todo gira a su favor.
Yuwei se movió con desesperación, intentando zafarse de la cuerda. Las lágrimas le nublaban la vista, pero no iba a rendirse. Sabía que Lian no llegaría hablando. Cuando él entrara, no habría advertencias, no habría negociación.
Solo silencio, pólvora y muerte.
Xiang se acercó a la ventana rota del almacén y miró hacia afuera. El sonido de los pasos en la grava se escuchaba ya más cerca. Una sombra se movió entre los contenedores.
Su sonrisa se ensanchó.
—Vamos, hermano —susurró, con el tono burlón que siempre usaba cuando quería provocar—. Muéstrame qué tan salvaje eres cuando te tocan lo que crees tuyo.
El viento sopló más fuerte, levantando polvo.
Yuwei cerró los ojos, con el corazón latiendo como un tambor.
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El almacén estaba sumido en una penumbra sucia, apenas iluminado por una lámpara que parpadeaba cada tantos segundos. Lian entró con la respiración contenida, los pasos firmes y la mirada clavada en la figura que vio en el suelo. Ahí estaba Yuwei, tirada contra el cemento, con las muñecas marcadas, los ojos llenos de lágrimas y la cinta cubriéndole la boca. Cuando ella lo vio, el cuerpo entero le tembló: no era alivio puro, era una mezcla de esperanza y miedo, como si no supiera si él alcanzaría a llegar a tiempo.
No pudo dar ni dos pasos hacia ella.
Una sombra salió desde la esquina derecha, tan rápido que ni su instinto entrenado alcanzó a reaccionar. Sintió un pinchazo frío en el cuello, un ardor que le recorrió la piel como fuego líquido. Intentó girar para ver quién lo había tocado, pero sus piernas se aflojaron de golpe, como si el piso se hubiera derretido bajo sus pies. El latido en sus sienes se volvió ensordecedor y su visión vibró.
La risa que escuchó después lo hizo abrir los ojos con furia, aun mientras caía de rodillas contra el cemento. Xiang salió de la oscuridad como si hubiera estado esperando justo ese momento. Su sonrisa era la versión barata y retorcida de lo que alguna vez quiso imitar de Lian: arrogancia sin poder real.
—Hermano —dijo con un tono suave, casi cariñoso—. Tardaste.
Lian intentó levantarse, pero la fuerza le falló. El suelo le golpeó el hombro cuando cayó por completo. Yuwei soltó un sonido desesperado tras la cinta, retorciéndose para intentar acercarse. Xiang ni siquiera la miró.
Lian todavía consciente, vio cómo un par de botas se acercaban y apenas alcanzó a tensar los músculos cuando uno de los hombres lo tomó por los brazos y lo arrastró hacia el centro del almacén. El efecto del sedante era veloz; sentía la sangre pesada, los músculos lentos, pero su mente… su mente seguía despierta, tomando nota de cada rostro, cada voz, cada detalle.
El mundo se le apagó como si alguien hubiera cerrado una puerta.
El golpe del agua fría lo arrancó de la oscuridad.
Lian inhaló con fuerza, abriendo los ojos de golpe, como si volviera del fondo de un río helado. Estaba de rodillas, el cemento frío bajo sus piernas; las muñecas atadas detrás de la espalda con una cuerda gruesa que le mordía la piel. Sintió el sabor metálico en la boca antes de ver la sangre seca en el labio.
Frente a él, uno de los hombres agitaba el balde vacío, satisfecho por haberlo despertado. A la izquierda, otro hombre lo observaba con una sonrisa de perro callejero. Detrás de ellos, Xiang estaba sentado sobre una caja, mirándolo como si disfrutara del espectáculo.
Pero la única mirada que buscó fue la de Yuwei.
Ella seguía en el suelo, con la cinta en la boca, el cabello desordenado y las muñecas lastimadas. Se estaba moviendo tanto que parecía que en cualquier momento iba a dislocarse el hombro. Cuando lo vio despierto, dejó de forcejear solo para llorar más fuerte. Era desesperación pura. Era impotencia. Era amor en su forma más dolorosa.
Uno de los gánsteres se acercó y, sin aviso, lanzó un golpe directo al rostro de Lian. La cabeza de él se inclinó hacia un lado, su respiración se cortó por un segundo. Yuwei chilló debajo de la cinta, retorciéndose violentamente, tratando de arrastrarse hacia él. El hombre la empujó de vuelta con el pie, como si fuera un objeto estorbando en el piso.
Xiang se rió.
—Siempre pensé que verte de rodillas sería más emocionante —dijo, cruzándose de brazos—, pero mira… eres igual de aburrido que siempre.
Lian alzó la cabeza despacio. Su respiración era pesada, densa, pero sus ojos… sus ojos seguían siendo dos cuchillas. No había miedo, ni súplicas, ni desesperación. Solo una calma helada que puso tensos a todos los hombres del lugar.
—Vamos, hermano —insistió Xiang—. Di algo. Grita, insúltame, prométeme que me vas a matar. Dame algo.
Lian lo miró en silencio, y ese silencio valió más que cualquier amenaza. Xiang se incomodó. Intentó disimularlo, pero retrocedió medio paso.
Lian habló por fin, con la voz grave, ronca, pero más peligrosa que cualquier grito.
—Si la tocas… si uno solo de ustedes la roza otra vez…
—Se inclinó hacia adelante, tensando la cuerda sin siquiera sentir el dolor— …no quedará nada de ti que puedan recoger.
Xiang sintió un escalofrío que no supo explicar.
Yuwei dejó de luchar un segundo. Sus ojos se llenaron de lágrimas nuevas, pero no de miedo. Era otra cosa. Era el reconocimiento silencioso del hombre del que se había enamorado.
El almacén quedó sumido en un silencio espeso.