CECIL EL FINAL DE LA VILLANA

Capítulo 10.

Los días siguientes todo comenzó a normalizarse para Cecil. Volvió al trabajo con energía renovada y, poco a poco, logró recuperar a los clientes que había perdido durante su reciente crisis. Su profesionalismo y carisma la ayudaron a retomar el lugar que había construido con tanto esfuerzo. Aunque las sombras del pasado seguían presentes, Cecil comenzaba a vislumbrar un nuevo futuro.

Adrien, por su parte, no dejó de estar a su lado. Cada día buscaba excusas para verla, para alegrarle el día. Con pequeños gestos, como llevarle flores frescas o chocolates, le demostraba que estaba dispuesto a conquistarla. En ocasiones, le decía lo hermosa que se veía, lo feliz que lo hacía su compañía, dejando entrever sus sentimientos más profundos. Cecil disfrutaba de las atenciones de Adrien, y aunque al principio se mostraba reticente, poco a poco fue cediendo. Sentía que, tal vez, después de todo lo vivido, merecía darse una oportunidad de ser feliz.

Un mes después, Adrien estaba decidido a dar un paso más. Sabía que la amaba y quería que ella lo supiera, que el mundo lo supiera. Planeó cada detalle con cuidado, queriendo que todo fuera perfecto para Cecil. Rentó un restaurante exclusivo solo para los dos y preparó una cena romántica. Las luces cálidas de las velas y la música suave crearon una atmósfera íntima que hacía sentir cómoda a Cecil. Durante la cena, Adrien se armó de valor. Su corazón latía con fuerza mientras tomaba la mano de Cecil y, mirándola a los ojos, le confesó lo que sentía: “Cecil, desde que te conocí, supe que eras especial. Cada momento contigo ha sido un regalo, y no quiero que termine. Te amo y quiero que seas mi novia.”

Cecil, emocionada, sintió cómo las palabras de Adrien llenaban su corazón. Sin dudarlo, aceptó. La alegría en el rostro de Adrien era evidente, y sellaron la promesa de amor con un beso apasionado. Era un beso lleno de esperanza, de ganas de dejar atrás las cicatrices del pasado y empezar de nuevo.

 La noche continuó de manera mágica. Rieron, compartieron recuerdos y soñaron con el futuro. Al final de la velada, ambos se sintieron más unidos que nunca. Fue una noche inolvidable, una noche en la que dejaron que sus corazones heridos sanaran y que las heridas del pasado se convirtieran en lecciones. Por primera vez en mucho tiempo, Cecil sintió que la felicidad estaba al alcance de su mano, y Adrien supo que haría todo lo posible por mantener esa sonrisa en el rostro de la mujer que amaba.

Al día siguiente, Cecil llegó feliz al trabajo. La alegría que sentía era evidente en su rostro, y todo a su alrededor parecía irradiar luz. Durante el desayuno, decidió compartir la noticia con su tía. Con una sonrisa nerviosa pero emocionada, le contó acerca de su nueva relación con Adrien. Su tía, que habitualmente era reservada con sus emociones, se mostró conmovida y le dijo: “Cecil, tú eres una buena mujer. Mereces ser feliz, y si ese hombre te ama y te respeta, tiene mi bendición.”

Esas palabras significaron mucho para Cecil. Su tía había sido como una madre para ella desde que perdió a sus padres, y siempre había tenido un criterio firme, especialmente en lo que respectaba a Edwards Harper. Recordó cómo su tía se había opuesto a esa relación, advirtiéndole sobre las verdaderas intenciones de aquel hombre. Al final, su tía había tenido razón, y Cecil había pagado caro por no escucharla.

Inspirada por las palabras de apoyo de su tía, Cecil se sintió lista para enfrentar el día. Entró a su oficina con renovada energía, lista para abordar sus proyectos y continuar con el buen momento que estaba viviendo. Pero esa alegría se desvaneció de inmediato cuando se encontró frente a una visión inesperada: Edwards Harper.

 Allí estaba, parado en el centro de su oficina, como si el tiempo no hubiera pasado. Cecil sintió que el aire se le escapaba. Durante los últimos diez años, había pensado que él nunca tendría el descaro de aparecer frente a ella después de todo lo ocurrido. Pero allí estaba, con la misma postura arrogante que recordaba, como si nada hubiera cambiado.

“Buenos días, Cecil,” dijo Edwards con una voz calmada, pero con ese tono de superioridad que tanto la había irritado en el pasado. “Necesitamos hablar.”

Cecil lo miró fijamente, tratando de controlar las emociones que amenazaban con desbordarse. No sabía si era rabia, dolor o simple incredulidad, pero lo que estaba claro era que no iba a permitir que él arruinara todo lo que había construido desde su salida de la cárcel.

“No sé qué haces aquí ni qué crees que tenemos que hablar, pero si viniste a remover el pasado, ahórrate el esfuerzo,” respondió con frialdad, cruzando los brazos y manteniéndose firme.

 Edwards suspiró, como si estuviera preparado para esa reacción. “No vine aquí para pelear, Cecil. Vine porque… necesitamos tu ayuda. Clara y yo estamos en problemas, y tú eres la única que podría salvarnos.”

 Cecil sintió que su corazón daba un vuelco. ¿Ayudarlos? ¿Después de todo lo que le habían hecho? La idea era tan absurda que casi le hizo reír. Pero en lugar de reír, lo miró fijamente, intentando procesar lo que acababa de decir.

“¿Salvarlos?” preguntó, con un tono que dejaba entrever su incredulidad. “Edwards, si vienes aquí a pedir mi ayuda, has cometido un error. Porque si crees que voy a mover un dedo por ustedes después de todo lo que hicieron, estás delirando.”

“Lo entiendo,” respondió Edwards, bajando la cabeza por un momento, algo que Cecil no había visto antes en él. “Tienes todo el derecho a odiarnos. Pero esto no es solo por nosotros… es por nuestro hijo.”

Esas últimas palabras hicieron que Cecil se quedara en silencio. Su hijo. Durante diez años había creído que ese niño no había sobrevivido, que el precio de su venganza había sido la vida de un inocente. Pero ahora, Edwards estaba aquí, mencionando al niño como si existiera, como si siempre hubiera estado vivo.

“Lárgate,” dijo finalmente, su voz temblando de rabia contenida. “No quiero escucharte. No quiero verte. Y mucho menos quiero ayudarte. ¡Sal de mi oficina ahora mismo!”

 Edwards pareció dudar por un momento, pero finalmente asintió. “Entiendo que necesites tiempo. Pero regresaré, porque no tenemos otra opción.”

Con eso, se dio la vuelta y salió de la oficina, dejando a Cecil temblando de rabia y confusión. Cuando finalmente estuvo sola, dejó caer la fachada de frialdad y se sentó en su silla, intentando calmar el torbellino de emociones que la invadía. Lo último que quería era que Edwards Harper volviera a formar parte de su vida, pero ahora parecía que el pasado no iba a dejarla en paz tan fácilmente.